El toro y la belleza

Como dice aquel humorista catalán: «A mí me gustan los toros: a quien no le gustan nada es al torero.» No le falta razón. Si para muchos, Bob Dylan no merecía el premio Nobel de Literatura 2016 —ahora que lo tiene hasta un músico antes que Murakami, mejor adopto una actitud ambivalente al respecto y mantengo mi opinión en la recámara—, para la mayoría del mundo El Juli, el matador de toros, no merece ningún honor.

El problema es que hay mucha gente que es idiota. Pero no idiota de bobo, de memo, de deficiente, que también los hay, sino de la segunda acepción: de indocto, de cateto, de ignorante. Eso se cura leyendo, y escuchando, y entendiendo que nosotros somos animales, y que los mamíferos somos más parecidos que diferentes, y que, si a ti te duele un cortecito «de mierda» en el pulgar, imagínate a un toro al que ensartan con una decena de útiles durante treinta minutos, o más.

El Juli (torero)

Ahora que eso de «matar animales» está en franca decadencia, parece ser que los taurinos están hasta en la sopa. Como el tal Fran Rivera, reconvertido en tertuliano de Espejo Público, siguiendo los pasos de Jesulín de Ubrique, que cuando se cansó de recoger las bragas de las viejas de pueblo, se lanzó a la gran pantalla, y también a la pequeña. Y Santiago Segura lo pintó de memo, pero con chanza, así que seguro que no salió ofendido el hombre.

Sin embargo, es una parte de nosotros aquella que ríe e incluso apoya las burlas de todos ellos: del tuerto que se dedica a dar manotazos a la policía sin que le pase nada por su condición, y de Francisco Rivera, que se atreve a calificar de «ataque» la retirada de subvenciones a la escuela taurina de Madrid mientras se le perdona pasearse con un capote y su hija frente a una vaquilla. ¿Pero qué le vas a hacer? Ellos no tienen la culpa tampoco: se han dedicado a clavar estoques, banderillas y puntillas a lomos de la tradición, y se les ha ensalzado durante décadas por ello.

¿Quién es el tonto aquí? Tras la concesión de otra Medalla de Oro en las Bellas Artes 2016 a un torero —a El Juli, en concreto— parece estar claro. En un país donde más del 58 % de la población directamente se opone (activamente) a la tauromaquia, donde la narrativa, la poesía, la música o los medios audiovisuales tienen que pelear con uñas y dientes por cada pequeña subvención; aquí, donde el debate se limita a mencionar cuántas ganaderías y cuántos puestos de trabajo dependen de asesinar animales en un ruedo: ahí queda todo; porque la muerte animal no es política, excepto para PACMA, y PACMA no es política, excepto para PACMA y algunas cientos de miles de buenas conciencias.

Juan José Padilla (torero)

Hablando de tontos y de memos, hoy termino con una anécdota. El otro día veía un vídeo de Frank de la Jungla (Wild Frank), que ya aclaro que no me parece ni tonto ni memo, ni inculto, y aunque lo pensase, con la diatriba de insultos y bilis que vomitó en los treinta y cinco minutos de YouTube, me lo iba a guardar: a ver si viene para España, coge un bicho de esos que no molestan a nadie para «toquetearlo» y termina tirándomelo a la cabeza.

Frank hablaba de veganismo, de animalismo y, sí, de toros; y aquí me sorprendió para mal. No porque crea que Frank, «el Salvaje» tenga mal fondo, sino porque pretendía que los antitaurinos ofreciesen soluciones a todo aquel detrás de la industria taurina: limpiadores, camilleros, doctores, ganaderos, transportistas, el tío que cuelga los carteles y su madre la de los bocadillos. Quizá es cierto que en Tailandia se viva como el culo: no lo sé, lo que sí sé es que, en ningún sitio, te viene el vecino a solucionarte la vida, y cuando no tienes trabajo, piensa por ti, lo organiza todo y te lo deja en la mesita de noche adornado con un beso paternal en la frente.

España avanza. Es indiscutible: España avanza porque el mundo avanza; igual que lo hizo Franco cuando ya no pudo esconder más dictadura y autarquía a Europa y a los yanquis, reuniendo tecnócratas primero, y haciendo crecer las ciudades bajo las espaldas de la inmigración interna. Pero sigue desangrándose por el camino, como siempre ha ocurrido; donde la sangre de un pueblo que aún se venda sus heridas, no deja ver la de animales nobles, que, en este caso, mueren en plazas y a cuyos maltratadores se les siguen otorgando medallas. A pesar de eso, España avanza. Pero lento. Demasiado. Eso sí, que nadie tenga los «santos cojones» de pedir que sigamos solucionándoles la vida, que el sueldo no da para más.

