Hacerse un Sánchez

Los titulares de la prensa de ayer venían a decir: «Ni el rey lo arregla, oiga», que es algo muy de este país. Confiar en que una monarquía que lleva expoliando a sus ciudadanos desde 1700 nos va a sacar del embrollo. Por lo demás, Albert Rivera ha meado fuera de tiesto (pero por sacársela tarde, dicen), Pablo Iglesias se ha ido al chalecito de Galapagar con el sambenito del líder en la cumbre al que los suyos ya no tragan (y lo malo de esto no es que lo digan los del Okdiario y calaña similar, sino que lo ratifiquen algunos de los suyos) y ¿el resto? El resto poco o nada, que los otros dos ya sabían que, para ellos, mejor coger el abriguito de cara a noviembre y estar preparados para revolcarse por el fango. Ganó la izquierda —no importa si por miedo a las tres derechas, por programa o por ambas dos—, pero no ha sabido pactar.

Iñaki Gabilondo, como un Eastwood vasco-castellano con los machos ennegrecidos de tanto periodismo político, era el miércoles tan certero como suele ser: irresponsables e incapaces [de pactar], titulaba el artículo al que también pone voz, y decía: «Han defraudado las esperanzas del 28 de abril y han evidenciado una impericia profesional absoluta, agravada por una soberbia que, francamente, no sé en qué méritos se apoya.» La «frasecica» vale para todos, la verdad, pero, para Pedro Sánchez, que ha pasado de supuesto regeneracionista de partido a confirmar que solo es otro títere de los barones y del Ibex 35 (¡oh!, ¡sorpresa!), vale más que para ningún otro. Será por eso que, desde Podemos, están intentando recuperar esa olvidada expresión que algunos diarios ya utilizaron el año pasado: hacerse un Sánchez (venirse arriba y pensar que tú te sobras y te bastas para gobernar), mientras Pedro Sánchez, que ni duerme tranquilo ni tiene muy claro que lo del bipartidismo sanseacabó, sigue culpando a terceros para exculparse, sin comprender o querer admitir que responsable último de formar gobierno solo había un señor, y era él mismo.

En cualquier caso, los números hablan por sí mismos y la autocrítica ahí está, brillando por su ausencia. Lo resumía Manel Fontdevila muy bien en una tira cómica para Eldiario.es sobre cómo pactan las izquierdas y las derechas españolas. Que si escuchar a las bases, que si con Rivera no, que si igualdad, justicia social y transparencia, pero ¡ojo! que a nadie se le ocurra asustar a los mercados, y tampoco vamos a sentarnos a negociar con tiempo y con propuestas realistas bajo el brazo, que está muy demodé; el otro: que si todavía escuchar más a las bases, que si democracia participativa, pero el liderazgo es indiscutible, y, si no gusta, ¡puerta! En fin, que Sánchez se ha hecho un Sánchez (otro más) y Pablo Iglesias y su equipo no han visto cómo pactar: aunque no son pocos los que han percibido falta de ganas, incluso entre aquellos que sabíamos que el PSOE lleva mucho tratando de forzar la situación y seguir cagándose en el multipartidismo con el anhelo de sumarle por ahí una erre al gerundio.

Esta parece ser la clave: el multipartidismo. Multipartidismo es la palabra del día, de la semana y, quizá, de los próximos años, con cinco fuerzas políticas condenadas a entenderse: al menos, algunas con otras, aunque no todas con todas, pero ni así. Pedro Sánchez aún considera que puede salir fortalecido de cara a noviembre, y debe ser el único que se lo cree, porque han creado un contexto en el que los argumentos ya no sirven, por manidos, donde el clima interior y exterior está a la temperatura perfecta para seguir tirándose mierda (que no falta: el juicio a los líderes del procés, el paro, la gentrificación, el fin de un modelo de consumo, las nubes negras ante una nueva crisis financiera, el cambio climático, el precio del barril de petróleo, el auge de la xenofobia en Europa) y donde hasta Risto Mejide funda su propio partido político: el PNLH, Peor no lo haremos. 

