Todas las caras del veganismo

Esta entrada será absurda, impopular y difícil de entender. Por todo eso, en mi mente, se plantea como un texto profundamente coherente, pero también una (posible) fábrica de palos. La razón fundamental de la misma es que, estos últimos meses, mucha gente me ha escrito para hablarme de cómo el libro o algunas entradas del blog le han hecho replantearse sus modos de vida e incluso sus más profundos valores morales, y también me han dicho: «¡Ya soy vegetariano como tú!», o «¡Me he vuelto vegana!», o «¡Apoyo al máximo el consumo de carne ecológica!» y cien respuestas distintas más.

De algún modo, me enorgullece ver que lo que empezó hace algo más de dos años con entradas sobre animalismo ha conseguido alcanzar tantas conciencias y de un modo tan distinto: desde el maltrato de animales domésticos hasta cambios en la alimentación de muchos de los lectores y lectoras del blog. Pero hay un malentendido que no me gustaría que se perpetuase, y es que yo no soy vegano (si me tengo que definir, supongo que soy vegetariano casi estricto); y no soy vegano por tres razones fundamentales: la primera, porque tengo perros y gatos en casa; la segunda, porque he trabajado y colaboro con asociaciones de perros de terapia; la última, y para mí la menos importante de todas ellas, porque, en algún momento, como huevos de gallinas de alimentación ecológica.

Joaquín Secall (plaza Matadero; santuarios)

Ser vegano y sus matices

Asumimos de manera automática, sin pensarlo, sin cuestionarlo, que hay un criterio moral para el Homo sapiens y otro diferente para el resto de animales. Eso es el especismo.

Richard Dawkins (etólogo, zoólogo y biólogo evolutivo)

A menudo, algunas personas que adoptan una alimentación vegana consideran que el veganismo es una opción alimentaria libre de todo tipo de sufrimiento animal. Sin embargo, olvidan parte de la filosofía que existe tras la misma, en especial, respetar la vida y la individualidad de todo ser sintiente, rechazar toda forma de especismo y de uso (no solo abuso) de animales —no del conejo que no quiere participar en experimentación animal, sino también del caballo que no quiere ser montado, o el perro de terapia que no quiere trabajar, por ejemplo; también del mosquito que molesta por la habitación, la ciudadana de Sri Lanka que no quiere ser explotada en una fábrica textil o la contaminación de un arrecife de coral.

Yo no puedo ser vegano porque, hoy, y ahora, difiero en algunos de estos puntos básicos. El primero de todos ellos, es el especismo: desde mi óptica, todos somos especistas, y debemos luchar con uñas y dientes por no serlo, pero como bien explico en De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), nuestra empatía depende de la cercanía con el animal —aquí hay un poso biológico, y también una gran carga cultural— y nuestras acciones están sujetas, en cierto nivel, a la estructura mercantil del mundo en el que vivimos: todos necesitamos un teléfono móvil, y vestirnos, y viajar.

Antropocentrismo vs. realidad

Así, abrazar el veganismo no puede ser complementario a convivir con mascotas carnívoras, como el perro o el gato, y ni tan siquiera a tener mascotas en un entorno delimitado, sea urbano, periurbano o rural, puesto que se mantendría un implícito, por el cual tenemos un animal por el valor que aporta a nuestras vidas, obviando su individualidad y su propia autonomía(1).

Esta es una de las razones por las que no soy (filósoficamente) vegano , y es que me chirría esta definición. Porque, ¿podemos ser veganos? Me explico. Durante casi 30.000 años, los perros nos han acompañado en nuestra vida diaria, y durante unos cuantos miles menos, también los gatos; durante más de 10.000 años hemos domesticado especies y seleccionado rasgos para nuestro bienestar. Las gallinas que ponen un huevo diario (y no una veintena al año), las vacas que, preñadas, ofrecían más leche, los cerdos o los toros a los que se les ha robado su fiereza; todos ellos necesitan de nosotros. Por desconocimiento e interés, hemos creado un mundo de matices horribles, y la ganadería intensiva solo es un capítulo más de esta historia. Pero todo ello no cambiará de la noche a la mañana, ni se borrará en el momento en el que cerremos los ojos.

