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Yo, de geopolítica, poca cosa. Además, aun yendo a contracorriente (época de virólogos, vulcanólogos y estrategas militares de CCC, ya sabes), no me va eso de hablar de lo que no sé. Supongo que los estadounidenses no son la panacea, ni los israelís, ni nosotros; pero si un fulano me suelta una hostia en la cara, yo no desvío la atención al otro fulano que va soltando hostias en la cara a los vecinos, que es un poco lo que está pasando con los anti(norte)americanos. Quizá no son prorusos, no sé, pero el anti(norte)americanismo les puede.
Quizá las grandes superpotencias no sean hermanitas de la caridad, cada uno tendrá sus ideales y sus planes a lo Dr. Maligno, si me apuras, pero no todos son Putin ni Kim Jong-un. Aquí lo tengo claro: el ideal de una persona jamás debería suponer la muerte de otra. Hoy, es el caso de Rusia, pero ha sido el caso de muchos a lo largo de la historia de la humanidad.
Nosotros (los ciudadanos), ante este tipo de situaciones, nos sentimos pequeños, desconectados, extras de una película que lloran, gritan y corren asustados. Bueno, casi siempre es así, por desgracia. Por eso, quizá muchos ucranianos han cogido las armas para matarse con otros hombres y mujeres que preferirían no estar invadiendo un país extranjero.
Es el drama de la raza humana, ¿no? Si no nos matamos nosotros, hemos conseguido que nos mate el planeta y, si algo demostró el Covid, es que aquello que decían en El Señor de los Anillos con otras palabras —cuando hay oscuridad, es bonito pensar en un nuevo día—, está bien, pero, a veces, es una sarta de chorradas, porque ni hemos salido mejores ni estamos aprendiendo un carajo. Si acaso, sobrevivimos mejor cada día que pasa.
Publicado originalmente en Instagram el 14 de marzo de 2022.