De mi vida de copy[writer], mantengo algunas lecturas semanales. Hay un señor, Calvo con Barba (así, con mayúsculas), del que me lo sigo leyendo casi todo. Este hombre —de quien no recuerdo su nombre, aunque lo podría mirar— tiene una columna breve, que se llama Querida Marca, en la que aprovecha para lanzar ganchos y directos una vez por semana; después, escribe posts más extensos en su página profesional, por aquello del branding, supongo.
Hace poco, publicó un texto con mucha verdad, bastante largo y un poco triste. Trata sobre Internet, y es que quizá no lo sabes, pero Internet se va a la mierda. Como niño de los noventa, yo recuerdo que Internet iba a ser la hostia desde el módem de 26 kbps, y la cagamos. Como explica José Carlos Ruiz, en su último best-seller (Filosofía ante el desánimo, Imago Mundi, 2021), la digitalización podía haberse convertido en un verdadero camino para el conocimiento (en parte, lo ha hecho), pero la realidad es que nos ha llevado a la fatiga; concretamente, a la fatiga por exceso de información: a ser más vagos, más crédulos, más ideológicos y menos librepensadores.
Señor con barba explica… por qué Internet iba a ser la hostia
Es bastante triste ver a gente famosilla de Instagram trabajando en vacaciones.

Al principio, el mundo digital iba a conectarnos a todos, pero, al final, nadie escucha a nadie y todo es un gran escenario que exige mucho más de lo que da. Es la paradoja de la identidad (personal) y el avatar, o identidad virtual. ¿Dónde empieza una y termina la otra? Los youtubers, twitchers e instagrammers, ni lo saben ya y, si lo piensas, es bastante triste ver a gente famosilla de Instagram trabajando en vacaciones; intentando convencer a los críos y a las crías de que su vida es una fiesta y sintiéndose como el gusano aquel de la fábrica de Slurm (Futurama, ¡cacho de carne!).
El señor de la barba que he mencionado arriba hablaba de porqué mi trabajo (como creador de contenido para terceros), cada vez, es menos relevante. La clave es la palabra difusión, que casa con oferta y demanda y que, a su vez, pasa por estándares más y más exigentes de calidad y profundidad, convirtiéndolo todo en una carrera de ratas. Desde Instagram a LinkedIn tienen a los usuarios creando contenidos con escasa difusión, algoritmos muy cabrones y una pizca de «aunque te vean, a tu audiencia quizá le importa una mierda».
El curioso caso de Guille Aquino
Si estaba vivo ¿qué cojones hacía sin generar contenido para Internet?
El curioso caso del argentino Guille Aquino mola para ejemplificar el párrafo anterior. El tío lo petó en la década pasada con los virales que hacia con su equipo (Lucía Iacono, Pablo Mir y compañía) y llegó muy, muy fuerte a finales de 2020 y, entonces, desapareció. Y ya empieza Internet —iba a ser la hostia, ¿recuerdas?— a romper las pelotas, como dirían ellos, a lanzar mierda rosa por la compu-global.
¿Está vivo Guillermo Aquino?
¿Qué fue de…?
Está vivo, preguntaban. En serio. Porque… si estaba vivo ¿qué cojones hacía sin generar contenido para Internet? ¿Te das cuenta de que hemos creado una sociedad en la que importa más el avatar que la persona? Da yuyu. Decía Guillermo Aquino en una entrevista en YouTube: «[A] Larry David lo he esperado cuatro temporadadas […], Dave Chappelle desapareció doce años. […] Qué poca paciencia, ¿no?» Miraos el vídeo, que he borrado los chistes y he metido puntos suspensivos.
En definitiva, que Internet iba a ser la hostia, pero cada vez pide más y da menos. No sé si es culpa de Santa Claus, del capitalismo o de las putas élites neoliberales, pero hacerse espacio en el mundo virtual ya resulta más difícil que ganarse la vida en el real, y, a este lado de la pantalla, nadie regala nada tampoco. No obstante, si hemos tenido tiempo de contagiar a todo quisqui el peor virus de todos, el del para-qué si nadie lo va a ver.
Ahora que se empieza a hablar de la siguiente revolución digital, los metaversos, yo he decidido que me bajo, que ya me gano bien la vida educando a humanos y a sus perros y escribiendo (todo lo que me dejan). Que sí, que está chulo subir alguna cosilla en redes sociales, pero si la decisión está entre cultivar la propia identidad o el avatar virtual, parad las redes, que yo me largo; o ¡qué coño!, me bajo en marcha, a riesgo de una hostia, que esta fabrica de egos heridos tampoco para nunca en realidad.
Como la vida está llena de ironía, a mi pareja actual la conocí en Instagram. Pero ya lo dijo Ortega, yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo. Así pues, quien no haya abierto nunca el Tinder, que tire la primera piedra.

Yo:
Edito: Me acabo de dar cuenta de que he hecho un queísmo de la leche. Sorry!