En 2018, Woody & Woody ganó el Goya al Mejor cortometraje de animación. Me llamó la atención desde el minuto cero, pero (tócate los cojones, ¡qué tío raro que soy!) no fue hasta este año que lo vi en Filmín —pedazo de catálogo se están haciendo en la plataforma, por cierto—.
El corto es el perfecto homenaje a un director, actor y humorista de trayectoria profesional envidiable (y he dicho profesional, para evitar líos); como curiosidad, además, se grabó con actores reales y, después, se le dio la vuelta a la propuesta a base de efectos de animación: no sé, a mí me hizo gracia, por eso te lo cuento. ¡Ah!, y ¡Joan Pera! Porque es normal que no quisieran hacerlo sin Joan Pera.
Woody & Woody (Jaume Carrió, 2017)
Woody & Woody encara a la figura (pública) del cineasta adulto (treinta y muchos, cuarentón; no recuerdo) con la del anciano. Un concepto surgido, probablemente, de esa típica idea del «¡ay! lo que hubiera hecho entonces con lo que sé ahora». ¿Y qué hace el metraje? Pues traslada y encaja la idea en el mundo interior del neoyorquino. Así, en forma de diálogo imposible, aparecen los grandes temas de su obra: amor, muerte, sexo, religión, neurosis, Nueva York.
Pulsión de vida y pulsión de muerte
Por un lado, Jaume Carrió, el director, sabía que una historia así, por bien contada que esté, no da para un largo; por el otro, doce minutos se hacen cortos para todo lo que te aporta esta sucesión de frases mordaces, tristezas, medias sonrisas y nihilismo que podía ocurrir en cualquier bar del Upper East Side. No son los gags, que denotan que el guion lo ha escrito una seguidora acérrima de Allen (Laura Gost), ni el ambiente, ni la música, es todo eso, y también lo bien que están encajadas las dos perspectivas en el producto —la del joven Woody y la del viejo Woody. Dos formas de ver el mundo que conocemos por las películas: el viejo W mira la vida con más calma —por lo menos, de una forma más pausada, o con la resignación de las últimas décadas—; el joven W es más neurótico, sexual: enfrascado aún en las pulsiones y en Freud.
El universo Woody
Si te gusta como empieza Annie Hall (1977) o los pseudo-monólogos en los que Allen utilizó a Jasson Bigs o Scarlet Johanson, te gustará Woody & Woody. El corto es un ejercicio que, de algún modo, ha hecho mil veces el norteamericano: de primeras, me vienen a la cabeza, Todo lo demás (2003), Desmontando a Harry (1997), Maridos y mujeres (1993) o La última noche de Boris Grushenko (1975). En este caso, se hace desde una visión externa, de acuerdo, pero con un Carrió y un resto del equipo que saben encajar bien a Woody en el propio universo Woody. Esto parece una gilipollez; puede que dicho así, sea una gilipollez; y, aun así, es muy, muy complicado de conseguir.
La realidad es que ni él ni nadie puede enfrentar lo que fue, ni lo que será. Los personajes se preguntan: ¿Qué es esto?, ¿un sueño? Y el joven tiene claro que no soñaría con un viejo con prostatitis; y el anciano, a su vez, sabe que no quiere perder los años que le quedan pensando (demasiado) en lo que hizo y dejó de hacer. Aunque nadie diga nada, los personajes se saben personajes y cierran esa suerte de ejercicio narrativo conscientes de ello. El espectador disfruta de algo que es cine, y recuerda a cine, pero también es la esencia de ser humano. ¿Y qué es ser humano? Ni puñetera idea. Me voy a aventurar a decir que conversar con la pequeña historia, la propia, y la gran historia, la de todos.
La gracia es que Woody, igual que otras estrellas, también es un poco historia de todos.