La extinción del modelo

Los bienestaristas afirman que los animales no tienen, en sí mismo, un interés en no ser esclavos; ellos solo tienen interés en ser esclavos «felices». Esa es la posición promovida por Peter Singer, cuya visión neo-bienestarista se deriva directamente de Bentham. Por lo tanto, no importa moralmente que nosotros utilicemos animales, sino únicamente cómo los utilizamos. El tema moral no es el uso, sino el tratamiento.

Gary Francione (profesor universitario y escritor)

Las alternativas del no-consumo son el mejor camino que cualquier persona concienciada puede escoger hoy, pero eso no cambiará el hecho de que haya una industria de consumo colosal que engaña, oculta y es apoyada aún por un alto porcentaje de la población. Tampoco que esos animales domésticos requieren leyes para su pervivencia fuera de esta maquinaría de muerte, pero no pueden vivir todos en santuarios. ¿Y qué hacemos además? ¿Dejamos vivir a los animales de granja y condenamos a las mascotas? ¿Pueden los animales domésticos volver a un estado salvaje? Evidentemente, no. ¿Y qué hacemos con todas esas especies de las que somos responsables de haber domesticado? Quizá este es el punto más peliagudo de todos, y, por supuesto, hay cientos de opciones (mejores que la actual) que podríamos llevar a cabo para minimizar o llevar a cero todo el sufrimiento derivado, pero la extinción completa del modelo, todavía no es una de ellas.

Pero no nos vayamos tan lejos, porque incluso con nuestros principales animales de compañía hay un grave problema. Todos esos pastores alemanes, border collie o labradores que tienen que recurrir a trabajo diario de obediencia (o agility, o mantrailling, o discdog…) por parte de dueños responsables, a largas caminatas y a un modelo de vida que consiga, de algún modo, paliar las actividades principales que llevan dentro de sí: pastoreo, vigilancia, cobroPodemos cambiar el mundo, pero no el genoma de nuestros perros. Y preguntarse por qué deberíamos hacerlo o no hacerlo, no tiene sentido, porque no es algo que se pueda modificar en veinte años, sino que se requerirían otros miles.

Javier y Argos
Argos y yo en un curso de obediencia avanzada en 2015.

En esta misma línea, el trabajo de animales de asistencia o de terapia tiene para mí otras complicaciones éticas —la peor de todas, aquella que pone en peligro la vida del animal en misiones de los cuerpos de seguridad—, pero, excepto en algunas de estas misiones, en mi experiencia, ninguno me ha resultado dañino para este, y sí enriquecedor a muchos niveles (el perro «trabaja» y se divierte, aprende, consigue mejorar sus recursos cognitivos, ayudar a terceros…), si bien la filosofía vegana creo que nos diría que ese «uso» del animal constituye un «abuso» por nuestra parte. Yo no puedo estar de acuerdo. Desde la misma domesticación de los cánidos, el perro —y el gato— se acerca al ser humano en la misma medida en que el ser humano le necesita, y viceversa.

Junto a todo lo anterior, hay una serie de supuestos o etiquetas que también suelen ir unidas, y que, a menudo, me parece coherente que así sea. Por ejemplo, salud y una buena alimentación (y, hoy, se puede conseguir esa buena alimentación sin consumo de animales, pero no olvidemos que hace treinta o cuarenta años, probablemente no); también productos km. 0, ecología, consumo sostenible… Son todo tipo de causas que, normalmente, se relacionan con formas de vida veganas o vegetarianas, y todos aquellos que tratamos de mejorar el mundo, de un modo u otro, tenemos que revisar, constantemente, todas estas facetas que afectan a nuestras vidas, sin olvidar que, ni mi vida, ni tu vida, son una simple etiqueta.

Arrecife de coral
Fotografía de un arrecife de coral.

