Black Mirror, de la filosofía a la interactividad

Black Mirror es de lo mejor(cito) que hay en Netflix. Y con este, son cinco los artículos que he escrito sobre la serie. No está mal, ¿eh? Durante meses, no obstante, me he reencontrado con una entrada en borrador: un artículo que nunca terminé sobre los dos últimos capítulos de la tercera temporada. Después, ya había escrito mis impresiones acerca de la cuarta, así que tenía poco sentido publicarla (o quizá no). No estaba mal esa entrada, que conste: exponía la relación entre Nicolás Maquiavelo, Thomas Malthus y el episodio La ciencia de matar. Un poco demasiado filosófico incluso, pero la historia de ese capítulo valía la pena como apuntó Adriana Izquierdo en La deshumanización de la guerra en «Men Against Fire».

También me dejé en el tintero Odio nacional, que habla de un tema más difícil de conectar con ideas anteriores al siglo XXI. Hoy, autores como D. E. Wittkower pueden hablar de amistad útil y accidental, así como de la imposibilidad de una amistad pura aristotélica en redes; esto no es nuevo para la filosofía, pero se han generado nuevos contextos que atraen la atención de la filosofía hasta Facebook e Internet. En la otra orilla, quedan islas inexploradas: el ciberbullying, el fénomeno del trolling y la no-culpa o a la deshumanización de la red. Qué ironía, ¿no? Algo que se creó para conectar a las personas entre ellas ha degenerado en un pozo de bilis que, a menudo, ni tan siquiera requiere de álter-egos o avatares.

Dicho esto, te preguntarás por qué vuelvo a dar la matraca con Black Mirror si aún no ha salido la quinta temporada. Pues verás, porque me he asustado con titulares como los siguientes: El último experimento de «Black Mirror»: deja al espectador elegir su final ‘Black Mirror’ prepara capítulos interactivos con múltiples desenlaces. En Verne, de El País, han aprovechado para recuperar los libros de «Elige tu propia aventura» y mostrar cómo el formato ha aparecido por todos lados y nunca ha terminado por caer en el olvido. El titular periodístico, algo soso: La historia de ‘Elige tu propia aventura’, el formato que probará ‘Black Mirror’. A mí se me vinieron dos cosas a la cabeza: Rayuela, de Cortázar, que también se menciona en el artículo (¡faltaría más!) y el pavor que me transmite una idea así en televisión.

Os pongo en antecedentes.

15-millones-meritos
Quince millones de méritos (1×02) planteaba un mundo en el que las personas viven en espacios cerrados y automatizados en los que tienen que ganarse la vida montando sobre bicis estáticas y produciendo energía que cambian por «méritos», una moneda virtual.

El otro día leía un artículo sobre la experiencia del usuario en la radio; este artículo mencionaba lo negro que la mayoría de las emisoras lo tienen contra Spotify u otros servicios de streaming. El porqué es bastante sencillo si uno lo piensa un poco: la radio no aprovecha las fortalezas que le quedan (a sus locutores, por ejemplo)  e intenta luchar haciendo gala de sus debilidades (casi todo lo que ofrece son listas de canciones que no puedes escoger entre anuncios); vamos, que está condenada. Y algo así puede sucederle a la TV si escucha demasiado al usuario… Y es que, muy probablemente, es igual de malo creer que nuestros consumidores no tienen derecho a hablar del producto como considerar que su palabra es ley.

Volviendo a Netflix y a la interactividad nos topamos con un gran ejemplo de esto: puede parecer guay, pero, en realidad, más allá de advertir un cambio de modelo, nos avisa de cosas bastante chungas. Primero, no es algo tan moderno, todo lo contrario: muchos videojuegos utilizan este sistema, algunos lo hacen incluso casi con devoción frente al modelo, como la empresa TellTale Games. Segundo, la capacidad de atención del espectador medio y, sobre todo, su tolerancia a la frustración… es cada vez menor. Tercero, ¿puede existir arte cuando lo quiero todo y lo quiero ya?

Ofrecer varias líneas narrativas supone no tener un lore real.

Ya, lo sé, parece que se me ha ido la olla con este último punto, ¿verdad? Me voy a explicar poco a poco. Hoy, sentimos la necesidad de ser protagonistas de todo, de controlar, de tener ese falso poder de decisión entre las manos: si no controlamos algo, o nos cuesta entenderlo, o ese algo requiere de un mínimo esfuerzo, no vale la pena. El principal problema de esta propuesta es que ofrecer varias líneas narrativas supone no tener un lore real, porque tendrías varios que son antagónicos entre sí. ¿Sería Casablanca si Humphrey Bogart hubiese elegido a la chica? ¿Y si Anakin Skywalker no hubiese sucumbido al Lado Oscuro? Vale, habrá alguien por ahí que diga: «Coño, pero no te van a dar control sobre los núcleos de la trama, so listo.» Entonces, me cabrearía todavía más, porque me sentiría estafado como usuario, que no espectador, ya que me van a hacer interactuar a un nivel de coste-beneficio que hará que siga prefiriendo cien veces un capítulo «normal» de Black Mirror.

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¿Sería igual de impactante el capítulo de San Junípero (3×04) si nos hubieran dejado tomar decisiones en varios puntos de trama?

Esto nos lleva a un punto todavía más conflictivo; volviendo a la UX/experiencia del usuario, resulta imprescindible seguir defendiendo el (necesario) esfuerzo del receptor: el problema de la radio, por ejemplo, no es que el usuario no quiera escuchar anuncios, que también, sino que la fuerza que tiene este medio (noticias, actualidad, presentadores/as con garra…) se deja a un lado, y nos meten una lista de reproducción entre anuncios en el 99 % de las emisoras. Normal que todo quisqui prefiera un Spotify, ¿no? Sin embargo, la televisión —también el cine y los videojuegos— mantiene un nivel de exigencia más elevado, pero, en contraposición, devuelve más de lo que pide. O lo hacía.

