A través de una ética de mínimos

La mayoría de movimientos por los derechos de los animales han bebido y crecido amparados en el marco del activismo político. De este modo, en la actualidad, el veganismo filosófico y el antiespecismo son dos corrientes indisolubles que defienden otro nivel de respeto por la vida animal, considerando que el resto de especies no solo tienen derecho a la vida, sino que ese derecho debería ser respetado y sacro debido a un concepto clave sobre el que ya hablé aquí: la sintiencia.

En el germen de estos movimientos, no obstante, hay un gran número de discusiones, donde destacan, por ejemplo, la prevalencia de viejos patrones machistas entre algunos de sus miembros[1] o la defensa y preservación de animales —individuos— frente a la naturaleza, en el que una parte del movimiento apoya una visión objetivista en la cual la naturaleza es un ente al margen de la ética y otra, en cambio, defiende el subjetivismo y, en consecuencia, el intervencionismo necesario frente a un ciervo herido, un pájaro que se ha contagiado de parásitos o una hambruna que ha afectado a una población de caballos salvajes, dividiendo la crítica entre la opresión y la denegación de ayuda. En este caso, no hablamos tanto de una división entre ética animal y ética ambiental, tanto como de los distintos matices que pueden surgir en la primera y, a continuación, explico el porqué.

Gallus gallus - Tipos de especismo
Viñeta de Gallus Gallus que nos habla de los distintos tipos de antiespecismo: uno enfocado a reducir el daño infringido por los humanos y, en paralelo, otro dedicado a prevenir el daño que otros seres sintientes sufren en la naturaleza. Esta segunda ola de pensamiento se sustenta en que, si como seres sintientes y con capacidad de razonar, nos ayudamos entre nosotros, rechazar el especismo supone también ayudar a otros seres sintientes sin tener en cuenta su especie, lo que, a menudo, para algunas personas y activistas choca con las reglas propias de la naturaleza.

En este contexto, el antiespecismo y el veganismo siguen siendo indisolubles y sería muy complicado mencionar una decena de discusiones que enfrentan al movimiento, algo que sí resulta mucho más sencillo de hacer cuando incluimos ecologismo —cuya mayor preocupación es siempre global, y pocas veces basada en la defensa de los individuos no humanos, que son el único grupo que, pese a su enorme impacto a cualquier nivel, no entra en tela de juicio—, por ejemplo, y todavía más frente a términos como «animalismo» o «bienestar animal».

Hasta la fecha, el movimiento de liberación animal ha luchado contra cualquier tipo de explotación y discriminación de otras especies, a veces con graves consecuencias ecológicas, como el caso de los visones americanos en España[2], o mediante tácticas de ecoterrorismo, como el incendio de la granja Chinchilla Farm por FLA México. Otras muchas, lo ha hecho de forma pacífica, como demuestran todo tipo de movimientos de activismo individual o colectivo, como ejemplifica PETA, Anima Naturalis o Igualdad Animal.

De cualquier modo, la asunción de una filosofía y una actitud política en la defensa de los animales ha recogido siempre claros matices de imposición de un programa y difusión del mismo con el fin de ampliar el apoyo popular. Este texto no tiene la pretensión de probar que esta es una actitud contraproducente, pues no tengo ni los datos ni la seguridad de creer que existen alternativas políticas y de activismo más eficaces, sino de mostrar cómo polarizar el discurso no es la solución frente a la explotación animal y, del mismo modo, que la asunción de ciertos objetivos bienestaristas, que han sido ampliamente criticados en muchos círculos que defienden la liberación animal inmediata, pueden resultar muy útiles para mejorar la vida de millones de animales y cambiar los hábitos de vida, consumo e incluso la ética de grandes grupos de población.

Para ello, no obstante, debemos hablar sobre un concepto que, en la búsqueda de juicios absolutos, relegamos o desvalorizamos: la ética de mínimos. Se entiende por «ética de mínimos» la rama de la Filosofía práctica dedicada a encontrar una vía de mejora para el entendimiento y la comunicación en un asunto, centrándose en aquellas premisas o comportamientos mínimos que compartimos y que posibilitan la convivencia y la tolerancia.

