¿Dónde fue a dormir mi estrella?

Lo encontramos. Gracias a todos/as.

Cuando escribí la carta de Caos para el único dueño que tuvo ese perro, juré que no lo haría más, que no habrían más cartas, ni textos, ni crearía nada que volase con la fuerza de las lágrimas de una historia compartida.

Qué razón tenía aquel falso mensaje atribuido a un jefe Seattle que decía: «¡Qué horrible es la vida sin animales!» Y qué necesarios son. Entre todos mis animales, a quien más unido creía estar era a mi perra Dana. De algún modo, Dana ha sido como una de esas hijas asombrosas que te enseña que tú puedes con todo; porque Dana es la que llegó cuando se fue mi padre, así que fue tanto alivio como responsabilidad, tanto compañera como cómplice. Me equivocaba; porque, en realidad, no hay favoritos en este tipo de tratos, y lo recordé el jueves, cuando me rompieron el corazón.
Teo en Cervelló 1

Pero los gatos… los gatos son distintos. Un gato te elige, no te necesita. Y eso hicieron tres hermanos, que luego bautizamos con nombres que ni tan siquiera precisan ellos. No los encerramos: nunca. ¿Cómo podíamos? ¿Cómo invitar a un animal a caminar junto a ti y después encadenarlo?

Si no hay carta, quizá os preguntaréis qué viene a continuación. ¿Faltar a aquello que perjuré en silencio y escribir otras líneas con las que despedirme de un animal? ¿Contaros su historia para que él viva en la literatura y no solo en mis sueños? ¿O quizá enviar una súplica a aquella persona que se encariñó de mi gato? Rogarle que me haga llegar esa respuesta que necesitamos, que me diga qué pasó, que se arrepienta y que lo traiga de vuelta, proclamando que lo ha encontrado lejos de casa, y yo me fuerce a creerle o creerla; que me salve de esta vorágine de apatía, egoísmo y desconfianza hacia el mundo. Sabiendo que la muerte siempre es la cara más negra, más siniestra, más trágica, pero saberlo… Saberlo sería poder volver a intentarlo; a confiar, a ser yo…

Teo 4

A fuerza de escuchar, ya solo oigo maullidos en la noche; y veo tus ojos verdes a cada vuelta, en cada recodo; a cada paso. No me entenderán, mi gato negro, pero yo me ahogo en la bilis que me produce el error de haberos ofrecido toda la libertad que os merecíais, de no haberos hecho entrar en casa, a salvo de los castigos y los deseos de este imperfecto planeta.

Adiós, mi gato negro. Quiero pensar, creer, que un día aparecerás de nuevo, ronroneando en nuestra puerta, volviendo al hogar, a tu familia, a tu mundo; al mundo del que tú eras una parte imprescindible, y del que ahora siempre serás eterno.

Hasta siempre, mi gato negro, que desapareciste de la forma más dolorosa que se me ocurre; sin poder despedirte ni llorarte de cerca.

¿Dónde fue a dormir mi estrella? ¿Al verde?, ¿al negro?, ¿al gris? Mi gato negro, soñaré contigo hasta que vuelva a verte, o hasta que ya no sueñe más.