¿Está cambiando nuestro nivel de tolerancia acaso frente a la masificación de productos audiovisuales? Puede ser. Y lo explico con un ejemplo práctico: hace un par de meses que estoy viendo una sitcom americana titulada Brooklyn Nine-Nine en la que el mejor gag de todo el capítulo suele reservarse para el primer minuto. Hay que enganchar al espectador… y la fórmula funciona, que conste. Pero también es un poco triste hasta donde hemos llegado, ¿no? Con la televisión tenemos muy metido dentro el cambiar de canal, incluso en Netflix o HBO, que es aún más sencillo: no es más que una menor y menor capacidad de atención combinada con cero tolerancia a la frustración. Y nos pasa a todos, ¿eh? Yo esperé durante año y algo como un loco a que saliese la segunda temporada de Westworld, y el primer capítulo se me hizo horriblemente lento… ¡pues aún no me he visto ninguno más!

Eso no es del todo malo, claro que no; igual que en los libros hay que encontrar ese punto en el que ni nos leemos cualquier cosa ni descartamos un libro por la portada, pero tengo la sensación de que la estrategia televisiva ha optado por dar al espectador demasiado poder; a un usuario que consume sin tiempo que perder ni intención alguna de plantearse un mínimo esfuerzo; y no siempre es posible conectar con alguien que se plantea así su papel como espectador. Si alguien pretendiese lo mismo con cualquier gran obra de la literatura, o con la música, la pintura, la fotografía, creeríamos que no es más que un esnob imbécil que no quiere más que fingir, y, sin embargo, hoy queremos un The Wire o un Los Soprano por año, sin realizar un ejercicio de percepción, de empatía, de análisis, de recepción.

En la actualidad, ya no es que no respetemos los tiempos de creación del artista —sea un cineasta o un escritor—, es que vamos camino a la ley del mínimo esfuerzo como receptores.

No sé yo…


NdA:  Dejo aquí algunos de los enlaces que todavía no había adjuntado en ningún artículo sobre Black Mirror.

Los artículos que he escrito sobre Black Mirror son:

Black Mirror: nueva temporada; pocas sorpresas

Contiene spoilers de los capítulos.

El 29 de diciembre, Netflix liberó los seis episodios de la cuarta temporada de Black Mirror. Yo había prometido escribir un tercer artículo (o cuarto, ya ni recuerdo) sobre las cuestiones morales que flotaban —o te arreaban un bofetón— en los dos últimos capítulos de la tercera temporada, y lo retrasé, y retrasé, y ¡catapum! Cuarta temporada. A las pocas horas, miles de opiniones por todas partes; a los pocos días, llegan los artículos, los análisis y las columnas de opinión; palabras en prensa en busca del trending, de la viralidad, de esas cosas que ya siempre va a necesitar el medio digital.

Alberto Rey es una de esas figuras que ha escrito cuatro líneas en El Mundo. No muy tarde. Le pagan por columna, de un modo u otro, y sabe que aquí primero es mejor que segundo; por lo menos, en relevancia, comentarios, estadísticas; en definitiva, en redes sociales. Por eso yo llego rápido hasta él, y leo: «A medida que Charlie Brooker entrega episodios de ‘Black Mirror’ cae su valoración en el voluble mercado de la opinión televisiva. Una mezcla del clásico (e injusto) «tú antes molabas» y la lógica pérdida del factor sorpresa. No es tanto una merma de calidad del producto como un cambio del mercado y el espectador.»

Y una mierda.

Así que aquí empiezo yo, que también descubrí Black Mirror antes de que fuese tendencia. Pero primero una opinión rápida, en ráfaga, certera o no. Hay dos o tres capítulos que se salvan: Arkangel, que ya no sorprende, y Black Museum, que juega en exceso con la nostalgia del espectador fiel. ¿USS Callister? Es original, pero se pierde en el buenismo. Cocodrilo… No trasciende. Cabeza de metal, falla en el fondo y hasta en la forma. ¿Y Hang the DJ? Pues a mi me encantó, a través de la lectura que yo hago de un capítulo algo confuso. Hasta aquí, ahora de uno en uno.

4×01 USS Callister

En cariñoso homenaje a Star Trek, USS Callister podría haber sido una joya, porque habla de las grandes cuestiones de la naturaleza humana: identidad, sufrimiento, muerte… Si alguien hiciese una copia idéntica de ti, ¿serías tú o sería otra persona? Es todo lo contrario a la Paradoja de Teseo (¿cuándo al reemplazar todas las partes de un objeto deja de ser ese objeto?), y, en realidad, está intrínsecamente ligado a la misma, puesto que Robert Daly reemplaza completamente todas y cada uno de los átomos que forman a cada uno de sus prisioneros y los vuelca en una versión digital de ellos mismos. En este mundo, que también tiene algunos elementos de dos episodios míticos de Star Trek (La colección de fieras El escudero de Gothos) que ya se parodiaron en Futurama, Robert ha duplicado a personas de su vida diaria y las ha introducido en un mundo virtual con reglas propias.

