Hace unos días, Vitónica publicó un artículo sobre McVegan, la nueva hamburguesa vegana que McDonalds ha lanzado en Finlandia como prueba piloto. ¿Por qué allí? Ni idea. No es por número de vegetarianos o veganos, en principio, que resulta muy inferior si lo comparamos con otros países relativamente cercanos como Alemania (8 %) o Suecia (10 %). Quizá interesaba circunscribir la prueba a un menor volumen de mercado o el público potencial en la ciudad de Tampere donde se circunscribe el experimento es alto… Aun así, la pregunta es otra: ¿triunfará? Y todo indica que podría ser que sí, ya que el público general se ha polarizado radicalmente ante esta oferta de hamburguesa de soja con doble ración de lechuga y tomate, que incluye tres grandes problemas anticapitalismo, comida basura y maltrato animal; o eso afirman sus grandes detractores… ¿pero es cierto? Vamos con la disección…
Capitalismo son palabras mayores
¿Es posible que el veganismo triunfe fuera del sistema?
Métete la mano en el bolsillo, o échale un vistazo a tu mesa: ahí, sí, donde está tu smartphone dandoespasmos continuos entre notificación y notificación, junto a esa lata de cerveza que te tomaste ayer y que no te has acordado de tirar en la bolsa del plástico, esa pantalla 4K que vete tú a saber cómo se ha fabricado y esas galletas Oreo que tienen la virtud de matar a un único animal.«Una hamburguesa vegana en una gran cadena de comida rápida es la gran victoria del capitalismo frente al veganismo» según comentan muchos activistas: ¿es eso cierto? En realidad, es posible. Pero supongo que habrá que hacerse varias preguntas más: ¿es posible que el veganismo triunfe fuera del sistema o enfrentado al capitalismo?, ¿viven estos activistas fuera del sistema o lo critican desde el interior?, y si la respuesta a esto último es afirmativa: ¿qué legitimidad tienen para criticar una hamburguesa vegetal cuando visten, comen o utilizan miles de productos propios del sistema capitalista? ¿No son acaso tan falsos como la China comunista que adora la Coca-Cola?
McVegan, sana lo que se dice sana, nadie dice que lo sea.
El primer contra, pues, no consigue tener demasiada legitimidad y resulta uno de los problemas fundamentales del movimiento vegetariano: ¿por qué demonios hay gente que quiere demostrar que es diferente? ¿No se nos cansa la boca de decir que resulta facilísimo cambiar una dieta omnívora a una vegetariana o vegana? ¿Entonces? ¿De dónde sale ese proselitismo que se atreve a decir que una hamburguesa nos hará perder la batalla por un mundo más justo para los animales? ¿No es exactamente eso lo que conseguiremos cuanta más gente adopte un estilo de vida más respetuoso con los animales? Este argumento me resulta muy similar al que mucha gente que solo critica esgrime contra las iniciativas que han conseguido influir en millones de personas, como los lunes sin carne. Si dejamos de ser solo una opción política y social que se define por contraposición al sistema, ¿no tendremos muchas más opciones? ¿Seguro que la forma de vencer no es formar parte e intentar dar ejemplo sin juzgar?
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¿Hace más daño McDonalds que un gran supermercado como Carrefour, Mercadona o Alcampo?
Segundo argumento en contra: McDonalds mata animales; si te comes una hamburguesa de soja allí, estás dándoles dinero para que sigan matando animales. Esto es como el sancta sanctórum del triunvirato contra la McVegan, y si no fuera porque el maltrato animal es un tema que me pone de muy mala leche, me empezaría a reír con todo el descaro. No es que a mí me encante la cadena del payaso de IT, y, sin embargo, no me puedo tomar en serio un argumento así: ¿hace más daño McDonalds que una gran supermercado como Carrefour, Mercadona o Alcampo? ¿El veganismo solo puede seguirlo gente que compre en minoristas y guarde la comida en tarros de cristal? Quizá se nos esté yendo la pelota un «pelín» por una pu…ñetera hamburguesa, ¿no? Además, ¿por qué no darle la vuelta? Con otra opción más en el menú, ¿no habrá mucha gente que descubra las alternativas a la alimentación tradicional? En mi experiencia, que se une a la de muchos otros conocidos y amigos activistas por los DD.AA., muchos amigos y amigas que quedan conmigo para tomar algo, comen algo vegetariano o vegano porque no les apetece carne ni pescado ese día, y otros respetan mi opción, y devoran lo que les apetezca. Plantear una solución fuera del sistema es no entender, en absoluto, la magnitud del problema; es el mismo argumento que esgrimen miles y miles de personas mal informadas que quieren frenar el cambio climático con agricultura extensiva sin percatarse de que somos demasiados millones de personas para que esto sea posible.
—Niños, ¿queréis una McVegan?
¡No es sano!
Aquí estamos mezclando dietas saludables y ética.
No es sano, ¿verdad? No, ¿y? Yo soy vegetariano y no como (ni bebo, sobre todo) siempre sano. Otros serán veganos, y no comerán siempre sano. Habrá veganos y veganas gordos y gordas, delgados y delgadas, y campeones de CrossFit o halterofilia, y no pasa nada: ahí tienes el ejemplo de las Oreo, de los cientos de cereales hiperazucarados o de cremas de verduras repletas de almidón, de las miles de leches vegetales con una barbaridad de agregados, o de sacarosa, siropes, melazas o dextrosa. Aquí estamos mezclando dietas saludables y ética. ¿Existe una mayor predisposición a informarse de cómo seguir un estilo de vida saludable entre estos colectivos? ¡Por supuesto! Pero también comemos pizzas, y fritos, y, por lo menos a mí, me encantaría tener una opción de comida rápida para un día que me dé pereza cocinar o me apetezca comer una guarrería. ¿Hay gente que nunca iría a McDonalds por esta razón a comer una hamburguesa de soja? ¡Claro que sí! Pero su premisa es contraria a la comida basura, no al maltrato animal aquí.
Desconozco si la McVegan llegará o no, y de ser así, si fracasará o triunfará, pero lo que tengo claro es que se trata de otra opción más en el menú, algo que debería ser siempre positivo para el vegetarianismo si los productos encajan con su ética, y poco tiene que ver con ser o no saludable, capitalista o no ser lo único que encontremos en el menú. Alguien comentó en Vitónica: «Me parece ridículo. Luego nos ganamos la mala fama con razón.» Con lo último no puedo estar totalmente de acuerdo, con lo primero sí: que no nos dé pereza revisar nuestros argumentos si queremos seguir cambiando el mundo a nuestro alrededor.
Más allá de considerar a nuestros compañeros de cuatro patas parte de nuestra familia, su posición en la naturaleza ha despertado múltiples preguntas recurrentes en los últimos años. En este caso, la que yo lanzo aquí bebe de un artículo que Marta Tafalla —doctora en Filosofía y profesora de Ética y Estética en la Universidad Autónoma de Barcelona— publicó ayer, 5 de septiembre, en el diario Ara con el título ¿Fue un error crear a los perros?
Tafalla plantea en su columna para Ara cómo los seres humanos hemos instrumentalizado cualquier relación con el resto de animales que nos acompañan —obviando que pocas veces es distinto en nuestra especie—, donde todo aquello que nos agrada de nuestros compañeros caninos —y también felinos—: su docilidad, su empatía, su ternura, es, paradigmáticamente, aquello que los hace vulnerables y que los condena; un aspecto que todavía puede rastrearse más fácilmente en los animales para consumo, sean domésticos o no.
El inicio del séptimo párrafo ejemplifica la idea general del texto:
Hemos levantado nuestra civilización sobre el dolor de los animales, sobre la explotación de los domésticos y la caza de los salvajes. Sin los animales que criamos para comer, para usarlos como vehículo de transporte o para trabajar en el campo, nunca habríamos construido ninguno de nuestros imperios. Sin extinguir especies y destruir ecosistemas, no habríamos llegado hasta los 7.000 millones de humanos.
Hacia el final del artículo se vislumbra un remedio, quizá demasiado politizado para que pase desapercibido; quizá demasiado esquemático para que sirva a su cometido: «Cuando la ganadería persigue a los lobos, los dos males se fusionan. La solución es sencilla: los humanos no necesitamos comer carne, pero sí necesitamos ecosistemas sanos y ricos en biodiversidad, y por lo tanto necesitamos lobos.»
Sé bien lo difícil que resulta plantear soluciones concretas; a menudo, además, estas se confunden o difícilmente pueden llegar de los mismos ojos que han vislumbrado el problema. La selección artificial de los perros no difiere mucho de la elección de aquellas vacas que, generación tras generación, producen más leche o las gallinas que, en vez de los doce huevos anuales, ponen casi uno diario; si acaso, los primeros, a pesar de sufrir y soportar la misma estructura jerárquica que suele definirse entre términos como «capitalismo», «producción en cadena» y «especismo», también pueden llegar a ver la parte más bondadosa de algunas sociedades humanas.
Toda lucha por el antiespecismo es legítima; salvar a los toros, legislar contra el maltrato de animales de compañía, e incluso no matar animales. No obstante, toda lucha también debe existir y entenderse en su propio contexto: el de las gallinas que ponen huevos todos los días del año y el de las vacas que producen una enorme cantidad de leche en las vaquerizas, que solo es una cara menos definitiva de la que muestra a los cerdos abiertos en canal o las terneras inmovilizadas en el suelo. No significa que sea bueno, no significa que esté bien; significa que a los humanos nos encanta jugar a ser dioses, y eso, hoy, supone problemas éticos que tenemos que afrontar y enfrentar, pero desde un marco integral y jamás segmentado.
A nivel comunicativo, estos artículos cumplen una impagable labor divulgativa, y, sin embargo, con los pocos o los muchos recursos con los que cuentan, dejan tras el telón el primer campo de batalla en el que deberíamos lidiar: aquel que explica que todos los animales —incluso nosotros— se encuentran en una situación concreta fruto del contexto, y las circunstancias (propias y ajenas), y si plantear una ética universal aturde, pretender que esta pueda convertirse en moral práctica obviando los cientos de contextos que existen ya solo en España, es irreal.
En realidad, el lobo es, sin saberlo, uno de los rostros más definitorios que debemos enfrentar sus defensores, que, poco a poco, hemos ido aumentando en número, pero siempre de la ciudad hacia el campo, y no a la inversa, y que se tiene que entender junto a una ganadería de subvenciones europeas y de provincias, y un oficio que dista mucho de ser mayoritario, pero que enfrenta a los defensores del campo que no viven en el campo y a las poblaciones rurales, que quieren hacerlo sin el sudor que se acompaña, y que se entiende al ver a rebaños a mediodía sin una gota de sombra o sin un cercado entre ellos y sus principales predadores.
Los centros de ética animal de las facultades mantendrán que el «veganismo» es la respuesta al maltrato animal y a los problemas de sostenibilidad del planeta; sin embargo, por desgracia, ni el veganismo ni cualquier otra variante es la respuesta al contexto; o, mejor dicho, a los miles y miles de contextos distintos a enfrentar, y ahí, es donde deberíamos seguir trabajando. Si este se aplicase, solucionaría, antes o después, todos los problemas derivados, ¿pero es solución si más del 90 % de la humanidad no desea tomarla?
Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!
La mayoría de movimientos por los derechos de los animales han bebido y crecido amparados en el marco del activismo político. De este modo, en la actualidad, el veganismo filosófico y el antiespecismo son dos corrientes indisolubles que defienden otro nivel de respeto por la vida animal, considerando que el resto de especies no solo tienen derecho a la vida, sino que ese derecho debería ser respetado y sacro debido a un concepto clave sobre el que ya hablé aquí: la sintiencia.
En el germen de estos movimientos, no obstante, hay un gran número de discusiones, donde destacan, por ejemplo, la prevalencia de viejos patrones machistas entre algunos de sus miembros[1] o la defensa y preservación de animales —individuos— frente a la naturaleza, en el que una parte del movimiento apoya una visión objetivista en la cual la naturaleza es un ente al margen de la ética y otra, en cambio, defiende el subjetivismo y, en consecuencia, el intervencionismo necesario frente a un ciervo herido, un pájaro que se ha contagiado de parásitos o una hambruna que ha afectado a una población de caballos salvajes, dividiendo la crítica entre la opresión y la denegación de ayuda. En este caso, no hablamos tanto de una división entre ética animal y ética ambiental, tanto como de los distintos matices que pueden surgir en la primera y, a continuación, explico el porqué.
Viñeta de Gallus Gallus que nos habla de los distintos tipos de antiespecismo: uno enfocado a reducir el daño infringido por los humanos y, en paralelo, otro dedicado a prevenir el daño que otros seres sintientes sufren en la naturaleza. Esta segunda ola de pensamiento se sustenta en que, si como seres sintientes y con capacidad de razonar, nos ayudamos entre nosotros, rechazar el especismo supone también ayudar a otros seres sintientes sin tener en cuenta su especie, lo que, a menudo, para algunas personas y activistas choca con las reglas propias de la naturaleza.
En este contexto, el antiespecismo y el veganismo siguen siendo indisolubles y sería muy complicado mencionar una decena de discusiones que enfrentan al movimiento, algo que sí resulta mucho más sencillo de hacer cuando incluimos ecologismo —cuya mayor preocupación es siempre global, y pocas veces basada en la defensa de los individuos no humanos, que son el único grupo que, pese a su enorme impacto a cualquier nivel, no entra en tela de juicio—, por ejemplo, y todavía más frente a términos como «animalismo» o «bienestar animal».
Hasta la fecha, el movimiento de liberación animal ha luchado contra cualquier tipo de explotación y discriminación de otras especies, a veces con graves consecuencias ecológicas, como el caso de los visones americanos en España[2], o mediante tácticas de ecoterrorismo, como el incendio de la granja Chinchilla Farm por FLA México. Otras muchas, lo ha hecho de forma pacífica, como demuestran todo tipo de movimientos de activismo individual o colectivo, como ejemplifica PETA, Anima Naturalis o Igualdad Animal.
De cualquier modo, la asunción de una filosofía y una actitud política en la defensa de los animales ha recogido siempre claros matices de imposición de un programa y difusión del mismo con el fin de ampliar el apoyo popular. Este texto no tiene la pretensión de probar que esta es una actitud contraproducente, pues no tengo ni los datos ni la seguridad de creer que existen alternativas políticas y de activismo más eficaces, sino de mostrar cómo polarizar el discurso no es la solución frente a la explotación animal y, del mismo modo, que la asunción de ciertos objetivos bienestaristas, que han sido ampliamente criticados en muchos círculos que defienden la liberación animal inmediata, pueden resultar muy útiles para mejorar la vida de millones de animales y cambiar los hábitos de vida, consumo e incluso la ética de grandes grupos de población.
Para ello, no obstante, debemos hablar sobre un concepto que, en la búsqueda de juicios absolutos, relegamos o desvalorizamos: la ética de mínimos. Se entiende por «ética de mínimos» la rama de la Filosofía práctica dedicada a encontrar una vía de mejora para el entendimiento y la comunicación en un asunto, centrándose en aquellas premisas o comportamientos mínimos que compartimos y que posibilitan la convivencia y la tolerancia.
La realidad es que no sabemos con total certeza qué estrategias son las más eficaces por los animales. Sólo recientemente hay quien se ocupa de evaluar mediante métodos más rigurosos el impacto de diferentes intervenciones para determinar cuáles pueden hacer el mayor bien. Pero sí podemos concluir que la forma tradicional de plantear la reflexión estratégica -o bien se defiende que sólo debe educarse en la injusticia de toda explotación con el fin de abolirla, o bien se defienden prohibiciones o reformas con el fin de reducir los daños que los animales reciben- obedece a la simplificación de un problema complejo. Ello impide pensarlo de la forma adecuada, llevándonos a soluciones tan atractivas por su claridad y sencillez como probablemente falsas.
La ética de mínimos es la base de cualquier tipo de bienestarismo político, y puede ayudarnos mucho en la búsqueda de ideas en común a través de las que articular nuestros discursos como activistas. Hoy, el antiespecismo o el veganismo tienen una ideología muy marcada, que a menudo ha sido tildada de «radical» por la mayoría de la población, puesto que, si bien no es un discurso impuesto, sí es común que parte de los activistas acojan claras posturas impositivas o de valoración moral, en vez de respetuosas y ejemplarizantes frente al interlocutor, como siempre deberían ser; por el contrario, su acercamiento es totalmente erróneo, ya que se basa en todos esos puntos que difieren entre vegetarianos estrictos y consumidores de productos de origen animal, entre antiespecistas y ecologistas, entre defensores de la tauromaquia y antitaurinos; todos los discursos políticos relacionados con la defensa de los animales hacen hincapié en los puntos del discurso que nos separan (en los que no coincidimos) y no en aquellos en los que sí.
Saboteadores ingleses que boicotean la caza del zorro. Más información sobre el movimiento aquí.
Asimismo, es habitual que al cambiar este discurso impositivo («yo tengo razón por esto, esto y esto; tú estás equivocado por esto, esto y esto») por otros tipos de formas de comunicación que no sean taxativas se percibe como una debilidad e incluso una perversión de nuestras convicciones; en realidad, se trata de todo lo contrario: la mejor oportunidad para poder argumentar y convencer a nuestro interlocutor/a, siempre y cuando seamos consciente de que esta estrategia comunicativa y asertiva busca puntos de contacto con el interlocutor del activista, pero no modifica nuestro propio discurso interno.
Un ejemplo común de esta dinámica entre veganos es poner en evidencia a los demás moral e intelectualmente. Es decir, implicar que el otro es menos inteligente y menos ético, a menudo porque no está de acuerdo con nuestro punto de vista. El objetivo de poner a los demás en evidencia moral e intelectualmente es demostrar que nuestro punto de vista es «correcto» y el otro «incorrecto», en lugar de examinar y debatir objetivamente las diferentes perspectivas.
El mensaje del veganismo ha demostrado que no es efectivo:un 84 % de los veganos vuelven a consumir productos de origen animal, mientras que el porcentaje de personas que luchamos contra la explotación sigue siendo irrisorio entre la población global. El auge de nuevas potencias como China o la India, además, supondrá un durísimo varapalo al activismo antiespecista a medida que estos países acojan y estandaricen un consumo de animales mayor.
La ética de mínimos, por el contrario, establece una vía de activismo eficaz que, bien dirigida, puede conseguir pequeñas victorias constantes que deben dirigirse (y pocas veces se hace) hacia nuestro objetivo último. La ventaja de trabajar a través de esos mínimos es que nos permitirán influir de verdad en la gente; así, un defensor de los perros que come otros animales suele ser criticado por especista sin comprender, a menudo, que esa empatía que él ve en los ojos de un can, puede generalizarse hacia un gato, o un caballo, y después hacia una vaca, o una oveja, o cualquier animal; incluso un taurino ve algún tipo de belleza en el animal, belleza perversa quizá, mal entendida, pero que seguro puede ser un primer paso hacia el cambio.
Grupo de chimpancés de la Fundación MONA, donde estos primates —en principio, irrecuperables— conviven ajenos a cualquier tipo de actividad humana más allá de la observación.
El principal problema que enfrentan ahora los movimientos de liberación animal es que sin esta ética de mínimos que da pie a cruzar ideas e inferir en los demás, resulta imposible alcanzar a todas esas personas cuyos pensamientos son dicotómicos a los nuestros; aun asumiendo que nuestra ética es la más perfecta, justa y buena existente, deberemos comprender que esta no funciona a través de la imposición,sino de la razón y el desarrollo personal y libre (1), que nosotros también nos equivocamos en el pasado y seguimos haciéndolo en otros muchos términos morales (2), y, por lo tanto, no es justo creer que otros no tienen la potestad de hacerlo, de caer en el error, que nosotros sí tenemos, y, sobre todo, que excepto en aquellas luchas en las que somos «amplia mayoría», la imposición, incluso la imposición de una ética más justa, no tiene fuerza —y perdería gran parte de su justicia con la misma acción—, por lo que deben ser otras las estrategias escogidas para buscar el cambio (3).
Sobre esto último, un gran ejemplo lo tenemos en la tauromaquia en España, cuyo apoyo entre los ciudadanos ha caído bajo mínimos, y, aun así, no hemos conseguido (todavía) su total prohibición. En tal caso, si una lucha que apoya una amplia mayoría cuesta tantísimo de ganar, ¿cómo vamos a conseguir una sociedad vegetariana, vegana o antiespecista en minoría? En esta, la educación actual y el relevo generacional marcarán un antes y un después, pero sería absurdo olvidar que lo que inicia cualquier diálogo es lo que nos une y no lo que nos enfrenta.
[2] No deberíamos olvidar, no obstante, que la culpa de la expansión del visón americano en España recae, por este orden: en las empresas que explotan animales, las mismas empresas que han liberado muchos de estos animales al cerrar y los activistas que han realizado acciones similares.
Por desgracia, la reacción frente a estos artículos sigue siendo, en primer lugar, de total negación a través de distintos argumentos tergiversados que hemos podido escuchar alguna vez: las famosas proteínas (1) han quedado atrás —solo necesitamos usar Google para ver que los vegetales y las legumbres tienen, a menudo, mayor concentración proteica que un bistec o un corte de pescado—, siendo la vitamina B12 (2) aquella que más enfrenta a carnistas —usaré este término para referirme a personas que comen animales y vegetales en el artículo—, vegetarianos (ovolactovegetarianos u ovovegetarianos) y veganos.
Un poco de sentido del humor para un tema tan serio.
Debido a la controversia y la falta de información, en 2009, la Academy of Nutrition and Dietetics estadounidense preparó una nueva definición de las dietas vegetarianas. Dice así:
Las dietas vegetarianas apropiadamente planificadas —incluyendo las dietas totalmente vegetarianas o veganas— son sanas, nutricionalmente adecuadas y pueden ser beneficiosas en la prevención y el tratamiento de ciertas enfermedades. Las dietas vegetarianas bien planificadas son adecuadas en todas las etapas de la vida, incluyendo el embarazo, la lactancia, la infancia y la adolescencia; así como para los deportistas.
Por supuesto, hay muchas controversias agregadas a esta cuestión, desde gasto energético hasta insostenibilidad de casi todos los modelos en nuestro mundo actual —quien ha leído mi primer libro de ensayos puede hacerse una idea sobre algunas de ellas, por ejemplo—, maltrato y sufrimiento animal que, ahora, reconocemos y, por tanto, empatizamos con él, abuso en el consumo de carnes y pescados, acercamiento a dietas nada saludables, etcétera.
En medio de todo esto, hay una cuestión ética que nos afecta a todos (medio ambiente, ecología, especismo y antiespecismo, sostenibilidad, etcétera) y que es la causante última de todos estos debates tan interesantes que deberían ayudarnos a crecer desde el respeto.
Por todo ello, y con el fin de tratar de aclarar algunos cuestiones que me parecieron claves a través de mi paso hacia el vegetarianismo, me he decidido a escribir un artículo hablando de alimentación, ética y las principales dudas que en mí surgieron cuando inicié este camino repleto de estereotipos, falta de información y sobreentendidos que hacen mucho más daño del que parece.
Los tres mitos
En estos últimos tres o cuatro años he pasado por distintas fases en lo que se refiere al consumo de animales y al activismo a favor de estos. En ese tiempo, he escuchado tres grandes planteamientos que hoy, agradecería muchísimo que me aclarasen antes de liarme la manta a la cabeza y lanzarme hacia una dieta vegetariana o vegana.
Una dieta vegetariana (estricta o no) es mucho más sana que una dieta omnívora
Una dieta vegetariana es muy sencilla de seguir y complementar
Si no eres vegano estricto, eres tan mala persona y contribuyes tanto al maltrato animal como un carnista
Aunque parezca triste, esta última frase es una de las que más se repiten en las discusiones entre vegetarianos y veganos; o entre estos y terceras personas que eligen otros tipos de alimentación. En lo personal, y aunque este no es un artículo en el que entrar a hablaros demasiado de mi filosofía, considero que es un error y un modo de prejuzgar sin tolerancia que nunca nos ayudará a conseguir nuestro objetivo aquí: intentar que otra persona abra un poco más la mente a nuestra verdad y consiga ver las cosas a través de un prisma distinto.
Descripción del concepto «tolerancia» de Giovanni Sartori, en Pictoline.
Sobre el primer punto (1), empezaré diciendo que cualquier dieta puede ser desastrosa (para nosotros). Una dieta omnívora bien planificada será sana en la misma medida en que también lo puede ser una dieta vegetariana o vegana; nadie vivirá trescientos años por no comer cierto tipo de alimentos, pero abusar de ellos —o del tabaco, o del alcohol, etcétera— sí puede cambiar esto. Por esto, argumentos como «Yo conozco a un vegetariano gordo» (yo a cientos de carnistas con sobrepeso, por cierto) o «No está bien que digan que el exceso de carne roja aumenta el riesgo de sufrir cáncer» no sirven; es más, son fáciles de explicar mediante la ciencia.
A grandes rasgos, para este punto, podemos remitirnos a lo que mencionaba justo al principio: apropiadamente planificadas. ¿No quieres comer animales? Genial. Yo tampoco. Pero no puedes vivir comiendo macarrones, lechugas y tomates.
Por esto es tan peligroso (2) que cualquiera te diga que una dieta vegetariana o vegana es muy sencilla de seguir. ¿Es sencilla? Bueno, para empezar está bastante claro que, hasta no hace mucho, era mucho más fácil de seguir en Barcelona y en Madrid que en Castilla y León o Andalucía: el número de bares y restaurantes con opciones vegetarianas o veganas es un buen indicador, ¿no? Pero aparte del contexto, hay algo mucho más importante: los aminoácidos esenciales. Sí, hay otras cuestiones a tener presentes (por ejemplo, el mayor aporte calórico de las legumbres, cereales o frutos secos) pero, a menudo este no es más que un argumento simple para intentar hacer ver que los alimentos en este tipo de dietas tienen que llevar un control rígido y en dietas omnívoras podemos relajarnos totalmente, lo que, a todas luces, es falso.
Los aminoácidos esenciales son aquellos que el propio organismo no puede sintetizar por sí mismo. Esto implica que la única fuente de estos aminoácidos en esos organismos es la ingesta directa a través de la dieta.12 Las rutas para la obtención de los aminoácidos esenciales suelen ser largas y energéticamente costosas.
Extracto de Wikipedia, la enciclopedia libre
Dicho esto, ¿qué ocurre con los aminoácidos esenciales? Pues, simplemente, que los productos de origen animal cuentan con todos ellos, por lo que se consideran de «alto valor biológico» (muy útiles, para entendernos), mientras que la proteína vegetal debe complementarsecon el fin de evitar carencias. ¿Es complicado? No, pero requiere de una mayor planificación.
Combinaciones de alimentos que suman los aminoácidos esenciales son: garbanzos y avena, trigo y habichuelas, maíz y lentejas, arroz y maníes (cacahuates), etc. En definitiva, legumbres y cereales ingeridos diariamente, pero sin necesidad de que sea en la misma comida.
Extracto de Wikipedia, la enciclopedia libre
Por dos sencillas razones: una, es mucho más simple acceder a alimentos de origen animal (en el supermercado y comiendo fuera de casa) y, dos, es más sencillo sufrir carencias de aminoácidos esenciales en una dieta vegetariana y, sobre todo, vegana que en una dieta omnívora; incluso aunque esta última no sea en absoluto equilibrada y pueda provocar otro tipo de problemas como sobrepeso o enfermedades coronarias.
Dicho esto, es fácil ver dietas vegetarianas que han sido mal planificadas y son hipercalóricas o deficitarias (sobre todo en vitaminas del grupo B y hierro); a su vez, en las dietas veganas, a todo lo anterior, se suma una carencia de vitamina B12 que solo puede suplementarse de forma artificial mediante cápsulas. Pero… ¿acaso dedicamos el mismo esfuerzo a cuestiones nutricionales en dietas «omnívoras» o solo usamos esta planificación deficiente, cuando existe, y los mínimos casos conflictivos que se han producido en colectivos vegetarianos o veganos (por ejemplo, la niña italiana con niveles bajísimos de hemoglobina y déficit de vitaminas) como un arma arrojadiza?
¿Entonces? ¿Cuál es el problema? El principal problema, pues, es que, como debate social, solemos obviar —o intentar ignorar— las razones fundamentales por la que nos hacemos vegetarianos o veganos (3): para evitar que un número mayor de animales sufran, y contribuir a una mejora del medio ambiente, a la vida de otras personas y a la sostenibilidad del planeta. ¿Por salud? Puede ser una respuesta, pero, desde luego, no es una respuesta siempre compartida. ¿Acaso tiene algo negativo hacer las cosas por conciencia ética y no solo por salud?
En segundo lugar, por supuesto, lo hacemos porque somos omnívoros, y podemos, y es muy importante no olvidar esto también, pues sería absurdo que un carnívoro (que no lo somos), aspirase a vivir de otro modo al que le marca su naturaleza. Sería absurdo, excepto para nosotros, que lo hemos conseguido decenas de veces, y seguiremos haciéndolo, como ya he explicado varias veces en este blog.
Por último, es habitual la crítica frente a otras formas de pensamiento. A grandes rasgos, cada vez más personas vivimos nuestra alimentación desde un sentido ético en el que tratamos de conectar los puntos; otras muchas, no. O no lo hacen o no quieren hacerlo en la misma medida, suele creerse, pero… ¿y si no ven los mismos puntos que nosotros o los leen de un modo distinto? En este sentido, el activismo tiene que luchar por concienciar desde un acercamiento progresivo a favor de lo que cada grupo considere oportuno (sea bienestarismo animal; sea liberación animal): no porque el abolicionismo sea una utopía (hoy, más que nunca, es todo lo contrario, con propuestas como la carne «in vitro» a la vuelta de la esquina), sino porque su afianzamiento llega, tristemente, siempre por la ciencia antes que por la ética.
Por todo esto, creo firmemente en que cualquier persona que juzgue a un tercero por su dieta o se ensalce a través de esa misma acción debe ser ignorada. En un mundo donde un porcentaje enorme de nuestra propia especie se encuentra esclavizada por el resto, para el cultivo de arroz y de café, o por la extracción de coltán para nuestros smartphones, todos tenemos que aportar y buscar una solución real a los problemas éticos y sociales que se perpetúan.
Debemos volver a conectar esa idea tan olvidada que da como resultado la moral, ese concepto que se mueve entre la ética y la acción, porque seguro que ninguno de nosotros hemos vivido las mismas experiencias vitales, y, por lo tanto, es absurdo pretender que nos movamos a través de los mismos valores, y aquí es donde el diálogo se muestra de mayor importancia en la búsqueda de un cambio.
Debemos discutir a sabiendas que renunciar a más y más productos de origen animal no es más sencillo desde el punto de vista alimentario, sino menos, ¿pero de nuestra conciencia ética? Como ya he dicho, dependerá de la ética de cada uno de nosotros, y esta discusión, igual de interesante, queda para el siguiente artículo de este blog.
NdA: Muy probablemente, algunos de los textos tipo «ensayo» sobre temas de carnismo, vegetarianismo y veganismo irán teniendo una menor prevalencia en el blog. Esto es debido, principalmente, a causa de mi trabajo en dos nuevos proyectos —uno de ellos, de temática divulgativa, que estoy preparando con calma para su difusión en 2018; el otro, una guía de viaje en formato novela de la que ya os hablaré más adelante—. Por ello, si bien tengo dos artículos que no me gustaría que quedasen pendientes, comparativamente, empezaréis a ver más entradas de otros de los muchos temas que trato aquí.
Sobre otros temas de animalismo, ecologismo o sostenibilidad, puede que el ritmo de publicación decrezca, pero estos se mantendrán; imagino que, sobre todo, a través de columnas de opinión.
Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!
Hace unas semanas, leía un texto titulado Muerte entre las flores de la doctoranda Catia Faria (adscrita al Centro de estudios UPF de ética animal). Desde lejos, había alcanzado algún otro artículo sobre su trabajo, y no me costó imaginar una hipotética situación en la cual confesase que le gusta el trabajo de los hermanos Coen.
Después, esa muerte me llevó a La cuestión animal(ista)que compiló el colombiano Iván Darío Ávila, centrado en la filosofía moral, la ética para con los animales, el derecho, y el concepto de especismo, entre otras muchas cuestiones. Devoré el libro a mordiscos; luego me senté a pensar en una silla, y caí presa de unos relatos de Jack London sobre boxeo: ¡es de locos intentar cambiar el mundo a todas horas! Muchos eran textos cautivadores, pensaba mientras leía sobre el patético intento de Tom King por vencer a la Juventud —una lección que, entre las cuerdas, se traga con lágrimas en los ojos—; un esfuerzo incólume, titánico, académico en el mejor sentido de la palabra; ¿pero funcionarían? ¿O quedarían en un cajón metafórico hasta que algún Eisenhower, o Churchill, o Hitler, los rescatasen para sus propios fines?
Captura de palomas para su posterior sacrificio en Barcelona.
Quizá el mundo debería ser de los filósofos, de los pensadores, pero el mundo es el mundo, y quizá los filósofos, los pensadores, los académicos, están (¿estamos?, no me atrevería…) donde deben; lejos de una noocracia de la que ya nos previnieron Los Simpson. Aun así, cuando me cansé de leer al sol y escapé a caminar a la montaña con los perros seguí pensando en todo esto; en especial, en los dos temas más polémicos de los que había leído aquel día: el ecologismo frente al antiespecismo, con un peso enorme en los actuales proyectos de actuación territorial y ambiental, y la preocupación e intervención ética para paliar el sufrimiento inherente en la naturaleza: es decir, no solo la caza, que supone un maltrato activo por nuestra parte, sino todo el mal que podamos prevenir a esos individuos sin modificar el propio estado natural.
De este modo, el academicismo (antiespecista) lucha por preservar los intereses de los individuos frente a la propia naturaleza, mientras que el ecologismo práctico en nuestros bosques, montañas y mares sigue aquel dogma rancio del «todo vale» por un bien mayor; sin importar cuántos individuos de especies exóticas, o híbridos, deben ser sacrificados o cuánto aumentan los presupuestos en batidas de «caza de control», trampas para aves o pienso mezclado con nicarbazina.
El principal problema, sin embargo, es que todas esas sillas —las que, de un modo u otro, se encuentran en la garganta de la Administración, y aquellas que se niegan a abandonar el cosmos universitario— no se deciden a escoger un bello espacio neutral en el que plantarse y debatir sobre los necesarios cambios que la ciencia y nuestra nueva conciencia ética exige para el futuro. Puede, no obstante, que esa conciencia ética señale el camino, pero falle al acercarse hacia canales más divulgativos, sea por desconocimiento de la naturaleza de los mismos, sea por miedo al rechazo.
Sí es cierto que ya nadie puede dudar sobre el hecho de que el resto de especies sufren, y merecen respeto, y que, en modo alguno, están ahí para que nosotros, Homo antropocéntricus, encontremos una utilidad en ellos, ¿pero acaso nadie duda? ¿O una inmensa mayoría continua ciega ante el problema? ¿Y hasta qué punto no deja de ser culpa nuestra en la medida en que no se lanzan campañas de sensibilización y educación ambiental? O mejor todavía, en la medida en la que no se potencia el saber, el espíritu crítico, el empirismo… Porque el movimiento por los derechos de los animales no es uno, sino cientos, lo que, por suerte, dificulta, y mucho, las posibilidades de cribar perfiles, públicos y filosofías, pero también exige estudio, debate y acuerdo, lo que, por mucho que se diga, el movimiento de liberación animal lleva tan mal como las administraciones, y viceversa.
Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!
Para un auténtico escritor, cada libro debería ser un nuevo comienzo en el que él intenta algo que está más allá de su alcance.
Ernest Hemingway (1899-1961)
Por ahora, he acabado. Mañana viajo a París, y quién recuerda cuántos días desaparezco. Yo no. Para esta semana, solo restaba un artículo, una última bala en la recámara, con aromas a literatura, y, por ende, no me preocupa, porque se mantendrá vigente a mi vuelta.
Fotograma de un episodio de la webserie Malviviendo.
Por ahora, terminé con las presentaciones del libro: una en Casa del Libro de Paseo de Gracia; otra en la feria de EcoReus (Tarragona). En la primera, no funcionó el sonido; en la segunda, tampoco la imagen. Ley de Murphy, supongo; algo tenía que pasar, y a mí me pasó casi todo. También estuve a punto de comerme a una decena de coches que habían perdido el control en la autopista por el granizo. Al final, el vehículo respondió, más o menos, y pude clavar el freno de mano antes de volver al taller por tercera vez este año: ¡mi suerte sigue intacta!
Ya en escena, me supo fatal por La Caja de Pandora(esta no; esta tampoco; sino esta), que no solo tuvo que lidiar con mi inexperiencia, sino con un discurso fragmentado por falta de medios del que, en esta segunda presentación, me recompuse como pude. Allí encontré un público entregado e informado, que tenía ganas de contrastar opiniones, de ofrecer su punto de vista y de generar un debate sano, y fueron ellos quienes, esta vez, me salvaron.
Ahora, queda descansar unos días; terminar de devorar el magnífico Homo Deusde Yuval Noah Harari, que, desde aquí os recomiendo, y también su primer libro, Sapiens, y un par de novelas que tengo pendientes —entre ellas, una de las últimas tramas del Wilt de Tom Sharpe—, decidir hacia dónde prosigo y cómo lo hago; recordarme, de nuevo, que es básico, que es necesario, pero que no quiero ser un capullo egocéntrico que no sabe hablar más que de su propio trabajo, y seguir contrastando esos argumentos que me han traído hasta aquí.
No puedo quitarme de la cabeza la sensación de que todo se ha acelerado, y eso que hace un buen rato que no tengo el pie en el pedal. Quizá, por eso, ahora sí que desaparezco unos días; para disfrutar realmente del viaje, y no, no hablo del viaje a Francia con el que comenzaba esta entrada tan breve como anómala.
Quiero tener el borrador de la novela terminado a final de año: solo me queda un mes. Vinculada a esta, os haré lo que yo considero un regalo, y, para mí, también una liberación; vosotros ya diréis sí es un detalle o una putada. De lo único que estoy seguro —eso que tengo verdaderamente claro— es que no quiero centrarme más de la cuenta en promociones, presentaciones ni todos estos rollos (que os agradezco hasta el infinito, y más allá): quiero seguir haciendo las cosas como me han funcionado, y escribir; seguir escribiendo; trabajando; creando mundos; jamás caer en el tópico de ese tipo que junta letras una vez y, tarde o temprano, se olvida de cómo lo hizo.
Para los lectores de De cómo los animales viven y mueren:
Ante todo, gracias. ¡Estos meses están siendo de locura, pero también de muchas alegrías por todo el apoyo!
En segundo lugar, siento ser un capullo egocéntrico, pero sería genial que pudieseis enviar una valoración o escribir una reseña en alguno de los principales portales de compra donde se puede conseguir el libro. Por orden de relevancia (que me saco yo de la patilla), serían:
Ayer, día 22 de noviembre, se mezclaron cientos de sentimientos y emociones: alegría, inquietud, espontaneidad, gratitud, familiaridad, deseo de cambio,… ¡quién sabe qué más!
Fue la primera de muchas, espero, y un punto de partida; uno más. Con muchos nervios al principio, y un alivio aderezado entre tacos a medida que los minutos pasaban (¡no os puedo engañar, soy muy mal hablado!).
Una hora en la que me había propuesto mostrar los problemas de sostenibilidad que nos afectan a todos, y cómo la ética de cada uno se compone de lo que sabemos; de la importancia de saber, y de seguir aprendiendo, y, sobre todo, de la firme creencia de que la imposición nunca será el mejor camino para llegar a quienes no piensan como tú.
Una presentación que, creo, que conseguí que se asemejara al libro: lleno de relatos que se resisten a salir a la luz, de historias tras los muros, del desconocimiento y del peligro que este supone en todo lo que vivimos; en todo lo que comemos, vestimos y en la forma en la que nos divertimos.
De cómo los animales viven y mueren ha sido desde el principio un alegato de cientos de preguntas que necesitan una respuesta, y de, por lo menos, una verdad: que los animales viven y los animales mueren, y que la mayoría de nosotros no sabemos cómo hacen ni una cosa ni la otra, y que para muchos esto no es ético, pero, sobre todo, que tiene una fecha de caducidad muy, muy breve.
Hoy, no tengo más palabras. Pero mañana seguro que volverán.