Hoy no es 1936

La campaña del ¡votad, coño! fue un éxito: depositaron sus papeletas un 75,7 % de los ciudadanos, y eso que los españoles que viven fuera de las fronteras han de pasar por toda una odisea de libro para ejercer este derecho. No se había votado tanto desde 1982 con Felipe González y, entonces, se tenía mono de democracia y de felipismo. Vamos, unos resultados para llevarse las manos a la cabeza, la hostia. Confieso, sin embargo, que, esta vez, España me ha sorprendido para bien: voté a primera hora y me escapé del colegio electoral con una sensación agridulce, luchando por creer que sí, que estas elecciones tenía que ganarlas el bloque de centro-izquierda, pero con las predicciones del politólogo Francisco Carrera en mente. Nadie más le daba tantos escaños a VOX (setenta, en concreto), ¿y qué? El tal Carrera la había clavado en los comicios andaluces. Así que, a riesgo de no encontrar el modo de hacer un Madonna en la era Trump (o de romper mi palabra como hicieron Barbra Streisand o Bryan Cranston), juré y perjuré que, si lo de VOX iba en serio, me largaba lo más lejos posible.

Si se pasan los derechos de mujeres, inmigrantes, ateos o LGTBI+ por el forro de… las escopetas, ¿qué iba a hacer Abascal con la Warner Bros? Almas de cántaro… Esto lo cuenta mejor Facu Díaz en Lait Motiv.

Siento ser tan gráfico, pero el domingo no me cabía un alfiler en el ojete. Y creo que no era el único, ¿verdad? No por el hecho de que, en España, haya señores de derechas, que sigue habiéndolos hoy, y muchos: ahí siguen sin orden alguno en lo que a fachosidad se refiere el Partido Popular, Ciudadanos y VOX, sino porque, pese a que el CIS a menudo tiene tanta credibilidad como Sanchez Dragó, la victoria de la derecha era posible. Por suerte (agrega tú mismo un emoji de esas de gotilla de sudor por el cogote), los peores presagios no se han confirmado: el primero no ha sabido retener al centro ni a la derecha; el segundo es, con probabilidad, la futura oposición, aunque Rivera ya se trae esta idea al presente y, del tercero en discordia y sus votantes, ¿qué voy a decir? Es bueno que 2.671.173 se hayan quitado la máscara, pero ¡qué cantidad de odio!

Según El Mundo, Ciudadanos y VOX están devorando a los populares en un ejercicio inverso al de Saturno y sus hijos: los primeros le rascaron 1,6 millones; los otros, 1,4. Igual que nos ha ocurrido con Juego de Tronos, de lo que tanto le gusta hablar a Pablo Iglesias hasta en elecciones, después de la batalla —y con menos bajas de las que esperábamos, ¡toma medio spoiler que no te esperabas, que ya es jueves!—, ahora (la mayoría) respiramos algo más tranquilos, aunque confieso que dudé hasta las once de la noche, dudé mucho. Actualizaba la prensa digital cada pocos minutos, preguntándome: ¿Quizá no hay tantos señores ni tantas señoras de izquierdas? ¿Y qué coño hacemos si a las derechas les caen escaños suficientes para pactar? ¿¡Y Cataluña, es que nadie piensa en Cataluña?! Hoy, con menos ácido en el estómago, sigo pensando que no hay tanta gente de izquierdas, que el domingo 28 ganó el miedo (el miedo a volver al pasado, a caer vencidos frente a un futuro más incierto de lo que este ya suele ser; el miedo a la extrema derecha: algo bueno debía tener el guardar todos esos fantasmas en el fondo de un cajón). También ganó el discurso centrista de Pedro Sanchez, al que que ni un Podemos desmembrado desde el interior ni un Cancerbero de derechas pudieron hacer frente (lo del «trifachito» no me gusta, parece de viñeta de Mortadelo y Filemón y, aunque le quita hierro al asunto, que mola, hace otra cosa que no mola nada: subestimar al enemigo).

¡El GAYSPER NO! ¡Todo menos el Gaysper!

Hoy, es lunes escribía el 27 de junio de 2016 ante una mayoría de votantes que habían dado el control del país a un Mariano Rajoy que nunca pareció un tipo peligroso, si acaso bobo, lo que lo hacía todavía más peligroso. Fuese porque era demasiado tonto para plantar cara a los mercados financieros (que, de nuevo, alargan sus tentáculos ante el secretario general del PSOE), fuese porque le salía demasiado bien eso de hacerse el tonto. No escuches a tus electores, le dicen ahora a Sánchez; forja una alianza con Ciudadanos; a Unidas Podemos le das un par de bocatas de queso y un ministerio menor. Por suerte, este lunes no fue tan duro, ni se hace tan difícil soñar hoy como lo ha sido estos años: cuando toca ser positivo, toca ser positivo, ¿o no? No quita esto que la extrema derecha vuelva al Congreso con otro nombre (siempre ha estado allí), que PACMA siga fuera por una injusta Ley d’Hondt y que ERC siga siendo despreciada, con políticos presos con escaños en el Congreso (Junqueras, Sànchez, Turull y Rull) y en el Senado (Raül Romeva) y una situación enquistada que algunos piensan que podría arreglar el federalismo de estado y otros creen que ya no la arregla ni dios. En fin, parafraseándome a mi «yo» pasado diré que sigue siendo bueno recordar que nada es imposible, ni gobernando el Partido Popular ni gobernando el PSOE. Después de mucho tiempo, quizá podemos empezar a creer que nuestra democracia saldrá reforzada de estas, pero es que, para la mayoría, los que somos demócratas, no hay otra: quizá con VOX esto no pasaría: no habría necesidad de que la democracia se superase a sí misma, porque como dice el meme aquel de Kayode Ewumi (el señor negro que piensa mucho): si no hay democracia, no hay por qué preocuparse de que funcione, ¿o no? Por ahora, respiremos tranquilos: el fascismo crece en España, y en todos lados, pero no se impone. Hoy, es jueves, pero no es 1936.

Hijos de la ira

No hace mucho que Netflix ha adquirido los derechos de algunas temporadas de Salvados. Están… algunos capítulos, según recuerdo, pero no todos, y tampoco por orden. Quizá Netflix ha escogido a la carta, y los últimos episodios se los sigue reservando Atres Media, supongo. Pero no importa: de los que yo vengo a hablar hoy sí están ahí, y no me los había visto hasta hace un par de semanas: se trata de un doble episodio soberbio, y acojonante en todos los sentidos, que conecta la victoria de Donald Trump en EEUU con el auge del Frente Nacional —hoy, Agrupación Nacional— en Francia. Se títula Hijos de la ira, y empieza con dos realidades que solo se entienden juntas: americanos y franceses de clase media que votan por las nuevas propuestas, por los nuevos partidos, y la voz en off del actual presidente de los Estados Unidos de América prometiendo una nueva era dorada para el estado de Michigan y la ciudad de Detroit.

Hoy, tras el triunfo de VOX en las elecciones andaluzas de 2018, me ha dado por hacer un resumen; a ver si a vosotros os da por echarle un ojo al episodio, que vale la pena.

La depresión que solo entiende en el Medio Oeste

Empezamos con un Detroit en decadencia. Al lugar se le conoce como el Rust Belt: el Cinturón del Óxido. Ruinas dentro de una ciudad que fue motor económico, restos de antiguas fábricas de automóviles que ya nadie recuerda, fábricas que daban trabajo a un millón de norteamericanos. Detroit fue la cuarta ciudad de los EEUU en número de habitantes: hoy, la decimoctava. ¿Las razones? Son muchas: las energías renovables, el uso de robots, la competencia internacional, el NAFTA y el consecuente traslado del negocio a México…