Salvarse a uno mismo

Populi barbari novarum terrarum cupiditate in Italiam descendebant.

(Los pueblos bárbaros, por deseo de nuevas tierras, cayeron en Italia.)

La imagen es desgarradora. Un animal, como tú y como yo, que se negaba a morir, lanceado, y atravesado con una espada en el lomo, saltó la barrera, muerto de miedo, hacia los tendidos. Nadie allí se volvió humano, ni por un instante, y siguieron hiriéndole y vejándole sin piedad hasta que no pudo sentir más nada.

Ocurrió una de las tardes de los sanfermines. En la plaza, no en las calles; donde el asedio termina junto con la vida de todos los morlacos que pisan Pamplona, en la arena de ese escenario sangriento, que, al final, es solo uno.

Toreo - Sanfermines (viñeta de Paco Catalán)
Viñeta de Paco Catalán.

Hoy, estoy cansado. Miro hacia fuera por la ventana del despacho, y no puedo resistir la tentación de sentarme al sol con el portátil; se acercan pájaros de rato en rato, y los gatos los persiguen sin maldad, los perros duermen al sol, sabiendo que todavía es pronto para ponerse a correr de arriba para abajo, y el rastro de los jabalíes, que nos visitaron ayer noche para roer las raíces de los pinos, sigue fresco junto a la puerta.

Me siento bien entre el verde, más humano, más vivo aún; no es que quiera imponer una imagen, ni venderos un sentimiento que, quizá, no sea universal, pero me enorgullezco de ser parte de algo sencillo, respetuoso, y bueno.

Por eso cierro el vídeo con un nudo en la garganta, y tengo que hacer algo con las manos: salir, correr, gritar, cavar un hoyo; algo. Porque no comprendo qué se mueve en las mentes de aquellos que solo tienen la palabra tradición en la boca, que crían en pos de la tortura y el asesinato, sin ningún fin (su muerte no vale ni tan siquiera como alimento), que beben el dolor de un animal manso que solo lucha por sobrevivir, por seguir respirando, mientras ensartan su lomo, y lo marean, y ciegan, y atacan, entre varios.

Toreo = maltrato animal

No existe necesidad, ni ilusión de necesidad siquiera; solo es poder, e imposición. Mato, porque puedo; torturo, porque la tradición me ampara; hiero, daño, desangro, ataco, porque he evolucionado lo suficiente para sobreponerme por encima del resto de vosotros.

Cuando de repente, vi al toro. Y en sus ojos, la inocencia que todos los animales tienen, y me rogó. Fue como un llanto de injusticia en mi corazón, es inexplicable: fue como un rezo al verdugo para que terminara con su ejecución. Me sentí como la peor mierda del mundo.

Antonio Gala, El País, 30 de julio de 1995

Un toro es todo los animales, y todos los animales son un toro. Si alguien viese el dolor en los ojos de un perro, de un gato, de un lobo, o un toro, comprendería que las diferencias que los embellecen resultan mínimas frente a todo lo que nos une.

Matador de toros haciendo un desplante
Esta foto no es lo que parece, pero ojalá lo fuera.

Si alguien acercase sus ojos y se preocupase por entender la naturaleza de cada ser, no tendría nada que temer, ni nada que dañar sin necesidad. ¿Pero quién lo hará o sabrá verlo mientras sigan bañándose en la sangre de sus iguales?

En España, solo es tradición y cultura para unos pocos; y entre ellos, no es difícil desentrañar tampoco para cuántos resulta un problema ético oculto entre montañas de simple dinero; dinero que ampara el sufrimiento, la muerte y el sinsentido, pero dinero al fin y al cabo.

Para la amplia mayoría, no es nada de lo anterior; solo un rescoldo que se niega a expirar en el pasado, y que se mantiene vivo, incluso fuera de las brasas que lo acompañan, por la inacción del resto de nosotros: la tauromaquia es un problema, y su propio nombre, imbuido de un respeto etimológico que no merece, lo indica; ¿y nuestro gran enemigo? Nosotros, de nuevo; nosotros, que no salimos de delante del ordenador, de la crítica apagada, de la falta de unión; unión que debe viajar a las plazas, a los pueblos, a las (supuestas) fiestas y a todos esos lugares donde solo unos pocos se mueven para concienciar, pero no para impedir.

Si un país entero está en contra, unos pocos no pueden marcar su ley; ni tan siquiera amparados en una tradición sangrienta o una cultura que se revuelve tras cada estocada, tras cada estoque, tras cada banderilla, y cada muerte; este país solo se salva si terminamos con la tauromaquia; este país solo se salva si nos salvamos a nosotros mismos.