Por eso, mi primer libro animalista está escrito como está escrito, y creo que esa es la bondad del mismo: que solo muestra, y nunca impone; porque no existe una verdad, sino cientos de miles (2), así como caminos para cambiar el terrible escenario en el que hemos convertido nuestro mundo. Quizá hay personas optimistas, que creen que el camino pasa por la inmediata liberación animal y otros que creemos ver que la historia, incluso hoy, niega la posibilidad de acoger un camino que no pase por una primera fase de bienestar.

Tenemos que ser lo suficiente maduros para querer cambiar el mundo y, a la vez, entender que nuestras acciones individuales suman muy poco en el conjunto: y este debe ser un contratiempo que lejos de restarnos fuerza, debería impulsarnos a buscar apoyos a nuestro alrededor. A encontrar la forma de ser parte de la solución, y no del problema; y de comprender que hay cuestiones intrínsecas en la estructura del mismo a desentrañar, y que tenemos la obligación de hallar la forma de lidiar con todo el horror que se genera a nuestro alrededor, de conseguir un cambio responsable, y de, un día cada vez más próximo, alcanzar la mayoría, puesto que en minoría no hay legitimación (social) posible.


(1) Otra cuestión importante es cuánta autonomía tiene ese animal una vez ha sido domesticado por el ser humano, puesto que los rasgos de muchas de estas especies han sido seleccionados para conseguir individuos menos agresivos, confiados y útiles en nuestras sociedades (sea, en su momento, para desplazarse, para alimentarse o como guardián), pero también restándoles independencia.

(2) Si bien, la mayoría empieza por minimizar o extinguir el sufrimiento animal, donde recordemos que el malestar humano está implícito, en especial, el de aquellas poblaciones desfavorecidas de las que nunca hablamos.

Nota: también creo firmemente en el problema que supone la industria alimentaria, la cosificación, producto del especismo, y el neoliberalismo económico: sobre todo en lo que se refiere a la aplicación, y las trabas, de una Ley de Protección Animal. Por el contrario, no considero que el consumo bajo o moderado de huevos sea aquí el principal problema —los lácteos son otro cantar, y, aun así, creo que sería necesario matizar la importancia que tiene el modelo industrial, que, en la mayoría de los casos no es más que un conglomerado que acoge la producción de carne, cuero y lácteos—, ya que es un derivado directo de la industria; sin embargo, para que esta afirmación no induzca a error, permitidme desarrollarlo durante el mes de febrero en un artículo complementario, puesto que no se trata de una visión simplista del tipo «comer esto está bien, porque el animal no muere» y, además, resulta una gran fuente para abrir debate y generar opiniones.


De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!

Entrevista en Luces en la oscuridad

Ayer, estuve hablando sobre De cómo los animales viven y mueren con el periodista Pedro Riba y su equipo de Barcelona en el programa Luces en la oscuridad. Aquí tenéis un enlace al podcast por si queréis escucharla: charlamos, principalmente, de nuestra relación con el resto de animales y las consecuencias que esto tiene para el planeta y para nosotros mismos. ¡Espero vuestras opiniones tras mi primera experiencia radiofónica!

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Una mano a la virulé

Mañana tengo hora con el médico. Hace un par de días, fui al centro de asistencia primaria y me dijeron que yo no existía, así que tuvieron que abrirme un expediente y darme hora para este jueves.

Tengo un dedo y una articulación fastidiados desde mediados de noviembre, cuando vino un sensei japonés a visitarnos al dojo; por regla general, esas visitas funcionan así: viene un señor que lleva toda la vida haciendo artes marciales y nos dice cuán mal lo hacemos y qué deshonra suponemos el noventa por ciento de nosotros para la disciplina que él ama; el traductor suaviza el golpe, y el invitado coge fuerzas para volver a dejarse engañar al año siguiente.

Kendo: revisión médica

Dicho esto, cabe aclarar que los nipones son máquinas de matar desde los tres años, y nosotros solemos llegar a estas curiosas aficiones (por lo menos, para nuestras madres) con una o dos décadas de retraso. ¿Pero por qué os cuento esto hoy? Porque ese día alguien me dio un mal golpe, o yo retorcí algo, o crují un no sé qué o fracturé un qué se yo, y, desde entonces, aquí estoy, escribiendo a lo taquígrafa de principios de siglo, quejándome mucho, empastillándome de vez en cuando y descansando la mano cuando no hay más remedio.