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¿Y qué ocurre en Michigan? En Michigan, los habitantes no saben contra quién arrojar su furia tras esta depresión que solo se entiende en el Medio Oeste americano: tasas de paro de casi el 50 % y un índice de población que ha descendido hasta cifras previas a los felices años veinte a medida que la industria echaba el cierre. Ni Chrysler, ni Buick; ni Chevrolet, Dodge, RAM, GMC… Las fábricas de automóviles ya no dan el trabajo que daban, y poco puede hacer Trump hoy frente a esta realidad: los michiguenses se quejan de que se cachondean de ellos: les llaman los flyover states —los estados del sobrevuelo—, pues muchos estadounidenses no ven nada interesante en el centro del país, y solo viajan de costa a costa. Pero aquí es donde mejor se puede rastrear ese cambio de paradigma; aquí está el secreto mejor guardado de la nueva política; aquí es donde uno ve por qué Trump venció, por qué a Trump se le perdonan muchas cosas. Si el presidente miente, dice uno de sus votantes, lo hace por no estar bien informado. A esto hemos llegado: preferimos un gobernante impulsivo e idiota a volver a confiar en aquellos  que hemos tenido hasta hoy.

No es bueno: en todo caso, es alarmante, e inquieta; igual que inquietan los discursos racistas contra los inmigrantes en Francia, la omisión del electorado norteamericano de proyectos de sanidad asequible como el Obamacare, y, sobre todo, la falta de alternativas frente a propuestas que, en realidad, no son propuestas, sino populismo disfrazado. Es el conflicto de la clase media con la pobreza —el empobrecimiento actual, y la futura pérdida de clase social— y con aquellos que han permitido que se llegue hasta aquí. En cierto modo, es el principio del fin de las grandes potencias occidentales, y, sobre todo, es la necesaria resistencia frente a este fenómeno.

¿Cuál es el contratiempo aquí? Porque hay uno, y muy gordo. Y es que no hay enemigo a batir; no hay aliado real ni enemigo a batir. La mejor prueba la tenemos en eslóganes como el Make America Great Again! (Haz América grande otra vez!) o el Au Nom Du Peuple (En nombre del pueblo)países divididos que buscan una idea vacía que puedan llenar de su propio significado; personas asustadas por no saber cómo mantener su estilo de vida, por no saber cómo conseguir que sus hijos tengan la oportunidad de una vida mejor; personas que siguen buscando el modo de no sumar más y más dificultades a un futuro de por sí incierto.

El mismo votante de Trump del que hablaba antes: un jubilado al que Évole entrevistaba en un bar de Detroit, decía: no queremos que el star system de Hollywood nos diga a quién votar; no queremos que nos digan que somos de derechas por apoyar a un candidato; ven aquí y ponte en mi lugar. Hijos de la ira va de eso; es la desconfianza en los medios tradicionales, aquello que explica el salto a la nueva política, a las fake news, a los nuevos medios de difusión. No es la victoria de Trump o de Le Pen, sino la materialización de esa distancia entre los viejos partidos y el pueblo; entre los nuevos políticos —o reciclados, en muchos casos— y la lección aprendida: el autócrata que conecta con el votante mediante el precio del café. Por eso, que un fulano diga que él y un actor de cine tienen distintos problemas, no nos sorprende, pero quizá sí esta otra frase lapidaria con la que acaba su testimonio:

No creo que hayamos sido abandonados por ellos. Sí hemos sido ignorados, pero ha sido así en todo el país.

Puede que la historia no se repita, pero rima: Évole consigue en Salvados algo que vale mucho la pena: explicar por qué todo dios —a excepción de una minoría en el sur de Europa— se dirigió desde el principio hacia la derecha, porque todo dios cree ya que la derecha —la extrema derecha, en muchos casos— es esa tercera vía: y quizá aquí también, eventualmente, ¿o no? Acaba 2018, y ahí están, más presentes que nunca: Ciudadanos, y VOX.