La realidad es que no sabemos con total certeza qué estrategias son las más eficaces por los animales. Sólo recientemente hay  quien se ocupa de evaluar mediante métodos más rigurosos el impacto de diferentes intervenciones para determinar cuáles pueden hacer el mayor bien. Pero sí podemos concluir que la forma tradicional de plantear la reflexión estratégica -o bien se defiende que sólo debe educarse en la injusticia de toda explotación con el fin de abolirla, o bien se defienden prohibiciones o reformas con el fin de reducir los daños que los animales reciben- obedece a la simplificación de un problema complejo. Ello impide pensarlo de la forma adecuada, llevándonos a soluciones tan atractivas por su claridad y sencillez como probablemente falsas.

Fragmento de ‘Posición política: antiespecista’ de Eze Paez

La ética de mínimos es la base de cualquier tipo de bienestarismo político, y puede ayudarnos mucho en la búsqueda de ideas en común a través de las que articular nuestros discursos como activistas. Hoy, el antiespecismo o el veganismo tienen una ideología muy marcada, que a menudo ha sido tildada de «radical» por la mayoría de la población, puesto que, si bien no es un discurso impuesto, sí es común que parte de los activistas acojan claras posturas impositivas o de valoración moral, en vez de respetuosas y ejemplarizantes frente al interlocutor, como siempre deberían ser; por el contrario, su acercamiento es totalmente erróneo, ya que se basa en todos esos puntos que difieren entre vegetarianos estrictos y consumidores de productos de origen animal, entre antiespecistas y ecologistas, entre defensores de la tauromaquia y antitaurinos; todos los discursos políticos relacionados con la defensa de los animales hacen hincapié en los puntos del discurso que nos separan (en los que no coincidimos) y no en aquellos en los que sí.

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Saboteadores ingleses que boicotean la caza del zorro. Más información sobre el movimiento aquí.

Asimismo, es habitual que al cambiar este discurso impositivo («yo tengo razón por esto, esto y esto; tú estás equivocado por esto, esto y esto») por otros tipos de formas de comunicación que no sean taxativas se percibe como una debilidad e incluso una perversión de nuestras convicciones; en realidad, se trata de todo lo contrario: la mejor oportunidad para poder argumentar y convencer a nuestro interlocutor/a, siempre y cuando seamos consciente de que esta estrategia comunicativa y asertiva busca puntos de contacto con el interlocutor del activista, pero no modifica nuestro propio discurso interno.

Un ejemplo común de esta dinámica entre veganos es poner en evidencia a los demás moral e intelectualmente. Es decir, implicar que el otro es menos inteligente y menos ético, a menudo porque no está de acuerdo con nuestro punto de vista. El objetivo de poner a los demás en evidencia moral e intelectualmente es demostrar que nuestro punto de vista es «correcto» y el otro «incorrecto», en lugar de examinar y debatir objetivamente las diferentes perspectivas.

Fragmento de ‘Poner en evidencia a los veganos perjudica a los animales’ de Melanie Joy

 

El mensaje del veganismo ha demostrado que no es efectivo: un 84 % de los veganos vuelven a consumir productos de origen animal, mientras que el porcentaje de personas que luchamos contra la explotación sigue siendo irrisorio entre la población global. El auge de nuevas potencias como China o la India, además, supondrá un durísimo varapalo al activismo antiespecista a medida que estos países acojan y estandaricen un consumo de animales mayor.

La ética de mínimos, por el contrario, establece una vía de activismo eficaz que, bien dirigida, puede conseguir pequeñas victorias constantes que deben dirigirse (y pocas veces se hace) hacia nuestro objetivo último. La ventaja de trabajar a través de esos mínimos es que nos permitirán influir de verdad en la gente; así, un defensor de los perros que come otros animales suele ser criticado por especista sin comprender, a menudo, que esa empatía que él ve en los ojos de un can, puede generalizarse hacia un gato, o un caballo, y después hacia una vaca, o una oveja, o cualquier animal; incluso un taurino ve algún tipo de belleza en el animal, belleza perversa quizá, mal entendida, pero que seguro puede ser un primer paso hacia el cambio.

Fundación MONA
Grupo de chimpancés de la Fundación MONA, donde estos primates —en principio, irrecuperables— conviven ajenos a cualquier tipo de actividad humana más allá de la observación.