Evidentemente, esto no me evitó seguir entrenando como pude, ni viajar a París y pagar casi seis euros por un café (oh, mon dieu!), y tampoco terminar de corregir el primer borrador de la novela, y empezar a moverlo un poco con el fin de recopilar alguna que otra opinión. Una novela que me he planteado como el final de una etapa y el principio de otra; como un camino que quiero abrir, y que quizá, sin darme cuenta del todo, ya esté abierto, y una despedida acorde a cuatro años de caos, pero de muchas alegrías.

Caos en terraza (junio, 2012)
Caos descansando en una terraza (junio de 2012).

Y a medida que planteo y consolido proyectos, siento la necesidad de cerrar otros; por eso, antes de que termine este 2016, no quiero daros mucho más la lata con De cómo los animales viven y mueren en el blogsino regalaros dos o tres cosas como agradecimiento por vuestra fidelidad como lectores y lectoras, y dar un par de sorpresas finales con las que encaminarnos al qué vendrá.

Sí, sé que no he desvelado mucho por ahora; pero es que, si lo hago, os fastidio uno de los dos próximos artículos por completo, y, además, por si no os habíais dado cuenta esto es, fundamentalmente, una entrada de blog donde vengo a llorar porque me duele la mano y mi mujer está hasta el… moño de oír cómo me quejo.

Quitar el pie del acelerador

Para un auténtico escritor, cada libro debería ser un nuevo comienzo en el que él intenta algo que está más allá de su alcance.

Ernest Hemingway (1899-1961)

Por ahora, he acabado. Mañana viajo a París, y quién recuerda cuántos días desaparezco. Yo no. Para esta semana, solo restaba un artículo, una última bala en la recámara, con aromas a literatura, y, por ende, no me preocupa, porque se mantendrá vigente a mi vuelta.

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Fotograma de un episodio de la webserie Malviviendo.

Por ahora, terminé con las presentaciones del libro: una en Casa del Libro de Paseo de Gracia; otra en la feria de EcoReus (Tarragona). En la primera, no funcionó el sonido; en la segunda, tampoco la imagen. Ley de Murphy, supongo; algo tenía que pasar, y a mí me pasó casi todo. También estuve a punto de comerme a una decena de coches que habían perdido el control en la autopista por el granizo. Al final, el vehículo respondió, más o menos, y pude clavar el freno de mano antes de volver al taller por tercera vez este año: ¡mi suerte sigue intacta!

Ya en escena, me supo fatal por La Caja de Pandora (esta no; esta tampoco; sino esta), que no solo tuvo que lidiar con mi inexperiencia, sino con un discurso fragmentado por falta de medios del que, en esta segunda presentación, me recompuse como pude. Allí encontré un público entregado e informado, que tenía ganas de contrastar opiniones, de ofrecer su punto de vista y de generar un debate sano, y fueron ellos quienes, esta vez, me salvaron.

Ahora, queda descansar unos días; terminar de devorar el magnífico Homo Deus de Yuval Noah Harari, que, desde aquí os recomiendo, y también su primer libro, Sapiens, y un par de novelas que tengo pendientes —entre ellas, una de las últimas tramas del Wilt de Tom Sharpe—, decidir hacia dónde prosigo y cómo lo hago; recordarme, de nuevo, que es básico, que es necesario, pero que no quiero ser un capullo egocéntrico que no sabe hablar más que de su propio trabajo, y seguir contrastando esos argumentos que me han traído hasta aquí.

Wilt no se aclara (Sharpe)No puedo quitarme de la cabeza la sensación de que todo se ha acelerado, y eso que hace un buen rato que no tengo el pie en el pedal. Quizá, por eso, ahora sí que desaparezco unos días; para disfrutar realmente del viaje, y no, no hablo del viaje a Francia con el que comenzaba esta entrada tan breve como anómala.