USS-Callister (4x01)

Aquí se generan preguntas verdaderamente interesantes: ¿es la copia una extensión de la identidad del original?, ¿hasta qué punto siente y es moralmente reprobable comportarse mal con estas últimas?, ¿es real el sufrimiento en ese mundo o es acaso menos real que en el primer nivel de realidad? De cualquier modo, es una locura ontológica, y también antológica, en la que yo diría que, si las copias son tan exactas como los originales, el sufrimiento que pueden padecer será igual o mayor incluso, puesto que, en este otro mundo, las copias saben que son prisioneras de un demiurgo maligno similar al que podía imaginar Descartes, que no se limita a engañarnos (duda metódica), sino que se presenta y nos tortura; a menudo, y, sobre todo, en un inicio, por cuestiones que no tienen una relación directa con nuestra comportamiento como segundo individuo, sino con las acciones del individuo original. Podría ir mucho más allá (¿tienen los originales una responsabilidad ética frente a sus copias?, por ejemplo), pero no lo haré. Por el contrario, sí agrego que el capítulo podía haber mejorado mucho de dos formas: primero, consiguiendo que alguno de los individuos del mundo real comprendiese el comportamiento de Robert en su mundo «no tan ficticio» (quizá así las consecuencias de sus acciones no parecerían tan inverosímiles), y, segundo, ahorrándonos la carga de buenismo final, donde Daly es castigado hasta niveles que nos cuesta deducir (¿la versión se actualiza y Robert Daly queda atrapado en el parche anterior?, muy rebuscado) y donde los clones, si bien no son liberados, acceden a una cárcel de dimensiones galácticas.

4×02 Arkangel

Un gran planteamiento, y ahí queda. El problema que tiene Arkangel, además de una tecnología muy parecida a la de Toda tu historia (1×03), que más tarde entendemos (Black Museum, 4×06), es una falta total de conflicto fuera del ámbito familiar. No sorprende porque la tecnología que se presenta ya la conocíamos, pero también por el hecho de que el mismo conflicto tampoco es nuevo, y puede relacionarse más o menos rápido con el capítulo que menciono. Si Sara hubiese tenido problemas en el desarrollo, quizá ahí podríamos hablar de un cabo al que agarrarnos, pero la hija de Marie solo es rara, y solo es rara de niña; después, su madre desactiva el filtro, y esta consigue crecer con relativa normalidad (por cierto, esto es poco verosímil por razones puramente psicológicas) hasta la edad del pavo. En realidad, el uso del dispositivo se limita a poco más que a una cámara espía con la que conseguir ver cómo su hija se droga por primera vez, folla y se enamora de un amigo. Sí, la sobreprotección consigue el efecto contrario, como casi siempre, y hasta aquí; pero hay un gran acierto: Arkangel consigue mostrar que el problema, en última instancia, no lo tenía Sara, la hija, sino Marie, su madre, quien desde el nacimiento de la primera no ha aprendido cómo vivir sin esa dependencia que destruye la principal herramienta con la que se relaciona con su hija.

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4×03 Cocodrilo

Cocodrilo es ágil en su planteamiento: se produce un accidente, una pareja decide deshacerse de un cadáver y el tiempo pasa. Quince años después, el artífice del suceso desea reabrir viejas heridas, y, entonces, todo se complica. Otro capítulo que juega con la identidad y el sentimiento: ¿quién es Mia? ¿Una madre y una arquitecto que no quiere que su vida se desmorone o una asesina a sangre fría? ¿Nos define lo que hicimos en el pasado o también las decisiones que tomamos en cada momento? Estas son las dos preguntas básicas que nos pueden guiar por este mundo.

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Cocodrilo es, probablemente, uno de los capítulos más siniestros de todo Black Mirror (¿quién podría matar a un bebé ciego?), y, sin embargo, el uso positivo de las nuevas tecnologías está presente a lo largo de todo su desarrollo. ¡Ah! No está mal, pero ni sorprende, ni convence; quizá por la ausencia de ese cambio palpable que nos mueve de una veinteañera histérica que se ve sobrepasada por la situación a una psicópata capaz de todo. ¿Será la falta de castigo lo que la cambió o solo faltaba motivación suficiente? No lo sabemos. Y tampoco se explica: apenas se entrevé.

4×04 Cuelguen al DJ

Quizá no soy objetivo, pero este es el capítulo que más me ha transmitido: con más chicha que Arkangel, menos exigente que Black Museum —que lo es, y a distintos niveles—. Empieza así: en el Sistema Amurallado ya no tienes por qué conocer gente, tener citas vacías o comerte el tarro pensando si encontrarás a tu media naranja: el sistema te empareja constantemente con otras personas hasta que, tras dos, diez o doscientas relaciones, encuentra a tu pareja ideal. ¿El problema? El problema es que Frank y Amy se gustan desde el principio, se caen bien, encajan, y el sistema dicta que su relación durará solo doce horas. Doce. A partir de aquí, Cuelguen al DJ explora las relaciones posteriores de ambos y cómo hay algo que no encaja en este mundo. Más adelante, su Tutora, el cachivache digital que les asesora, vuelve a emparejarles, pero recelosos del tiempo que les ofrece esta vez, deciden no descubrir la cuenta atrás presente en toda relación de aprendizaje que les ha asignado.

El planteamiento recuerda, en líneas generales, a San Junípero (3×04): un amor imposible condenado a terminar, y ofrece un giro de ciento ochenta grados cuando los protagonistas comprenden que el programa de citas es la verdadera prueba: si tienen que vivir en el Sistema, mejor escapar donde puedan estar juntos; y si Amy tiene razón, así es como realmente podrán conseguirlo. Pero no. Al escaparel capítulo nos muestra como todo eran versiones del algoritmo de citas del programa que utilizan ambos en el mundo real, y que, en el 99,98 % de las veces ha demostrado que son compatibles. En un bar, mientras suena Panic de The Smiths, Frank ve a Amy de lejos, y Amy a Frank, y nosotros quedamos estupefactos al comprobar que toda la historia que hemos presenciado solo era un cálculo más del programa de citas que los dos utilizan en su smartphone.

