Una semilla y el caos

Esta es una entrada (muy) personal en la que os voy a dar la chapa sobre Conectadogs; si no estáis interesados(as) en el proyecto (¡¿cómo es eso posible?!), podéis leer cualquier otro artículo del blog. 😉

Ayer, algo grande brotó. Una semilla que se ha gestado lenta, casi macerándose a lo largo del tiempo que hemos compartido como asociación; una historia repleta de buenas intenciones —como tantas otras, en realidad—, pero que, a diferencia de estas, se ha abierto paso: ha encontrado su propio camino.

Quiero pensar que es algo que tenía que suceder; o me cuesta creer que, en unos pocos meses, hayamos conseguido hacer partícipes de nuestro proyecto a profesionales como la guionista Cuca Canals o el director Pau de la Sierra.

Rodaje del anuncio de Conectadogs

Ayer, algo puro fue construido. Plano a plano. Otra semilla que ha crecido a toda velocidad; rápida y furiosa por necesidad; un motivo, solo uno, que puede rastrearse hasta una gran mesa de un bar a la izquierda del Ensanche, que unió a un equipo excepcional que solo quería imbuir magia en una de esas ideas que te obligan a soñar, y a creer que las pequeñas cosas son las que hacen el mundo.

Ayer, nació algo extraordinario. Y lo hizo entre cámaras profesionales, técnicos de sonido que desbordaban experiencia y simpatía, realizadores que anhelaban la perfección, productores que no podían dejar nada al azar y un director de esos que son como te lo imaginarías: empático, anárquico, humano; el despegar de un guion que me resulta ignoto todavía, pues se ha creado alrededor de un cosmos audiovisual que no puedo traducir, lleno de acciones alternas, contrapicados y sobreimpresiones.

Ayer, dormí exhausto. Pero comprendí algo más sobre nuestras vidas y el rastro que estas dejan tras de sí; y aprendí que, a menudo, eso es la vida: semillas; semillas que lanzas, o plantas, y cuidas, y en las que crees; semillas que esperas que germinen, y conviertan tu existencia, tu mundo, aquello que haces, en algo mejor; semillas que dan sentido al riesgo, a las batallas, a los portazos, a las promesas. Pero sobre todo semillas que te recuerdan que no basta con lanzar un puñado y maldecir tu mala estrella, sino que hay que luchar, y contagiar, y convencer, y conseguir, con palabras, y actos, y fuerzas de esas que desconoces que duermen dentro de ti. Semillas que, a veces, son palabras, y otras, hechos, pero que pronto serán sueños hechos mundos dentro de una pantalla, y también fuera.

Lu en El Calamar (El Prat del Llobregat)

Todas las caras del veganismo

Esta entrada será absurda, impopular y difícil de entender. Por todo eso, en mi mente, se plantea como un texto profundamente coherente, pero también una (posible) fábrica de palos. La razón fundamental de la misma es que, estos últimos meses, mucha gente me ha escrito para hablarme de cómo el libro o algunas entradas del blog le han hecho replantearse sus modos de vida e incluso sus más profundos valores morales, y también me han dicho: «¡Ya soy vegetariano como tú!», o «¡Me he vuelto vegana!», o «¡Apoyo al máximo el consumo de carne ecológica!» y cien respuestas distintas más.

De algún modo, me enorgullece ver que lo que empezó hace algo más de dos años con entradas sobre animalismo ha conseguido alcanzar tantas conciencias y de un modo tan distinto: desde el maltrato de animales domésticos hasta cambios en la alimentación de muchos de los lectores y lectoras del blog. Pero hay un malentendido que no me gustaría que se perpetuase, y es que yo no soy vegano (si me tengo que definir, supongo que soy vegetariano casi estricto); y no soy vegano por tres razones fundamentales: la primera, porque tengo perros y gatos en casa; la segunda, porque he trabajado y colaboro con asociaciones de perros de terapia; la última, y para mí la menos importante de todas ellas, porque, en algún momento, como huevos de gallinas de alimentación ecológica.

Joaquín Secall (plaza Matadero; santuarios)

Ser vegano y sus matices

Asumimos de manera automática, sin pensarlo, sin cuestionarlo, que hay un criterio moral para el Homo sapiens y otro diferente para el resto de animales. Eso es el especismo.

Richard Dawkins (etólogo, zoólogo y biólogo evolutivo)

A menudo, algunas personas que adoptan una alimentación vegana consideran que el veganismo es una opción alimentaria libre de todo tipo de sufrimiento animal. Sin embargo, olvidan parte de la filosofía que existe tras la misma, en especial, respetar la vida y la individualidad de todo ser sintiente, rechazar toda forma de especismo y de uso (no solo abuso) de animales —no del conejo que no quiere participar en experimentación animal, sino también del caballo que no quiere ser montado, o el perro de terapia que no quiere trabajar, por ejemplo; también del mosquito que molesta por la habitación, la ciudadana de Sri Lanka que no quiere ser explotada en una fábrica textil o la contaminación de un arrecife de coral.

Yo no puedo ser vegano porque, hoy, y ahora, difiero en algunos de estos puntos básicos. El primero de todos ellos, es el especismo: desde mi óptica, todos somos especistas, y debemos luchar con uñas y dientes por no serlo, pero como bien explico en De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), nuestra empatía depende de la cercanía con el animal —aquí hay un poso biológico, y también una gran carga cultural— y nuestras acciones están sujetas, en cierto nivel, a la estructura mercantil del mundo en el que vivimos: todos necesitamos un teléfono móvil, y vestirnos, y viajar.

Antropocentrismo vs. realidad

Así, abrazar el veganismo no puede ser complementario a convivir con mascotas carnívoras, como el perro o el gato, y ni tan siquiera a tener mascotas en un entorno delimitado, sea urbano, periurbano o rural, puesto que se mantendría un implícito, por el cual tenemos un animal por el valor que aporta a nuestras vidas, obviando su individualidad y su propia autonomía(1).

Esta es una de las razones por las que no soy (filósoficamente) vegano , y es que me chirría esta definición. Porque, ¿podemos ser veganos? Me explico. Durante casi 30.000 años, los perros nos han acompañado en nuestra vida diaria, y durante unos cuantos miles menos, también los gatos; durante más de 10.000 años hemos domesticado especies y seleccionado rasgos para nuestro bienestar. Las gallinas que ponen un huevo diario (y no una veintena al año), las vacas que, preñadas, ofrecían más leche, los cerdos o los toros a los que se les ha robado su fiereza; todos ellos necesitan de nosotros. Por desconocimiento e interés, hemos creado un mundo de matices horribles, y la ganadería intensiva solo es un capítulo más de esta historia. Pero todo ello no cambiará de la noche a la mañana, ni se borrará en el momento en el que cerremos los ojos.

La extinción del modelo

Los bienestaristas afirman que los animales no tienen, en sí mismo, un interés en no ser esclavos; ellos solo tienen interés en ser esclavos «felices». Esa es la posición promovida por Peter Singer, cuya visión neo-bienestarista se deriva directamente de Bentham. Por lo tanto, no importa moralmente que nosotros utilicemos animales, sino únicamente cómo los utilizamos. El tema moral no es el uso, sino el tratamiento.

Gary Francione (profesor universitario y escritor)

Las alternativas del no-consumo son el mejor camino que cualquier persona concienciada puede escoger hoy, pero eso no cambiará el hecho de que haya una industria de consumo colosal que engaña, oculta y es apoyada aún por un alto porcentaje de la población. Tampoco que esos animales domésticos requieren leyes para su pervivencia fuera de esta maquinaría de muerte, pero no pueden vivir todos en santuarios. ¿Y qué hacemos además? ¿Dejamos vivir a los animales de granja y condenamos a las mascotas? ¿Pueden los animales domésticos volver a un estado salvaje? Evidentemente, no. ¿Y qué hacemos con todas esas especies de las que somos responsables de haber domesticado? Quizá este es el punto más peliagudo de todos, y, por supuesto, hay cientos de opciones (mejores que la actual) que podríamos llevar a cabo para minimizar o llevar a cero todo el sufrimiento derivado, pero la extinción completa del modelo, todavía no es una de ellas.

Pero no nos vayamos tan lejos, porque incluso con nuestros principales animales de compañía hay un grave problema. Todos esos pastores alemanes, border collie o labradores que tienen que recurrir a trabajo diario de obediencia (o agility, o mantrailling, o discdog…) por parte de dueños responsables, a largas caminatas y a un modelo de vida que consiga, de algún modo, paliar las actividades principales que llevan dentro de sí: pastoreo, vigilancia, cobroPodemos cambiar el mundo, pero no el genoma de nuestros perros. Y preguntarse por qué deberíamos hacerlo o no hacerlo, no tiene sentido, porque no es algo que se pueda modificar en veinte años, sino que se requerirían otros miles.

Javier y Argos
Argos y yo en un curso de obediencia avanzada en 2015.

En esta misma línea, el trabajo de animales de asistencia o de terapia tiene para mí otras complicaciones éticas —la peor de todas, aquella que pone en peligro la vida del animal en misiones de los cuerpos de seguridad—, pero, excepto en algunas de estas misiones, en mi experiencia, ninguno me ha resultado dañino para este, y sí enriquecedor a muchos niveles (el perro «trabaja» y se divierte, aprende, consigue mejorar sus recursos cognitivos, ayudar a terceros…), si bien la filosofía vegana creo que nos diría que ese «uso» del animal constituye un «abuso» por nuestra parte. Yo no puedo estar de acuerdo. Desde la misma domesticación de los cánidos, el perro —y el gato— se acerca al ser humano en la misma medida en que el ser humano le necesita, y viceversa.

Junto a todo lo anterior, hay una serie de supuestos o etiquetas que también suelen ir unidas, y que, a menudo, me parece coherente que así sea. Por ejemplo, salud y una buena alimentación (y, hoy, se puede conseguir esa buena alimentación sin consumo de animales, pero no olvidemos que hace treinta o cuarenta años, probablemente no); también productos km. 0, ecología, consumo sostenible… Son todo tipo de causas que, normalmente, se relacionan con formas de vida veganas o vegetarianas, y todos aquellos que tratamos de mejorar el mundo, de un modo u otro, tenemos que revisar, constantemente, todas estas facetas que afectan a nuestras vidas, sin olvidar que, ni mi vida, ni tu vida, son una simple etiqueta.

Arrecife de coral
Fotografía de un arrecife de coral.

Por eso, mi primer libro animalista está escrito como está escrito, y creo que esa es la bondad del mismo: que solo muestra, y nunca impone; porque no existe una verdad, sino cientos de miles (2), así como caminos para cambiar el terrible escenario en el que hemos convertido nuestro mundo. Quizá hay personas optimistas, que creen que el camino pasa por la inmediata liberación animal y otros que creemos ver que la historia, incluso hoy, niega la posibilidad de acoger un camino que no pase por una primera fase de bienestar.

