Cómo empezar una novela: trucos, ejemplos y ¿cebos?

La primera página de una novela es un cebo que el lector debe morder. Es una de esas cosas de las que no te puedes olvidar y, si crees que puede ocurrir, tatúatela en la jeta. A nivel editorial, ese trocito del papel es fundamental: si no engancha, todo lo demás cae por su propio peso. El cine y la televisión hacen lo mismo con los inicios, pero nadie tiene tan poco tiempo para escoger un título como el lector de novelas en una librería: portada, contraportada, ojea algunas páginas por encima (como mucho, lee los primeros párrafos) y toma una decisión. Se trata de un pacto no escrito con el autor, como dice Jaume Cabré, pero no es más que parte del propio pacto que corresponde a cualquier ficción. Vamos, que tú te pateas la Casa del Libro buscando en qué gastarte quince o veinte pavos y, por lógica, vas a pillarte algo que empiece como Pulp Fiction de Tarantino y no como Roma de Alfonso Cuarón, y este ejemplo viene que ni al pelo, ya que las reglas están para romperse, pero lo que funciona, funciona.

Empezar una novela: la primera página, un cebo para el lector

«No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados. Cuando se oyó la detonación, unos cinco minutos después de que la niña hubiera abandonado la mesa, el padre no se levantó en seguida, sino que se quedó durante algunos segundos paralizado con la boca llena, sin atreverse a masticar ni a tragar ni menos aún a devolver el bocado al plato; y cuando por fin se alzó y corrió hacia el cuarto de baño, los que lo siguieron vieron cómo mientras descubría el cuerpo ensangrentado de su hija y se echaba las manos a la cabeza iba pasando el bocado de carne de un lado a otro de la boca, sin saber todavía qué hacer con él».

Corazón tan blanco (Javier Marías, 1992)

Alguien me dijo que Juan Marsé solía comentar que las primeras páginas de una novela debían atrapar al lector (agarrarlo bien y no soltarlo ya), pero, sobre todo, debían ser o pretender ser una síntesis del tema central del texto. No he encontrado esa afirmación de Marsé en ningún sitio, pero me la creo: esto ocurre en Rabos de lagartija o en Últimas tardes con Teresa, ¿no? En fin, que tan importante es que un inicio impacte como que plantee lo que desea cumplir. De ahí que se reescriban una vez, y otra, y otra vez…

Así empieza Luces de bohemia

Hora crepuscular. Un guardillón con ventano angosto, lleno de sol. Retratos, grabados, autógrafos repartidos por las paredes, sujetos con chinches de dibujante. Conversación lánguida de un hombre ciego y una mujer pelirrubia, triste y fatigada. El hombre ciego es un hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales, Máximo Estrella. A la pelirrubia, por ser francesa, le dicen en la vecindad Madama Collet.

Max: Vuelve a leerme la carta del Buey Apis.

Madama Collet: Ten paciencia, Max.

Max: Pudo esperar a que me enterrasen.

Madama Collet: Le toca ir delante.

Max: ¡Collet, mal vamos a vernos sin esas cuatro crónicas! ¿Dónde gano yo veinte duros, Collet?

Madama Collet: Otra puerta se abrirá.

Max: La de la muerte. Podemos suicidarnos colectivamente.

Madama Collet: A mí la muerte no me asusta. ¡Pero tenemos una hija, Max!

Max: ¿Y si Claudinita estuviese conforme con mi proyecto de suicidio colectivo?

Madama Collet: ¡Es muy joven!

Max: También se matan los jóvenes, Collet.

Luces de bohemia (Ramón del Valle-Inclán, 1924)

El primer párrafo de una novela (bueno, Luces de bohemia no es bien, bien una novela, ya lo sé, pero con esas acotaciones imposibles tampoco es la típica obra de teatro, ¿no te parece?) debe empezar con algo que llame la atención al lector. Hay que intrigar, sorprender, cabrear. No importa que planteemos un hecho transcendental o, simplemente enigmático, chocante o atractivo, pero sí que debería poner en marcha el mecanismo de la narración. Una buena opción puede ser coger un momento de mucha tensión del eje narrativo, por ejemplo, y plantear un inicio in medias res, puesto que generarás preguntas en el lector que, más tarde, la propia historia se encargará de responder. Pero también una situación menor o que desafíe lo políticamente correcto puede valer: Chuck Palahniuk es un crack en esto, aunque las cosas últimamente no le van demasiado bien.

Pintura de autor(a) desconocido(a) que retrata a Nick Belane y a la Señora Muerte, quien fuma de espaldas al espectador.

Así empieza Pulp, de Bukowski

Otro ejemplo, de lo último de Bukowski:

Yo estaba sentado en mi oficina, mi contrato de alquiler había vencido y McKelvey estaba iniciando los trámites para deshauciarme. Aquel día hacía un calor del demonio y el aire acondicionado se había roto. Una mosca se paseaba lentamente por encima de mi escritorio. Extendí el brazo con la palma de la mano abierta y la puse fuera de juego. Me estaba frotando la mano con la pernera derecha del pantalón cuando sonó el teléfono. Lo cogí.

-¿Sí? -dije.