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Como es habitual, Black Mirror vuelve a jugar con los niveles de realidad, así como con nuestra percepción de los mismos. ¿Es falso todo eso que hemos visto porque no ocurre en nuestro mundo?, ¿tienen valor esas relaciones y esos mundos creados en la Nube?, ¿hasta qué punto podemos amar, sentir o vivir como hasta ahora en un mundo donde son Tinder o Siri los encargados de hacer que nos conozcamos y reconozcamos? Complicado, sin duda. En mi opinión, le falta algo de innovación, que ya es difícil encontrar en esta cuarta temporada, y un desenlace menos abrupto, o, por lo menos, más digerible tras tanta metafísica.

4×05 Cabeza de metal

Horrible. Atroz. Y no merece ser Black Mirror. El peor capítulo de toda la serie con muchísima diferencia. No obstante, para que se entienda que no es una crítica bestial sin fundamento y, entendiendo que cualquiera que esté leyendo esto ha visto los episodios o no le preocupan los spoilers, ahí va la sinopsis argumental: unos supervivientes/carroñeros intentan robar en un almacén algo para un tal Graham, que está muy enfermo, y se ven sorprendidos por un robot que los ataca y asesina; la única superviviente escapa y consigue refugiarse en una casa, armarse con una escopeta y destruir a la máquina que la persigue, pero, al morir, esta explota incrustando en su rostro y en su cuello rastreadores para que otros robots la encuentren. En el almacén, la cámara nos enseña que fueron a por un oso de peluche, por lo que se entiende que el enfermo era un niño que quería un juguete y que el mundo está hecho una mierda.

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Vale. ¿Y? No nos importa qué coño era el Mcguffin porque ya no hay conflicto, y lo peor es que, en Cabeza de metal, nunca lo ha habido. Por contexto se presupone que el mundo es una distopía, pero no sabemos ni qué ha pasado, ni qué está ocurriendo ni qué propósito tiene la protagonista, ¡porque no lo tiene! Los americanos que son tan y tan buenos en plantear historias y meternos dentro de ellas rápido, aquí la pifian: no hay trama, no hay presentación, y no hay conflicto más allá de la mera supervivencia típica de las películas de zombis. Para terminar de cagarla, el capítulo se presenta en blanco y negro sin un fundamento lógico; vale, quizá el nivel de detalle de las expresiones y sensaciones de los personajes transmite mejor así, y, de paso, se aleja del gore típico de las películas de terror o los thrillers, pero me importa un bledo —como si es un universo alternativo, o un espacio digital monocromo—, porque no hay historia. De filosofía, moralidad y similares, ni hablamos; es un capítulo estilo Rick Grimes y compañía, pero de los más malos que se te ocurran.

4×06 Black Museum

Por último, el episodio con el que se cierra la temporada es original, diferente y arriesgado, pero funciona. Rolo Haynes es el propietario del Museo Negro, un espacio donde se exhiben extraños objetos de vanguardia con una espantosa historia detrás. Al museo llega Nish en su coche eléctrico, y al comprobar que este necesita tres horas para cargar la batería, decide hacer un tour por el espectáculo circense. Con este planteamiento se nos explican tres historias relacionadas con el pasado de Rolo: el implante neurológico del Dr. Peter Dawson, el oso de peluche donde está atrapada la conciencia de Carrie y el holograma de Clayton Leigh, condenado a sufrir la silla eléctrica una vez, y otra, y otra más, por toda la eternidad.

Sin duda es el episodio más complejo de toda la temporada, tanto en la trama como en la escenografía, que recoge alusiones (huevos de pascua o easter eggs, en inglés) de todos los capítulos de la serie y que, de nuevo, sirve para comprender que muchas de las historias conviven dentro de un mismo universo —o podrían hacerlo—. Las tramas siguen hablando de la identidad, y de cómo esta puede pervertirse mediante el mal uso de la tecnología. Black Museum retoma el discurso del individuo y el yo, y de cómo este puede alterarse y descontrolarse a medida que creamos y superponemos capas de realidad, así como las implicaciones éticas y los sesgos cognitivos que estos pueden causar —hay que tenerlos cuadrados para convencerse de que es buena idea meterte a tu novia en la cabeza, así como  a tu ex en un osito de peluche— como el resto de personajes que se mueven entorno a Carrie en su historia o la ausencia de un proceso legal que prevea la mayoría de los casos en los que Rolo se ve envuelto durante su época como reclutador de investigación neurológica: ¿qué importa más?, ¿el individuo o el avance científico? La respuesta parece obvia.

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Con toda probabilidad, el desenlace de Nish y Rolo es la mayor vuelta de tuerca que encontramos en estos seis episodios, o casi, y, a su vez, se encuentra perfectamente hilada tanto con la última historia, como es lógico, como con las anteriores: el oso de peluche en el coche, la identidad de Nish, el museo en llamas, la justicia poética que se le inflige a Rolo… Como pequeña contrapartida, lo adelanté al inicio del artículo: parece difícil creer que todas estas historias se puedan desarrollar en una misma línea temporal; esperemos que este caramelo que se nos lanza a los espectadores, no se vuelva contra la serie.

En definitiva, la cuarta temporada se cierra con dos conceptos que están mucho más cerca de nosotros de lo que podríamos imaginar: conciencia digital e identidad virtual llevadas, a menudo, a los extremos más espantosos y distópicos que se nos pudieran ocurrir, pero solo en el marco de la falta de probabilidad, no de la imposibilidad. Asusta un poco, ¿eh?


Enlaces relacionados:

¡Feliz 2018, por cierto!

La filosofía detrás de Black Mirror (II)

Contiene spoilers de los capítulos.

Si hace unas semanas dedicaba un par de cientos de palabras a los primeros capítulos de la tercera temporada de Black Mirrorhoy prosigo con los dos grandes episodios que destacan tras el salto a Netflix. Nosedive fue un puente perfecto entre lo que se forjó en el Reino Unido y el salto a la televisión norteamericana, pero Cállate y baila (Shut Up and Dance) es el retorno a las tramas más tecnológicas, a esos blancos y negros, y hacia un futuro distópico que, en realidad, lo sepamos o no, ya es presente.

Cállate y baila (3×03)

Kenny es un chaval como cualquier otro. Suponemos que va al instituto, trabaja a tiempo parcial, discute con su hermana y todas esas cosas típicas de adolescente. Un día cualquiera, unos hackers lo cogen con las manos en la masa encerrado en su habitación (bueno, con las manos en otro sitio) y comienzan a amenazarle para que cumpla sus órdenes o publicarán un vídeo comprometedor en Internet.

Shut Up and Dance, 3x03; Kenny en el trabajo

Así empieza Cállate y baila, y así continúa, a través de una trama que basa su desarrollo en el juego de Simón dice, y de situaciones cada vez más anómalas y dantescas; purgando sus pecados Kenny conocerá a Hector, a quien también parecen estar castigando por los delitos que ha cometido. ¿Pero qué ocurre en realidad? ¿Por qué Kenny se preocupa tanto por un vídeo privado donde se masturba? ¿Por qué no busca ayuda? ¿Por qué no llama a la policía?

¿Machacándotela viendo porno? Eso lo hacen todos, probablemente hasta el puto papa.

Hector (3×03 – Shut Up and Dance)

Nos faltan datos, en realidad. Como espectadores, asistimos al desarrollo de una historia sesgada. A oscuras. Decía Javier Meléndez en Yorokobu: «Hitchcock advirtió del peligro de no satisfacer esta pregunta tan básica. Para el maestro del suspense sólo había tres opciones: a) la policía está en el tema; b) el personaje es el criminal y c) el personaje es un falso culpable. Brooker no lo aclara hasta el final y con esto realiza una jugada arriesgada: el público IMAGINA qué información falta y podría llegar a advertir por las escenas de presentación de Kenny que este guarda un secreto terrible.»

Black Mirror (Kenny, protagonista de Shut Up and Dance)

Y lo guarda. Kenny es un joven pedófilo, y lo que estaba haciendo es bastante más grave y chocante de lo que imaginamos en un primer momento. Sin embargo, ¿nuestro protagonista es un criminal o un enfermo? Probablemente, cada sociedad tendrá una respuesta distinta para esta pregunta, y quizá, por ello, nuestra lectura no sea exactamente la anglosajona.

De cualquier modo, tras el episodio, deberíamos ser capaces de formular varias preguntas: de todas ellas, la principal relativizaría la culpa, y es aquella que nos permite empatizar, no sin ciertos reparos, con el chico al final del capítulo. ¿Merece Kenny ese castigo? ¿Por qué el castigo de Hector es menor? La mayoría de lecturas ven en la infidelidad de este un error menor que merece un castigo menor; otras, consideran que todos los casos están conectados, y que incluso Hector podría estar buscando una prostituta menor de edad, pero la mayoría obvia el punto más básico: el castigo es subjetivo, no es justo y es impartido por personas que no solo ejercen una total autocracia, sino que lo hacen sin temor alguno a represalias.

¿Entonces? Kenny, Hector y el resto de imputados por la ética hacker pasan su propio purgatorio entre atracos a bancos, carreras contrarreloj e incluso duelos a muerte; ¿pero por qué? En el núcleo del episodio, Cállate y baila nos habla de cómo nuestra ética no solo se ve puesta en entredicho tras un error, sino a través de los ojos del prójimo, de la libertad individual, y a cada momento.

Kenny; Hector
Bronn… Hector (Jerome Flynn) y Kenny (Alex Lawther) en un coche.

Cualquiera de ellos, y en todo momento, podría detener el acoso de los hackers, enfrentarse a sus demonios, a su Infierno personal —siempre peor que el purgatorio por el que esos desconocidos les hacen pasar—; es el ejemplo más vivaz de que la moral propia es algo vivo, y algo que se debe probar a cada instante como también veremos durante los minutos finales del quinto episodio de esta temporada.

¿Es un cuento moral? Bueno, no todos lo vemos así. También es una crítica hacia quien imparte justicia. Una crítica al secretismo, a la invisibilidad de la red, y a la subjetividad del mismo concepto. ¿Ha cometido un crimen Kenny o son los actos que, de algún modo, decide hacer bajo coacción aquellos que lo condenan? Para mí, la pedofilia es una enfermedad, y el episodio no da señales de que hubiese un crimen detrás: eran fotos, o vídeos, de crímenes; era el apoyo a un criminal incluso, pero no un crimen propio. Hasta que para proteger su moral, la ética que ha llevado a Kenny hasta ese callejón —una ética en construcción, a oscuras, de un chaval que no puede terminar de entender las repercusiones de ninguna de sus acciones—, se le pone en jaque una vez más. Condenarse, es él quien se condena, por supuesto.

¿Pero tras descorrer la cortina se intercambian las máscaras de héroes y villanos? Parece que Brooker, y estoy bastante de acuerdo, nos quiere explicar que no hay héroes ni villanos… y, como ya se ha visto con anterioridad en Oso blanco, la ley del Talión no suele ser solución…

San Junipero (3×04)

Y allá vamos, hacia el mayor temor del salto a la televisión yanqui. Black Mirror se americaniza pero nos regala uno de sus mejores capítulos, decían. ¿Y es cierto? ¿Es San Junipero uno de los mejores capítulos de todo Black Mirror?  En mi opinión, sí.

Pero San Junipero no puede desarrollarse en el universo Black Mirror sin The National AnthemThe Entire History of You,Nosedive. En contexto, el cuarto capítulo es una maravilla a todos los niveles, y empieza en un bar con música disco de los ochenta…

El juego tiene diferentes finales: depende de si estás jugando en modo de uno o dos jugadores.

Empieza un sábado por la noche en la costa de California; San Junípero es un destino turístico (¿o deberíamos decir paradisíaco?) de sol, playa, discotecas y sexo en 1987, donde las recreativas y llenarse la chaqueta con tachuelas siguen de moda. Un sábado donde Yorkie y Kelly se conocen en un bar cualquiera, y ahí empieza una historia de amor que corre de semana en semana.

Black Mirror (Yorkie; Kelly; en San Junipero)
Yorkie (Mackenzie Davis) y Kelly (Gugu Mbatha-Raw) en San Junipero.

Entre medias, un fondo en negro, y un salto hacia delante. Pero eso no es lo único que mosquea al espectador. El contexto es la imagen más pop que podríamos haber imaginado alguna vez: The Lost Boys, de Joel Schumacher, en cartelera, Max Headroom en TV o Heaven Is A Place on Earth de Belinda Carlisle en las pistas de baile. Todo ello agitado, bien removido e impregnado por todas partes con una nostalgia que los primeros minutos del capítulo no nos permiten comprender.

Cuando Yorkie empieza a saltar entre épocas nos chocamos con Funkytown y un Chrysler Cordoba en 1980, el estreno de El caso Bourne en 2002…y muchos otros detalles que se han recogido en otros artículos durante estos meses (por ejemplo, en este artículo de Hipertextual). Entonces, caemos en la cuenta, o deberíamos empezar a atar cabos: no se trata de un mundo real, sino de realidad virtual; pero San Junípero cuenta con sus peculiaridades, porque allí puedes ir a hacer turismo, como Kelly, pero también mudarte, que es lo que Yorkie pretende. San Junípero pueden ser unas vacaciones, pero también la vida eterna.

La historia de amor y lesbianismo de este capítulo es fresca, novedosa y carente de clichés (eso se agradece), pero, sobre todo, alcanza un nivel ético que bebe de los mismos planteamientos que nos lanzaban The Entire History of You o Be Right Back: ¿la tecnología ha llegado para ayudarnos?, ¿seguro?, ¿o nos está jodiendo la vida? La respuesta en San Junípero es dicotómicamente inversa a estos otros dos episodios, si bien mantiene ese germen tan propio de la serie que no olvida que el responsable último siempre somos nosotros.

Cuando se funde el negro por tercera o cuarta vez, el mundo real aparece ante nosotros. Kelly es una anciana que vive en una residencia geriátrica, mientras que Yorkie es una enferma terminal en coma inducido. Yorkie apenas ha podido vivir en el mundo real; Kelly, en cambio, ha tenido una vida plena: perdió a su marido, con quien compartió cuarenta y nueve años; él rechazó esa vida eterna y ella se observa frente a un abismo: seguirle hacia la nada más probable o pasar la eternidad en San Junípero.

Filosofía Black Mirror (Yorkie y Kelly en el hospital)
Yorkie y Kelly en el mundo real su realidad no virtual.

La grandeza de un capítulo como San Junipero se empieza a articular a partir de estos últimos minutos: Kelly y Yorkie están enamoradas, y tienen la oportunidad de vivir felices en un mundo sin vejez, sin obstáculos, sin necesidades reales. El final feliz choca con el desarrollo del resto de tramas que hemos visto en los otros doce episodios de Black Mirror. Pero no importa. Hay un poso agridulce detrás, en forma de preguntas a través de las que, como espectadores, nos interrogamos: ¿es real una vida virtual para aquel que la vive?; ¿hasta dónde dependemos de un lugar para ser felices?; ¿se ha convertido (o lo hará) el hombre en un dios a través de la tecnología?, ¿es ético vivir para siempre?; sin temores, sin pérdida, sin futuro. Y, sobre todo, llegado el momento, ¿sabremos o podremos disfrutar de una vida eterna?

San Junipero (final)

Desde luego, para Charlie Brooker hay una cosa que sí está clara, y es que los humanos, a diferencia de las máquinas que despiden el capítulo con el siguiente backup programado de San Junípero, volvemos a lo conocido: por eso, muchos han visto un Infierno en el Quagmire, un Purgatorio en el Tucker’s y un Cielo en la casa de la playa. Yo, por la parte que me toca, veo una historia anómala con final feliz, y muchas preguntas que deberíamos empezar a hacernos como especie.

¡Ah! Y, al final, será verdad. Parece que el Cielo es un lugar en la tierra…

Enlaces relacionados: 

La filosofía detrás de Black Mirror (I)

Contiene spoilers de los capítulos.

Black Mirror es, probablemente, el mejor producto televisivo de los últimos años. Por eso, se la ha agenciado Netflix, y lo ha hecho con mucha mano, cuidando los detalles, dando un salto entre algodones para su traslado de la televisión inglesa hacia la americana.

La serie de la cadena británica Channel 4 muestra seis escenarios distintos (dos temporadas de tres episodios cada una) donde lo único que une a los personajes es el uso (y abuso) de las nuevas tecnologías: ordenadores, tablets, redes sociales, smartphones… son la clave. Los personajes no son los culpables de todo aquello que se genera alrededor, pero siempre se convierten en cómplices; a veces, por acción, otras por omisión.