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Nacidos en un mundo de reglas inquebrantables, parece ser que  la vieja clase obrera no ha conseguido hacer acopio del estoicismo y el todo es relativo que la crisis de 2008 obligó a tragarse a los miembros de la generación Y. Los milennials, que nunca han (hemos) podido conseguir lo que tenían sus padres ni con el mismo esfuerzo, saben cuáles son las reglas del juego: se las cambiaron a mitad de la partida, es cierto, pero conservaban la flexibilidad que sus padres y abuelos ya no tienen. A estos últimos, se les suma el miedo al que pasará, el ser políticamente incorrectos, la tendencia a esconder los problemas bajo la alfombra, a elegir el discurso útil, el camino corto… No todos, claro que no: generalizar es una cagada total, pero el votante de VOX son cuarentones y cincuentonas de derechas, lo dicen las encuestas. Lo mismo ocurre en los EEUU, en Francia, y en Alemania, y en todos lados; en todos esos sitios en los que la gente se despierta y, por fin, se da cuenta de que lo de sacrificar el futuro de sus hijos y de sus nietos era solo el principio, que ahora les toca a ellos y ellas, porque a los milennials ya poco más se les puede quitar, y el sistema exige lo que exige.

No es casual que el periodista cierre estas dos horas de documental reuniéndose con Marion Maréchal-Le Pen, quien no cree en las sociedades multiculturales. Una sociedad multicultural, afirma la nieta de Jean-Marie Le Pen sentando cátedra, es una sociedad en guerra. Para ella, la integración significa abrazar la nueva cultura y repudiar la propia: emigrar significa una derrota total, una pérdida de cualquier rastro del propio mundo y, por encima de todo, el agradecimiento por permitir ser acogido en un nuevo país como ciudadano o ciudadana de segunda clase.

¿Queda espacio para el optimismo? Queda. Muchos franceses, y estadounidenses, no están de acuerdo con Trump o Le Pen, pero otros tantos sí. Muchos españoles y españolas no están de acuerdo con Santiago Abascal, Pablo Casado o Albert Rivera, pero otros muchos y muchas sí. El quid de la cuestión, sin embargo, no es tanto aquellos que abrazan la ideología de la extrema derecha, sino más bien la gran masa que no vota con la intención de apoyar, sino de castigar a quien los decepcionó en el pasado. Esto es lo más peligroso.

Justicia y venganza

No hace mucho se prostituyó el dolor de las víctimas en el Congreso. El dolor de aquellas víctimas que aún están entre nosotros; de los padres, y madres, parejas, hermanos y hermanas, los que quedaron aquí. Fue en el marco de la PPR (la prisión permanente revisable), donde se invitó a las familias al Parlamento, y el PP y Ciudadanos iniciaron una guerra por el sector más conservador de los votantes españoles. ¿Qué deben sentir unos padres destrozados, como los de Diana o Mari Luz?, ¿o el padre, o la madre (biológica), de un chiquillo como Gabriel Cruz al comprobar que su dolor no es más que una herramienta al servicio del poder?

Hay que ser muy canalla, o vivir en una puta burbuja de confort, para pensar que algo así se hace para beneficio del ciudadano. Lo entendieron al revés: no se trata de utilizar, sino de implicar a las víctimas; no se trata de dejar que las víctimas sean los verdugos, sino de encontrar el modo de que no vuelva a pasar, y, si esto sucede, que cada desgracia encuentre la mayor justicia posible. Pero tampoco nos sorprendamos; hoy, en Cataluña, nos levantamos con las siguientes declaraciones: «Rajoy, dispuesto a abrir la negociación de la financiación autonómica sin Catalunya», que parece que no tenga nada que ver, pero sí lo tiene. ¿Alguien cree que el vecino de la esquina, o uno mismo,  o aquellos que viven en la otra punta del país importan en el plan del Gobierno y de las principales fuerzas políticas? Que nadie se trague eso de que el ciudadano tiene en sus manos un gran poder, ¡por dios!, en España al menos, el ciudadano no es más que un medio, un activo, una cifra.

¿Qué deben sentir unos padres destrozados […] al comprobar que su dolor no es más que una herramienta al servicio del poder?