-¿Ha leído usted a Céline? -preguntó una voz femenina. La voz era bastante sexy y yo llevaba mucho tiempo solo. Décadas.

-¿Céline? -dije-. Ummm…

-Quiero a Céline -dijo ella-. Tengo que conseguirlo.

Aquella voz tan sexy me estaba poniendo realmente cachondo.

-¿Céline? -dije-. Deme alguna información. Hábleme, señora, siga hablando…

-Súbase la cremallera -me contestó.

Miré hacia abajo.

-¿Cómo lo sabe? -le pregunté.

-Da igual. Lo que quiero es a Céline.

-Céline está muerto.

-No lo está. Quiero que le encuentren. Quiero tenerlo.

-Puedo encontrar sus huesos.

-No, estúpido, ¡está vivo!

Charles Bukowski, Pulp (1994)

Para empezar una novela: ¿qué he aprendido?

A grandes rasgos, lo que he aprendido es que te aprendas las normas para romper las normas, porque las normas aburren. Pero:

  • Las primeras páginas de una historia tienen que poner algo en movimiento: la novela se está cobrando todo lo que el cine le ha robado, ¿sabes?
  • Al inicio, estás fijando las reglas del mundo que vas a narrar: no es buena idea empezar con alguien soñando o una introspección y tampoco con elementos que no vayan a aparecer en la historia solo por sorprender, porque estás mintiendo, y jodiendo el pacto ficcional, y la confianza que el lector ha puesto en ti
  • Tampoco es lugar en el que vomitar un montón de información o describir las baldosas del jardín de la abuela del protagonista: buscamos un momento que introduzca la historia y si puede recoger la esencia de lo que vamos a narrar ya será la hostia
El club de la lucha es la novela más conocida de Chuck Palahniuk. En 1999, David Fincher la adaptó al cine. Escribí sobre en qué cree Tyler Durden (y II),

De las clases de escritura…

De las notas de mis clases de novela, he extraído doce puntos por si le sirven a alguien más.

Transcribo, tal cual:

  1. Debes llamar la atención: olvídate de las premisas de la novela realista
  2. Solo importa asistir a un hecho trascendental
  3. Los primeros párrafos deben poner algo en movimiento
  4. Aquí no es cuestión de irse por las ramas: frases cortas; ve al grano
  5. Podemos dar una pista para ubicar al lector en un momento espacio-tiempo
  6. Fijamos las reglas desde el inicio: si hay magia, hay magia; si el mundo se ha ido a la mierda, se ha ido a la mierda
  7. Ahora mismo, al lector se la sopla la historia de fondo (backstory)
  8. Empieza con una pregunta retórica: puede ser literal, o no serlo
  9. Provoca (o genera empatía), para que el lector se quede contigo el tiempo suficiente
  10. Comienza con algo gracioso (pero asegúrate de que lo es, porque ser gracioso es jodido de cojones)
  11. Promete un conflicto: ¿vencerá Rocky a Apollo Creed?, ¿escalarán el Everest?, ¿podrá Homer cruzar la Garganta de Springfield con un monopatín?
  12. Ofrece una experiencia puramente emocional

No tienes ni puta idea de cómo hacer todo eso. Bienvenido/a al club. Supongo que esa es parte de la gracia: descubrir cómo puedes ofrecer algo nuevo o que diga algo muy viejo de otra forma. En mi caso, por ejemplo, me ha costado mucho empezar a encontrar el punto entre la falta de descripciones y el hiperdetallismo. Hoy, el realismo o el naturalismo nos quedan muy lejos y no tiene ningún sentido caer en descripciones kilométricas (sí, hay gente que lo hace y le queda de puta madre), porque ya leemos el todo dentro del detalle. ¿Qué vas a hacer? ¿Empezar una historia como lo hacía Jack London?* En teoría, ya no podemos hacer eso.

Rocky (John G. Avildsen, 1976) cuenta una historia que ya se había explicado miles y miles de veces en la literatura, e incluso en el cine, pero lo hace de un modo distinto.

En las primeras páginas, esos detalles que terminan de completar la escena son todavía más importantes, puesto que apenas hay espacio. Por descontado, serán importantes en todo el texto, pero al inicio es mucho más importante saber observar la propia escena que estás creando y transmitir una impresión verosímil en el lector. Los buenos detalles son los que crean impresiones imperecederas, como el sombrero fedora y el látigo de Indiana Jones o la forma en la que un condenado a muerte sortea un charco para no ensuciarse las botas camina a la horca.

En fin, que hay buenas novelas con malos comienzos, pero no hay malos comienzos en buenas novelas.** Al final, algo significará, digo yo.

Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida, a los demás: «¡No, no quiero ver la televisión!» Alza la voz, si no te oyen: «¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!» Quizá no te han oído, con todo ese estruendo; dilo más fuerte, grita: «¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino!» O no lo digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz.

Si una noche de invierno un viajero (Italo Calvino, 1979)


* Me compré hace poco la edición ilustrada de La llamada de lo salvaje (Jack London, 1903) de Nórdica Libros y me ha encantado, por cierto.

** Dejo aquí 10 inicios de buenas novelas por si le inspiran a alguien

Delirio número 57: «Enviar el manuscrito a una editorial y ser aceptado a la primera»

Hace un par de años, creía que tenía el manuscrito de una novela y, en realidad, no tenía nada. El bofetón siempre es duro, pero cuanto antes mejor. Por esas fechas visitaba, a menudo, Miserias literarias, una bitácora (a ese blog «vintage» hasta le pega el concepto, que ya es pelín matusalénico) en la que un tipo, que decía ser escritor y llamarse José (vete tú a saber), solventaba dudas habituales de juntaletras novel. Aunque no se estila mucho, esas entradas aparecen, de vez en cuando, por Internet: El Huffington Post, por ejemplo, conserva otro texto del escritor-barra-guionista Carlos García Miranda en el que trata temas de contratos, royalties, agentes y algo, a priori, tan obvio como presentar a la editorial un libro terminado. Dicho así, parece una tontería escribir sobre estas cosas, pero es que ni dios te cuenta cómo se maneja el mercado y cómo debes moverte tú en él, ¿sabes? O sea, que al final es útil de cojones y esa gente vale un potosí.

—Escribir una buena novela es como pelar una naranja…
—¡Eh! ¡Aquí no hemos venido a ver pelar naranjas!

Si eres seguidor de este blog desde hace tiempo, quizá te sorprenda que yo comente algo así, ¿no? Puede que te suene que, a finales de 2016, publiqué un libro de ensayo a través de la editorial Diversa Ediciones (De cómo los animales viven y mueren), por lo que, de entrada, lo lógico sería pensar que tuve que patearme una decena de editoriales hasta dar con una que quisiera publicarme un libro de ética, pero no. En esto tuve una flor en el culo: fueron los editores quienes se interesaron por algunos de mis textos. La parte mala es que, ahora que tengo un manuscrito de novela que empezar a mover, poca idea tenía de por dónde empezar (si te pasa algo similar, yo empecé por aquí: «12 pasos para enviar tu manuscrito a una editorial y que no vaya directo a la basura»). En fin, a lo que iba: pese a los dolores de cabeza, o quizá gracias a ellos, me he dado cuenta de que, a quienes nos gusta escribir y tratamos de publicar, hay muchos asuntos que nos quitan el sueño —desde el bloqueo del escritor a la espera de respuesta por parte de una editorial o el por qué sí/por qué no frente a la autopublicación—, así que se me ha ocurrido que escribir sobre estas cuestiones puede ser divertido (y catártico, incluso).

Un manuscrito, ¿eh? Le responderemos entre 60 y 180 días: ¡suertudo!

Desde finales de 2017, si no recuerdo yo mal, asistí a un curso de año y medio sobre novela en el Laboratori de Lletres (una escuela de escritura similar a la que tienen en el Ateneo barcelonés). El primer día me convencí de que estaba en el lugar indicado, cuando el escritor Carlos Luria nos dijo que leer era mucho más de la mitad de escribir (porque siempre lo he creído), y senté el culo en una de esas sillas del aula con suelos de baldosa hidráulica y techos de molduras blancas, y escuché, reí, garabateé folios y disfruté como un enano.

Una de las últimas clases de aquel curso extensivo, Luria la reservaba para hablarnos sobre el sector editorial y, cuando me flojea un poco ánimo de «intento de novelista», son esas notas las que me sirven para relativizar, coger fuerzas y volver a la carga una vez más. Se trata de un popurrí de apuntes similar a esta entrada de Tregolam sobre cómo mandar un manuscrito a editoriales españolas, pero también ofrece claves para entender por qué te puedes dar con un canto en los dientes si una editorial te envía un acuse de recibo y un tiempo estimado en el que aceptar o rechazar el manuscrito que les has enviado.

Bueno, allá vamos. Seas quien seas, espero que te sirvan.

¡Hola, buenas, editorial española! ¿Cómo está usted de salud?

¿Hay una crisis del sector editorial? Ni de coña. Las ventas de 2018 subieron un 6,6 % frente a las de 2017 después de continuas caídas hasta el 2009/2010. De todos esos libros, el digital creció un 17 % y ocupa un 5 % del mercado (el gran bum del libro digital, por ahora, no se ha producido): esta cifra, que no parece muy relevante frente al total, a mí me indica que optar solo por publicar en formato «eBook» tiene poco sentido, sin embargo, no me atrevería a decir que no hay ningún autor/a en la faz de la Tierra que se gane la vida publicando (únicamente) en digital. Por el volumen de mercado, no me parece una gran opción, pero sí que es cierto que una editorial te dará entre un 8 y un 12 % (¡ja!) del P.V.P. (Precio de Venta al Público) de cada libro en papel y, ese porcentaje, puede incrementarse hasta el 50 % en un libro digital (aunque son más habituales porcentajes como el 20 o el 30 %, según he podido saber). El contratiempo aquí es que un libro en papel tendrá un coste de, por lo menos, 15-18 € de P.V.P. mientras que un libro digital suele ser la mitad o una tercera parte de este importe.

Soy LA EDITORIAL y aquí mando yo, escritorzuelo de chichinabo.

