Los gastos hormiga son nuestras vacaciones

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¡Felices fiestas! He sacado un rato de las vacaciones para hablar sobre los gastos hormiga, la brecha salarial y generacional y cómo la resiliencia se ha convertido en la única opción para seguir creciendo en un mundo donde vivir y sobrevivir se tocan más de lo que deberían.

Hay un discurso muy manido y rancio sobre la importancia del ahorro y del esfuerzo. Dice así: esforzarse es básico para conseguir lo que uno quiere.

Vale, te lo compro.

La putada es que (el discurso) está muy manido y es muy rancio porque es una de esas medias verdades. No lo fue siempre, pero, hoy, no es más que retrotraerse al pasado: es lo contrario a un acto de presentismo, diría yo. Para la mayoría, esforzarse es una obligación para la propia supervivencia diaria, y nada más.

Mientras nuestros padres y abuelos podían pagar alquileres y, a la vez, ahorrar de sus sueldos para una casa, un coche, unas vacaciones… y, años después, una segunda residencia, buenos colegios para los críos, etcétera, aquí nos encontramos con que, aunque tengamos la suerte de haber construido una vida de retazos, solo podemos mirar embobados los huecos de la escalera (social) que tenemos frente a la napia.

Hablo de compartir un piso entre cinco, de comprarse un coche de quinta mano (por obligación, sino no seas idiota: no lo hagas), de no poder tener hijos más que como deporte de riesgo, y de (casi) responsabilizarse económicamente de un animal por los pelos… Al final, lo que tenemos son los gastos hormiga.

Los gastos hormiga son nuestras vacaciones; son los gastos que nos dicen los expertos que evitan o imposibilitan el ahorro, porque el dinero no se escapa en alquileres desproporcionados, ni en la luz, el agua o la gasolina, se va en las cervezas que te tomas con los amigos después del trabajo, en el detalle para la novia o el novio o en ese videojuego que te hace tanta ilusión y te compras cuando has cobrado.

Falta entender que la mentalidad se ha desplazado al presente por una buena razón: la incertidumbre —en la calle, en la prensa, en tu casa— no trae buenos augurios y, además, nos encontramos con que los gastos hormiga son lo único a lo que podemos aferrarnos en una sociedad, en una cultura y en una época en la que ser mileurista es lo habitual para la gente en edad de trabajar. Está también el tema de que a los jóvenes se la sopla todo, pero, con el panorama aquí descrito, ¿eso es un acto de egoísmo o de resiliencia? No sé, dale dos vueltas.

Publicado en Instagram el 16 de abril de 2022.

Quitar el pie del acelerador

Para un auténtico escritor, cada libro debería ser un nuevo comienzo en el que él intenta algo que está más allá de su alcance.

Ernest Hemingway (1899-1961)

Por ahora, he acabado. Mañana viajo a París, y quién recuerda cuántos días desaparezco. Yo no. Para esta semana, solo restaba un artículo, una última bala en la recámara, con aromas a literatura, y, por ende, no me preocupa, porque se mantendrá vigente a mi vuelta.

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Fotograma de un episodio de la webserie Malviviendo.

Por ahora, terminé con las presentaciones del libro: una en Casa del Libro de Paseo de Gracia; otra en la feria de EcoReus (Tarragona). En la primera, no funcionó el sonido; en la segunda, tampoco la imagen. Ley de Murphy, supongo; algo tenía que pasar, y a mí me pasó casi todo. También estuve a punto de comerme a una decena de coches que habían perdido el control en la autopista por el granizo. Al final, el vehículo respondió, más o menos, y pude clavar el freno de mano antes de volver al taller por tercera vez este año: ¡mi suerte sigue intacta!

Ya en escena, me supo fatal por La Caja de Pandora (esta no; esta tampoco; sino esta), que no solo tuvo que lidiar con mi inexperiencia, sino con un discurso fragmentado por falta de medios del que, en esta segunda presentación, me recompuse como pude. Allí encontré un público entregado e informado, que tenía ganas de contrastar opiniones, de ofrecer su punto de vista y de generar un debate sano, y fueron ellos quienes, esta vez, me salvaron.

Ahora, queda descansar unos días; terminar de devorar el magnífico Homo Deus de Yuval Noah Harari, que, desde aquí os recomiendo, y también su primer libro, Sapiens, y un par de novelas que tengo pendientes —entre ellas, una de las últimas tramas del Wilt de Tom Sharpe—, decidir hacia dónde prosigo y cómo lo hago; recordarme, de nuevo, que es básico, que es necesario, pero que no quiero ser un capullo egocéntrico que no sabe hablar más que de su propio trabajo, y seguir contrastando esos argumentos que me han traído hasta aquí.

Wilt no se aclara (Sharpe)No puedo quitarme de la cabeza la sensación de que todo se ha acelerado, y eso que hace un buen rato que no tengo el pie en el pedal. Quizá, por eso, ahora sí que desaparezco unos días; para disfrutar realmente del viaje, y no, no hablo del viaje a Francia con el que comenzaba esta entrada tan breve como anómala.

Quiero tener el borrador de la novela terminado a final de año: solo me queda un mes. Vinculada a esta, os haré lo que yo considero un regalo, y, para mí, también una liberación; vosotros ya diréis sí es un detalle o una putada. De lo único que estoy seguro —eso que tengo verdaderamente claro— es que no quiero centrarme más de la cuenta en promociones, presentaciones ni todos estos rollos (que os agradezco hasta el infinito, y más allá): quiero seguir haciendo las cosas como me han funcionado, y escribir; seguir escribiendo; trabajando; creando mundos; jamás caer en el tópico de ese tipo que junta letras una vez y, tarde o temprano, se olvida de cómo lo hizo.


De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)Para los lectores de De cómo los animales viven y mueren:

Ante todo, gracias. ¡Estos meses están siendo de locura, pero también de muchas alegrías por todo el apoyo!

En segundo lugar, siento ser un capullo egocéntrico, pero sería genial que pudieseis enviar una valoración o escribir una reseña en alguno de los principales portales de compra donde se puede conseguir el libro. Por orden de relevancia (que me saco yo de la patilla), serían: