Sobre la importancia de saberse en un punto

Hace unos (cuantos) días pasé por aquí; apenas llegué, escribí cuatro ideas para desquitarme y me largué. Al final de esa semana, lo releí. Había algunas cuestiones interesantes, pero no me gustaba la estructura, ni el tono, ni el fin siquiera. Por ello, decidí que cuando tuviera unos minutos de margen, le daría una segunda oportunidad.

Días después, amaneció en martes, y pocas horas después esbocé el esqueleto de este texto. Ese martes comí con unos amigos y, entre aceitunas rellenas de naranja y el gazpacho que estaba por llegar a la mesa, surgieron múltiples temas de la vida de todos. Cuando llegó mi turno (pocos se salvan), los allegados no tardaron en servir el vino en copas, y un par de asuntos a debatir: uno fue mi próxima mudanza (que al final quedó en nada) y el día de la boda, de refilón.  Sin embargo, alguien, ni recuerdo quién de ellos ni realmente importa, no tardó en disparar una de esas afirmaciones inocentes —que son las que más joden, porque dan justo en la diana. Comentó: “Es que nosotros estamos en un punto diferente de nuestras vidas. Tú vas adelantado.”

Yo no dije nada. Recuerdo que pensé: “Oye, pues puede ser.” Aunque hablar sobre ello comiendo en un restaurante entre semana y no emborrachándonos un viernes de madrugada en el Pueblo Nuevo me hizo dudar: ¿No habríamos cambiado todos aunque no lo supiésemos? 

Durante la sobremesa también lo aclaramos y, más pronto que tarde, acogimos la ironía del asunto en cuestión. Todo el grupo teníamos trabajo, vivíamos, que ya es, y nos disponíamos a dejar propina en el negocio de un amiguete del colegio. ¿Qué era lo que me fastidiaba entonces?

Javier Ruiz, amigos y familia.

Antes o después, di con la clave. Estar en momentos diferentes de la vida significaba, de algún modo, dejar de ser auténtico: haber cambiado, pero para mal; de aquella forma en la que, pese a lo que nos habían machacado nuestros padres, nos enseñó el colegio (al menos durante el recreo), los libros, la prensa, y las series de televisión. De aquella forma en la que los buenos cambios solo llegan cuando nosotros estamos preparados, de aquella que siempre nos permite seguir viviendo cómo queríamos hacerlo con dieciocho y, sobre todo, de la que nunca te obliga a ser menos tú (aunque no sepas ni quién eres); por el contrario, los malos aparecen siempre en el peor de los momentos; atacan cuando nos resistimos, cuando no estamos preparados, cuando no los queremos…

Quizá lo que no enseñan es que no solemos estar preparados, que muy pocas veces lo estamos, y que no podemos detener ni amoldar el mundo a nuestros deseos; tampoco nos enseñan que lo habitual es que aquello que creemos tan malo, no suela serlo, y que aquello que creemos imposible, suela ser, para bien o para mal, una parte más de nuestras vidas.

Personalmente, nunca quise una boda, ni una casa, ni un coche, hasta que encontré a la chica con la que sí quería una boda que compartir con mi gente, una casa que podría significar un lugar del que irse y al que saber que podría regresar, y una forma de hacer que esto fuese posible. ¿Era esto parte de mi auténtico yo? La realidad es que eso no es más que un cuento chino de sentido único —que no llevaba a ninguna parte—, y que nadie debería retrotraerse sin acoger una actitud propia del n’importe quoi.

Pero tranquilidad: hay una cosa más.

Si hay algo que sí sé, es que cuando llega un cambio, debes quererlo o debes aceptarlo. Sé que no sirve de nada negar la realidad, y sé que el mundo avanza a medida que tenemos la osadía (y también la audacia) de creer que vamos a cambiarlo todo a nuestro paso. Pero para eso uno debe quererlo y, cuando llegue el momento, debe aceptar que hay un punto inalcanzable a través del que siempre es bueno orientarse.

Algunas de estas ideas me rondaban la cabeza ese día. Pero cuando acabé de comer, me alegré de saber que no todo cambia, que hay cosas que permanecen, aunque solo nos percatemos los de siempre; me dije: unos días atrás todo era distinto, pero esto es más que suficiente para mí, y brindé con el resto de la tropa.

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