No es casual que 100.000 personas se hayan dado de baja de la propaganda electoral esta semana y los servidores del INE echen humo. Tras cuatro elecciones en cuatro años, a uno le asaltan las preguntas: ¿quién quiere ir a votar en noviembre?, ¿a quién votar?, ¿será tarde ya para mandar a tomar por saco este país y emigrar lo más lejos posible? El abogado y comunicador Euprepio Padula, lo definía de la siguiente forma en Expansión: [es] el fracaso del antiliderazgo político. La credibilidad de todos está en entredicho y los líderes políticos han buscado la suya tratando de quedar por encima del resto, y no pactando, que es lo que las urnas exigían; mientras tanto, los activistas se desilusionan, los desilusionados confirman su decepción política y España demuestra demuestra que no está lista para dejar atrás el modelo político del «y tú más».

Yo venía hoy conduciendo por la autopista cuando he visto un gato atropellado y, luego, a los pocos metros, un segundo gato muerto. Siempre se me hace un nudo en el estómago ante esas escenas (igual me ocurre con los camiones de ganado camino al matadero, la verdad). Sin embargo, se me ha ocurrido una analogía bastante certera que no me gusta, porque me importan más los animales que todos estos gilipollas, pero que, de todos modos, contaré, porque tampoco es tan buena y va a juego con nuestros políticos: me he imaginado que, primero, atropellarían a un gato, es lógico, y, luego, atropellarían al otro. A posteriori, resulta imposible saber si los atropellaron con un segundo de diferencia o a uno un martes y al otro un sábado. Ahora que los dos están muertos, parece una tontería, ¿verdad? Pues es lo que le está pasando al PSOE. Zancadilla tras zancadilla, puede que en Ferraz consigan que atropellen a los podemitas estos que antes (casi) fueron amigos, pero la pregunta real es: ¿puede Pedrito, el de los Sáncheces, salir de esa autopista con tanto conductor kamikaze intentando joderle? Quizá no era una cuestión de ser amigos, ni de irse a hoteles, sino de construir un pacto útil para reconstruir un país.

Hoy no es 1936

La campaña del ¡votad, coño! fue un éxito: depositaron sus papeletas un 75,7 % de los ciudadanos, y eso que los españoles que viven fuera de las fronteras han de pasar por toda una odisea de libro para ejercer este derecho. No se había votado tanto desde 1982 con Felipe González y, entonces, se tenía mono de democracia y de felipismo. Vamos, unos resultados para llevarse las manos a la cabeza, la hostia. Confieso, sin embargo, que, esta vez, España me ha sorprendido para bien: voté a primera hora y me escapé del colegio electoral con una sensación agridulce, luchando por creer que sí, que estas elecciones tenía que ganarlas el bloque de centro-izquierda, pero con las predicciones del politólogo Francisco Carrera en mente. Nadie más le daba tantos escaños a VOX (setenta, en concreto), ¿y qué? El tal Carrera la había clavado en los comicios andaluces. Así que, a riesgo de no encontrar el modo de hacer un Madonna en la era Trump (o de romper mi palabra como hicieron Barbra Streisand o Bryan Cranston), juré y perjuré que, si lo de VOX iba en serio, me largaba lo más lejos posible.

Si se pasan los derechos de mujeres, inmigrantes, ateos o LGTBI+ por el forro de… las escopetas, ¿qué iba a hacer Abascal con la Warner Bros? Almas de cántaro… Esto lo cuenta mejor Facu Díaz en Lait Motiv.

Siento ser tan gráfico, pero el domingo no me cabía un alfiler en el ojete. Y creo que no era el único, ¿verdad? No por el hecho de que, en España, haya señores de derechas, que sigue habiéndolos hoy, y muchos: ahí siguen sin orden alguno en lo que a fachosidad se refiere el Partido Popular, Ciudadanos y VOX, sino porque, pese a que el CIS a menudo tiene tanta credibilidad como Sanchez Dragó, la victoria de la derecha era posible. Por suerte (agrega tú mismo un emoji de esas de gotilla de sudor por el cogote), los peores presagios no se han confirmado: el primero no ha sabido retener al centro ni a la derecha; el segundo es, con probabilidad, la futura oposición, aunque Rivera ya se trae esta idea al presente y, del tercero en discordia y sus votantes, ¿qué voy a decir? Es bueno que 2.671.173 se hayan quitado la máscara, pero ¡qué cantidad de odio!