Tenemos que ser lo suficiente maduros para querer cambiar el mundo y, a la vez, entender que nuestras acciones individuales suman muy poco en el conjunto: y este debe ser un contratiempo que lejos de restarnos fuerza, debería impulsarnos a buscar apoyos a nuestro alrededor. A encontrar la forma de ser parte de la solución, y no del problema; y de comprender que hay cuestiones intrínsecas en la estructura del mismo a desentrañar, y que tenemos la obligación de hallar la forma de lidiar con todo el horror que se genera a nuestro alrededor, de conseguir un cambio responsable, y de, un día cada vez más próximo, alcanzar la mayoría, puesto que en minoría no hay legitimación (social) posible.


(1) Otra cuestión importante es cuánta autonomía tiene ese animal una vez ha sido domesticado por el ser humano, puesto que los rasgos de muchas de estas especies han sido seleccionados para conseguir individuos menos agresivos, confiados y útiles en nuestras sociedades (sea, en su momento, para desplazarse, para alimentarse o como guardián), pero también restándoles independencia.

(2) Si bien, la mayoría empieza por minimizar o extinguir el sufrimiento animal, donde recordemos que el malestar humano está implícito, en especial, el de aquellas poblaciones desfavorecidas de las que nunca hablamos.

Nota: también creo firmemente en el problema que supone la industria alimentaria, la cosificación, producto del especismo, y el neoliberalismo económico: sobre todo en lo que se refiere a la aplicación, y las trabas, de una Ley de Protección Animal. Por el contrario, no considero que el consumo bajo o moderado de huevos sea aquí el principal problema —los lácteos son otro cantar, y, aun así, creo que sería necesario matizar la importancia que tiene el modelo industrial, que, en la mayoría de los casos no es más que un conglomerado que acoge la producción de carne, cuero y lácteos—, ya que es un derivado directo de la industria; sin embargo, para que esta afirmación no induzca a error, permitidme desarrollarlo durante el mes de febrero en un artículo complementario, puesto que no se trata de una visión simplista del tipo «comer esto está bien, porque el animal no muere» y, además, resulta una gran fuente para abrir debate y generar opiniones.


De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!

Almería y la maldad

Por mucha imaginación que uno crea tener, hay historias que no podemos alcanzar a concebir. En los últimos meses, y pese a todo el horror que intento encarar, asumir y proyectar en este blog, pocos sucesos me habían paralizado con esa mezcla de impotencia y rabia que sube del estómago y amenaza con enquistarse en la garganta.

Sin embargo, de esto, nadie habla en la prensa escrita. Público comparte una nota de Europa Press junto a una fotografía adjunta del cadáver de un perro con hematomas por todo el cuerpo. El Mundo le dedica unas líneas en su versión digital, pero dudo horrores que alcance el quiosco. Solo Schnauzi, el portal dedicado a la realidad del mundo animal, hace un seguimiento del caso. Allí podemos informarnos de que la perra que fue machacada a golpes por un tal Francisco F.R., se llamaba Tuba, y solo pesaba cuatro kilos.

Tras el juicio, su compañero, aquel abuelo que salió a pasear por Cuevas del Almanzora, un pueblo de la provincia de Almería, arrastra, desde entonces, una condena mayor. Una condena que solo han agravado los costes judiciales, que al final recaen en el culpable, y una indemnización de 100 € como propietario de la perra. ¿Su injusto castigo? El dolor y la impotencia que recordará los años que le quedan de vida.

Fotografía del cadáver de la perra Tula
Detalle del cadáver de la perra Tuba.

Esta sentencia arrastra un dolor inimaginable dentro y fuera del Juzgado número 2 de lo Penal. Primero, para un anciano de ochenta y cuatro años de edad, que debió asistir impasible a la tortura y muerte de un animal al que se vio incapaz de socorrer; también de todos los que intentamos luchar por un modelo justo de bienestar animal, y no podemos más que observar cómo han cosificado, una vez más, a Tuba, una perra que valía dieciséis mil pelas: ni siquiera el coste íntegro de su cremación. Pero, sobre todo, para una sociedad enferma que está empecinada en seguir ocultando las mismas heridas que la desangran.

Quién sabe si Francisco entrará en prisión. La sentencia se conoció pocos días antes de Navidad, y de lo que casi estoy seguro es de que habrá pasado las fiestas entre silencios incómodos y juicios sordos por parte de amigos y familiares. Si me preguntan, mucha más suerte de la que merece; una oportunidad, que seguro desaprovechará, pero que debería emplear en no olvidar cuántos sentimos el más absoluto desprecio hacia su acto atroz, que no fue el de matar a un perro, sino el de atreverse a intentar azuzar a un animal, un noble pastor alemán, contra un cachorro indefenso, para después golpearlo, patearlo y pisarlo con todas sus fuerzas.

Ojalá el almeriense hubiese caído en manos de un juez responsable, de un Castro, o de un Calatayud, que no tienen número como para marcar la diferencia. Entonces, el juicio se hubiese encaminado por otros derroteros: se hubiese mencionado el respeto a la vida, pero también el derecho a la propiedad privada, en especial, si Tuba no era más que una cosa; habrían pesado conceptos como ejemplarizante, martirio y opinión pública, y se habría lanzado una mirada en rededor: hacia los animales que comparten la vida con ese asesino de perros —sean estos de dos o de cuatro patas— y cómo influyen, acontecen, y calan estos hechos en todos nosotros. Pero, por encima de todo, no se habría ridiculizado a un anciano octogenario, a una perra atormentada y a una sociedad entera con una pena de cien putos euros.

