Cuando llegué habían tirado el dedo al container. Todo el dedo. Falange distal, media, proximal, metacarpianos… No quedaba dedo en el tumor. Pero no era un dedo: era una vida. Recogí a Dana en brazos y la cargué a peso; los analgésicos me robarían a mi compañera más fiel por unas horas más, y durmió en el maletero del Jeep —el Jeep que compramos para ellos— todo el camino hasta casa, y luego en casa, todo el día, hasta el anochecer.
Estuve acariciándola por horas, y me peleé con Laura, que quería que la dejase descansar en paz; sin entender que no quería, pero, sobre todo, que no podía. Me tumbé al lado y fingí leer, pero seguí acariciándola hasta que me solidaricé con ella entre sueños por un rato. En algún momento, trató de levantarse, e intentó alcanzar el balde de agua a trompicones. La ayudamos.
Al final, consiguieron echarme de casa por unas horas, y por fin Dana descansó tranquila en nuestra habitación, con las contraventanas cerradas para evitar el asalto de un sol terrible e impropio del mes de junio. Mientras conducía, pensé en todo lo que se había hecho por salvar su dedo y en lo que escondía la infección; y aunque no se deshizo el nudo del estómago, entendí que la tristeza no se vinculaba a la operación en sí, sino a aquello que mi perra me explicaba entre líneas.
Todo el dedo no era un dedo. Era una vida. Toda una vida. Toda una vida juntos. Era el principio del fin. De las carreras, las siestas, los abrazos y los lametones; todo el dedo no era un dedo, era la vida; la vida que empezó a consumirse desde que nos conocimos y que ahora se materializaba en un tumor, en el pelo blanco, en los ojos algo más cansados que ayer, en la serenidad y el entendimiento que ha crecido durante casi ocho años.
Era un dedo, pero era la vida de mi perra. Mi perra, que es lo más parecido que yo tengo a una hija; mi hija, cuyo dedo me dice que todos morimos, poco a poco, pero que seré yo aquel que tendrá que encontrar un lugar para su cuerpo ya inerme; mi perra, que no morirá hoy, y morirá; mi perra, a la que abrazo fuerte, e imploro por no olvidarme ni un día más de disfrutar de un atardecer junta a ella, de una mirada cómplice, de una caricia, de un sentimiento, de una vida.
La vida de mi perra, que hoy aún es vida, pero que un dedo amenazó con robármela un instante y, ahora, entre lágrimas, solo pienso en cómo será el vacío que será capaz de dejar ella un día, si un dedo casi me arranca el alma.
El alma (en la que no creo, pero ya nos entendemos) me da un vuelco al leer estas líneas cargadas de amor, un amor igual al que yo siento por mis amigos caninos. Me lo da porque sé que es algo que pasará, algo que ya ha pasado, que me produce un pánico atroz al recordarlo lo que pasó, o al imaginarlo cuando pase. Porque pasará. Lo sé, y lo asumo cada vez que elijo compartir mi vida con ellos… aunque disfruto de su presencia, juego, amo, rasco, abrazo, beso… de vez en cuando esa sombra surge. Y tengo miedo.
Pero entonces la miro. O lo miro. Y aún siguen ahí.
La grandísima Melisa Tuya me dijo hace un tiempo que a esa pérdida ella la llama «el peaje». Me parece un nombre muy acertado, y es un peaje que puede salir muy caro, pero a mí me gusta pensar que es como la vida misma.
En Annie Hall, el personaje de Woody Allen dice al inicio:
«Hay un viejo chiste: dos mujeres mayores están en un hotel de alta montaña y una comenta, «¡Vaya, aquí la comida es realmente terrible!», y contesta la otra: «¡Y además las raciones son muy pequeñas!». Pues básicamente así es como me parece la vida, llena de soledad, histeria, sufrimiento, tristeza y, sin embargo, se acaba demasiado deprisa».
¡Qué fácil es de aplicar algo similar a nuestra vida con perros. 🙂
¡Un abrazo!
Precioso relato Javier, creo que expresa el sentir de todos los que amamos a nuestros caninos. Quizás decir que ellos son «el mejor amigo del hombre» suene demasiado cliché pero es que sin duda prefiero los amigos de cuatro patas que a los de dos 😛
Gracias, Janna.
¡Yo también creo que son el mejor amigo del hombre! 🙂 El otro día, en algún sitio leía: «Si recoges a un perro que anda muerto de hambre, lo alimentas y no te morderá. Esta es la diferencia más importante entre un perro y un hombre». ¡Dice TANTO esa cita! 😉
Gracias por comentar.
X un momento vino a mi memoria ..los ojos de mi perra Morita .. cuando fue operada de un tumor de mamas .. fue un mes con ese terrible nudo en el estomago ..soportar a su lado las quimios .. abrazarla fuerte .. dormir a su lado .. hablarle bajito ..para q no tenga miedo .. hacerle saber q estaba ahi .. asi hasta su ultima noche juntas dormir abrazada a su cuerpito dolorido ..saber q se estaba entregando .. y yo tal vez egoista ..decia no me dejes ..no te vayas ..ella me miraba y comprendi q debia acompañarla ..q debia transitar con ella su camino hacia el arco iris ..y asi lo hice hasta q se apago despacito .. tranquila ..cuidada ..contenida escuchandome decirle q la amaba .. q nunca la olvidaria .. hace 2 años y aun sigue en mi corazon y su lugar en mi recuerdo aun me hace llorar … estos hijos nuestros .. dejan huellas .. son hermosos .. soy proteccionista … y amo a mis hijos ..los callejeros q dia a dia .. cruzo ..
me encanto tu pag ..
Hola, Rosario:
Jamás se les olvida. 🙂 Gracias por compartir tu historia y por comentar.
Un abrazo fuerte.
Yo tuve que dormir a mi Napo, mi salchicha de 17 años, es la desición más difícil y dolorosa que me ha tocado en la vida, pero sus ojitos me decían que ya no podía más, pasé esos ultimos dias dandole gusto en todo lo que le provocara comer, durmiendo abrazada a él, y llorando a mares de saber dia y hora para el ultimo adios, y así llegó el día, estuve con él hasta que cerró sus ojitos y se fué haciendo lo que mas le gustaba hacer, besuquear a su mamá. Tengo 5 hijos peludos más , todos rescatados, y 2 de ellos ya ancianos , solo de pensar en que en un tiempo no muy lejano tendré que decirles adios se me encoje el corazón ante lo inevitable…..
¡Hola, Silvia! Lo siento, que no he podido responderte antes. Siempre da muchísima pena cuando un miembro de la familia muere (y ellos también lo son), pero qué bien sienta saber que se ha hecho todo por ellos. 🙂