Lo Que Está Por Oler

Lo Que Está Por Oler es el trigésimo cuarto relato de mis 52 retos de escritura para 2017.

Se rascó una oreja con entusiasmo. Después, se incorporó, se colocó a cuatro patas —justo cuando la Gran Luz Que No Se Mira asomaba el hocico— y bebió un par de largos tragos de agua de la fuente que sus compañeros de piso habían instalado en el comedor. No había sido una semana de grandes aventuras y los días en el hogar empezaban a resultar tediosos y rutinarios. Por esto, tras refrescarse, volvió inmediatamente a la cama por un par de horas más: ¿qué se le había perdido en el mundo tan temprano?

Argos era un verdadero ilustrado, y así le consideraban sus congéneres. Un aventurero que había oído hablar de Rugaas, Donaldson, Pryor u O’Heare, a quienes se imaginaba como grandes divulgadores caninos; quien había presenciado grandes momentos de la historia moderna, como las gestas de Colmillo Blanco, la vida de Marley, de Beethoven, o del gran detective Hooch, que se ayudaba de aquel incompetente americano delgaducho… Era el compañero que quieres en tu equipo cuando abandonas la seguridad del territorio y te lanzas hacia Lo Que Está Por Oler y, ¡bueno!, él no creía en la falsa modestia.

Argos (terraza)
Argos descansando en la terraza.

Aquella era una época de cambios. Había decidido dejar atrás el apartamento en el centro por una casa a pocos kilómetros de la capital; una cuestión controvertida y discutida por el resto del grupo sobre la que Javier y Laura rápidamente estuvieron de acuerdo, mientras Fuego y Dana habían mudado sus respectivas reticencias hasta su nuevo hogar. Ahora no estaba dispuesto a confesarlo, pero quizá vivir en la montaña no había sido su mejor idea. Poco había tardado en percibir un cambio de actitud en algunos miembros de la manada… Por ejemplo, desde que se conocían, Javier, siempre se había levantado prontísimo: entre las ocho y las nueve de la mañana, y tenía la mala costumbre de sorber varias veces al día un líquido amargo en pequeños cuencos con asas casi imposibles de lamer. ¿Aunque para qué iba a lamerlos? Los humanos bebían todo tipo de líquidos extraños: negros, amarillos, rojos… ¡incluso naranjas! ¡NARANJAS! Hace falta valor… Pero en los últimos tiempos había advertido un incremento de amarillos y rojos y eso le preocupaba, puesto que convertía a sus compañeros de piso en seres más irracionales, si cabe. ¿Cómo iba a tolerar eso si la situación se cronificaba? ¡Parecían animales salvajes!

Asimismo, había empezado a preocuparse por otra extraña costumbre que se extendía en el tiempo: los dos humanos se sentaban en una silla y se quedaban horas y horas inmóviles frente a todo tipo de extrañas imágenes: era aterrador; a veces, estas se movían y otras, simplemente, mostraban formas que habría jurado que aparecían a medida que sus compañeros golpeaban una de esas cosas sin nombre de perro que sonaba con clics y con clacs. Como buen empirista, había acercado el hocico sin resultados: Javier creyó que quería abrazos y lametones, mientras que Laura le riñó, imaginando que intentaba alcanzar unos macarrones al pesto: en honor a la verdad, Argos sabía que ambas cosas eran compatibles.

En la montaña, sin embargo, algunas cosas habían mejorado también. Corrían sueltos y no con esas estúpidas correas sin sentido con las que era «dificilísimo» hacer entender a los humanos por dónde debían pasear. Lo había comentado con Dana y con Fuego, y opinaban lo mismo. Bueno, Dana opinaba; Fuego preguntó: «¿Correa?, ¿qué correa?» y siguió estirando y estirando en todas las direcciones mientras Laura volaba tras él.

En casa se mantenían costumbres lógicas y beneficiosas para todos, como descansar en manada en el dormitorio o tumbarse bajo la Gran Luz muchos mediodías; Javier lo hacía con líquidos amarillos y el resto de la manada con un gran cuenco de deliciosa agua self-service. Pero había otras que nunca habían entendido, y vivir en la montaña tampoco cambió eso. Por ejemplo, siempre emergía un Palo Mueve Pelusas en el pomo del bufé frío de la cocina. Un día, él y Dana advirtieron que no eran otros que Javier y Laura quienes tenían esa extrañísima conducta, y todavía hoy se devanaban los sesos en busca de una respuesta: los humanos recogían la casa y, cuando no les dejaban en el exterior, colocaban todo tipo de impedimentos frente a algunas puertas: el Palo Mueve Pelusas, el Palo Moja Patas y, a veces, incluso una extraña tabla, también con patas, que se presentó en casa, pero que nunca habían visto que se usase para nada más que impedirles el paso, por lo que, él mismo, la había bautizado como Tabla Molesta.