Una vez muerta, Tuba tenía un gran hematoma en forma de lágrima bajo su ojo izquierdo. Esa debería ser la condena de Francisco F. R. Viajar con esa instantánea dentro de sí hasta revertir por cien el mal que causó, y para nunca olvidar su egoísmo, su falta de empatía y su estupidez contra un ser indefenso, que sentía, y que hasta eso le negó, primero él, y después un juzgado que, cada día, representa junto a muchos otros, la moral de todo un país.


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Sobre penas contra el maltrato animal:

Jaggu Jaggu y la bondad

Jaggu Jaggu corre descalzo por Karachi, la ciudad más poblada de Pakistán. Galopa por las calles a toda velocidad con una camiseta de manga larga o un jersey mal anudado a pocos kilómetros del mar Arábigo. Karachi, la vigesimosegunda ciudad más poblada del mundo; centro económico, portuario y comercial del país; hogar de extremos, de segregación tribal a las afueras, y de guetos, y de fundamentalismos y prohibiciones, pero también de occidentalización, de frontera social y de privilegios inimaginables para una minoría lejos de la escena, en los barrios residenciales de Defence y Clifton, donde se concentran las rentas altas.

Para Jaggu Jaggu, el océano Índico se abre a lo lejos, entre edificios viejos, y, entonces, junto a ese perro callejero que no sabe hasta dónde ha viajado su fotografía, aparece un crío de amplia sonrisa, también descalzo, y desgarbado, con unos globos de colores en la mano, como una vendedora de cerillas que abandona el cuento y aterriza en una de las muchas zonas no privilegiadas que nos lega el siglo veintiuno.

Estamos en Bahadurabaad, uno de los vecindarios de clase media que, poco a poco, han envejecido sin pena ni gloria. No muy lejos del centro financiero de la ciudad, todo el atractivo con el que el barrio cuenta es una réplica del Charminar, monumento y mezquita que, originalmente, se puede encontrar en la ciudad de Hyderabad, en la India.

Jaggu Jaggu y su amigo

El niño sonríe, posando junto al perro; ya es de noche. Alrededor, nadie se ha molestado en aparcar bien los vehículos que capta la máquina del fotógrafo, ni en limpiar el asfalto que el improvisado modelo pisa sin zapatos. Para su estatura actual, su ropa es holgada, y está sucia, e incompleta, y, aun así, pese a toda la negrura que arremete contra ellos, el niño sonríe, y acaricia a Jaggu, que ya se ha aburrido de estar quieto frente al hombre de la cámara.

Antes de todo esto, Belaal Imraan, quien se ha topado con esta improvisada escena de amistad en Karachi, ha asistido al reencuentro diario entre el vendedor de globos para niños afortunados y Jaggu Jaggu. Un reencuentro lleno de fidelidad pese a la adversidad, de juego pese al cansancio y, sobre todo de bondad y de humanidad.

Por si la sonrisa no fuera suficiente, Belaal le pregunta al niño por qué le ha puesto su ropa al perro. Imagino que este le mira extrañado por un instante, como si la respuesta fuese demasiado obvia, y contesta: «Hoy hacía frío».


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Se van

Echo de menos a Caos. Siempre echo de menos a Caos. Cada día. Todos los días. No sirve de nada, pero tenía que empezar diciéndolo. Siempre hay algo que termina por recordármelo en un momento u otro. Hoy, leo cáncer de hígado en Internet, y le echo de menos. Aunque él no se fue así; a él le dio un vuelco el corazón, y después a nosotros.

Echo de menos a Caos. Le añoro. No sé si lo añoro más que a mi padre, que sí se lo llevó el cáncer; no sé si lo añoro más que a los abuelos que conocí; no lo añoro más que a los amigos que marcharon temprano. Sé que fue familia, y sigue siéndolo.

Caos en La Garrotxa (Gerona)

Leo cáncer de hígado en un blog, y recuerdo que se irán. Se irán con casi todo lo que nos dieron a cada instante de sus breves e intensas vidas. Se irán. Casi siempre se irán antes, porque brillaron el doble, sino más. Ellos lo prefieren así; si se lo permites, te lo habrán enseñado bien a lo largo de los años.

Te habrán enseñado a dormir al sol tumbado junto a ellos; a reír por cualquier cosa que te apetezca; a besar cuando sientes que es la persona adecuada; a compartir las pequeñas cosas, y a ser un poco egoísta cuando se trata de tu juguete favorito, por supuesto; te habrán enseñado que el amor debe ser incondicional, que la vida es cosa de un minuto y que no hay nada que un perro no pueda perdonar, porque son mejores que tú y que yo.

Se van; también nosotros. Y duele tanto como debería, no más; y juras sentir cómo los recuerdos se desmigajan entre lágrimas amargas que pretenden atesorar una vida entera; juras que jamás volverás a pasar por algo así; juras que no es justo.

Escaparán mucho más lejos de lo que nunca corrieron; pagaremos ese peaje. Pero es un tributo tan escaso frente a una vida juntos que estaríamos locos si no volviésemos a caer en ese error mientras quede en nosotros un soplo de aire.