Según El Mundo, Ciudadanos y VOX están devorando a los populares en un ejercicio inverso al de Saturno y sus hijos: los primeros le rascaron 1,6 millones; los otros, 1,4. Igual que nos ha ocurrido con Juego de Tronos, de lo que tanto le gusta hablar a Pablo Iglesias hasta en elecciones, después de la batalla —y con menos bajas de las que esperábamos, ¡toma medio spoiler que no te esperabas, que ya es jueves!—, ahora (la mayoría) respiramos algo más tranquilos, aunque confieso que dudé hasta las once de la noche, dudé mucho. Actualizaba la prensa digital cada pocos minutos, preguntándome: ¿Quizá no hay tantos señores ni tantas señoras de izquierdas? ¿Y qué coño hacemos si a las derechas les caen escaños suficientes para pactar? ¿¡Y Cataluña, es que nadie piensa en Cataluña?! Hoy, con menos ácido en el estómago, sigo pensando que no hay tanta gente de izquierdas, que el domingo 28 ganó el miedo (el miedo a volver al pasado, a caer vencidos frente a un futuro más incierto de lo que este ya suele ser; el miedo a la extrema derecha: algo bueno debía tener el guardar todos esos fantasmas en el fondo de un cajón). También ganó el discurso centrista de Pedro Sanchez, al que que ni un Podemos desmembrado desde el interior ni un Cancerbero de derechas pudieron hacer frente (lo del «trifachito» no me gusta, parece de viñeta de Mortadelo y Filemón y, aunque le quita hierro al asunto, que mola, hace otra cosa que no mola nada: subestimar al enemigo).

¡El GAYSPER NO! ¡Todo menos el Gaysper!

Hoy, es lunes escribía el 27 de junio de 2016 ante una mayoría de votantes que habían dado el control del país a un Mariano Rajoy que nunca pareció un tipo peligroso, si acaso bobo, lo que lo hacía todavía más peligroso. Fuese porque era demasiado tonto para plantar cara a los mercados financieros (que, de nuevo, alargan sus tentáculos ante el secretario general del PSOE), fuese porque le salía demasiado bien eso de hacerse el tonto. No escuches a tus electores, le dicen ahora a Sánchez; forja una alianza con Ciudadanos; a Unidas Podemos le das un par de bocatas de queso y un ministerio menor. Por suerte, este lunes no fue tan duro, ni se hace tan difícil soñar hoy como lo ha sido estos años: cuando toca ser positivo, toca ser positivo, ¿o no? No quita esto que la extrema derecha vuelva al Congreso con otro nombre (siempre ha estado allí), que PACMA siga fuera por una injusta Ley d’Hondt y que ERC siga siendo despreciada, con políticos presos con escaños en el Congreso (Junqueras, Sànchez, Turull y Rull) y en el Senado (Raül Romeva) y una situación enquistada que algunos piensan que podría arreglar el federalismo de estado y otros creen que ya no la arregla ni dios. En fin, parafraseándome a mi «yo» pasado diré que sigue siendo bueno recordar que nada es imposible, ni gobernando el Partido Popular ni gobernando el PSOE. Después de mucho tiempo, quizá podemos empezar a creer que nuestra democracia saldrá reforzada de estas, pero es que, para la mayoría, los que somos demócratas, no hay otra: quizá con VOX esto no pasaría: no habría necesidad de que la democracia se superase a sí misma, porque como dice el meme aquel de Kayode Ewumi (el señor negro que piensa mucho): si no hay democracia, no hay por qué preocuparse de que funcione, ¿o no? Por ahora, respiremos tranquilos: el fascismo crece en España, y en todos lados, pero no se impone. Hoy, es jueves, pero no es 1936.