Foc y Dana de excursión
¡Foc y Dana se van de excursión!

Harto de tantas irregularidades, decidió que, esa misma tarde, reuniría al Consejo en busca de una respuesta y, cuando la Gran Luz estuvo entre ¡Woof! y ¡Grrruuurr!, dio inicio a la misma.

—Últimamente el ritmo de paseos ha decaído, ¿no creéis? —preguntó al aire.

—Bueno… —concedió Dana. —Cuando la Gran Luz ocupa tantas horas arriba siempre es más difícil, y aquí, muchos humanos confunden territorio con Lo Que Está Por Oler, ya sabes.

—¡Pero no nuestros humanos! —señaló Argos. —Eso es lo que más nos gustó de ellos, ¿recuerdas?

—¿Qué es un Consejo? –preguntó Fuego.

Dana acercó un mordedor de color naranja y lo dejó frente a él.

—¿¡Para !? —preguntó Fuego, agarrando el juguete a toda prisa mientras lo mordisqueaba y correteaba por el jardín.

—Sigamos… —dijo Dana.

—Creo que tendríamos que demandar un aumento del número de paseos y de las zonas exploradas de Lo Que Está Por Oler. ¡Estoy harto de ir siempre por el Verde por Oler! A veces está bien, pero seguimos siendo perros urbanitas: ¡y ahora tienen dos coches!

La conversación mantuvo esta misma línea por un buen rato. Fuego se rodeó de todo tipo de juguetes mientras el núcleo duro debatía posibles soluciones ante las problemáticas presentes. Decidieron que tendrían que soportar los incómodos Palo Moja Patas y Palo Mueve Pelusas hasta la siguiente reunión del Consejo, que doblarían esfuerzos para descubrir la función de esa tabla sospechosa y que presionarían a los humanos para aumentar el radio de las campañas de exploración.

—¡Por favor! ¡POR FAVOR! —gritó Javier— ¡Basta de ladridos, lleváis así toda la maldita tarde! ¡Basta! ¡Se acabó! ¡SE ACABÓ! ¡Callaos los tres un rato!

—Cuando baje el sol, podemos ir paseando con ellos hasta el pueblo —comentó Laura.

Y Argos observó al humano con indiferencia, reprimiendo una sonrisa que asomaba en su hocico. Lo habían logrado, otra vez.

Mientras Dana empezaba a recuperar todos los juguetes con los que había sepultado a Fuego, pensó: Los humanos no entienden nada…, y se tumbó a echar una cabezada en su cojín antes de la expedición número 5.791 hacia Lo Que Está Por Oler.

El mundo es de los valientes…

De unas vacaciones idílicas y otra adopción

El miércoles hacia el mediodía aparcaríamos en Toledo, a casi setecientos kilómetros de Barcelona; allí estaba previsto comer, pasar la tarde, ver el Alcázar, la Catedral de Santa María y el Puente de San Martín. No teníamos intención de salir de fiesta, ni de acostarnos tarde, porque el jueves nos esperaban Mérida y Badajoz. Acompañados del fuerte rugido del motor de la berlina, cruzaríamos la frontera con Portugal a través de la A6 hasta su capital: Lisboa; allí nos esperaban cuarenta y ocho horas de turisteo antes de coger el coche y escapar hacia la cara sur de la península: Faro, Sevilla, Córdoba y Granada; después Valencia y, por último, de vuelta a Barcelona.

Antes de que sigas leyendo, es importante que entiendas que esto no es una crítica a una protectora, sino una experiencia personal. Una experiencia preciosa que es la adopción de un animal (otra más, en mi caso) con el que compartir tu día a día y en la que pueden salir cosas bien y pueden salir cosas mal.

En este caso, salieron algunas cosas muy bien y otras no tan bien, pero en ningún caso se trata de un reproche —y no debería leerse como tal—, sino de una forma de seguir creciendo como personas y encontrar el modo de ayudar a todos los animales que han tenido la poca fortuna de acabar en un refugio, perrera o protectora.

La ruta estaba planteada para ocho o nueve días, con un día de margen por si las moscas; los hoteles estaban reservados y pagados, los perros irían a casa de unos amigos y los gatos y las plantas quedaban al cuidado de la familia. Todo estaba listo para despegar el 8 de agosto.

Esas vacaciones iban a ser una primera toma de contacto para nuestro viaje por Norteamérica, que supondrá miles y miles de kilómetros por tierra y por aire durante más de treinta días. Por el contrario, las cosas empezaron a tomar un rumbo diferente a mediados de la semana anterior.