Quiero tener el borrador de la novela terminado a final de año: solo me queda un mes. Vinculada a esta, os haré lo que yo considero un regalo, y, para mí, también una liberación; vosotros ya diréis sí es un detalle o una putada. De lo único que estoy seguro —eso que tengo verdaderamente claro— es que no quiero centrarme más de la cuenta en promociones, presentaciones ni todos estos rollos (que os agradezco hasta el infinito, y más allá): quiero seguir haciendo las cosas como me han funcionado, y escribir; seguir escribiendo; trabajando; creando mundos; jamás caer en el tópico de ese tipo que junta letras una vez y, tarde o temprano, se olvida de cómo lo hizo.


De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)Para los lectores de De cómo los animales viven y mueren:

Ante todo, gracias. ¡Estos meses están siendo de locura, pero también de muchas alegrías por todo el apoyo!

En segundo lugar, siento ser un capullo egocéntrico, pero sería genial que pudieseis enviar una valoración o escribir una reseña en alguno de los principales portales de compra donde se puede conseguir el libro. Por orden de relevancia (que me saco yo de la patilla), serían:

Presentación: De cómo los animales viven y mueren

Ayer, día 22 de noviembre, se mezclaron cientos de sentimientos y emociones: alegría, inquietud, espontaneidad, gratitud, familiaridad, deseo de cambio,… ¡quién sabe qué más!

Fue la primera de muchas, espero, y un punto de partida; uno más. Con muchos nervios al principio, y un alivio aderezado entre tacos a medida que los minutos pasaban (¡no os puedo engañar, soy muy mal hablado!).

Una hora en la que me había propuesto mostrar los problemas de sostenibilidad que nos afectan a todos, y cómo la ética de cada uno se compone de lo que sabemos; de la importancia de saber, y de seguir aprendiendo, y, sobre todo, de la firme creencia de que la imposición nunca será el mejor camino para llegar a quienes no piensan como tú.

Una presentación que, creo, que conseguí que se asemejara al libro: lleno de relatos que se resisten a salir a la luz, de historias tras los muros, del desconocimiento y del peligro que este supone en todo lo que vivimos; en todo lo que comemos, vestimos y en la forma en la que nos divertimos.

De cómo los animales viven y mueren ha sido desde el principio un alegato de cientos de preguntas que necesitan una respuesta, y de, por lo menos, una verdad: que los animales viven y los animales mueren, y que la mayoría de nosotros no sabemos cómo hacen ni una cosa ni la otra, y que para muchos esto no es ético, pero, sobre todo, que tiene una fecha de caducidad muy, muy breve.

Hoy, no tengo más palabras. Pero mañana seguro que volverán.

Gracias.

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De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)Las fotografías corresponden a la presentación en Casa del Libro de De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro sobre ética y protección animal, consumo sostenible, y mucho más. ¡También está disponible en Amazon!

Bruce Lee  y la imposibilidad del medio plazo

Si pasas mucho tiempo pensando en una cosa, nunca la harás.

Bruce Lee

Tendemos a creer que las palabras ‘medio plazo’ no significan nada más que futuro. Pero el futuro llega, antes o después, pero llega, y se convierte en presente y en pasado a una velocidad vertiginosa.

A mediados de los años ochenta nací yo; mis hermanos, por el contrario, lo hicieron al inicio y al cierre de la década. Desde mucho antes de nuestro nacimiento se hablaba de ecologismo, de economía sostenible, de contaminación atmosférica e incluso de derechos provida animal. En el siglo XVIII, por ejemplo, nació la idea de feminismo, ligada a la igualdad de oportunidades entre los géneros, y que cristalizaría muchos años después en el llamado feminismo radical de los sesenta, que de radical tenía bien poco, y que no hemos conseguido ni tan siquiera consolidarlo en la vieja Europa donde nació.

Ante nosotros, el medio plazo se asemeja siempre a una excusa, y nunca a una oportunidad para cambiar las cosas a tiempo. Cada minuto mueren millones de animales en los cinco continentes: en perreras, en mataderos, en plazas de toros…  ¿Y si estamos equivocados? ¿Y si no necesitamos la carne de otros animales para vivir saludablemente? ¿Y si sienten, y sufren, y padecen? ¿Y si no podemos prescindir de ella pero este modelo de consumo tiene una fecha de caducidad de poco más de treinta años?