En España, hay alrededor de 3.800 editoriales, un 0,001 % (por inventarnos una cifra ridícula, pero bueno, 4 o 5: Planeta, Penguin Random House Mondori, etc.) son grandes empresas editoriales, menos de un 1 % son editoriales medianas y la gran mayoría son pequeñas editoriales que están como locas buscando nuevas voces para generar ingresos. En teoría, con estas cifras parece ser que siempre hay una editorial para un buen libro. Como contrapartida, mientras que Planeta puede publicar 300 títulos cada año, una editorial pequeña o mediana tiene que intentar asegurarse el tiro mucho más, pero también hace que estén (las pequeñas, o medianas, digo) mucho más predispuestas a las nuevas voces.

Por descontado, eso no tiene nada que ver con la editorial que tú buscas para tu libro: está claro que ya puedes ser bueno o buena, si quieres debutar en las grandes ligas, pero oye, ¿quién sabe? En cualquier caso, el tamaño de muchas de estas editoriales agrega otro problema: a veces, es difícil rastrear qué línea editorial (o filosofía) siguen y comprobar si puede encajar bien con tu manuscrito. Esta es una de las típicas situaciones donde entra, o puede entrar, el agente literario.

¡Está claro! Lo que necesito es un… agente literario (bueno, o quizá no)

En mi caso, mientras escribía la novela, una gran agencia literaria estuvo interesada en el texto, pero, al final, aquello quedó en nada. Me lo dijeron clarito: «Chaval, esto es un negocio y los nuevos autores os tenéis que buscar la vida.» Más allá de esta primera toma de contacto, tengo sentimientos contradictorios con los agentes, pero no solo por mi (muy breve) experiencia. Te explico. Una agencia es un empujón muy grande para la carrera literaria de cualquiera: a priori, una vez te acogen bajo su ala, se debería partir los cuernos para conseguirte una editorial e incentivar la promoción de la obra, porque se van a llevar alrededor del 15 % de todos tus ingresos. No obstante, hay un problema. Puede que una gran agencia «lleve» a demasiados autores para centrarse en promocionar tu trabajo y, todo lo contrario, que una pequeña no tenga los recursos reales para que, llegado el caso, valga la pena renunciar a ese porcentaje (nada desdeñable) de ingresos por el impulso que le va a dar a tu perfil profesional.

Suele decirse que, durante la promoción, donde no llega la editorial, llega la agencia, pero, de nuevo, dependerá del tamaño de la agencia. Aun así, hay un tercer contratiempo que no deja de ser el más jodido: si quieres agente, toca duplicar el trabajo y el tiempo de búsqueda, ya que conseguir que una agencia se fije en ti no difiere demasiado de las acciones que debes llevar a cabo para buscar editorial. Por supuesto, si no has terminado desesperándote por el camino, una vez cuentes con un agente, habrá un contrato formal entre ambos que protegerá a todo quisqui (a ellos, a ti) y un plus de seguridad ante posibles abusos con la edición.

¿Y qué coj*** hago? Consejos sobre cómo mandar el manuscrito a las editoriales

Bueno, así está el panorama. Con el manuscrito en la mano, te cogen dudando sobre agente sí o agente no. Al final, es una decisión personal y, si te publican y te haces un J.K. Rowling, luego las agencias sí que se van a tirar de los pelos por ti. Pero a miles de kilómetros del país de la piruleta, la realidad es que tanto agencias como editoriales están hartas de tanto manuscrito. Olvídate de que le echen un ojo a libros con errores de ortotipografía o estilo, que no peguen con su línea editorial o que tengan 500 páginas: si nunca has publicado, 200 hojas ya son palabras mayores (existe una tendencia a la baja desde hace una década).

Se han puesto exquisitos y, en parte, hay que entenderlo: leía en el blog de la editorial Letra de palo algunos de los porqués (modelo de negocio, riesgos tangibles e intangibles, etc.) y, ¿qué quieres que te diga? Se entiende. Piensa que esto no es el mundo contra los escritores/as, siempre hay otras variables a tener en cuenta.

Si tras leer tu manuscrito (un fragmento, por regla general), la editorial considera que es una buena oportunidad de negocio, lo siguiente que harán será encargar una lectura profesional (una buena opción, si te la puedes permitir, es hacer este ejercicio antes de enviar el manuscrito y contratar tú a un lector profesional). Una vez hecha la lectura o lecturas, el profesional escribirá dos informes para la editorial (uno literario, otro comercial) y esta tomará la decisión final (que, a estas alturas, si el lector ha dado el OK será… que sí, hombre, que te publican casi seguro).

Los tiempos son otra historia. Desde que enviaste tu manuscrito a la editorial hasta que recibes respuesta —si la recibes, porque hay cientos de agencias y editoriales con el típico mensaje del si no te decimos nada en tres meses, ¡te hemos descartado, majete!— pueden pasar desde 60 días a medio año sin problemas. Al fin y al cabo, lo mejor es meterse en la cabeza que el tiempo de un escritor poco tiene que ver con el de un editor o el de una editorial, que no deja de ser una empresa.

Procrastinar: definición gráfica.

¿Y qué podemos hacer entonces? Primero, asegurar la jugada (editorial correcta, buena historia, estructura profunda y superficial equilibrada, sin un excesivo número de páginas) y acompañarlo de un correo, una carta de presentación y una propuesta editorial que hablen bien de nosotros y que no den pie a malas interpretaciones.

Tras múltiples cagadas, a mí hay dos cosas que se me han quedado grabadas: la importancia de la sinopsis argumental (y sus diferencias con una sinopsis literaria, que seguro que nadie te ha pedido) y que ni dios deje su trabajo para hacerse rico con la escritura. Puede pasar, claro, ahí están Bukowski, Harper Lee o Faulkner, pero nadie te asegura que, de un día para el otro, vas a poder vivir de tus textos: es más, el porcentaje que lo consigue solo de sus novelas es irrisorio y son escritores con varios best-sellers a cuestas. Sobre esto último, tengo una opinión en gradación de grises, así que voy a matizarla: si bien creo que no tener un sostén económico es más limitante que dedicar unas horas diarias a una actividad laboral distinta a la escritura (y he tenido la oportunidad de no trabajar durante un periodo de tiempo y ver cómo afectaba a mi escritura), también considero que hay trabajos que te condicionan más que otros: en mi caso, un trabajo mecánico o burocrático, por ejemplo, me limitaría mucho, mientras que un trabajo más creativo o de dirección, no me supone tantos problemas para compaginarlo con escribir unas horas al día. Además, aunque no siempre se tiene en cuenta, los derechos de autor se cobran una vez cada año (por norma, entre marzo y abril). Mucha pasta hay que sacar de las ventas anuales para aguantar doce meses sin trabajar en nada más…

En aquella clase de la escuela de escritura también nos hablaron del índice Nielsen, de cuándo y por qué plantearse publicar con seudónimo, de certámenes y concursos literarios. Todo eso queda para otro artículo que ya aparecerá por aquí, supongo yo. Por ahora, si me tuviera que quedar con algo, es que hay que seguir creyendo en lo que uno hace, reservando esa voz crítica que todos tenemos para cuando resulta necesaria (durante las reescrituras, cuando toca asumir fallos, etcétera) y relativizar, porque, incluso cuando publicas, los derechos de autor llegan cuando llegan y los pagos son los que son, que a muchos nos vendieron lo de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, pero mucho hay que escribir para comprarse un chalé con piscina (y no es negociable lo de la puta piscina) para el niño, el perro y el árbol.


NdA: Creo que ha sido cosa del subconsciente lo del delirio cincuenta y siete, porque me acabo de acordar de que Luria ha publicado, no hace mucho, Cómo matar a un lector. 57 métodos al alcance de todos los novelistas. Y aunque no soy yo muy fan de los manuales de escritura, por aquí lo tengo, y lo he leído dos veces ya, y lo he disfrutado ambas.

Ahogado de faena

Llevo un par de meses bastante ahogado de faena, y, como no es mi estilo pasarme por aquí y escribir cualquier cosa por eso de actualizar, pues paso menos, aunque me cueste. No es que coja el blog con menos ganas que antes, en realidad, todo lo contrario; se me hace complicadísimo no dedicarle el mismo tiempo, pero se han ido sumando una serie de proyectos que lo han dificultado un poco, y, por qué no decirlo, en algunos momentos, también me han hecho algo más feliz.

Para empezar, a finales de abril, la periodista Melisa Tuya —que escribe En busca de una segunda oportunidad Madre reciente me pegó un toque para prologar su salto a la novela juvenil: Mastín y la chica del galgo, que saldrá este año a la venta y cuyos beneficios irán destinados a ayudar a la Fundación Amigos del Perro (Oviedo).

Por esas fechas (mediados de abril, según recuerdo), también me escribieron de Diversa Ediciones —que no llevan un buen año tras la muerte de su perro Coco— para que participe en una antología de relatos animalistas para la que tengo en la recámara un relato breve muy, muy especial.

Nevermind

A la novela ya le estoy limando las aristas, pero seguirá llevándose bastante del tiempo de las primeras semanas del verano. Eso sí, todo aquel que se ha podido leer el primer borrador, me ha enviado, entre sus consejos, muy buenas energías e impresiones, por lo que estoy cien por cien convencido de que ahora sí.

¿Y más cosas? Pues sí, más cosas. Por un lado, tengo dos artículos para El caballo de Nietzsche a los que he dedicado bastantes horas de trabajo; sus títulos, aún provisionales (o no) son: La influencia de los medios en la normalización del maltrato animal, que será el primero en salir publicado (y su título define bastante bien de qué trata, ¿verdad?), y Defendamos la alegría como una trinchera, en el que hablo de positivizar el movimiento animalista y de algunas estrategias que (creo que) pueden hacer esto posible.

En esta línea, hoy es recomiendo la carta abierta de Ruth Toledano al ministro Màxim Huerta, y la lección de escritura que daba el sábado Juan José Millas en El País, de título: El hijo del joyero.

Y si de veras me echáis de menos (¿en serio?), junio es el último mes de «poco blogging». 

Nada cae del cielo

Soy consciente: parece que escribo menos, y, en cambio, estoy escribiendo más, mucho más. Y lo parece, porque no todo lo que escribo asoma la cabeza por aquí. Esto es, sencillamente, porque me he dado cuenta de algo que creía saber, y no: hay muchas cosas que siguen sin pasar en Internet. Me refiero a concursos, ofertas  y propuestas editoriales, que no caen del cielo. Hablo de cosas que no son tan rápidas como copiar, pegar y publicar, pero que también son necesarias si quieres pegar un salto hacia otros medios.

Así pues, visto lo visto, que nadie se extrañe que, aquí, sigan partiendo la pana las columnas de opinión, los bichos y los devaneos de un servidor. Sin embargo, hoy no puedo evitar hablaros de la novela de Caos (¡otra vez!), para la que ya lo he encontrado todo (o eso creo), y que me propongo terminar, como mucho, en un par de meses. Esta vez está todo: eje, núcleos narrativos, protagonistas, punto de vista, antagonistas, clímax… Todo. Para ello, tuve que quemar la versión anterior: sin mirar atrás, en la chimenea, a lo bonzo obligado. Le faltaban demasiadas cosas —a ella, y a mí—, pero las va a tener: es una promesa entre mi perro muerto y yo, y voy a cumplirla.

Obviamente, esto me está ocupando gran parte del tiempo que los miércoles, jueves y viernes me reservo para la escritura, pero diría que está bien. Al final, un gran número de lectoras y lectoras de este blog, están aquí por Caos, así que me parece más que justo para ellos, para él, y para mí. ¿Y por qué os cuento todo esto? Supongo que porque soy consciente de que este blog funciona a medio gas desde hace meses —por lo menos, en contraposición a los dos o tres últimos años—, así que hoy, se me ha ocurrido abrir una pequeña ventana a la novela. Lo más gracioso, o no, es que esta vez no se menciona a Caos, sino a Javier, pero si en unos meses este texto echa a volar, entenderéis por qué este fragmento es tan importante para mí, y para él. Palabra.

Por aquí lo dejo: no seáis muy duros, que esto es casi un estriptis sin música.


Fragmento de la novela

A los ocho o nueve encontró un perro abandonado en el barrio. Era una bola de pelo marrón, o así lo recordaba; quizá negra. Su mirada era en marrón, y, esclavo de la mala memoria, no lo invocaba sucio, aunque seguro que lo estuvo. Era la época del fin de los yonquis de los ochenta; ya no había tantas jeringas de jaco por las calles, ni heroinómanos. Quedaban supervivientes de periferia, madres rotas, colegas para los que un canuto seguía siendo un canuto, pero no el primer paso. Eso quedaba. Eran los primeros noventa, donde muchas de las promesas olímpicas a la ciudad todavía tenían que terminar de materializarse; era el principio del fin, de la Barcelona de verdad, de la Barcelona de barrios, y distritos, y pueblos con identidad propia. Aquello era antes de las multinacionales, del todo igual, del sin esencia, del gris, de aquel todo tiempo pasado fue mejor, pero, esta vez, en serio; del campo de fútbol de tierra para los chavales, y los partidos de domingo, del cabrero y las cabras entre edificios; de los huecos y los campos que solo eran huecos y campos, y no bases para bloques de hormigón. Y en esos huecos y esos campos, fue donde Javier y su padre encontraron al perro sin nombre que nunca lo tuvo.

perro-marron

Cuánto jugó con él aquella tarde. Debió jugar tanto, debió mirar tanto, debió contagiar tanto, o tanta felicidad, que no pudo más que convencer a su viejo, que, entonces, solo debía tener diez o quince años más que él ahora. Debió decir: ¿puedo?; debió encogerse de hombros su padre. Así que fueron hacia casa, y ante una incógnita delante, él y su padre, cruzaron el barrio hacia los pisos naranjas donde vivían, dejando atrás el campo de fútbol, y, a la derecha, tres o cuatro edificios, uno de ellos famoso, el de la fachada con los lavaderos en verde oliva (qué feos, ¡por dios!), por un hombre que se suicidio tirándose del treceavo. ¿Más allá? Nada. Campo, y campo, ¡ah, bueno! Y su colegio, el Pau Casals, que por la pintada de la entrada era un violinista muy famoso del que, en el barrio, nadie, o casi nadie, había oído hablar nunca.

Al llegar a casa, un desvelo tras otro; sus padres, en la cocina, y él por ahí con el perro, marrón o negro, pero con la mirada en marrón, eso seguro, y él, Javier, que sabía que eso no era buena señal, que su madre no iba a querer, así que diría que ni lloró ni se entristeció mucho antes de comer (verdura, encima), sino después, mucho después quizá, cuando creyó comprender dónde había ido ese perro, que no había ido con su familia, ni a una granja, porque no tenía familia, ni la pudo tener, ni había ya granjas, porque se las habían cargado todas para construir pisos que, a su vez, construían infelices que se tiraban de un treceavo.

Luego lloró, lloró mucho, y se le enquistó algo en el pecho por siempre. Su hermano, Carlos, le miraba: chiquitajo aún, rubio, con cara de pillo, menos vergonzoso que él entonces, terriblemente más ya de mayores. Nadie le entendió. No le dijo nada a su padre. Su padre no le dijo nada a él. ¡Qué felices habrían sido ambos con aquel perro marrón! O negro.

Una realidad pesada

¡Alerta! (insertar aquí ruidos de sirena) Esta es la típica entrada que me sirve a mí y sobre la que tú piensas: ¿Pero a qué c*** viene esto? Lo siento.