Una semana antes, Laura, mi pareja, me enseñó varias fotos de un perro con leishmania que había sido recogido, moribundo, en la Societat Protectora d’Animals de Mataró (SPAM). No le di mucha importancia; cada pocos días miramos imágenes e historias de perros y otros animales que no han tenido demasiada suerte; pese a las miles de historias como la de Caos, intento no profundizar en cada una de ellas: leo, comparto y, a veces, hago un seguimiento para asegurarme de que un porcentaje de las mismas tienen final feliz y puedo seguir manteniendo algo de fe en la humanidad.

Por esas fechas, dejamos pasar un par de días, pero volvimos a hablar sobre él, de improviso. Esa es una señal compartida de que un bicho nos ha tocado la fibra, por lo que una semana antes del viaje a Portugal y Andalucía, decidimos acercarnos por la protectora y visitarlo. Duc estaba en el programa Els que ningú vol (Los que nadie quiere), y había superado una larga enfermedad; también era un pastor, como Dana y como Caos; un pastor que había perdido parte de la trufa y de las orejas; y un dedo de una de una de sus patas traseras.

Foc saliendo del SPAM
De izquierda a derecha: Argos, yo, Félix y Dana, y Laura con Duc (hoy, Foc).

La mayoría de nuestros amigos suelen recomendarnos que dejemos pasar unos días de margen antes de adoptar a otro animal (un buen consejo, que esta vez no seguimos del todo). Frente al perro, frente a Duc, que terminaría por llamarse Foc, lo tuvimos claro desde bien pronto. Aun así, decidimos hacer las cosas bien, y nos reservamos el tiempo suficiente para subir al refugio con el resto de nuestros perros y presentarlos como es debido. Hasta aquí, los planes se mantenían tal cual: todavía quedaba una semana para salir de viaje, y todo había ido a la perfección cuando nuestros animales y el nuevo miembro del quinteto se conocieron.

Pero, entonces, las cosas se empezaron a torcer por unos cuantos días.

A las 10 de la mañana del primer sábado del mes de agosto, aparcamos delante de la Societat Protectora d’Animals de Mataró (SPAM). Por primera vez, aunque no será la única, invito a cualquiera que lea este texto a fijarse en los aspectos positivos y negativos de la experiencia, y también a recordar lo fácil que es hablar desde fuera, la tarea titánica que supone encargarse de cientos de animales cada mes y la imposibilidad de controlarlo todo en cualquier faceta de nuestras vidas. Aun así, también a conocer aspectos que creo que son importantes de reseñar para que cualquier miembro de una protectora, voluntario o gerente de un centro de recogida de animales, reflexione sobre ello.

Empiezo, pues.

Una meada de 300 euros

Cuando llegamos, un chico se llevaba a Duc. Laura y yo subíamos en coche a Mataró con nuestro amigo Félix, adiestrador profesional con nombre de gato, y decidimos, por recomendación del mismo, hacer las presentaciones de los tres perros (Argos, Dana y Duc) fuera de la protectora si a los responsables les parecía una decisión acertada: menos estrés, menos animales que pudiesen afectar ese primer contacto, un ambiente más relajado con posibilidad de paseo… Por lo que parece, nadie había anotado que Duc ya tenía una familia interesada en él, y si llegamos quince minutos después, habría terminado en otra casa.

Foc con Laura, Xus, Yineth y Antonio.
Foc en la Sierra de Collserola, junto a nosotros y unos amigos.

Duc salió de la protectora de Mataró alrededor de las 16:00; con la decisión de cambiar su nombre, pero sin opciones todavía, y con una obstrucción en la uretra que todos desconocíamos y que le había impedido hacer pis desde que nos reencontramos esa mañana por segunda vez. El veterinario —un chico muy profesional al que le calculé unos treinta y tantos— nos dijo que podía ser estrés y que lo controlásemos.

Nunca había escuchado ni leído que un animal pudiese no hacer pis por estrés, pero lo anoté mentalmente para informarme sobre ello y nos marchamos. A medianoche, todavía no había meado; llamamos a la protectora y, en este caso, la respuesta no nos convenció, por lo que subimos al coche con él y fuimos al Hospital Veterinario de Balmes —uno de los pocos que conozco que atienden 24 horas en Barcelona— y que, pese a su gran trabajo, lo cierto es que no nos trae buenos recuerdos, pues allí fue donde nos despedimos de Caos.

Esa primera noche le tuvieron que vaciar 700 ml de orina con una sonda. A los dos días, Foc —a quien rebautizamos entre subidas y bajadas de Mataró a Barcelona, y viceversa— fue operado de urgencia. A mediados de la semana siguiente, cancelamos nuestras vacaciones de 2015 sin atisbo de duda; y después de todo aquello, los controles y el trabajo del equipo de la protectora y el Hospital Veterinari del Maresme fueron perfectos.

Foc y Dana de excursión
¡Foc y Dana se van de excursión!

