Et tu quoque, Brute, fili mi!

Dickens nunca más volvió a caminar. De su historia podían haber hecho un triste relato brevísimo, como aquel For sale: baby shoes, never wornpero decidieron pelear con uñas y dientes por darle una segunda oportunidad.

El milagro fue cosa de Let’s Adopt. Expertos en reírse de lo imposible, en convertir una historia en leyenda; en salvar a quienes se han ahogado en la maldad de terceros… Dickens fue un milagro; otro más. Y los milagros necesitan de finales felices para sus propias historias.

Dickens tuvo su propio final feliz: nunca volvió a caminar con sus patas traseras, pero encontró una isla mágica, que un día también me acogió a mí, de momentos felices, de instantes de eternidad, cimentada en verde y limitada en azul, que le ofrecía atenciones, cariño, sonrisas y amistad. Así son las historias para estos perros, llenas de color y de vida; o así deberían ser por siempre, repletas de intentos con los que tratar de borrar una parte de todo el negro que vivieron antes.

Dickens (Let's Adopt Spain)

Cuando Julio César fue asesinado en el propio senado —lo que constituía un sacrilegio a ojos de los dioses y del derecho romano—, allí se habían citado algunos de sus hombres de confianza, como Bruto y Casio, y antiguos lugartenientes en el campo de batalla, como Trebonio y Décimo Bruto, que traicionaron la confianza de su líder. Pero quizá César, que había esquivado cientos de acometidas en el campo de batalla, había buscado con su autocracia alguno de esos puñales en Roma.

Dickens, por el contrario, solo es un perro; un perro con parálisis trasera, que ni forjó una leyenda en vida ni se convirtió en una, que tuvo su tiempo de tristeza, y se recuperó una segunda vez, y que solo quería lo que consiguió: una familia, una mano amiga que le ayudase a moverse con su silla, y un hogar de caricias generosas.

No sé si por un tiempo lo tuvo. Pero cuando la avalancha mediática pasó, cuando el trabajo y la rutina superaron a las ganas y al esfuerzo, cuando surgieron otras preocupaciones, el amor que Dickens podía darles —a ellos, a su familia, a su hija— no pudo competir; entonces, una excusa cualquiera valió: el tiempo, el dinero, los cuidados, un cáncer en la familia… Demostrando que, en este país, no puedes dar margaritas a los cerdos —pobres cerdos, y pobrísima comparación, disculpadme—, que falta sensibilidad, y comprensión, y no se entiende que un perro no es un objeto, que no es un juguete, que es parte de la familia, y que te necesita.

Antes o después, la historia de Dickens terminará bien. Encontrará un verdadero hogar, una mano amiga, un apoyo: una familia. Por quien siento verdadera tristeza no es por el perro, que ha demostrado su fortaleza una y mil veces, sino por quienes han renunciado a él, por esa pareja cobarde que no ha querido luchar, y que tendrá que aprender a vivir con ello, y por la niña, en quien han sembrado una horrible lección que, antes o después, germinará.


Podéis seguir la historia de Dickens (y ayudarle) a través de este enlace al Facebook de Let’s Adopt España. Recordad que también tienen web.

La extraordinaria historia de Ava

Hoy, encontré en una estantería un libro titulado The Strange and Beautiful Sorrows of Ava Lavender, y me acordé de Ava, pero de otra Ava. Me acordé de la Ava sevillana, la de cuatro patas, la valiente Ava que vivió dos años cargando con una infección enorme; con una infección que resultó ser un cáncer. Un cáncer que la alejó de aquellos que nunca la sintieron cerca, y en ningún caso la merecían; pero que la alejó tarde; llegamos tarde; por una vez, escapó el milagro.

Fue esta misma semana, no hace aún siete días que los voluntarios y el equipo veterinario que la rescataron quedaron destrozados; miles y miles, y millones de personas que se volcaron en salvar a esa perra que no podía soportar más enfermedad, supieron la mañana del domingo que, esta vez, no habría final feliz.

Ava (Let's Adopt Spain)

Se fue. Pero se fue rodeada de gente que no veía más que futuro y perdón en su rostro desfigurado, y asistía como testigo de una única deformación llegada desde el sur del país, pero que en ningún caso surgía del hocico de Ava, sino del negro —negrísimo— corazón de sus antiguos dueños, que no familia.

Hoy, con las lágrimas ya secas de una tragedia que conforma parte de nuestra identidad nacional, solo hay tres cosas por las que luchar bajo la estela de esa perra que marchó de San Juan de Aznalfarache a la eternidad: la verdadera Ley de Protección Animal que nuestros compañeros necesitan y merecen, el recuerdo de ese animal que encontró tarde una familia más numerosa de lo que nunca habría imaginado y un castigo ejemplar, un castigo tan fiero, inflexible y tenaz como el maltrato sistemático y cobarde que Ava sufrió.

Hasta siempre, Ava.

Mientras se nos recuerda, seguimos vivos.

Tú, querida amiga, vivirás para siempre.

Esas son las palabras con las que te despidieron. No las hay mejores.


Podéis saber más de la historia de Ava en este enlace y en la página de Facebook de Let's Adopt Spain.