El principal problema que enfrentan ahora los movimientos de liberación animal es que sin esta ética de mínimos que da pie a cruzar ideas e inferir en los demás, resulta imposible alcanzar a todas esas personas cuyos pensamientos son dicotómicos a los nuestros; aun asumiendo que nuestra ética es la más perfecta, justa y buena existente, deberemos comprender que esta no funciona a través de la imposición, sino de la razón y el desarrollo personal y libre (1), que nosotros también nos equivocamos en el pasado y seguimos haciéndolo en otros muchos términos morales (2), y, por lo tanto, no es justo creer que otros no tienen la potestad de hacerlo, de caer en el error, que nosotros sí tenemos, y, sobre todo, que excepto en aquellas luchas en las que somos «amplia mayoría», la imposición, incluso la imposición de una ética más justa, no tiene fuerza —y perdería gran parte de su justicia con la misma acción—, por lo que deben ser otras las estrategias escogidas para buscar el cambio (3).

Sobre esto último, un gran ejemplo lo tenemos en la tauromaquia en España, cuyo apoyo entre los ciudadanos ha caído bajo mínimos, y, aun así, no hemos conseguido (todavía) su total prohibición. En tal caso, si una lucha que apoya una amplia mayoría cuesta tantísimo de ganar, ¿cómo vamos a conseguir una sociedad vegetariana, vegana o antiespecista en minoría? En esta, la educación actual y el relevo generacional marcarán un antes y un después, pero sería absurdo olvidar que lo que inicia cualquier diálogo es lo que nos une y no lo que nos enfrenta.


[1] Hace pocos días, saltó a la luz la división entre El Hogar y ProVegan auspiciada por agresiones y tratos vejatorios por parte de uno de uno de los miembros directivos

[2]  No deberíamos olvidar, no obstante, que la culpa de la expansión del visón americano en España recae, por este orden: en las empresas que explotan animales, las mismas empresas que han liberado muchos de estos animales al cerrar y los activistas que han realizado acciones similares.

Hacer más mal que bien

Hace poco, estuve a punto de conocer al famoso Rey Chatarrero. Al final, aquello no se materializó, y después ha debido cambiar de número de teléfono, porque ahora la compañera que contactó con él, no lo ha podido volver a localizar. ¡Qué sé yo!

Con tanto trabajo, esto me volvió ayer a la cabeza, y lo hizo de una forma «graciosa» que he creído que puede ser interesante comentar en el blog: a través de un artículo que, estos días, ha conseguido volar mediante las RRSS; su título: El circo mediático del animalismo; un texto que critica al (ya) famoso Chatarra’s  y su nuevo programa en Cuatro: A cara de perro.

A cara de perro (Cuatro)
Imagen promocional del programa A cara de perro (Cuatro, 2017)

Un artículo, ante todo, interesante, que trata muchas cuestiones relevantes para el animalismo —maltrato y explotación animal, especismo, bienestarismo, veganismo, etcétera—, pero que cojea en la base. A grandes rasgos, el autor nos habla de por qué es erróneo emitir un programa como este, donde su protagonista se preocupa de los perros, pero no de los cerdos o de las gallinas; de por qué es erróneo escoger al Rey Chatarrero y no a una persona que aglutine los principios del movimiento de liberación animal; y, sobre todo, de por qué tenemos que luchar contra personas que perviertan el mensaje que él considera que defiende el animalismo.

En ‘El circo mediático del animalismo’, López comenta:

«Cuesta imaginar un mejor ejemplo para ejemplificar el grado de desconexión existente entre el mundillo académico que argumenta los Derechos Animales y la gente con su desconocimiento absoluto acerca de qué se postula.»

Parece evidente que ese error no es (únicamente) del público general, sino del mundo académico, que no ha sabido cómo llegar a este, y que, a falta de una crítica (tardía) de su propio discurso, se ha encontrado con un muro difícil de superar.

Pero, ¡sorpresa! El texto fracasa en la aceptación de la definición más simple y, a la vez, más compleja de todas las que allí aparecen: ¿qué significa ser animalista?; ¿qué es el animalismo? El animalismo es la lucha por los derechos de los animales —donde, por contexto, entendemos que se trata de animales no humanos—, un movimiento que, ni el veganismo, ni ninguna corriente de pensamiento puede apropiarse, porque pertenece a la esfera de la individualidad tanto como a la colectiva.

antitaurinos
Eslogan perteneciente a la lucha antitaurina.

Cuando acogemos la teoría de este breve discurso y abstraemos el concepto «vegano» del concepto «animalismo», la rueda sigue girando. No chirría por ningún sitio: hay personas que se consideran animalistas y veganas, y hay personas que se consideran animalistas y no veganas. Otra discusión muy distinta serán los sesgos de pensamiento y las contradicciones que podemos hallar en los esquemas mentales de esas personas —spoiler: todos tenemos disonancias cognitivas—, pero, en ningún caso, una persona que sea animalista tiene, por definición, que ser vegana. La explicación es simple: animalista es una idea mucho más amplia que vegano, que se circunscribe a una moral mucho más estricta.

