Hace un par de meses, falleció el locutor Michael Robinson tras una larga batalla contra el cáncer. Ex jugador del Liverpool que se retiró en el Osasuna, a Robinson nuestro país le conquistó por siempre en los ochenta. Entre los adioses que escuché por la radio, me tocó la patata el de Quequé, Ignatius y Broncano en La vida moderna, compañeros suyos de La Ser, a quienes entre gracias con el PC Futbol 5 y «anecdotillas» se les asomaba algo de tristeza y melancolía del tiempo pasado. Por lo menos, a Héctor de Miguel, Quequé, y a David Broncano; a Ignatius le ocurre que el personaje se come a la persona, pero no lo digo como algo malo.
Infravalorado por muchos, Ignatius Farray es lo más cercano a Richard Pryor o Louis C. K. que pulula por España. No es que no tengamos a otros humoristas que no hayan mamado igual o más de la Stand Up Comedy norteamericana (de la que no soy ningún experto, ojo), pero nadie, o casi nadie, se atreve jugar tanto con los límites de la comedia como el tinerfeño.
Por desgracia, la «commedia», con dos emes, tiene un público más limitado que Eva Hache o Leo Harlem: es el precio que deben pagar aquellos que se descamisan en sótanos mal iluminados y se lían a chupar pezones en público: le dice la hija al padre. Sin embargo, la grandeza de un tipo como Ignatius se ejemplifica en series como El fin de la comedia, que seguro que no ha tenido el éxito que se merecía, pero que consiguió que el gran Iñaki Gabilondo proclamase: “Yo soy Banksy”, y solo por eso vale la pena tragarse los doce capitulazos.
En efecto, todo el rollo anterior: enrevesado de pelotas, lo sé, pretendía llegar hasta Iñaki, coloso de la información periodística de este país. Como prueba de lo anterior, la foto que alguien le ha puesto en la Wikipedia, donde se le puede ver leyendo The Times con cara de NI-PUTA-IDEA-tenéis-de-lo-que-es-noticia. Porque Iñaki Gabilondo, amén de sus mil y un premios e historias que le envidia Antonio Resines, ha conseguido dos cosas muy complicadas para cualquiera: mantenerse en primera línea y sobreponerse a los tiempos, o sea, a la tecnología. Con su columna escrita y, desde hace unos años, locutada —de título, La firma de Iñaki Gabilondo, que se folla a blogs como Patente de corso, de Pérez-Reverte, o La zona fantasma, de Javier Marías—, el periodista es lo más parecido a un Rubius intergeneracional que hay en España.
El menda, de carrera humanista (vamos, que he leído muchas cosas que son útiles, pero que casi nadie valora), recuerda la frase de Bernardo de Chartres: «Somos enanos a espaldas de gigantes» y, aunque tiene cojones, que venga Iñaki Gabilondo a enseñarte a subir vídeos al YouTube, uno tiene que ser humilde y aprender de los mejores. Aquí empiezo una nueva aventura y el nombre del blog y vídeo blog ahí queda, para curarme en salud por las cagadas futuras, pero que también es un mojón de nombre, porque yo tampoco soy Iñaki.
Esta entrada fue publicada, originalmente, en Metepatas el 10 de junio de 2020, blog que reabsorbió un celoso Doblando tentáculos en 2021.