Ana Frank iba a la playa

Los lunes me cuesta un poco más arrancar, como a todos. Así que, con el café con leche (de mentira) entre las zarpas, siempre pierdo los diez minutos de rigor: si tengo que empezar a trabajar a las ocho, pues échale a las ocho y diez; ¿y si ese día me he levantado una hora más tarde?, ¿o cuando llevo durmiendo veintitrés horas seguidas?, da igual, los diez minutos de rigor. En esos seiscientos segundillos, que tampoco es tanto oye, hago lo mismo que la mayoría de los mortales: me cago en mi pobreza, miro el Facebook y, como mucho, ojeo el cuerpo de alguna noticia en diagonal.

Anna-Margot-Frank
Anne y Margot Frank en una playa durante el verano de 1930.

Ayer, en el transcurso de esta rutina, me encontré con un clickbait de esos con título, por decir algo: Fotografías desconcertantes e históricas que te dejarán sin palabras. Ahí es nada. Desconcertantes e históricas, ¿eh? No desconcertantes porque algo había que poner, que es muy distinto. No se trata de un titular pensado a salto de mata, y tira que te vas; no, no, de eso nada. Periodismo del bueno, que conste, con las palabras primas hermanas a las de la película del domingo por la tarde: «Basada en hechos reales». Te cagas. Pues ahí me tienes a mí, mojando galletas Dinosaurio en el café, como todo el mundo (que se considere de fiar), y la primera foto: Anne y Margot Frank en la playa (década de 1930). 

Dejo el café a un lado, y me miro las fotos con calma. En su mayoría son fotos antiguas: de Lincoln a Lennon; una tubería de la presa Hoover durante su construcción y arte robado a los nazis; de Hitler practicando sus dotes de oratoria frente a un espejo a un francés encendiéndole un puro a Churchill. Pero es cierto, pese al horrible título que le han plantado: desconciertan, y lo hacen, simplemente, porque leemos el pasado de dos formas: un modo simple, sencillo, fácil de comprender, en el que Stalin era un cabronazo, igual que Hitler, y Churchill tenía un par de cojones, y era de los buenos, como Einsenhower; pero, sobre todo, como pasado, es decir, como ausencia de presente. Esas fotografías en blanco y negro lo muestran bien: ¡hostia, parecen hasta personas!, te grita el subconsciente. ¡Menudos errores cometieron! Suerte que ahora esto ya no pasa. Pero ahí hay algo que no encaja en realidad.

Cojo el café de nuevo, se me pasa la hora, mojo rápido cuatro galletas y termino de desayunar, así que no tengo tiempo para seguir dándole vueltas a esto. Se me ilumina la bombilla mientras dejo los restos del desayuno en la cocina: ¿será que Ana Frank iba a la playa antes de no ser más que otra judía muerta en Auschwitz?, ¿será que sí que era gente como nosotros —Ana Frank, Elvis, Churchill, Lennon, Hitler—, que hacían bobadas, acertaban y se equivocaban? Será que no queremos ser conscientes de que las víctimas y los verdugos eran exactamente iguales a nosotros, y que ocurrió hace mucho menos tiempo del que esas imágenes, algunas oscurecidas a traición, quieren hacernos creer. Y es que la gente fue gente antes de ser historia, pero se nos olvida.

Quedaste en el pasado

Como algunos malos vicios y ciertas actitudes que no llevaban a nada, hay muchas personas que quedaron en mi pasado. Hoy, desayunando en la terraza, empieza a chispear; ¡justo el día en el que me decido a zamparme cuatro galletas y un café fuera!, y de eso va esta historia: de cómo extiendo la sombrilla, me vuelvo a sentar en una silla y sigo tecleando, hacia delante, sin dejar que el mundo me toque los cojones más de la cuenta.

Bueno, no bien bien. En realidad, la mejor definición que se me ocurre es no dejar que aquello que murió en el pasado, vuelva a tu presente sin una buena razón, que esas personas que decidieron, motu proprio, desaparecer de tu vida —a veces, y sin necesidad de entrecruzar palabras, de mutuo acuerdo— no aparezcan diez o quince años más tarde; no decidan que su sitio no solo es Facebook, que a algunos ya nos parece demasiado y, de vez en cuando, no nos tiembla la mano al empezar a eliminar contactos antiguos, sino también la vida real, tu día a día, en pos de una cruzada por recuperar un contacto que a saber cuándo perdisteis y que el tiempo siempre idealiza más de lo necesario.

Javier Ruiz (joven) con Laura

A menudo, ni tan siquiera es cosa de ellos o de ellas, sino de amigos o antiguos compañeros y compañeras que no tienen nada mejor que hacer que preparar un reencuentro de esos que no tarda en convertirse en poco más que una competición de egos; tampoco tus amigos (o amigas) te hacen ningún favor, redescubriéndote una ex novia o un amigo que ya no reconocerás en la persona que tienes delante; incluso puede darse el caso de que sea ese mismo ser quien decida tratar de redescubrir aquello que fuisteis y quiere recuperarlo por unos instantes. A menudo, por no decir muy pocas vecesni tan siquiera tendrá que ver contigo, sino con un instante concreto de su propia vida: los últimos años en el instituto, esa primera época de locura universitaria, o cuando su mayor preocupación era en qué bar caer el fin de semana.

A todos nos cuesta demasiado dejar pasar las cosas que ya no forman parte de nuestra vida, como si no pudiésemos soportar no conocer todos los detalles de aquellos que se cruzaron en nuestro camino; nos cuesta mucho vivir el presente, concentrarnos en lo bueno que tenemos ahora, en no aspirar siempre a todo, en dejar el pasado en el pasado. Pues ahí va mi propio dogma: que aquellos que se convirtieron en verdaderos desconocidos tengan un hijo, no es tan importante; que terminaseis la carrera hace diez años y os reunáis no es tan importante, que no te sigas viendo con tus amigos del colegio (en todo esto, me considero una persona realmente afortunada y tengo que decíroslo) no es tan importante; así que hazlo. Si te invitan y te apetece, hazlo, ese es mi consejo; pero deja el pasado en el pasado, que por algo siempre ha estado allí.