Entré en el bar de la esquina intentando rehuir acusaciones de un lado y del otro. Populismos, socialismos o independentismos habían empezado a sonarme como llegados del mismo dial, y creí que una cerveza y una conversación amena con un alma distante serían el remedio perfecto, como bien señalaban las series norteamericanas.
A los pocos minutos, alcancé la terraza de uno de los miles de bares con rótulo bilingüe y tres generaciones de cualquier familia china tras la barra. No era cualquiera, eso sí, sino aquel que sentía más cercano de todos los que se despliegan por todo el Ensanche barcelonés.
Agarré el periódico, ya manoseado, y descubrí al pasar de hojas algunas de las muchas declaraciones más que reiteraban lo mismo. Ensimismado, seguí leyendo, una y otra vez los mismos titulares, sin atreverme a ahondar en temas que seguían repitiéndose, y repitiéndose en los medios.
De improviso, ocurrió algo que solo la palabra escrita puede acoger: una de las chicas se detuvo a descansar por unos minutos, prendió un cigarrillo y se sentó frente a mí, preocupada. Yo, extrañado, la miré, e inspirado por tonalidades propias de novela negra me vi obligado a dejar pasar algunos minutos en silencio.
No tardé en explicarle todo lo que me preocupada sobre la próxima Diada y el cercano 27-S. No era una inquietud fruto del miedo, aunque sé que este país es capaz de abatirse de extremo a extremo. Más bien se trataba de ese malestar que sube desde el estómago y suele indicar que, muy probablemente, hubiese podido salir todo mejor.
—¿Tú qué sientes? —preguntó ella. Sigue leyendo «Filosofía de bar»