Un largo camino por delante

Un largo camino por delante es el cuadragésimo octavo relato de mis 52 retos de escritura para 2017.

El ascenso por aquella montaña no parecía tener fin. Kevin miró hacia atrás y observó un pronunciado descenso tras de sí; por suerte, este solo era un camino de ida: no había por qué sufrir más de la cuenta. Calculó medio día de travesía hasta el estanque, que ya advertía a lo lejos, y poco más hasta la pagoda de Thien Mu. En 1994, año en el que visitó la ciudad de Huế, en Vietnam, la montaña más cercana estaba en el Parque Nacional Bach Ma, pero ¿a quién le importaba ya?

Cuatro grandes columnas que encerraban las escaleras del edificio le dieron la bienvenida al atardecer. Kevin vestía harapos, y se sostenía con un cayado que no podía recordar en qué recodo del camino había convertido en una extremidad más. Siempre quiso ver de nuevo Vietnam, por lo que, frente a la Dama Celestial, lloró como un niño, y tardó largo tiempo en atreverse a cruzar las puertas que lo separaban de su destino.

Kevin Finnerty (Los Soprano, 6x03, Mayhem)

Un novicio advirtió la llegada de Kevin desde lo alto de las escaleras, pero esperó, pacientemente, a que el turista dejase allí, en el exterior, toda la rabia que había conducido hasta la antigua ciudad imperial. Más tarde, tras un largo atardecer, el monje le miró con ojos inexpresivos, cogió un cuenco que dormía junto a una de las fuentes del patio y le ofreció agua fresca, pero él no supo qué hacer con ella, y la rechazó con una inmensa gratitud que le embargaba.

Mientras ascendía hacia las puertas de la pagoda, varios monjes budistas del monasterio cercano le salieron al paso; la mayoría le estrechó la mano, excepto Tathagata, quien conoce las cosas como han sido, y se fundió en un largo abrazo con el visitante, que este sintió cálido, y repleto de energía. Un abrazo que le transportó, por un instante, al pasado, y trajo a su memoria cómo había faltado a sus votos, y a él mismo. Recordó aquella enseñanza que nunca había podido olvidar ya, y que decía: alguien que no está en guerra, no tiene por qué estar en paz; la paz es un estado alcanzado y sostenido deliberadamente.

A continuación, se adentró en el edificio, perdiéndose por largas horas en una cálida despedida al paso de la noche. Antes de tomar tal decisión, dejó que sus pensamientos vagasen por los jardines cuya hierba tantas veces había aplastado descalzo, caminó por los empedrados que envolvían la colina y soñó despierto, una vez más, despidiéndose de los monjes, de la hierba, del río y de los barcos dragón.

En el interior del octógono, ascendió sin prisas entre los guardianes budistas y el mismo Buda, sonriente, a quien devolvió el gesto. Entre las inscripciones decorativas y la gran campana de bronce, Kevin tomó las fuerzas con las que terminar su largo viaje; no se despidió del Austin de color azul, que nunca le había despertado simpatía, si bien jamás cuestionó las acciones de Thich Quang Duc ni del resto de monjes reaccionarios enfrentados al régimen de Ngô Đình Diệm. Podía haber sido un monje, pero tiempo atrás aceptó que nunca podría ser uno de ellos. Uno más. Un igual.

Esperó pacientemente el amanecer desde la séptima planta de la pagoda, y cuando los primeros rayos de sol curioseaban por la ventana, se dejó ir sin prisa. Vaciándose por completo de toda la ira y la furia que habían conquistado sus días tras volver a su ciudad natal, tras volver con la mujer que creía amar y abandonar lo que siempre deseó por el qué dirán, tras el accidente que le había postrado en una cama de hospital, en coma, y el tiempo muerto que se había diluido durante días, semanas y meses. Kevin contempló el sol por una de las ventanas de la pagoda, y después saltó, mientras el mundo se apagaba solo un poco más, y él deseaba volver, y volver, y volver, hasta su último renacimiento.

2 comentarios sobre “Un largo camino por delante

  1. Mientras leía, estaba planificando mi respuesta en plan: «transmites con las frases y las palabras elegidas esa sensación de paz y reposo que a la mayoría nos viene a la mente cuando pensamos en monasterios budistas».
    Pero ha llegado el último párrafo y me has dejado con el rostro torcido. Un contrapunto de amargor y desesperación por no poder salir de la maldita rueda (hasta que la misma no pare) que choca estupendamente con el resto del texto.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *