Decía Ortega que la nación no remitía únicamente al pasado, sino a la voluntad de seguir conviviendo juntos en el futuro, y lo decía hace ya muchos años, por lo que si de verdad hubiéramos querido solucionar entre todos esta papeleta, quizá las ideas que legó serían de gran utilidad.
En resumidas cuentas, y con intención de no aburrir demasiado a los lectores de este blog, Ortega y Gasset afirmaba que la identidad nacional estaba garantizada cuando había un proyecto de vida en común. Así, la Nación no remite únicamente al pasado (ni tan siquiera al pasado común), sino que supone —parafraseando al filósofo español Antonio García Santesmases— un plebiscito cotidiano favorable a seguir viviendo juntos; es decir, a la voluntad de un proyecto de vida en común.
¿Existe en España un proyecto de vida en común? ¿En Cataluña? ¿En el País Vasco? ¿En Galicia o en Andalucía? Hoy, más que nunca, la legislación toma la escena, por encima del diálogo y de la razón (de estado). Un pasado en común, no legitima un futuro en común. Muchos otros pueblos se unieron baja una única bandera por razones menos sólidas que por las que amenazan separarse algunos territorios aquí; y seguro que otros también dividieron fronteras por razones más idiotas. Así que eso, por sí mismo, poca prueba es.
Ahora, nacer en cualquier país de la Unión Europea supone, por lo menos, una doble identidad: nacional y europea; y en algunos casos, incluso triple. También están los descreídos, como yo mismo, que más allá del sabor de lo local, consideramos que nacer aquí o en Checoslovaquia poco cambiaba las cosas. Allí, de común acuerdo (que no fácilmente), unos pasaron a ser checos y otros eslovacos; lo mismo que le pasó a Fritz Lang, que creció en el Imperio austrohúngaro, y moriría siendo austríaco, como podía haber sido francés, inglés o americano con deje.
Aquí, en España, los nacidos en Cataluña, por tratarse del ejemplo más candente, se enfrentan a esta triple cuestión que se subdivide hasta el mareo: ¿sentirse catalán?, ¿catalán y español?, ¿europeo y catalán, pero nunca español?, ¿catalán y español, pero no europeo? y así; ya nos hacemos una idea, ¿no? Hay quien se siente parte de todo, y hay quien no se siente parte de nada; o de la pandilla del barrio como mucho.
Opiniones sobre esto hay de todo tipo, claro está. Conozco al opositor a juez que dice que la ley no lo permite, obviando que esta no es una fin, sino un medio para una sociedad más justa; y aquel otro, mucho más charnego que yo, que ve en la presión fiscal el mejor aliciente para ello, obviando que entre Egipto y la Tierra Prometida puede haber todo un océano de problemas. Quizá mayores incluso.
Por último, están las opciones oficiales, que tienen en común mucho más de lo que puede parecer, pues les encanta no escuchar y, de algún modo, siempre consiguen encontrar a su necesario interlocutor un paso más allá de dónde sus respectivas doctrinas políticas podrían entablar una conversación.
Los pensadores Jaume Claret y Manuel Santirso decían en La construcción del catalanismo: historia de un afán político, que había dos líneas que explican el auge del independentismo catalán: primero, la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, segundo, la crisis económica; ideas que a algunos y algunas les parecerán bien y a otros y otras les parecerán mal, pero que al fin y al cabo no tienen sentido en la Europa del siglo XXI. Hoy, lo que de verdad importa es buscar dentro de nosotros mismos, y ver si la mayoría de españoles quieren seguir trabajando junto a los catalanes, y si la mayoría de catalanes quieren seguir trabajando junto a los españoles.
Las peleas, las riñas y los chistes, siempre han estado ahí (y tienen su gracia, oye), pero lo que me parece imposible es que queramos un futuro compartido sin compartir un presente digno, y que queramos un presente digno, sin recordar un pasado compartido y, a veces, horrorosamente necesario de recordar.
Al final, si te has cargado el jarrón del recibidor, tendrás que pegar bien sus piezas, o llevárselo a alguien que sepa cómo arreglar el maldito trasto. La cinta adhesiva no te va a aguantar demasiado. Aquí lo mismo.
Sin entrar en debate (como catalán manipulado de cierta edad ya estoy cansado y aburrido de dar vueltas a lo mismo sin avanzar un milímetro), y como ejercicio filosófico-literario yo utilizaria más que un metafórico jarrón (roto o no) un plato y taza («de relaxin café en la Plaza Mayor»). Efectivamente nadie niega una entidad propia a la taza ni al plato, aunque ambos esten condenados a entenderse.
Sense voler entrar en debats, dels que jo, com a català manipulat i de certa edat, n’estic tip. I com a exercici filosòfic i literari, utilitzaria més la metàfora d’un plat i tassa («de relaxin café en la Plaza Mayor»). Efectivament, ningú els nega l’entitat pròpia a cadascun d’ells, tanmateix estan obligats a entendre’s.
Saludos y salut a todos i totes.
Lluís Parera
Hola, Lluis. Suposo que el problema real és que poques eines estan (o passen) per les mans del poble i del ciutadà del carrer (o com vulguis dir-li). Per a mi, és un debat estancat perquè no existeix interès a avançar amb el mateix. És un problema que agrupa molts uns altres: falta d’interacció democràtica dels ciutadans, model caduc de l’estat de les autonomies, corrupció política, crisi econòmica…
D’una banda, com tu dius, la «tassa» no vol abandonar la versió oficial, no s’ha vist en la necessitat des d’aquella còmoda butaca del bipartidisme; tampoc vol escoltar, ni cedir enfront d’altres opinions (no solament a Catalunya, sinó també en altres autonomies igual de castigades fiscalment).
El «plat», en canvi, i sempre des de la meva òptica, en veure el moment oportú s’ha accelerat una mica més del compte potser. Però, de vegades, sembla oblidar que al seu al voltant de la gent també està fastiguejada (a 30 km, a 300 i a 1000) i que no tots volen abandonar la taula que tenen en comú, per la qual cosa potser l’economia per se sigui un argument massa populista per empassar-li-ho de cop i volta.
En definitiva, que la solució a aquestes coses ni és ràpida ni és fàcil; però per a mi sí depèn de la voluntat del poble; caldrà veure què vol cada poble. Encara que per a la tassa haig de dir que allò de la llei sacrosanta de el “Una, Gran i Lliure” ja va passar; encara que no s’hagin adonat.
Gràcies pel comentari!
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Hola, Lluis. Supongo que el verdadero problema es que pocas herramientas están (o tan siquiera pasan) por las manos del pueblo y del ciudadano de a pie (o como quieras llamarlo). Para mí, es un debate estancado porque no existe interés en avanzar con el mismo. Es un problema que agrupa muchos otros: falta de interacción democrática de los ciudadanos, modelo caduco del estado de las autonomías, corrupción política, crisis económica…
Por un lado, como tú dices, la «taza» no quiere abandonar la versión oficial, no se ha visto en la necesidad desde ese cómodo sillón del bipartidismo; tampoco quiere escuchar, ni ceder frente a otras opiniones (no solo en Cataluña, sino también en otras autonomías igual de castigadas fiscalmente).
El «plato», en cambio, y siempre desde mi óptica, al ver el momento oportuno se ha acelerado un poco más de la cuenta quizá. Pero, a veces, parece olvidar que a su alrededor de la gente también está fastidiada (a 30 km, a 300 y a 1000) y que no todos quieren abandonar la mesa que tienen en común, por lo que quizá la economía per se sea un argumento demasiado populista para tragárselo de golpe y porrazo.
En definitiva, que la solución a estas cosas ni es rápida ni es fácil; pero para mí sí depende de la voluntad del pueblo; habrá que ver qué quiere cada pueblo. Aunque para la taza debo decir que aquello de la ley sacrosanta del “Una, Grande y Libre” ya pasó; aunque no se han dado cuenta.
Muchas gracias por el comentario: ya has visto, que te he copiado, y te he contestado en catalán (‘una mica arrossinat’, eso sí) y todo. 🙂
Me gusta tu respuesta (i en catalán también), Suerte que no se me ocurrió hacerla en inglés (domino un poco) y en alemán (domino un poco menos)… JAJAJAJAJAJA
En serio, gracias por tus posts, y porque, hasta donde yo sé, SIEMPRE contestas. Y en este caso, gracias por tu respuesta.
Por cierto: entre tu y yo, lo de los dos idiomas era un poco broma, en el sentido que, aunque catalán y amante de mi lengua, si no me obligan («hable en cristiano») no tengo problema de hablar en castellano…o inglés…. o incluso un poquitión de aleman…. Quizás porqué yo soy de los que no callan ni debajo del agua.
Saludos enormes y feliz semana que empieza