Pero vuelvo al caso sobre el que venía hoy con ganas de escribir, el de justicia y venganza. Podríamos hablar de muchas cosas al mencionar la PPR, de otra ley aprobada a carpetazo limpio, de oportunismo político, de lucha por ese electorado más conservador y, a veces, rancio y de blancos y negros, pero no deberíamos olvidar tres cosas. La primera es que la mayoría de personas que votan y legislan nunca han pisado una cárcel, ni como visitantes siquiera (y tiene gracia, porque más de uno debería quedarse allí un tiempo); si lo hubieran hecho, sabrían que, en realidad, si no eres rico, casi cualquiera puede acabar allí por un error: no hablo solo de asesinos, aunque también (véase el caso del anciano de Porreres, en Mallorca), sino de marginalidad, de drogadicción, y de exclusión social. Si alguien cree de veras que vivimos en sociedades justas e igualitarias es que vive con los ojos puestos en casos como el del joven granadino que falsificó una tarjeta (y ¡ojo!, esto es un delito, y grave, no seré yo quien diga lo contrario), y en casos que se pasan por la piedra la libertad de expresión, como el de los titiriteros, los raperos, los tuiteros, en los que pervierten la democracia y ensalzan la falta de diálogo y el haber quien tiene los cojones más gordos, como todos los sucesos en Cataluña desde el 1 de octubre. También en lo de Alsasua, que, a riesgo de no entender desde fuera un contexto concreto, parece más una caza de brujas que un juicio. Pero la Pantoja es otra historia, ya lo dije hace tiempo, o Farruquito, también la Infanta o Vera y Barrionuevo que lanzaron a los GAL contra un francés al que confundieron con un etarra; también Roldán, y Gómez de Liaño, y a los cientos y cientos de casos de asesinato y de corrupción política impunes.

Familiares de las víctimas PPR
Los padres de Diana Quer, Mari Luz y Sandra Palo, tras la votación en el Congreso. © El País

La segunda es no confundir justicia con venganza, que siempre llegará desde el dolor, y, por ello, no dejamos que sean las personas a las que alguien hirió aquellas que acojan el papel de juez o jurado. Esto es sencillo de entender: somos humanos; la mayoría de nosotros siempre intentaremos devolver el mismo mal —ojo por ojo—, o incluso más. Ganar votos con el cadáver de Gabriel Cruz es asqueroso, y está al mismo nivel que intentar hacer creer a todas esas familias rotas que ellos pueden tener el voto decisivo sobre la condena al criminal. Eso ya ocurrió no hace tanto con las asociaciones de víctimas de ETA, y está bastante claro que las víctimas del delito no pueden ser la fuente del derecho penal.

Tercero, y última cosa, ni deberíamos dejarnos llevar por lo anterior —ni por esa falta de conocimiento del propio sistema judicial, ni por la venganza atávica con la que todos viajamos—, ni  tampoco deberíamos contentarnos con un sistema penal que, desde luego, no funciona: ni disuade, ni reforma ni permite la reinserción. Si de veras queremos cambiar el sistema, echémosle un par de narices, y exijamos esto a los políticos que (no) nos representan. ¡Basta de tonterías! Podemos comprender un cambio social y judicial que nos lleve hacia la necesidad de una prisión permanente revisable, pero este deberá ir siempre acompañado de un diálogo por parte de toda la sociedad, de verdaderas garantías de rehabilitación de los internos (porque no, la cárcel no es ni fácil, ni divertida ni se vive de puta madre, por mucho que les pongan una piscina) y de una justicia que, de veras, sea justa, igualitaria y democrática. Una ley que condena desde las alturas a la privación de libertad total sin garantías de ningún tipo, jamás puede ser una ley que debería aceptarse en una democracia; y si se acepta, nos define, y define el país en el que vivimos. ¿Y cuál es la solución? La solución tampoco es tener miedo a endurecer unas leyes que son blandas y no funcionan como debieran: y quien crea que sí, que dedique diez minutos a empaparse de las historias de Sandra Palo, Diana Quer o Mari Luz.


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Hoy, es lunes

Hoy, no puedo escribir.

Estoy bloqueado, igual que me ocurre tras discutir con mi pareja o con un amigo de los de siempre, pero, esta vez, no es nada de eso. Esta mañana, los perros me observan sin comprender; me acercan el hocico de vez en cuando en busca de una mirada cómplice y resoplan como solo ellos saben; con un suspiro de esos que conquista toda la casa.

