Víctor Barrio: libertad de expresión e idiotez endémica

Ayer leía: «Los taurinos se querellarán con los tuiteros que se burlan de la muerte de Víctor Barrio.» Simplemente, aluciné. Después, me reí un par de minutos, porque España sigue sorprendiéndome, aunque desearía que no fuese con este tipo de cosas.

Hoy, El Juli, quien imagino que es otro matador de toros, explotabao así lo describía el titular— a raíz de los comentarios de un tal Vicent Belenguer, un maestro valenciano que soltó unas cuantas barbaridades por Facebook. En paralelo, Change ha reunido las firmas de 150.000 personas para inhabilitarle de su profesión parece ser, pero no contentos con esto, se exige a las autoridades que se procese a este señor y a otros tantos por burlas.

Víctor Barrio tras una corrida de toros
Víctor Barrio muestra al público de la plaza la oreja cercenada de un toro.

¿Estamos de broma o qué pasa?

Os explico mi punto de vista, que seguro que, además, compartís: se está confundiendo libertad de expresión con maldad, y con ser un maleducado, un cabrón y un malnacido, es cierto, porque creer que se puede decir cualquier cosa no es excusa para faltar, ni para alegrarse de la muerte de una persona que, eso sí, vivía de proferir sufrimiento y de matar animales: el estigma social lo buscó él solo, eso sí, igual que el tal Juli, y todos estos canallas que se atreven a llamar profesión a la tortura.

Víctor Barrio - Muerte
La cornada que causó la muerte del torero Víctor Barrio.

Pero tampoco nos confundamos, ¡ojo! Las amenazas directas son un delito; ser una basura de ser humano, no. Es comprensible el sentimiento de congoja de alguien que ha perdido a un familiar, a un amigo o a un compañero, igual que muchos nos entristecemos por cada toro que asesinan por razones absurdas, por cada negocio que se hace con su sangre, por cada final en la arena; sin embargo, eso no da derecho, ni causa, a nadie para presentar una denuncia por una opinión. El resto, es sentimentalismo barato y un uso fraudulento de la infraestructura judicial, pese a antecedentes como el del edil Guillermo Zapata y su humor negro, que mal acostumbró a unos cuantos.

Mensaje Vicent Belenguer sobre Víctor Barrio
Mensaje del tal Vicent Belenguer, quien, como profesor, demuestra muy poca empatía y humanidad, por lo que me parece perfecto que se le cese de su cargo.

Tampoco es comparable con situaciones que rompen la regla: apología del terrorismo, del maltrato, de la asociabilidad, o la insociabilidad incluso. Pero que quede algo claro: si nos atrevemos a denunciar a una persona por su pensamiento, ¿por qué no hacer lo mismo con todos esos toreros que, para una inmensa mayoría, están haciendo elogio a la muerte y la violencia gratuita?

Y lo que todavía es más importante, ¿qué país es este donde se permite a niñas de treinta kilos y un problema gravísimo de anorexia hacer verdadera alabanza de su enfermedad por Internet pero se intenta encarcelar a cuatro imbéciles que se creen que es divertido reírse de la muerte del prójimo?

Pensadlo, a ver si encontráis respuesta, que yo sigo buscándola.


Enlaces relacionados:

 

Se van

Echo de menos a Caos. Siempre echo de menos a Caos. Cada día. Todos los días. No sirve de nada, pero tenía que empezar diciéndolo. Siempre hay algo que termina por recordármelo en un momento u otro. Hoy, leo cáncer de hígado en Internet, y le echo de menos. Aunque él no se fue así; a él le dio un vuelco el corazón, y después a nosotros.

Echo de menos a Caos. Le añoro. No sé si lo añoro más que a mi padre, que sí se lo llevó el cáncer; no sé si lo añoro más que a los abuelos que conocí; no lo añoro más que a los amigos que marcharon temprano. Sé que fue familia, y sigue siéndolo.

Caos en La Garrotxa (Gerona)

Leo cáncer de hígado en un blog, y recuerdo que se irán. Se irán con casi todo lo que nos dieron a cada instante de sus breves e intensas vidas. Se irán. Casi siempre se irán antes, porque brillaron el doble, sino más. Ellos lo prefieren así; si se lo permites, te lo habrán enseñado bien a lo largo de los años.

Te habrán enseñado a dormir al sol tumbado junto a ellos; a reír por cualquier cosa que te apetezca; a besar cuando sientes que es la persona adecuada; a compartir las pequeñas cosas, y a ser un poco egoísta cuando se trata de tu juguete favorito, por supuesto; te habrán enseñado que el amor debe ser incondicional, que la vida es cosa de un minuto y que no hay nada que un perro no pueda perdonar, porque son mejores que tú y que yo.

Se van; también nosotros. Y duele tanto como debería, no más; y juras sentir cómo los recuerdos se desmigajan entre lágrimas amargas que pretenden atesorar una vida entera; juras que jamás volverás a pasar por algo así; juras que no es justo.

Escaparán mucho más lejos de lo que nunca corrieron; pagaremos ese peaje. Pero es un tributo tan escaso frente a una vida juntos que estaríamos locos si no volviésemos a caer en ese error mientras quede en nosotros un soplo de aire.

Tu padre y la muerte

Cuando tu padre se muere, te das cuenta de que era idiota, como tú. Que cometió errores, igual que tú estás cometiéndolos, y que Roland Barthes (entre otros) se equivocó.

Adviertes que la petite mort no surge tras un buen polvete, sino cuando descubres que tú eres como él: mortal, incompleto, inseguro e imbécil. Y, en retrospectiva, recuerdas esa caída de la imagen de dios, que jamás podrás perdonar.

No porque no lo entiendas —lo haces—, ni porque no sepas, con toda seguridad, que no podía haber hecho o dicho otra cosa —lo sabes—, sino porque, aun así, sigue siendo superior a uno mismo.

Font de la llet (Barcelona, Collserola)

Quizá por eso empecé a escribir (y, mucho antes, a leer). Como un modo a través del que buscar otras formas de comunicación, una conexión distinta, pero funcional, una nueva vía ante un problema que se me antojaba imposible de superar.

Y eso tampoco resultó.

Al final, aprendí que no importa si el error proviene de uno, del otro, o alcanza a ambos; sigue ahí. Y lo que más me sorprendió —idiota de mí— es que se mantuvo enquistado tras el cemento y la losa. Con un eterno tarde para hacer las cosas que siempre le acompañaba, y sensaciones de ingenuidad sobre cómo algo podía cambiar, a través del recuerdo, de la letra o de la tecla que suspiraba agotada al alba.

Port Olímpic (Barcelona)

Después, terminas por perdonarte. (No lo haces.) ¿Qué más da? Puedes intentar tragarte un «si hubiera más tiempo…», o un «si las cosas hubiesen sido distintas», e incluso aquel «si la situación fuese otra», pero las cosas son como son, y fueron de la única forma que podían haber sido. Ahí encuentras algo de paz, y dejas de flagelarte para hacer de la fusta otra parte de ti.

Where is Hollywood?

El cielo es rosa

Hoy me matan. No hay tiempo ya.

¿Puedes siquiera imaginarte lo que siento?

Me matan por nacer. Por haber nacido en el lugar equivocado; en un lugar distinto al que tú ocupas.

Hoy me matan, y estoy cansada de gritar. Estoy cansada de ser usada, y golpeada y vejada; de ser observada como un mero objeto en esta oscura habitación con rejas.

De veras, hoy voy a morir, y nada tiene sentido. Nada. ¿Recuerdas cuando acerqué mi morro frío hacia tu mano? ¿Cuando te miré buscando una mirada cómplice? ¿Aquella vez que te arrimaste a mí? ¿Qué ha cambiado entre nosotros?

Ayer fui una cría; una cría grande y patosa que deambulaba por el patio vallado en busca de una caricia; hoy no soy nada. Pero tengo la certeza de que fui algo, de que podía haber sido feliz, y de que voy a ser nada; y duele. No sabes cuánto duele.

Detalle del ojo de un cerdo. La fotografía pertenece a Boudewjn Berends.

Basta. Tú puedes hacer algo. Cambia el mundo por mí. Cambia las cosas. Hazlo ahora. Una vez.

¿No puedes? ¿No puedes cambiar el mundo, verdad? Abre la jaula. Corta la reja. Déjame libre. Veo a los cachorros desde aquí; comen, ajenos a todo lo que sucede. ¿Harás lo mismo cuando mi nombre se haya olvidado? Cuando no sea nada, solo tumbas dentro de vosotros.

Hoy me matas. ¿Tuve nombre? ¿Tuve nombre o fui un número más? Hoy me matas y no puedo llorar; solo tiemblo junto al resto, y muero. Hoy muero; y vi la luz del sol después de mucho tiempo; por última vez. Sé que no hay hierba tras de mí; ni agua, ni vida. Solo sangre, y sufrimiento; solo gritos y violencia. Mírame. Mírame una vez antes de ser arrastrado entre rugidos de dolor y tristeza.

Hoy te digo adiós, y quizá me fallen las patas; sé que me golpearás; me electrocutarás; me gasearás. He llegado a rezar por una muerte digna, un final donde no recupere más la conciencia; donde no deba sentir la sangre brotando salvaje de mis entrañas; donde esta pesadilla acabe, por fin.

Hoy no soy. Porque tú y yo nos parecemos, pero mi piel es rosa. Hoy no soy, porque no soy perro ni gato, ni soy tú, y no tengo una oportunidad; soy cerdo. Soy cerdo, y no soy.

Silencio.

De cómo tu perro cambió mi (nuestra) vida

¡Hola! Esto es una carta extraña, pues no sé a quién le escribo. Solo espero que algún día, por suerte o por tenacidad, llegue a la persona que abandonó a Caos: nuestro perro, que antes no fue nuestro, sino de alguien que no lo merecía.

Llegó a finales de junio del 2012, y se fue la víspera del día de Reyes del 2015, de madrugada. Sí, has leído bien: la noche de Reyes del año 2015. Vivió dos años y siete meses más de lo que supongo creías, y yo hubiese empezado a escribir esta carta en el mismo momento en que nos despedimos de él si hubiera podido reunir el valor para sentarme en la mesa de trabajo junto a la que él descansaba varias horas al día.

Caos en terraza (junio, 2012)
Caos descansando en una terraza (junio de 2012).

Si todavía no sabes si fue tu perro, te diré que lo recogimos en la carretera antigua que conecta Corbera de Llobregat con San Andrés de la Barca (la Ctra. de Sant Andreu), a la altura de aquella finca que está tocando con una de las curvas cercanas al Eroski, donde solía haber una luz exterior siempre encendida por la noche. Y si por fin estás leyendo esto, aprovecho para asegurarte que no te guardo rencor —ni tan siquiera él lo hacía, creo—, solo quiero (queremos) hablar contigo un minuto. Quiero que me escuches, a mí, que tengo la capacidad de llamar tu atención, a diferencia de aquel que fue tu perro una vez, pero no más.

Lo sé. Sé desde el principio que vas a sacar el tema. Era un perro viejo. Lo vimos tras el frenazo en el camino que te comentaba en el párrafo anterior. No obstante, ni yo ni mi pareja pudimos subir al coche sin él; aquel jueves solo queríamos sacarlo de la carretera y darle un sitio donde pasar la noche, aunque a mí me rehuía. Rehuía a todos los hombres, y lo siguió haciendo durante semanas.

También te diré que al día siguiente no fui a trabajar, sino a dos o tres veterinarios, y no te voy a engañar. El primero nos dijo que lo mejor era sacrificarlo. El segundo, no. Pero ten por seguro que hubiésemos seguido buscando hasta encontrar a aquel que quería luchar por darle una vida mejor.

Ese mismo día se le diagnosticó la hernia de disco que tenía en la espalda y una artrosis de tipo dos muy avanzada. Como sabes, eso hacía que caminase como las muñecas de Famosa, o como un muñeco de Playmobil, pues presionaba la médula constantemente; si te preocupaste alguna vez, mínimamente, seguro que lo recuerdas. Debes saber que le ayudamos a fortalecer las articulaciones con ejercicios, paseos, medicación (Previcox y Gabapentina) y visitas a la playa, buscando esa calidad de vida que creemos nunca había tenido. La herida de la trufa, aquella que nunca se cerraba, nos dijeron que no era leishmaniosis; y la oreja caída intuimos que fue de una infección que se extendió hasta romper el cartílago.

Caos en Caimari (Mallorca, Islas Baleares).

Era un perro viejo, pero también era un perro bueno, ¿lo sabes? Le gustaban mucho los niños pequeños, pero no comprendemos por qué; y los quesitos. Y sobre todo era fuerte. Tras toda una vida de descuidos, se recuperó. Le cuidamos, y casi corría… Casi. Como te imaginarás, nunca volvió a correr, si es que dejaste que lo hiciera vez alguna. Pero paseaba con nosotros, y no hacía falta que se apresurase, ni suelto ni atado, pues no nos alejábamos nunca demasiado de él.

Al cabo de unos meses nos daba besos, y nos perseguía por la casa, y formaba parte de nuestra familia; y sé que le cuidamos el cuerpo, como se pudo, pero sobre todo le sanamos el alma. De eso sí estoy seguro.

Era alegre, fuerte, cabezón, sociable, cariñoso y muy bueno. Era todo eso, y más. Demostró valentía, fuerza, energía, ganas de vivir y mucho amor por todos nosotros, cuando por fin se le permitió. Al principio, tenía pesadillas cada noche, cada vez que cerraba los ojos, y se escapaba cuando por un casual veía que me quitaba el cinturón, o me acercaba a él con una escoba entre las manos, o escuchaba un ruido fuerte. Pero demostró que quería vivir; que quería vivir mucho más. Y viajó con nosotros por toda Cataluña y Mallorca; a su ritmo, claro.

Caos en la playa (Cala Blava, Mallorca) en julio de 2012.

Ahora te pregunto a ti, a quien dejaste abandonado a Caos: ¿por qué lo hiciste?, ¿qué vida tenía mi perro? Y gracias. Gracias por dejar que nos permitiese cuidarlo y nos devolviese mucho más de aquello que alguna vez llegamos a darle. Quiero que sepas que era tan fuerte, que cuando tuvo que marcharse, hubiera querido seguir peleando por estar con nosotros; al final, se dejó ir. Y nosotros dos lloramos junto a él, durante horas. Si alguna vez lees esto, dime: ¿quién crees que llorará por ti? ¿Quién llorará por aquel que dejó solo, herido y en la oscuridad a un alma mucho más noble que la suya propia?

Si quieres puedes llamarme, escribirme, hablarme sobre la otra vida de mi perro, y recordar que todo aquello que tú no hiciste por él, lo hicimos nosotros. Y volveríamos a hacerlo, toda la vida, todas las vidas; porque no era a él a quien salvábamos, nos salvábamos a nosotros. Y si tú, o alguien de los tuyos lee esto, me gustaría que al menos lo supiese, que pensase en ello por un instante.

Caos y Teo en la casa de Barcelona (abril de 2014).
Caos y Teo en la casa de Barcelona (abril de 2014).

¿Podrías decirnos cómo se llamaba antes?, ¿por qué no hubo sitio para él?, ¿por qué le abandonasteis? No te hablo desde el rencor; simplemente no lo entiendo. Y él tampoco lo hacía. Ahora está muerto, y puedes creer que poco importa (tienes razón); porque no importa cómo murió (lo hizo muy bien), solo cómo vivió; eso sí, su otra vida; su segunda vida.

Y a vosotros, a todos aquellos que estéis leyendo esto —seáis pocos o seáis muchos, pero no seáis él o ella—, dejadme ser un poco egoísta. Ya sé que no tengo derecho, pues todos los días mueren cientos de miles de animales y personas a lo largo y ancho del mundo; pero dejadme pedir dos cosas, por mí y por Caos, ya que estos Reyes no han sido especialmente buenos con nosotros. Uno, compartid esto, por favor. Haced que se mueva como testigo vivo de mi (nuestro) perro y que tenga la oportunidad de llegar al verdadero lector de este mensaje; dos, hagamos que Caos, ese perro que tenía la columna y el morro destrozados a golpes, o a malos tratos, y que fue abandonado con aquel mosquetón enorme y oxidado que, con una cadena en su extremo, le había privado de caminar, de correr e incluso de ser, siga vivo; luchemos de verdad contra el maltrato animal y contra el abandono; luchemos por una ley que proteja a los animales y que favorezca las adopciones; y sobre todo luchemos por castigos reales contra los maltratadores, por un modo de consumo sostenible, por ser más naturales, por ser más personas, por aprender de ellos y para ellos; por ser mejores.

Caos, te queremos. Y ni Argos, ni Dana, ni los gatos duermen en el colchón todavía. Solo lo miran vacío, mientras tú ya descansas para siempre en nuestros corazones.

Caos y Dana en Barcelona (diciembre de 2014).
Dana durmiendo encima de Caos (diciembre de 2014).


Cinco de enero (Ushuaia Ediciones, 2022)
es la novela solidaria y animalista que homenajea la historia de Caos. Se trata de una obra de autoficción que se vende en Amazon (Kindle y edición en papel). ¡La mitad de todos los beneficios ayudarán a protectoras y asociaciones de animales para siempre!