Perros acolpados en una perrera masificada.
Esta es una de las fotografías que ejemplifica la Carta del trabajador de una perrera a los dueños de mascotas. Texto esencial que circuló hace un par de años por la red.

Yo no quiero morir con sesenta años si puedo evitarlo; por eso, lo digo, y lo repito, y lo repito. Nuestro modelo de consumo tiene una fecha de caducidad no muy superior a las tres décadas. Así que mientras soñabas con vivir un siglo entero, con curar enfermedades como el cáncer, el alzhéimer o el ébola, mientras te preocupabas por conflictos de ámbito internacional que desearías ayudar a combatir (terrorismo, sistemas económicos, guerras, hambre, drogas, contaminación…), tú, yo, todos, nos hemos negado a informarnos y actuar a nivel local, e incluso somos reticentes a entender que muchos de los problemas globales pueden estar derivados de nuestro modo de vida y nuestras formas de consumo diarias.

Debemos ver el medio plazo como una oportunidad, pero también como una imposibilidad. Bruce Lee lo resumió en una de sus frases más famosas, así que quizá sea mejor recurrir a un hombre sabio para concentrar la idea: “Knowing is not enough, We must apply. Willing is not enough, We must do.” Me atrevo a traducirlo para ti: Saber no es suficiente, debemos aplicarlo. Estar dispuesto no es suficiente, debemos hacerlo.

Es fácil leer este libro, o esta recopilación de ideas; o debería serlo, porque no pretende ofrecer una lectura lenta y anquilosante para tus ojos; lo difícil es salir y cambiar el mundo, grano a grano. Lo difícil es abandonar nuestra zona de confort, preguntarse por qué ocurre esto o aquello, si no habría otra forma de hacer las cosas; ser activos, hacer, equivocarse, mejorar.

Bruce Lee en 'Game of Death'.
Bruce Lee en Game of Death (Bruce Lee, 1973), la última película que filmó; quedó inconclusa durante varios años hasta que Robert Clouse (Enter the dragon, 1973) consiguió terminarla utilizando dobles y ‘rellenando los huecos’ en montaje.

¿Observamos nuestro alrededor con una mirada analítica o preferimos obviar lo que ocurre frente a nosotros? ¿Nos paramos a pensar en soledad por un par de horas? ¿Somos felices con lo que hacemos? Con nuestro trabajo, con nuestros intereses, con nuestras preocupaciones… ¿Estamos integrados y luchamos por solucionar todo aquello de lo que siempre quisimos formar parte? ¿O estamos viviendo la vida que el mundo (otros) nos ha marcado?

Si nos detenemos por un minuto, si nos abstraemos del ritmo frenético que se mueve en cualquier calle de una ciudad, de una fábrica, de una carretera, vemos que, en realidad, todo fluye contracorriente. Y nosotros, por costumbre, ajenos al movimiento, hemos naturalizado ese descenso.

El activista Gary Yourofsky resumen el consumo de carne mediante cuatro premisas: hábito (habit), tradición (tradition), conveniencia (convenience) y sabor (taste). Para él, esas son las cuatro razones que explican el consumo de carne de otros animales hasta la fecha. Las dos primeras también son aplicables a cualquier excusa que queramos imponernos para evitar luchar por nuestros sueños, hasta el punto de creer que todo a nuestro alrededor ocurre por conveniencia, lo que es falso, y terminar por cogerle el gustillo, que significa el fin del medio plazo.

Anima Naturalis presenta en uno de sus carteles una relación directa entre el consumo de carne y el aumento de casos de cáncer.
Controvertido cartel de la asociación animalista Anima Naturalis que relaciona la ingesta de carne con una mayor inclinación a sufrir problemas cardiovasculares y cáncer.