Hoy, España es un poco menos mía aún. Soy un poco más apátrida, un poco menos crédulo y soñador; porque empiezo a perder la esperanza en que este país pueda cambiar, en que los corruptos y los poderosos dejen de hacer su voluntad a través del dinero negro, de los sobornos, del miedo.

Soy un poco más apátrida, un poco menos crédulo y soñador; porque empiezo a perder la esperanza en que este país pueda cambiar […].

Pero que no nos engañen, porque nadie puede negar lo que fue, y sigue siendo; somos millones aquellos que no queremos renunciar a nuestros sueños, a un futuro digno, a seguir ilusionándonos con controlar, siquiera un poco, todo aquello a lo que aspiramos dentro de nuestras fronteras —un sueldo, una casa, un trabajo, un futuro—. Sin tener que huir, sin echar a andar de improviso, sin mirar hacia atrás; con esa brizna de esperanza que se seca entre los manos.

Mariano Rajoy
Mariano Rajoy, presidente en funciones del Gobierno de España

Hoy, Europa es todavía menos nuestra. Nunca los mercados financieros demostraron tanta supremacía como esta semana anterior con el Brexit; ese espacio donde Inglaterra rompe una relación que nunca fue un gran amor, y donde la unión solo es un mal sinónimo de mercancías libres de aranceles e impuestos; donde el dinero se mueve siempre más ligero entre grandes cuentas corrientes y donde nos asustan con la necesidad de no transgredir, de mantenernos unidos, pero siempre a la baja, siempre con la cabeza gacha, y con una moneda con la que gobernarnos de norte a sur.

[…] sería bueno que recordásemos que nada es imposible. Si acaso, soñar será a partir de hoy un poco más duro en España.

Hoy, termina esta segunda ronda, o quizá empieza. Y las caras de decepción de los partidos que no han podido concluir esa batalla entre caciques no son el verdadero protagonista, sino las risas y las sonrisas mediocres del resto, de políticos y simpatizantes,  que demuestran que no pudimos con la corrupción, con los decretos-ley, con las mentiras, y el miedo, pero seguiremos luchando.

Hoy, España sigue acusando mucho la falta de una conciencia democrática; un paso más cerca de desmembrarse sin poder hacer nada; de seguir remando en direcciones opuestas, de recordarnos que aquello que pudimos sentir cuando casi tocábamos Europa no era más que un espejismo que nunca fue.

¿Resistiremos? Por supuesto que resistiremos. Lo haremos; como siempre lo hemos hecho, porque si hubo un pueblo acostumbrado a ser jodido ese es el nuestro; falta por ver si seguiremos creyendo que no somos un país de naciones, o explotará desde el Mediterráneo.

Hoy, es lunes, y eso lo hace todo un poco más difícil. Pero hoy es hoy, por lo que sería bueno que recordásemos que nada es imposible. Si acaso, soñar será a partir de hoy un poco más duro en España.

Que se vayan a la mierda

Hoy, quedan veintisiete días para que se repitan elecciones generales. En estos seis meses, se ha cambiado Cataluña por Venezuela y se ha satanizado cualquier cosa que huela a la conversión política que sufrió el movimiento 15-M.

Sobre las Elecciones Generales del 26J

Mientras tanto, la cultura fiscal de este país sigue igual. Como presentaba el anuncio electoral de Ciudadanos, ser autónomo significa ser un gilipollas que se rompe los cuernos para ganar cuatro duros, que nunca se rinde por mucho que le roben y que, en pleno siglo XXI, debe aguantar las mismas tonterías sobre recesión económica, políticas supuestamente insostenibles en Madrid y Barcelona y absurdos paternalismos por parte de una panda de ladrones. Vamos, el típico consejos vendo, que para mí no tengo.

Alberto Garzón (IU) y Pablo Iglesias (Podemos) posando tras el acuerdo para que ambos partidos vayan al 26-J en coalición.
Alberto Garzón (IU) y Pablo Iglesias (Podemos) posando tras el acuerdo para que ambos partidos vayan al 26-J en coalición.