Sobre ella hablé un poco —muy poco— hace más de dos años, cuando ya era uno de esos seguidores con demasiado hype en el cuerpo que lloriquean por más capítulos, por temporadas más largas, para que empezase de una maldita vez la siguiente; cuando nadie conocía Black Mirror, y yo la recomendaba entre conocidos que me ignoraban, porque no era mainstream; como ocurre con lo que se aleja de Juego de Tronos, Breaking Bad o American Horror Story.

Así que, cuando hace un par de semanas aterrizaron ni más ni menos que seis episodios, me faltó tiempo para sentarme frente al portátil y devorar uno tras otro las más de siete horas de pura heroína en vena. ¿Por qué tanta prisa? Supongo que porque Black Mirror es más filosofía que entretenimiento, más crítica social que ciencia ficción, y está más cerca de lo que ninguno nos imaginamos. En cierto modo, le ocurre lo mismo que a Westworld de HBO; pero lo que ya percibimos claramente con la tecnología, todavía no vemos tan claro en sus próximos resultados…

En definitiva, que me he dicho: ¿por qué no empezar por recopilar en unas cuantas entradas los seis primeros episodios de esta tercera temporada y analizar sus pormenores? Como siempre, y al igual que otras entradas que he publicado aquí (Vivir sin Tony SopranoCinco claves que explican el éxito de ‘The Walking Dead’¿En qué cree Tyler Durden? (I) La filosofía de la imagen) se centrará en buscar paralelismos con otros medios, en retrotraernos hacia referencias literarias y audiovisuales, y en crear algo medianamente digno de leer y sobre lo que discutir.

Si lo consigo o no, ya no es cosa mía, que conste.

Caída en picado (3×01 Nosedive)

El episodio más digerible con diferencia. Un aperitivo para despertar la curiosidad de ese target mucho más amplio que se sienta frente a Netflix para descubrir una serie que ya era una pasada antes del 21 de octubre de 2016.

Nosedive no es más que Facebook o Instagram elevado al cubo; un futuro distópico en el que todo lo que los demás piensen de ti, de tu vida social, de la gente por la que te rodeas, de tu familia, de tu existencia entera, está puntuado.

Black Mirror (3x01 Nosedive)

Tu vida tiene nota, y para el mundo vales lo que ese número muestra. Eres importante en la medida en la que el resto de mortales te puntúan. Según tu media, vale la pena invitarte a un evento, puedes trabajar en cierta empresa, puedes permitirte un determinado alquiler o un tratamiento médico.

Si el cartesianismo dudaba de todo más allá del  propio yo, Paul Ricoeur (1923-2005) —y Habermas, y Luhmann— había superado este estadio para afirmar que uno no podía desconocer las instituciones, los derechos ni los principios de la modernidad; la propia conciencia del yo estaba obligada a pensar en ellos para decidir y actuar; es decir, para vivir.

¡Imagina, pues, lo que significa un mundo donde las redes sociales han convertido la evidencia de tu propia existencia en lo que el resto piensa de ti! Y tampoco está tan lejos de nuestro día a día; ¿no te lo crees? ¡échale un ojo a Peeple!, como recomiendan en Verne (Sonríe, te están puntuando: lo último de ‘Black Mirror’ ya está ocurriendo).

Nosedive ya está sucediendo: apps para ligar que nos permiten puntuar públicamente a nuestras citas, y que, probablemente, son el primer paso de mucho más. No es distinto al «sígueme y te sigo» o a los ratings internos de los que hablan en el artículo de El País y que muchos plataformas ya tienen: Tinder, OK Cupid, y otras tantas que utilizan esa puntuación para facilitar o poner barreras a la entrada de usuarios o clientes, como Uber, MyTaxi o BlablaCar.

¿Acaso esto es malo? Bueno, como ocurre en todos y cada uno de los capítulos de Black Mirror, lo es a partir del momento en el que la tecnología afecta e incluso cambia el mundo que nos rodea. Cuando se convierte en el rasero por el que dividir, en la normativa, escrita o no, en la única opción.

[SPOILERS] Lacie (Bryce Dallas Howard) no ha hecho nada malo. Ha seguido las reglas del juego; se ha adaptado en todo momento. Ha buscado, desesperadamente, la forma de crecer en su vida personal, olvidando que aquí, en este mundo, las acciones individuales no tienen demasiado peso frente a las colectivas.Puntuaciones (Nosedive 3x01)

Se porta maravillosamente bien en su trabajo, hace fotos con filtros y comparte al señor Trapito para ser todavía más vomitivamente mona; se prepara un discurso estupendo para la boda de aquella amiga que la vejaba continuamente en la escuela y pretende rescatarla por puro interés… ¡Incluso se avergüenza y oculta a su hermano: un 3,8 (o algo así)!

Siempre ha habido esclavos de las apariencias: en las zonas altas de las ciudades, con sus locales chic, sus fronteras físicas trazadas entre dos calles del imaginario colectivo, y un largo etcétera; ahora, en Nosedive, está élite social se mueve en el sector de la tecnología: veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año. ¿Y quién no lo hace? Bueno, Rashida Jones no lo hace; pero Jones no existe en ese mundo; ya sea como una camionera con una puntuación de mierda, o una lesbiana que avergonzaba a las figuras canónicas de Hollywood, su figura se ignora de forma sistemática.

¿Hasta dónde se puede leer? Bueno, algunos críticos han visto en esa caída en picado nuestra obsesión por las apariencias, nuestra dependencia por la valoración externa o el principio de estabilidad hedónica (o adaptación hedónica, donde nunca estamos contentos con lo que tenemos, porque cuando conseguimos algo, aspiramos a otra cosa, o a mayor cantidad de la misma).