El animalismo es una representación tan amplia como carente de sentido a causa de la suma de definiciones colectivas, que nos sirve para definir al «amante de los perros y los gatos que come carne de otros animales» tanto como al bienestarista que no quiere ningún tipo de cambio más allá de una «cómoda explotación» y al partidario de la liberación animal. Y voy al principal tema que, para mí, rebate el artículo anterior; algo así: «Si quieres cambiar el mundo, sal al mundo.»

¿Y si lo que hacemos, de la forma en que lo hacemos, no funciona? Es muy tentador creer que un libro de Melanie Joy o una ponencia de Gary Francione son el único camino, pero no lo son, y no están funcionando. Puedo comprender las reticencias de pervertir el concepto de un mensaje para llegar a más gente, pero… en lenguas vernáculas: hay que tener unos «cojonazos» para decirle a la gente que ellos no son animalistas, y que tú, y los que piensan como tú, son los únicos animalistas que existen y que pueden llamarse animalistas.

El Rey Chatarrero y yo debemos tener una ética muy distinta, pero yo no puedo decirle a otra persona que pretende ayudar a los animales, que se equivoca, que no ayuda a los animales y que es un impostor (¡ni yo, ni nadie!). Porque no lo es; él es un animalista que lucha por algunos animales, y yo soy un animalista que lucha por todos los animales. Como activistas, es legítimo intentar convencer de nuestra forma de vida a un tercero, pero no podemos imponerla como verdad absoluta, y tampoco deberíamos creer que sería legítimo hacerlo aun con tal potestad.

Un gran grupo, a quien sólo le preocupan los «peluditos» o confían en las regulaciones legislativas por inculcación institucional, defiende todo esto apelando a que visibiliza la injusticia. Yo agregaría que tanto la hace más visible como la pervierte aún más. Transmite una ideología que no debieran ser el estándar de una sociedad civilizada.

Extracto del artículo «El circo del animalismo», de A. López

Blanca, una buena amiga que también practica kendo, trabaja desde la Universidad Autónoma de Barcelona en cuestiones de inclusión social desde un marco feminista y multicultural; y le jode mucho, pero mucho, que le digan que una chica musulmana que sigue el hiyab no puede ser feminista. Siempre dice: Nudity empowers some. Modesty empowers some. Different things empower different women and it’s not your place to tell her which one it is.

Liberación animal (imagen)
Eslogan que defiende la vida de todos los animales junto a conceptos como el veganismo y el antiespecismo.

Y qué razón que tiene. Javier Roche boxeando y salvando la vida de cientos de perros llega a unos chavales; yo, escribiendo, llegaré a otros; quizá sea el rap, o el trabajo en una protectora, o una visita al matadero lo que consiga ese «clic» en terceros; quizá él tiene más éxito, quizá no. De lo que sí estoy seguro es que sea en el Palacio de la Chatarra, sea en A cara de perro, no está en manos de nadie decirle cómo debe definir su individualidad. Quizá Roche no sea el animalista que a nosotros nos gusta, pero hace falta valor para decirle a ese tío que no es animalista, porque uno puede diferir en el fin último, e intentar convencerle de nuestra verdad, pero no en el sentimiento que le mueve, y que brota bondad en todo lo que hace.

A veces, queremos luchar por un cambio, pero cuánto nos cuesta poner los pies en el ring o en el tatami. De eso, yo sé de lo que hablo, y el Rey Chatarrero también.

¿Cuál es el crimen aquí? ¿Enviar un mensaje segmentado a través de la televisión? ¿No es esto acaso una excusa para hacerlo mejor? Donde encontrar nuevas vías de comunicación, nuevos espacios donde debatir sobre el animalismo y luchar contra la invisibilización del modelo. ¿Acaso creemos que todo el mundo es consciente siquiera de lo que significa «especismo» o «bienestarismo»? Porque ya os adelanto que no, que fuera del ámbito académico, nadie sabe a qué aluden estos conceptos; ahí es donde tiene que saltar el mensaje: hacia los mercados, las calles, y el público general. A veces, queremos luchar por un cambio, pero cuánto nos cuesta poner los pies en el ring o en el tatami. De eso, yo sé de lo que hablo, y el Rey Chatarrero también.


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