Este es un tema que me preocupa. Uno entre muchos. No solo el paro estructural, sino también la poca visión de nuestros gobernantes por creer, y por crear, una verdadera Unión Europea, un estado federal de naciones, un proyecto de ley que incentive la formación de calidad, que no nos marque un destino fuera de nuestras fronteras, que dignifique los contratos puente, que luche contra los trabajos basura.

Pero no es lo que más me preocupa. Esta mañana se viralizaba una opinión de Iñaki Gabilondo en la SER; un periodista fácil de admirar, incluso cuando lanza opiniones contrapuestas a las de uno mismo. En este caso, no es así; su análisis es, muy a nuestro pesar, lúcido, certero y, probablemente, inminente: el PP será el partido más votado, […] Ciudadanos, cuyo voto menguará, pactará con el Partido Popular; pasará que el PSOE no acordará un pacto de gobierno con Podemos ni con sorpasso ni sin sorpasso, pasará que con Sánchez o sin Sánchez permitirá que el Partido Socialista gobierne el PP. Terminaba con una idea bien macerada: «El PP […] seguirá siendo el mal médico que solo se ocupa de los síntomas y nunca cura una enfermedad.»

¿Y nosotros? ¿Qué hacemos? ¿A quién damos nuestro apoyo como votantes? Lo desconozco. O mejor dicho, me niego a sentar cátedra aquí.

Mariano Rajoy (PP)
Mariano Rajoy, presidente del gobierno en funciones, con simpatizantes de su partido y de su persona. Sí, en serio.

Leer las redes sociales o las opiniones públicas en la prensa es adentrarse en un mar escarpado donde Podemos se equipara a Venezuela y a un comunismo que hace décadas que desapareció; en este imaginario, Ciudadanos no es más que una calcomanía del original, el PP sigue siendo la fuerza más consolidada pese a la corrupción institucional que se remonta a la transformación de Alianza Popular —como demostró el caso Bárcenas— y el PSOE no son más que unas siglas vacías de cualquier significado.

Llegados a este punto, el miedo puede ser un enemigo terrible. ¿Qué ocurrirá si no hacemos lo de siempre? ¿Funcionará? ¿Podemos votar fuera del bipartidismo? Muchas personas incluso han encontrado fundamentos para la crítica en los dos núcleos que administran los ayuntamientos del cambio en el país: falta de experiencia, conflicto, decisiones erróneas, huelgas de transporte…

Sin embargo, antes de depositar mi voto el 26-J, yo ampliaré mi reflexión. Me preguntaré qué partido (si lo hubiere) considero que puede hacer que España funcione, y cómo.

Me preguntaré si quiero ser parte de un país de naciones que no asume que necesita una reforma de las autonomías; si la solución pasa por seguir recortando a los sectores más asfixiados de la población mientras se otorgan rescates bancarios a cualquier precio; si los gobernantes actuales se encuentran en disposición de juzgar intelectual y políticamente a las nuevas generaciones, las más formadas de toda la historia española; y, sobre todo, si un traje vale más que una sudadera del Carrefour, como la tuya y como la mía.

Me preguntaré quién tiene un plan de gobierno, transparente y accesible, y quien lanza promesas vacías, o busca pantallas de humo creando conflictos entre las comunidades autónomas que debería proteger y estructurar adecuadamente.

Me preguntaré si seguir haciendo las cosas del modo que nos ha llevado a esta absurda crisis, que no es más que otra forma de expolio con los mercados financieros como arma, es un modo de salir de la ratonera o si, por el contrario, necesitamos independencia política de los mercados y de Europa, y si alguien puede dárnosla.

Estimación de intención de voto 26-J
Intención de voto para el 26-J a finales de mayo de 2016. (Más información en la fuente.)

Quizá no encuentre respuesta a todas estas preguntas, pero eso no evitará que dé vueltas y más vueltas a todas ellas en mi cabeza.

Entonces, votaré en consecuencia.

Grecia nos demostró que hay cosas que Europa no va a tolerar; nos queda preguntarnos: ¿queremos formar parte de esa Europa o queremos cambiarla para que sea un reflejo de sus ciudadanos y un ejemplo de una verdadera comunidad de naciones?