Lacie, al final del episodio (Nosedive)

A lo largo del capítulo, esa caída demuestra las fallas de buscar la felicidad fuera de uno mismo; de anteponer las necesidades del otro a las propias, pero por encima de todos estos puntos, quizá el más interesante es el modo en el que nos limitamos como seres, nos reducimos, para mostrar una imagen más afable,  más dócil, más adaptable al propio contexto social.

Para Lacie, parece no terminar bien. Pero… ¿cómo es posible que uno pueda sentirse más libre en una cárcel que fuera de ella?

(¡Ah, por cierto! Hipertextual pone a disposición los tonos que se escuchan con el puntuaje por estrellas. Seguro que han cosechado unos cuantos me gusta en Facebook con esta iniciativa. Ilusos…)

Playtest (3×02)

Playtest es bueno. Verdaderamente bueno. Con Playtest no tienes que seguir dudando, Black Mirror sigue siendo Black Mirror, también en Netflix, y respiras aliviado mientras te sumerges en un episodio muy distinto a lo que habíamos visto hasta la fecha en Channel 4.

Nosedive (3×01) funciona muy bien como nexo de unión: una buena historia a la que, probablemente, le sobran cinco o diez minutos de capítulo y que nos habla de los peligros de la tecnología; donde podríamos estar si nos descuidamos, como decía Charlie Brooker en los inicios; pega bien con 15 millones de méritoscon Tu historia completa o con Vuelvo enseguida. Y, una vez enganchados, aceleramos.

Playtest (3×02) nos habla de los conceptos realidad virtual y realidad aumentada aplicada a los videojuegos: ¿quién no se siente tentado por eso? Entre las Google Glass, las Oculus Rift y las múltiples VR o lentillas de nueva generación que anuncian todo tipo de nuevas experiencias (y, ¿por qué no?, nuevas formas de vida). Si nadie se sorprende ya de que el videojuego Deus Ex trabaje junto a empresas como Open Bionics para la creación de prótesis de última generación, tampoco nos resultará extraño jugar en narrativas donde nosotros seamos realmente los protagonistas.

Black Mirror (3x02 Playtest)

El episodio propone exactamente esto a través de una prueba piloto: ¿qué ocurriría si utilizamos la realidad aumentada para conseguir historias y escenarios cada vez más y más inmersivos? ¿Podemos poner un límite al realismo? ¿Y por qué deberíamos hacerlo?

Espero que mi madre no esté arriba convertida en un monstruo.

Cooper (Wyatt Russell)

En la revista Yorokobu, aparecía un artículo muy curioso que vinculaba PsicosisPlaytest, a Cooper con Norman Bates, y a su madre, con la señora Bates. ¿Se trata de un problema familiar sin resolver? ¿O solo es una historia de terror donde el escenario virtual pretende resolver los conflictos que arrastra su protagonista y que ni la vida real ni su viaje de crecimiento o autodescubrimiento han conseguido dejar atrás?

Hay en la madre de Cooper algo hitchcockiano: la madre opresora, la madre que frustra los intentos del hijo para volar solo. Es la madre de Extraños en un tren, Encadenados y Psicosis. Una madre que siempre está, aunque no esté.

Puede que Cooper no sea más que un niño con miedos atrapado en el cuerpo de un treintañero que no sabe cómo lidiar con la muerte de su padre, con la enfermedad y el olvido, y con lo que todo apunta que es una madre castradora; un monstruo incluso, si tenemos que fiarnos de lo que brota del subconsciente, pero Black Mirror no trata de eso.

[SPOILERS] Desde el inicio del viaje, Cooper está atrapado. Así nos lo demuestra con su actitud: agazapándose a primera hora hasta un coche sin despedirse, escapando de su madre en lo que a todas luces resulta un sinsentido; una madre que le llama, y le llama; le llama cuando conoce a Sonja en un bar; a la mañana, siguiente, y seguirá llamando y llamando hasta el final.

Black Mirror (Playtest 3x02) - Realidad aumentada (ejemplo)Black Mirror (Playtest 3x02)

Todo nos lleva hacia el papel de Cooper como betatester: hacia una engañosa presentación de realidad aumentada, y a una doble mentira que despista magistralmente al espectador: la primera, nada podrá hacerle daño; la segunda, estamos viendo un espacio real en el que se sobrepone otra realidad (realidad aumentada).

Desde aquí, la trama no se detiene hasta alcanzar esa mansión neogótica tan parecida a la de la serie Hammer House of Horror¡y es que el imaginario colectivo es duro de pelar: ¡nadie duda de eso!, pero no tardaremos en comprobar, tarde, que hay algo más ahí detrás: ¡esas son imágenes de los ochenta grabadas a fuego en la psique de Cooper!

A lo largo del episodio, se superponen las capas, y perdemos de vista cuándo termina una y comienza otra; no importa en realidad, porque aquí es donde hallamos esa crítica a la tecnología: ¿es necesario jugar con un realismo tal como la vida misma? Y quizá algo todavía más importante, y que también se trata en San Junipero (3×04) más adelante: ¿si no puedo distinguir realidad y ficción? ¿No es real? ¿O sí es real? ¿O depende de dónde esté yo situado?

Hay otros puntos a tener presentes en Playtest: los implantes, la metahumanidad, el uso de la biotecnología en el ocio y la aceptación de ese porcentaje de error que nos permite seguir avanzando. Pero ninguno es tan importante como el primero: ¿esos 0,04 segundos entre la madre que interrumpe por última vez a su hijo treintañero jugando a la consola y la muerte de Cooper son 0,04 segundos o son horas y horas de sufrimiento, de vida, y de tragedia personal?

Yo, apuesto por la segunda opción. Y eso convierte el episodio en un thriller de terror maravilloso.


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