Hace un par de semanas, empecé un curso de novela. Todos los martes de siete y media a diez. ¡Qué vergüenza me daba admitir lo poco que sé! ¡Y qué corta se me hace esa tarde ahora! El porqué todavía está digiriéndose en mi estómago, pero tengo la necesidad de resumirlo: tras varios meses con el borrador de una historia, me percaté de que eso no era una novela, y, sobre todo, de que eso no era la novela que yo quería que fuese. Después, el escritor Carlos Luria me dijo cómo eran las cosas, y yo encajé el golpe como hay que encajarlo (no lloré, no).

En realidad, hay más: mucho más. Puede que lo que voy a decir a continuación no tenga sentido o sea una obviedad tremenda; dependerá, principalmente, de quien esté delante de estas letras: advertí que nadie me había enseñado a escribir novelas. Me refiero a una novela de verdad, con todo lo que ello implica: con sus protagonistas y sus antagonistas, con su detonante y su pregunta implícita, y todo eso por lo que Bradbury recomendaba empezar por un The Ugly Little Boy como el de Asimov (¡ojalá!) que me he releído hace escasos días y no unas Crónicas Marcianas que está perdido entre escenas inconexas de mi propio deterioro neuronal. Y parecerá una tontería, pero como bien señaló Enrique Páez en su Manual de técnicas narrativas: «A nadie le extraña que un aprendiz de pintor se dirija hacia una academia de pintura con su carpeta, sus óleos y sus pinceles bajo el brazo […]. Y, sin embargo, todavía se sigue creyendo en el escritor autodidacto. Al menos, en España.» Aunque el madrileño lo dejó escrito en 2005, y yo lo descubro doce años más tarde; en fin, como le dijeron a Homer J. Simpson: «¡Jo, macho, qué lento eres!»

Homer (cabeza)
Figura 1: Esto… Mmmm…

De algún modo, estoy descubriendo que muchos de los caminos que estaban embarrados y apuntalados hasta los tuétanos puede que no sean mi única opción. Es interesante ver que más allá de la lectura, y de la buena lectura, hay otras claves tras aquel escribir, escribir y escribir; claves que tenías delante de las narices, pero que has tardado más de treinta años en ver que estaban ahí. Por eso, esto está un poco manga por hombro, y seguirá así hasta que pueda combinar todo lo nuevo en mi vida. En definitiva, son demasiadas cosas, y soy un poco lento para escoger (como has visto por este popurrí de animales, historias y medias verdades en formato blog), así que he decidido listar lo que sí es seguro:

► Estoy colaborando en El caballo de Nietzsche, el blog antiespecista de ElDiario.es, donde publiqué mi último artículo la semana pasada: Una nueva vida para el jabalí urbano.

► He vuelto a acoger algunos trabajos de marketing de forma puntual para seguir llevando en volandas a los perros y los gatos, que son los que mejor viven aquí. Si se te ocurre algún amigo o colega de trabajo que pueda interesarse por mi perfil, aquí dejo mi página de redacción profesional. Allí, de vez en cuando, escribo sobre marketing.

Estoy decidido a seguir las tres líneas que conforman este blog: actualidad, literatura y animalismo; en los próximos meses seguiré intentando «terminar» los 52 retos de escritura —ni de puta coña me da tiempo en 2017, ya te hago spoiler: los tres textos relacionados que tengo preparados van de las 10 líneas a las 15 páginas—, preparando un nuevo borrador de la novela que os va a encantar y escribiendo columnas de opinión y actualidad: lo de siempre. También estoy a punto de terminar el tercer artículo sobre Black Mirror (los otros dos han tenido bastante éxito: aquí uno; y aquí el otro) y preparando un texto sobre Firewatch (Campo Santo, 2016)que es mejor que (casi) cualquier libro y, sobre todo, cualquier película que he visto este año.

Y, sobre todo, estaré ausente (consultar la figura 1) porque estoy tratando de organizarme. Algo que, tras casi un año de cambios, de cosas que han salido bien, de cosas que no han salido tan bien, de nuevas obligaciones y de pausas, necesito para poder volver a crear cosas con cara y ojos que no me dé vergüenza subir aquí.

Viajar al interior

A veces, leo un blog de viajes. Lo leo desde hace seis o siete años, pero solo a veces. No envidio exactamente lo que hacen sus protagonistas; porque viajar por todo el mundo no es uno de mis anhelos, porque hace mucho que sé que no tengo tiempo para conocer a todo aquel que cruza sus pasos conmigo, ni todos esos lugares casi mágicos que emanan un aura de paz, de humanidad, de sobriedad o de divinidad.

Mi mujer siempre me dice: «No me arrastres a más ciudades: las ciudades son todas iguales.» Y cuando viajas a París, a Londres, a Roma, a Nueva York, a Chicago, a Frankfurt, a Berlín, a Los Ángeles, a Tokyo, entiendes qué quiere decir. Entiendes por qué terminas siempre en la carretera buscando un nuevo destino, por qué campo a ciudad, por qué desvelar pequeños secretos en vez de fotografiar panorámicas y por qué un viaje, siempre es un viaje al interior.