Sin embargo, lo cierto es que quedaron varias cosas que me hubiera encantado comentar con alguna/o de las/os responsables del centro. Primero, la falta de control y, en cierto modo, la negligencia de entregar a un perro, sobre todo a un perro con problemas físicos y de comportamiento (miedo; inseguridad) al primero que quiera sacarle del centro, donde la pena y la compasión, en un caso tan mediático como este, no siempre pueden paliar la necesidad de conocimiento y de una verdadera disposición sobre lo que significa adoptar a un perro con necesidades concretas. Para ejemplificar esto, basta con decir que la persona que se llevaba a Duc a primera hora jamás había tenido un animal a su cuidado, ya que Laura tuvo la oportunidad de hablar con él.

En segundo lugar, la ausencia de un registro detallado de la salud de un animal, en especial de un perro enfermo que ha estado en un estado crítico durante varios meses. ¿Cómo es posible que nadie supiese que estábamos adoptando a un perro con cálculos en la vejiga y en la uretra?

Lo positivo, y también lo negativo

En contrapartida, hay muchas cuestiones que, por descontado, podemos enumerar a favor de la gestión del SPAM; para empezar, la falta de inversión pública, como nos demuestra el cierre de la perrera municipal (triste e irresponsable a partes iguales) y el movimiento popular que se ha visto en Charge.org y en redes sociales; del mismo modo, como adelantaba párrafos atrás, es muy sencillo hablar desde fuera, o desde protectoras con 15 o 20 perros que critican la falta de control de espacios como Badalona o Mataró, donde se atienden y entregan en adopción a cientos de animales cada año.

Por todo ello, no me gustaría que se leyese este texto como una crítica a una protectora, sino como una experiencia que nos ayude a todos a abrir un poco más los ojos.

El día antes de Reyes, por azar, volví al SPAM —al centro original, no a la perrera que se anexionó a la entidad en 2010. Después de mucho dialogar con una pareja de amigos y de darles mi opinión (contraria), subíamos a conocer a cuatro cachorros que habían entrado la noche antes: entre las 10 y las 11 de la mañana, todos habían sido adoptados, y solo llegamos a ver cómo se llevaban al último de ellos (¡y a varios perros fantásticos de menos de un año a los que mi amigo, por tonto, no quiso dar una oportunidad!).

Foc y yo (Javier)
Foc y un servidor con ganas de dar un buen paseo.

Eso no está bien. Invito a todo aquel que haya leído estas líneas que visite la SPAM de Mataró y compruebe la cantidad de grandísimas personas y fantásticos profesionales que allí se dan cita, que confirme por redes sociales el asombroso trabajo de difusión que realizan, y que también se alegre por todos los perros y gatos que consiguen dar en adopción.

Pero ese sistema no puede funcionar. No deben entregarse cuatro cachorros la víspera de Reyes a familias con las que no hay tiempo de cruzar más que unas cuantas palabras; a familias que no sabemos si han llegado por casualidad ese día o simplemente este año no tienen dinero que gastar en una tienda de animales.

Si falta inversión, si hay demasiados animales abandonados, si no hay una conciencia real frente al abandono y el maltrato animal, presionemos por una Ley de Protección Animal más dura y más funcional, pero no frivolicemos con algo tan serio como la adopción de un miembro de la familia, porque entregar un animal a ciegas y sin control es casi tan peligroso como abandonarlo a su suerte.

Perros durmiendo
Y… ¡eso es todo, amigos!

Porque nadie nos asegura que un perro o un gato no pueda tener dos vidas de mala suerte, pero jamás deberíamos potenciar nosotros esa posibilidad; sobre todo cuando lo único que deseamos con todas nuestras fuerzas es ayudarlos.

Por último, si has llegado hasta aquí, te pido otra vez que no te quedes con lo negativo, y mucho menos que se te ocurra desconfiar del grandísimo trabajo de la SPAM a causa de mis palabras. Decenas, sino cientos de personas, se implicaron en la recuperación de un perro con leishmaniosis muy grave, y entre voluntarios, veterinarios y casas de acogida consiguieron sacarlo adelante; nosotros somos el último peldaño, los afortunados que deben darle una segunda oportunidad a ese animal, y todo lo anterior solo es una pequeña parte, un tropezón por el camino, pero pocas cosas hubiesen sido más agrias que terminar una historia que recién volvía a empezar.

Hoy, Foc es feliz, tiene salud y hace ejercicio diario; y podría cerrar este (no tan) breve artículo diciéndole a todo el mundo que su vida es perfecta, pero mentiría; tras más de medio año con nosotros, sigue mostrando inseguridad con personas, y también ansiedad en un gran número de situaciones diarias. Y sabemos que seguirá arrastrando ese abandono cobarde durante gran parte de su vida; mientras, nosotros continuaremos esforzándonos para que lo deje atrás y él, a su vez, seguirá haciendo de nuestra vida algo un poco más perfecto.