Concluyo estas ideas volviendo a Bruce Lee, uno de los pensadores y maestro de artes marciales (por ese orden) a quien más admiro. Sería bueno recordar que él jamás tuvo miedo del hombre que había lanzado diez mil patadas; por el contrario, temía a quien había lanzado una patada diez mil veces. No hay forma de derribar o vencer a las ideas, el problema es que necesitan a gente que las extienda una y otra vez.

Enlaces relacionados:

Esto es un extracto de una serie de textos que estoy preparando y que recogeré bajo el título De cómo los animales viven y mueren. Por ello, si algunas ideas parecen dispersas se debe a que estas estarán integradas dentro de un capítulo dedicado al consumo de carne en el mundo y aquí puede haberse perdido parte del discurso.

Una carpeta llena de animaladas

En la carpeta puede leerse: Animaladas, y recoge historias de las que muchos y muchas preferirían no ver, escuchar o saber jamás. Esta carpeta tiene un propósito mucho mayor de lo que a priori pudiera parecer: pretende cambiar el mundo, con palabras; dando forma al pensamiento, buscando otros caminos, fundiendo una conciencia tras otra.

Pegada a ella hay un post-it de color amarillo con el siguiente mensaje: No tienes por qué hacerlo, en homenaje al DON’T TRY de Bukowski. Y en su interior hay ideas; ideas que no gustan, e historias que repugnan y, a veces, caminos a seguir. En el margen superior de la primera hoja, centrado, y en fuente Times New Roman 12 está el título:

De cómo los animales viven y mueren

Las siguientes líneas no son más que una declaración de intenciones; o quizá el breve prólogo de un proyecto que lleva tiempo rondando en mi cabeza.

No tienes por qué hacerlo. No tienes por qué creerte mejor que los demás por comer cerdo, y no perro. O por vestir prendas sintéticas mientras comes una tostada con foie. No se trata de eso; no tiene relación con si eres omnívoro, carnívoro, vegetariano o vegano; no tiene relación con si vistes cuero, o si jamás se te ha pasado por la cabeza. No es cuestión de comercio justo, o neocolonialismo; ni tan siquiera de sentimientos, o espíritu, o alma.

Ninoshka y compañero en Can Capsec (La Garrotxa)

Se trata de saber. Saber que en algunas fábricas de Rumanía despellejan vivos a los patos, que el foie gras es producto de una enfermedad (cirrosis) que se provoca intencionadamente a las ocas; que comes carne criada en cautividad, de vaca, de ternera, de cerdo, que jamás vio la luz del sol, que ha sido sobrehormonada y trágicamente muerta de un modo total y completamente antinatural e inhumano.

Ninoshka en Can Capsec (La Garrotxa)

Durante años he escrito historias; algunas eran mera ficción, otras eran experiencias volcadas en un papel. La víspera del día de Reyes del año 2015 murió Caos. Y el día 8 de ese mismo mes, El Huffington Post, El País y centenares de blogs conocían nuestra historia con aquel perro que encontramos en una carretera tocando la medianoche.

Cuando vi cómo mis palabras habían llegado a más de 1.000.000 de personas, no podía creérmelo. Sabía desde el principio que era un tema delicado; un sentimiento al que había dado forma en palabras, y a través del que muchas personas podían identificarse. No importaba si era Caos, Coco, Nuka, Dana, Piula o cualquier otro perro; Caos se había escapado, pero nos había hecho un último regalo: la universalidad de su historia.

Caos en Can Capsec (La Garrotxa)

Más tarde, quizá me contagié un poco de esa tenacidad que mi perro ofrecía paso tras paso. Reduje mi carga de trabajo, y empecé a escribir. Entonces me planteé: “Quizá no solo es cuestión de hacer o no hacer en lo que respecta al maltrato animal, a nuestro modo de vida y a nuestra forma de consumo; se trata de conocer qué hay detrás de esa granja, de esa fábrica de piel e incluso de esa multinacional de la telefonía.”

Quizá nos han dicho tantas veces que no es posible que hemos terminado por creerlo; yo también lo hice; después vi cómo un perro moribundo volaba. Y ahora no puedo evitar querer cambiar el mundo igual que él lo hizo: lento, muy lento, pero firme.

Burro catalán.