De unas vacaciones idílicas y otra adopción

El miércoles hacia el mediodía aparcaríamos en Toledo, a casi setecientos kilómetros de Barcelona; allí estaba previsto comer, pasar la tarde, ver el Alcázar, la Catedral de Santa María y el Puente de San Martín. No teníamos intención de salir de fiesta, ni de acostarnos tarde, porque el jueves nos esperaban Mérida y Badajoz. Acompañados del fuerte rugido del motor de la berlina, cruzaríamos la frontera con Portugal a través de la A6 hasta su capital: Lisboa; allí nos esperaban cuarenta y ocho horas de turisteo antes de coger el coche y escapar hacia la cara sur de la península: Faro, Sevilla, Córdoba y Granada; después Valencia y, por último, de vuelta a Barcelona.

Antes de que sigas leyendo, es importante que entiendas que esto no es una crítica a una protectora, sino una experiencia personal. Una experiencia preciosa que es la adopción de un animal (otra más, en mi caso) con el que compartir tu día a día y en la que pueden salir cosas bien y pueden salir cosas mal.

En este caso, salieron algunas cosas muy bien y otras no tan bien, pero en ningún caso se trata de un reproche —y no debería leerse como tal—, sino de una forma de seguir creciendo como personas y encontrar el modo de ayudar a todos los animales que han tenido la poca fortuna de acabar en un refugio, perrera o protectora.

La ruta estaba planteada para ocho o nueve días, con un día de margen por si las moscas; los hoteles estaban reservados y pagados, los perros irían a casa de unos amigos y los gatos y las plantas quedaban al cuidado de la familia. Todo estaba listo para despegar el 8 de agosto.

Esas vacaciones iban a ser una primera toma de contacto para nuestro viaje por Norteamérica, que supondrá miles y miles de kilómetros por tierra y por aire durante más de treinta días. Por el contrario, las cosas empezaron a tomar un rumbo diferente a mediados de la semana anterior.

Una semana antes, Laura, mi pareja, me enseñó varias fotos de un perro con leishmania que había sido recogido, moribundo, en la Societat Protectora d’Animals de Mataró (SPAM). No le di mucha importancia; cada pocos días miramos imágenes e historias de perros y otros animales que no han tenido demasiada suerte; pese a las miles de historias como la de Caos, intento no profundizar en cada una de ellas: leo, comparto y, a veces, hago un seguimiento para asegurarme de que un porcentaje de las mismas tienen final feliz y puedo seguir manteniendo algo de fe en la humanidad.

Por esas fechas, dejamos pasar un par de días, pero volvimos a hablar sobre él, de improviso. Esa es una señal compartida de que un bicho nos ha tocado la fibra, por lo que una semana antes del viaje a Portugal y Andalucía, decidimos acercarnos por la protectora y visitarlo. Duc estaba en el programa Els que ningú vol (Los que nadie quiere), y había superado una larga enfermedad; también era un pastor, como Dana y como Caos; un pastor que había perdido parte de la trufa y de las orejas; y un dedo de una de una de sus patas traseras.

Foc saliendo del SPAM
De izquierda a derecha: Argos, yo, Félix y Dana, y Laura con Duc (hoy, Foc).

La mayoría de nuestros amigos suelen recomendarnos que dejemos pasar unos días de margen antes de adoptar a otro animal (un buen consejo, que esta vez no seguimos del todo). Frente al perro, frente a Duc, que terminaría por llamarse Foc, lo tuvimos claro desde bien pronto. Aun así, decidimos hacer las cosas bien, y nos reservamos el tiempo suficiente para subir al refugio con el resto de nuestros perros y presentarlos como es debido. Hasta aquí, los planes se mantenían tal cual: todavía quedaba una semana para salir de viaje, y todo había ido a la perfección cuando nuestros animales y el nuevo miembro del quinteto se conocieron.

Pero, entonces, las cosas se empezaron a torcer por unos cuantos días.

A las 10 de la mañana del primer sábado del mes de agosto, aparcamos delante de la Societat Protectora d’Animals de Mataró (SPAM). Por primera vez, aunque no será la única, invito a cualquiera que lea este texto a fijarse en los aspectos positivos y negativos de la experiencia, y también a recordar lo fácil que es hablar desde fuera, la tarea titánica que supone encargarse de cientos de animales cada mes y la imposibilidad de controlarlo todo en cualquier faceta de nuestras vidas. Aun así, también a conocer aspectos que creo que son importantes de reseñar para que cualquier miembro de una protectora, voluntario o gerente de un centro de recogida de animales, reflexione sobre ello.

Empiezo, pues.

Una meada de 300 euros

Cuando llegamos, un chico se llevaba a Duc. Laura y yo subíamos en coche a Mataró con nuestro amigo Félix, adiestrador profesional con nombre de gato, y decidimos, por recomendación del mismo, hacer las presentaciones de los tres perros (Argos, Dana y Duc) fuera de la protectora si a los responsables les parecía una decisión acertada: menos estrés, menos animales que pudiesen afectar ese primer contacto, un ambiente más relajado con posibilidad de paseo… Por lo que parece, nadie había anotado que Duc ya tenía una familia interesada en él, y si llegamos quince minutos después, habría terminado en otra casa.

Foc con Laura, Xus, Yineth y Antonio.
Foc en la Sierra de Collserola, junto a nosotros y unos amigos.