Castres - Francia (rio Agout)
Rio Agout a su paso por Castres. Invierno de 2015.

Así titularon el libro que Laura compró a esta pareja para que yo lo leyese, para que me convenciese de conocer el sudeste asiático haciendo autoestop, o de comprar una camioneta donde viajar con los perros; para vivir, ¿y quién sabe? Quizá vuelva a él después de este año de cambios. Por ahora, ya sabéis que he terminado con mi antiguo trabajo, o casi, he recorrido decenas de miles de kilómetros, he publicado un libro y he vuelto al verde, aunque las noches no sean tan estrelladas ni oscuras como soñaba tumbado junto a Caos en la terraza del Ensanche.

Pero quizá lo más importante de todo es que a diferencia de lo que decían esa pareja de argentinos que siguen ayudando a miles de personas a iniciar su propio viaje, yo no creo que un viaje siempre empiece en el interior, sino que, además, termina guiándonos hacia ese objetivo por el que conectamos palabras, pasos y países, y que nunca tuvo mayor recorrido que aquel que hicimos dentro de nosotros mismos.

Caos (carboncillo; acuarela)
Un regalo (en carboncillo y acuarela) que da la bienvenida en nuestro hogar. El texto de la acuarela dice: Caos, corazón de familia, amor incondicional.

Gracias por leerme. Por estar aquí. Por ser parte de esto. Delante, ya puedo ver muchos más caminos que esperan, pero, hoy, cierro uno, junto a vosotros, agradecido por haberme ayudado a convertir este pequeño espacio de opinión en un refugio al que llamar hogar.

Felices fiestas.

Nos vemos en unos días.

Quitar el pie del acelerador

Para un auténtico escritor, cada libro debería ser un nuevo comienzo en el que él intenta algo que está más allá de su alcance.

Ernest Hemingway (1899-1961)

Por ahora, he acabado. Mañana viajo a París, y quién recuerda cuántos días desaparezco. Yo no. Para esta semana, solo restaba un artículo, una última bala en la recámara, con aromas a literatura, y, por ende, no me preocupa, porque se mantendrá vigente a mi vuelta.

suerte
Fotograma de un episodio de la webserie Malviviendo.

Por ahora, terminé con las presentaciones del libro: una en Casa del Libro de Paseo de Gracia; otra en la feria de EcoReus (Tarragona). En la primera, no funcionó el sonido; en la segunda, tampoco la imagen. Ley de Murphy, supongo; algo tenía que pasar, y a mí me pasó casi todo. También estuve a punto de comerme a una decena de coches que habían perdido el control en la autopista por el granizo. Al final, el vehículo respondió, más o menos, y pude clavar el freno de mano antes de volver al taller por tercera vez este año: ¡mi suerte sigue intacta!

Ya en escena, me supo fatal por La Caja de Pandora (esta no; esta tampoco; sino esta), que no solo tuvo que lidiar con mi inexperiencia, sino con un discurso fragmentado por falta de medios del que, en esta segunda presentación, me recompuse como pude. Allí encontré un público entregado e informado, que tenía ganas de contrastar opiniones, de ofrecer su punto de vista y de generar un debate sano, y fueron ellos quienes, esta vez, me salvaron.

Ahora, queda descansar unos días; terminar de devorar el magnífico Homo Deus de Yuval Noah Harari, que, desde aquí os recomiendo, y también su primer libro, Sapiens, y un par de novelas que tengo pendientes —entre ellas, una de las últimas tramas del Wilt de Tom Sharpe—, decidir hacia dónde prosigo y cómo lo hago; recordarme, de nuevo, que es básico, que es necesario, pero que no quiero ser un capullo egocéntrico que no sabe hablar más que de su propio trabajo, y seguir contrastando esos argumentos que me han traído hasta aquí.

Wilt no se aclara (Sharpe)No puedo quitarme de la cabeza la sensación de que todo se ha acelerado, y eso que hace un buen rato que no tengo el pie en el pedal. Quizá, por eso, ahora sí que desaparezco unos días; para disfrutar realmente del viaje, y no, no hablo del viaje a Francia con el que comenzaba esta entrada tan breve como anómala.

Quiero tener el borrador de la novela terminado a final de año: solo me queda un mes. Vinculada a esta, os haré lo que yo considero un regalo, y, para mí, también una liberación; vosotros ya diréis sí es un detalle o una putada. De lo único que estoy seguro —eso que tengo verdaderamente claro— es que no quiero centrarme más de la cuenta en promociones, presentaciones ni todos estos rollos (que os agradezco hasta el infinito, y más allá): quiero seguir haciendo las cosas como me han funcionado, y escribir; seguir escribiendo; trabajando; creando mundos; jamás caer en el tópico de ese tipo que junta letras una vez y, tarde o temprano, se olvida de cómo lo hizo.


De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)Para los lectores de De cómo los animales viven y mueren:

Ante todo, gracias. ¡Estos meses están siendo de locura, pero también de muchas alegrías por todo el apoyo!

En segundo lugar, siento ser un capullo egocéntrico, pero sería genial que pudieseis enviar una valoración o escribir una reseña en alguno de los principales portales de compra donde se puede conseguir el libro. Por orden de relevancia (que me saco yo de la patilla), serían: