Perro ladrador, poco mordedor

En 1999, al término de la primera legislatura de José María Aznar en la Moncloa, ocurrió en las Islas Baleares algo que lo cambiaría todo: Copi, un dogo argentino que pertenecía a un vecino de Can Picafort, mató a Francisco, un niño de cuatro años. Lo paseaba suelto el hijo del propietario, pero fue este último quien acabó detenido, un tal Alfredo C. Por aquel entonces, no había Ley PPP; ni apenas legislación vinculada a animales domésticos, y Aznar tomó la peor de las decisiones: legislar en caliente. Copi fue sacrificado, igual que lo sería hoy, y el pobre crío enterrado; ¿los padres? destrozados, ¿y España? El país se resumía en las declaraciones que hacía Loyola de Palacio sin tener ni puta idea: «Personalmente creo que en ningún caso se deben permitir este tipo de perros». Los abandonos se empezaron a contar por miles, propietarios aterrorizados, y, entre tanto, un rottweiler protagoniza otra tragedia en Valencia.

Beagle (Chester; familia)
Chester, el beagle que fue atacado y muerto por los perros de los Baxter, en una foto con su propietaria legal.

Hace unos días, en Manchester ocurría otra; esta vez, entre canes. Dos American Staffordshire terrier, o American Pitbull terrier, destrozaban a un beagle. Así, tal cual. Jamás se han mostrado agresivos, decía el dueño: del juego saltaron a la agresión. Alguien grababa. Nadie supo detener el ataque. El beagle, muerto. ¿Los otros dos?, condenados. Baxter, el carpintero propietario de los perros, intentó separarlos, y en honor a la verdad, que venga el listo de turno y los separe él: incluso aquellos que sabemos intervenir, somos conscientes de lo difícil que resulta en la práctica: del porcentaje de aleatoriedad ahí metido.

El beagle se llamaba Chester, y, ahora, su familia quiere dos sacrificios más. Los otros perros no tienen nombre, porque los periodistas no quieren empatizar con ellos. Los otros perros deben morir. Ser sacrificados. Un perro que ataca no es un perro de fiar. Piensan ese tipo de cosas. El problema es que los dueños de Chester piensan en caliente; el problema es que a los dueños de Chester no les gustan los perros: les gustaba Chester. El problema es que nadie sabe qué ocurrió ahí, y el problema es que es una putada y no hay solución buena.

Para buscar respuestas, hay que hacer todo lo contrario a legislar en caliente, pero eso es justo lo que se hará en Manchester; igual aquí. En realidad, lo que va a matar a Deebo y a Loki, cuyos nombres yo sí he conseguido rastrear [noticia original], es la ignorancia de unos y otros. El no tener ni puta idea de prever o actuar frente a un conflicto entre perros; el humanizarlos, y creer que porque sean buenos con tu hija de tres años, nunca van a tener problemas con otro de su especie; y la mala suerte. El lugar. El perro. El momento equivocado. También nos ocurre a nosotros, y a cualquiera, y también acabamos muertos, o en prisión. A ellos les matará el tabú y la ignorancia. El tabú de plantearse cómo se sucedieron los hechos; de si el bueno de Chester tenía problemas de comportamiento, o si todo lo contrario, de si esa inclinación a abalanzarse y marcar a otros perros, la tenía Deebo, o Loki, o los dos. Lo peor es que probablemente a los tres les pudo el instinto: uno midió, el otro reaccionó, el tercero se lanzó detrás del segundo, y desgracia.

Perros (familia Baxter)
Los dos perros de la familia Baxter junto a su hija.

Si en Manchester fuesen inteligentes, harían autocrítica: ¿cómo coño ha pasado esto? ¿Qué leches hago grabando sin intervenir? ¿ ¿Tiene ahí alguien los conocimientos adecuados frente a las responsabilidades que ha asumido? Evaluarían el caso, y lo sucedido; valorarían qué obligaciones tienen los propietarios de un perro (mal llamado) Potencialmente Peligroso y de cualquier perro, y aprenderían. Pero todos sabemos cómo acaba esta historia: con tres perros muertos, y una sociedad que sigue empeñándose en mirar en blanco y en negro. ¿Qué voy a decir yo? No estamos haciéndolo mejor.

Thor y la libertad

La semana pasada hablaba con Melisa Tuya sobre el sacrificio cero. En paralelo, contactaron con uno de mis (nuevos) compañeros de trabajo desde Karma Animal, en Madrid, para presentarnos a Thor, a quien nos resulta imposible acoger sin el centro, y quizá, aun con el mismo, ¿pero quién sabe?

Thor es un PPP: un perro potencialmente peligroso por ley; porque su cabeza es grande y su mandíbula ancha y fuerte, porque tiene el pecho ancho y su cruz, o su tórax, superan un número que marca un papel; porque es musculoso, o de pelo corto, o con un carácter fuerte, que no fiero. Thor es un PPP, porque lo dice un folio que duerme en un cajón: eso es todo. Thor no tiene problemas: no es agresivo, no tiene miedos, es un perro perfecto; solo es un perro mestizo de American Staffordshire terrier.

Thor (Karma Animal, Madrid)
Thor es uno de los perros que buscan adoptante desde Karma Animal.

Días más tarde, Melisa publicaba un artículo sobre los cambios legislativos actuales (principalmente, el sacrificio cero en protectoras) y cómo estos solo son una parte de la solución, y también presentaba a Thor, a quien descubrí participando en una sesión del gran equipo de Fotopets, cuyo proyecto seguro que os entusiasma también.

El sacrificio cero es una medida que se está extendiendo y que implica no sacrificar a los animales abandonados salvo por razones humanitarias, por estar enfermos y sin esperanza. Y bien está que se imponga ese modo de obrar. Pero el sacrificio cero sin medios, sin una dotación oportuna, corre un riesgo elevado de acabar traduciéndose en un encierro de por vida para muchos animales, sobre todo para aquellos como Thor.

‘El sacrificio cero no puede suponer el encierro de por vida para perros como Thor’, por Melisa Tuya en ‘En busca de una segunda oportunidad’

El caso de Thor, y de muchos otros perros con problemas, es uno de los campos de batalla que me he autoimpuesto. La principal razón es que no se han puesto medios de ningún tipo: se ha cedido a una petición popular totalmente legítima, pero no se ha buscado el modo de hacer que esta sea viable.

Hay tres grandes motivos que hacen que, hoy, el sacrificio cero sea una cadena perpetua para miles y miles de perros. El primero es el más simple de todos: no hay verdaderos cambios legislativos ni aumentos en las partidas del presupuesto, por lo que no hay forma de aumentar los esfuerzos de sensibilización, tenencia responsable o educación canina. Esto parece una nimiedad, pero, a grandes rasgos, encontramos protectoras masificadas que no tienen forma de ofrecer una mínima calidad de vida a los animales y ayudarles a vencer los problemas que les llevaron hasta ahí. A menudo, ese problema no es innato en ellos, sino adquirido (ansiedad, miedo, agresividad…); otras, es ajeno al animal en sí, y debe trabajarse para concienciar dentro y fuera de las rejas de un chenil.

Asimismo, tampoco se ha tratado la cuestión de los PPP; perros que, por ley, deben estar solos en el chenil, y que los seguros, y los bozales, y los cuidados que debería contemplar cualquier (mal llamado) propietario/a responsable, se imponen en ellos como un estigma, que los lleva hasta allí más fácilmente, si cabe. Hacia centros que se desesperan sin saber cómo van a acoger más perros en ciudades como Madrid o Barcelona, y sobre los que, no hace mucho, me hablaba, con desesperanza nacida entre cifras, Jaume Fatjó, director de la Cátedra Fundación Affinity.

Manifestación contra la Ley PPP
Manifestación convocada por el grupo Unidos en apoyo a las razas PPP durante el pasado marzo por un cambio de ley.

Por último, hay demasiados abandonos. Demasiados. Alrededor de 107.000 en este 2016; un problema para el que las soluciones son, hasta la fecha, parches que no arremeten contra la raíz del problema, que no juzgan ni condenan con la fuerza que demanda un gran porcentaje de ciudadanos, y que deja a la Administración como un organismo que, pese a la enorme presión popular, sigue haciendo oídos sordos.

Un perro no posee pensamiento abstracto. No puede proyectar su mente hacia el pasado ni prever su «yo» futuro; para él, la felicidad es el instante, y el instante es todo lo que conoce. Por ello, cuando un animal queda recluido tras las barras de un chenil, es imperativo que sepamos que es la única opción, la última opción, y que esa opción siempre será la mejor arma que blandimos para luchar con uñas y dientes por un futuro feliz que él no puede imaginar.

Penalizar el sacrificio e instaurar una condena eterna de tristeza, estrés y sufrimiento dice muy poco de nuestra humanidad; dice que queremos rehuir la culpa, pero que somos demasiado cobardes para conseguir que todos esos perros puedan vivir a través de los instantes de felicidad que nosotros les imaginamos. O, por lo menos, para buscar el modo de conseguirlo y pagar el precio, que suele ser el más bajo de todos: vil metal tan solo, que mueve mundos, pero no conciencias.


Enlaces relacionados:


De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!