Duc salió de la protectora de Mataró alrededor de las 16:00; con la decisión de cambiar su nombre, pero sin opciones todavía, y con una obstrucción en la uretra que todos desconocíamos y que le había impedido hacer pis desde que nos reencontramos esa mañana por segunda vez. El veterinario —un chico muy profesional al que le calculé unos treinta y tantos— nos dijo que podía ser estrés y que lo controlásemos.

Nunca había escuchado ni leído que un animal pudiese no hacer pis por estrés, pero lo anoté mentalmente para informarme sobre ello y nos marchamos. A medianoche, todavía no había meado; llamamos a la protectora y, en este caso, la respuesta no nos convenció, por lo que subimos al coche con él y fuimos al Hospital Veterinario de Balmes —uno de los pocos que conozco que atienden 24 horas en Barcelona— y que, pese a su gran trabajo, lo cierto es que no nos trae buenos recuerdos, pues allí fue donde nos despedimos de Caos.

Esa primera noche le tuvieron que vaciar 700 ml de orina con una sonda. A los dos días, Foc —a quien rebautizamos entre subidas y bajadas de Mataró a Barcelona, y viceversa— fue operado de urgencia. A mediados de la semana siguiente, cancelamos nuestras vacaciones de 2015 sin atisbo de duda; y después de todo aquello, los controles y el trabajo del equipo de la protectora y el Hospital Veterinari del Maresme fueron perfectos.

Foc y Dana de excursión
¡Foc y Dana se van de excursión!

Sin embargo, lo cierto es que quedaron varias cosas que me hubiera encantado comentar con alguna/o de las/os responsables del centro. Primero, la falta de control y, en cierto modo, la negligencia de entregar a un perro, sobre todo a un perro con problemas físicos y de comportamiento (miedo; inseguridad) al primero que quiera sacarle del centro, donde la pena y la compasión, en un caso tan mediático como este, no siempre pueden paliar la necesidad de conocimiento y de una verdadera disposición sobre lo que significa adoptar a un perro con necesidades concretas. Para ejemplificar esto, basta con decir que la persona que se llevaba a Duc a primera hora jamás había tenido un animal a su cuidado, ya que Laura tuvo la oportunidad de hablar con él.

En segundo lugar, la ausencia de un registro detallado de la salud de un animal, en especial de un perro enfermo que ha estado en un estado crítico durante varios meses. ¿Cómo es posible que nadie supiese que estábamos adoptando a un perro con cálculos en la vejiga y en la uretra?

Lo positivo, y también lo negativo

En contrapartida, hay muchas cuestiones que, por descontado, podemos enumerar a favor de la gestión del SPAM; para empezar, la falta de inversión pública, como nos demuestra el cierre de la perrera municipal (triste e irresponsable a partes iguales) y el movimiento popular que se ha visto en Charge.org y en redes sociales; del mismo modo, como adelantaba párrafos atrás, es muy sencillo hablar desde fuera, o desde protectoras con 15 o 20 perros que critican la falta de control de espacios como Badalona o Mataró, donde se atienden y entregan en adopción a cientos de animales cada año.

Por todo ello, no me gustaría que se leyese este texto como una crítica a una protectora, sino como una experiencia que nos ayude a todos a abrir un poco más los ojos.

El día antes de Reyes, por azar, volví al SPAM —al centro original, no a la perrera que se anexionó a la entidad en 2010. Después de mucho dialogar con una pareja de amigos y de darles mi opinión (contraria), subíamos a conocer a cuatro cachorros que habían entrado la noche antes: entre las 10 y las 11 de la mañana, todos habían sido adoptados, y solo llegamos a ver cómo se llevaban al último de ellos (¡y a varios perros fantásticos de menos de un año a los que mi amigo, por tonto, no quiso dar una oportunidad!).

Foc y yo (Javier)
Foc y un servidor con ganas de dar un buen paseo.

Eso no está bien. Invito a todo aquel que haya leído estas líneas que visite la SPAM de Mataró y compruebe la cantidad de grandísimas personas y fantásticos profesionales que allí se dan cita, que confirme por redes sociales el asombroso trabajo de difusión que realizan, y que también se alegre por todos los perros y gatos que consiguen dar en adopción.

Pero ese sistema no puede funcionar. No deben entregarse cuatro cachorros la víspera de Reyes a familias con las que no hay tiempo de cruzar más que unas cuantas palabras; a familias que no sabemos si han llegado por casualidad ese día o simplemente este año no tienen dinero que gastar en una tienda de animales.

Si falta inversión, si hay demasiados animales abandonados, si no hay una conciencia real frente al abandono y el maltrato animal, presionemos por una Ley de Protección Animal más dura y más funcional, pero no frivolicemos con algo tan serio como la adopción de un miembro de la familia, porque entregar un animal a ciegas y sin control es casi tan peligroso como abandonarlo a su suerte.

Perros durmiendo
Y… ¡eso es todo, amigos!

Porque nadie nos asegura que un perro o un gato no pueda tener dos vidas de mala suerte, pero jamás deberíamos potenciar nosotros esa posibilidad; sobre todo cuando lo único que deseamos con todas nuestras fuerzas es ayudarlos.

Por último, si has llegado hasta aquí, te pido otra vez que no te quedes con lo negativo, y mucho menos que se te ocurra desconfiar del grandísimo trabajo de la SPAM a causa de mis palabras. Decenas, sino cientos de personas, se implicaron en la recuperación de un perro con leishmaniosis muy grave, y entre voluntarios, veterinarios y casas de acogida consiguieron sacarlo adelante; nosotros somos el último peldaño, los afortunados que deben darle una segunda oportunidad a ese animal, y todo lo anterior solo es una pequeña parte, un tropezón por el camino, pero pocas cosas hubiesen sido más agrias que terminar una historia que recién volvía a empezar.

Hoy, Foc es feliz, tiene salud y hace ejercicio diario; y podría cerrar este (no tan) breve artículo diciéndole a todo el mundo que su vida es perfecta, pero mentiría; tras más de medio año con nosotros, sigue mostrando inseguridad con personas, y también ansiedad en un gran número de situaciones diarias. Y sabemos que seguirá arrastrando ese abandono cobarde durante gran parte de su vida; mientras, nosotros continuaremos esforzándonos para que lo deje atrás y él, a su vez, seguirá haciendo de nuestra vida algo un poco más perfecto.

Oldies: Mucho por vivir

Este octubre no ha sido un mes para Doblando tentáculos, sino para otros proyectos. De todos ellos, Oldies es aquel del que estoy más orgulloso de haber podido participar; aportar mi grano de arena me ha permitido conocer a verdaderos héroes de cuatro patas y a sus orgullosos compañeros, ser partícipe de su historia e intentar volcarla en un papel, disfrutar de lo que significa vivir un momento tras otro…

Oldies: mucho por vivir son fotografías, son segundos entre los que el obturador de una cámara se abre y se vuelve a cerrar, son instantes con un relato detrás. Un testimonio que habla de todo lo que nos dicen que no podemos hacer y, de todos modos, hacemos; de lo que nos enseñaron que era arriesgado, cansado, absurdo  e incluso estúpido, y no podemos evitar llevar a cabo; Oldies es otra manera de dar forma al inconformismo y cambiarlo todo a nuestro paso, entre todos.

Raider, uno de los perros que ha participado en 'Oldies: mucho por vivir'.

Y si me preguntas de qué va el proyecto, supongo que contestaría que de perros mayores; de esos que conmueven las miradas de muchos, pero no siempre los actos. De compañeros caninos que han sido abandonados cuando más necesitaban una familia, animales que han vivido todos los días que recuerdan en una protectora, y también otros que vencieron las estadísticas para encontrar una segunda oportunidad.

Por supuesto, no todos llegaron mayores a sus familias: muchos han vivido desde cachorros con quien dio el paso y adoptó a aquel galgo que iba a ser descerrajado a tiros en Valladolid o a uno de los jóvenes miembros de las muchas camadas que, en España, nacen para morir. Sin embargo, su energía, su complicidad y sus ganas de vivir diez, doce o quince años después son el mejor ejemplo del porqué de este proyecto.

Duc, el golden retriever que ha participado en 'Oldies: mucho por vivir'.

Quizá no sea más que otra forma de permitir que un perro anciano nos salve, como Caos hizo con nuestra (no tan) pequeña familia entre una asombrosa primavera de hace tres años y aquel invierno que nos heló un poco el corazón para siempre. Pero también nos ayudó a crecer, a ser más fuertes, más responsables, más personas. Y sobre todo nos ayudó a aprender a vivir minuto a minuto y a disfrutar de las cosas importantes.

Si quieres comprar el eBook y hacer una pequeña aportación al proyecto, aquí tienes el enlace: Oldies: mucho por vivir.

El perro obediente y el perro esclavo

El verdadero derecho que deben tener todos los animales es el de no ser propiedades.

Gary Francione (1954 – )

Entre un perro obediente y un perro feliz hay una línea muy fina. Eso sí, a ambos lados se hacen las mayores barbaridades con el mejor amigo del hombre: sea por exceso, sea por defecto. Algo que viene a demostrar que, por muy bueno que uno sea con el mundo, el mundo no tiene por qué corresponderle.

Cada tarde, al pasear con nuestra (no tan) pequeña manada por Barcelona, nos cruzamos con personas que no levantan la voz ni riñen a su perro ni que la vida les fuese en ello, y también otras que no entienden ningún otro tipo de comunicación más allá de los gritos y la constante censura sobre todo aquello que al animal se le ocurre hacer.

Entre tanto, los hay que los creen de su propiedad, o demasiado almas libres como para adaptarse a la vida en sociedad; los hay intransigentes con los perros de los demás y no con el suyo propio, y también los hay verdaderos malnacidos que, antes o después, se convencen de que no hay nada malo en abandonarlos.

Pero quien más, quien menos, todos queremos que nuestros perros sean obedientes y puedan adaptarse a nuestra vida diaria, sin reparar en que, lo que es natural para nosotros (no hacer pis en cualquier parte, estar ocho horas sentados trabajando, aguantar a gente que en realidad nos cae fatal…), no es natural para ellos.

Dana y Javier RuizSin embargo, nuestro mejor amigo es, muy probablemente, uno de los seres vivos más adaptables en relación al ser humano: ¡y menudo descanso! Por ello podemos enseñarle a hacer pis y caca únicamente en los árboles, a mantenerse pasivo varias horas al día, a dormir en su caseta o a pasear junto a nosotros.

