Estoy enferma, pero nadie sabe lo que tengo. O sea, todavía no le han puesto nombre, y eso siempre complica las cosas. Los médicos me han diagnosticado epilepsia y un retraso en el neurodesarrollo. Así que no hay tiempo que perder: tengo que buscarme la vida. Amparada en la ciencia, en los míos, en el arte… Ah, sí; verás que lo mío es puro arte.
Por mucho que te sorprenda, y por muy descontextualizada que la creas, te adelanto que mi historia se encuadra en un dorado claroscuro del primer barroco, como el de Johannes Vermeer y su Dama de la perla. En cambio, mi necesidad se acerca a la de aquellos cuadros flamencos antiguos, pintados al óleo para la creciente burguesía que construía sus ciudades al amparo del Mar del Norte; quizá hijos de la técnica de van Eyck, de Weyden o de Campin.
¡Ay, disculpa! Esta es mi primera conversación —por llamarla de algún modo—, y debido a mi afección temporal he creído conveniente tratar de abrir un diálogo con cuánta gente pueda. Ante todo no quiero ser maleducada, así que dime, ¿qué tal estás? Sigue leyendo «Retrato de Lucía»