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Sobre drogas, putas y profesiones liberales

El algoritmo de Google va cada día más fino. Si tecleas “elecciones generales 2015” te planta delante de los morros la fecha exacta ya; y esta misma mañana, he comprobado que queda muy poco.

Entre tanto, supongo que si Podemos se empieza a desinflar, Ciudadanos no es más que otro lobo vestido de cordero (oh, ¡qué sorpresa!), y los partidos tradicionales (por llamarlos de algún modo) ya están buscando cómo darle la vuelta al calcetín, todo seguirá igual. Lo que es triste, y amargo, y hace que te den ganas de arrancar la careta a más de uno.

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Pero no era eso lo que quería comentar, porque soy un firme defensor de que, en el fondo, la culpa última no es nunca del que pisa, sino del que se deja pisar; y eso no convierte al que pisa en un tío de puta madre, pero tampoco justifica la inacción del que es pisado. Y en política, en España, esto sigue pasando.

Así que, a vueltas de todo, llegan elecciones generales de nuevo, y por ello, se acompañan de las promesas electorales que ya traen cola. Como si se tratara de la última temporada de la serie de moda, con los avances en formato tráiler; sinopsis audiovisual que pone toda la carne en el asador y lanza una breve pieza más impactante que nunca.

Todo consiste en presentar la première más chocante, la propuesta que ciegue a sus adversarios, aquella que sirva de lanza, pero también de escudo; que muestre lo progresistas y lo modernos que somos, y da igual si se trata de porros, de putas o de autónomos. Esa triada sacra que, a priori, se me ocurre unir por lo mucho que les joden, y que estoy convencido de que tendrá que ser sustituida en pocos años, pero que, por ahora, (inexplicablemente) todavía funciona.

Primero están las putas, que evidentemente nadie quiere legalizar como actividad en el Congreso de los Diputados, porque estaríamos auspiciando a todas esas mafias que se aprovechan de la situación de desigualdad de la mujer; así, protegiendo su libertad de boquilla, quitamos la libertad de decidir libre y voluntariamente a un tío a una tía de ejercer lo que le salga del… Ya me entendéis. Qué jodido.

A su lado, está la droga. La droga, sí, que el único que se atrevió a decir con visionaria certeza que ni te pega, ni te muerde, ni te araña ni te agarra de los huevos fue aquel esperpéntico personaje de Santiago Segura; aquel policía gordo, alcohólico, drogota y corrupto afirmó, en exclusividad —y quizá de un modo demasiado empírico— que lo verdaderamente malo es la falta de información, el desconocimiento, el tráfico ilegal y tantas otras cosas que cuestan dinero, tiempo y vidas. ¿O acaso en este país no fuma porros y se mete rayas de cocaína todo aquel que quiere?

Chester con Pablo Iglesias y Albert Rivera.
El antiguo programa dirigido por Risto Mejide —ahora bajo la mano de Pepa Bueno— une a través del montaje las aportaciones de Iglesias y Rivera en el próximo Viajando con Chester.

Por último quedan los autónomos, que casi están tan jodidos como las drogas y las prostitutas, y que además, con estas últimas, comparten el carácter freelance de su trabajo. Supuestos emprendedores que en los últimos años (o ejercicios fiscales, como nosotros vemos la vida) les habrá ido peor que mejor, que tienen cuotas diez, veinte o cien veces superiores al resto de Europa y que no tienen ninguna seguridad: ni económica, ni social ni personal.

Y aun así se lían la manta a la cabeza, y pagan una cuota mínima de casi 300 euros al mes, y un 21% de IVA, y se reducen un 19% de IRPF, y tienen que aguantar a un político tras otro que se le llena la boca de populismo y viene a decirles que les va a sacar un poco el palo del culo, pero solo un poco.

Señores, políticos; hágannos un favor, dejen a las putas, a los drogadictos/as y a los autónomos fuera de la ecuación para este 2015, que ya estamos muy jodidos de por sí para encima tener que aguantar promesas de igualdad, justicia y libertad.

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