Además, a diferencia de lo que todavía suele creerse, enseñar a un perro habilidades sociales o deportivas, no solo les estimula mentalmente, sino que también hace que se lo pasen genial. Y lo mejor de todo, se ha demostrado que puedes enseñarle todo lo que vais a necesitar con premios y otros estímulos positivos.[1]

¿Entonces, por qué muchas veces se considera que el perro se ha convertido en un esclavo de los seres humanos? ¿Son más felices con todas esas normas, rutinas y órdenes que les imponemos? ¿Acaso nuestro compañero no puede disfrutar de su vida en una casa pequeña o siguiendo los patrones de conducta que hemos decidido implantar por necesidad social (bozal en el metro, transportín en el coche, pasear junto a nosotros por la calle…)?

Quizá la pregunta debería ser: “¿Cuándo un perro deja de ser obediente para convertirse en un perro esclavo de su dueño?” Con toda probabilidad, cuando empezamos a hablar de dueño y mascota, y no de familia y compañeros de viaje.

Un perro puede divertirse aprendiendo, y lo hace; en especial, cuando en lugar de sancionar conductas, nos decidimos por enseñar a nuestro nuevo amigo todo aquello que sí puede hacer con nosotros y las ventajas (caricias, premios, buen humor, relación entre un miembro del grupo y el macho reproductor…) que ello supone frente a la obligación de la conducta que, de no realizarse, siempre implica un castigo.

Dana y Javier Ruiz en un curso de clicker

Él o ella también puede estresarse o frustrarse, igual que nosotros, y en su justa medida, no conozco a nadie que afirme que eso es algo malo. Hasta llegar al estrés, hay un camino —más o menos largo, eso es lo que debemos reconocer— que nos permite dar nuestro mejor rendimiento y mejorar día tras día.

Por el contrario, en el 99,99% de los casos (ya que inventamos una cifra, ¡nos pasamos tres pueblos!) se puede afirmar que un perro es mucho más infeliz cuando no ha aprendido a qué reglas debe atenerse dentro de su pequeño círculo que cuando aprende a comunicarse eficientemente con nosotros, pues esta es la mejor forma donde las dos partes se divierten, aprenden y se lo pasan en grande, ¿o no?

En el extremo contrario, hallamos esa práctica minoritaria de esclavizar a nuestro mejor amigo mediante órdenes y sesiones eternas de adiestramiento en busca de una plusmarca personal que omite totalmente la salud física y psicológica del animal, así como la (todavía muy) desconocida Ley de Yerkes-Dodson; eso es no tener respeto por el animal, por mucho que creamos saber de perros.

¿Has leído hasta aquí? De acuerdo. Entonces, hazme un favor. Busca qué es un clicker, para qué sirve y empieza a enseñarle a tu perro todo lo que puede hacer (PDF), y olvídate de seguir haciendo todo lo contrario.

[1] Sí, lo sé. Soy muy consciente de que hay distintas corrientes, que no todo es positivismo extremo en el adiestramiento y que hay algunos casos (en especial, casos de agresividad canina) que deben estudiarse detenidamente.

Tu perro y el puñetero síndrome de Walt Disney

Cuando adoptas a un perro, no puedes hacerte una idea de lo complicado que puede ser llegar a convertirse en un buen compañero. Supongo que como la decisión es nuestra, no podemos evitar pensar que vamos a mantener el control de la situación a partir de ahí; pero ni de coña.

Cuando descubres que tu perro no deja de tirar de la correa, te destroza la casa cuando te escapas a por un café o no hay forma de que obedezca a un simple sienta, compruebas lo equivocado o equivocada que estabas.

Eso sí, por irónico que parezca, a mí me acercó hacia los perros aquello que aleja diariamente a perros de amos; y lo que es peor y más condenable, a amos de perros, en cualquier carretera poco transitada de nuestro país.

Mi primer perro no sabía subir ni bajar escaleras, siempre estaba histérica y corría ansiosa a todas horas dentro y fuera del piso; al poco tiempo, se descubrió que sufría ansiedad por separación y que se entendía mejor con personas que con otros perros a causa de un imprinting escaso o inexistente: lo que ha marcado a la perra para siempre pese a sociabilizarla con miles de perros, personas y otros bichos durante casi seis años de vida.

Dana durmiendo
Dana durmiendo; días más tarde destrozó su colchón; y se comió mi sofá.

Pero hoy no quiero hablar sobre cómo nos cargamos la vida de millones de perros obviando sus necesidades más primarias (imprinting, sociabilización, etcétera), sino de cómo la gran mayoría de personas que comparten su vida con un perro no se nos preocupamos de su comportamiento hasta que afecta negativamente a nuestra rutina diaria. En otras palabras, ¿a cuántas personas conoces que estaban encantadas con su perro hasta que les rompió unas zapatillas de deporte o se volvió ansioso, miedoso o agresivo?

Y a partir de aquí hay dos extremos siempre: el primero, es consentir y afirmar que son cosas de perros (lo cual es «sencillo» con el pug o el terrier de turno, pero más complicado con un rottweiler o un pitbull), el segundo, es que ese perro no está educado o no sabe convivir con personas y que algo habrá que hacer (y más de uno se atreverá a cambiar ese con por un cómo).

Además, esto nunca ocurre tras compartir una preciosa excursión con toda la familia o disfrutar de una barbacoa todos juntos; como decía, esto sucede cuando el perro se nos ha meado en el parqué, se ha cargado una silla a mordiscos o ha hecho alguna otra trastada en la terraza; cuando realiza alguna conducta molesta que nos fastidia la rutina, ¿o no? Sigue leyendo «Tu perro y el puñetero síndrome de Walt Disney»