Sanfermines 2017: el cambio urgente

Cada julio, Anima Naturalis y PETA reclaman un San Fermín sin sangre. Cientos de activistas viajan hasta Pamplona e intentan convencer al mundo de la barbarie que estas fiestas encierran. Los medios siguen la noticia con la ilusión de normalidad que congrega la tradición, y, poco a poco, también dejan espacio a opiniones y textos críticos contra el maltrato, el acoso sexual, la sexualización de las fiestas, y las orgías de sangre, drogas y alcohol.

Sanfermines 2017 (protestas)
Activistas de PETA y Anima Naturalis en Pamplona. ©Unai Beroiz

Este año, descanso. Para mí, no hay nada nuevo de lo que hablar. Muy consciente de que otras compañeras y compañeros —como siempre, en el movimiento, tenemos que agradecer más a ellas que a ellos— han escrito columnas impagables sobre los sanfermines, como la de Leonora Esquivel, en El Huffington Post (Por estos días Pamplona se tiñe de sangre), que explica el enorme porcentaje de turistas que desconocen que el encierro solo es una parte de la fiesta, o el espacio que se ha ganado Amanda Romero en Cuerpomente para seguir despertando conciencias por los animales; esta semana, concretamente, hacía mención a los cuarenta y ocho toros que serán asesinados en la plaza, pero, sobre todo, dejaba ver cuánto podría hacer Pamplona por una España más justa, más libre y menos sádica (48 toros serán torturados en la «fiesta» de San Fermín).

Por mi parte, suscribo el artículo que ya compartí con todos vosotros/as el año pasado: Siete razones para cambiar los sanfermines, y con tristeza compruebo que poco o nada ha cambiado. Este 2017 seguirán muriendo toros en Pamplona, en las plazas y en los encierros, seguirá la muerte, el desenfreno, y el mal ejemplo; muchos seguiremos en contra, algunos rescataremos los argumentos que otros tantos no quieren oír, y menos pensar en ellos por un instante, y otros seguirán creyendo que esto es lo mejor que se puede hacer por la pervivencia del toro. Mintiéndose a sí mismos, creyendo que la única forma de salvar al toro es matar al toro, y envenenándose el alma un año más.

Seguiremos luchando.

El toro y la belleza

Como dice aquel humorista catalán: «A mí me gustan los toros: a quien no le gustan nada es al torero.» No le falta razón. Si para muchos, Bob Dylan no merecía el premio Nobel de Literatura 2016 —ahora que lo tiene hasta un músico antes que Murakami, mejor adopto una actitud ambivalente al respecto y mantengo mi opinión en la recámara—, para la mayoría del mundo El Juli, el matador de toros, no merece ningún honor.

El problema es que hay mucha gente que es idiota. Pero no idiota de bobo, de memo, de deficiente, que también los hay, sino de la segunda acepción: de indocto, de cateto, de ignorante. Eso se cura leyendo, y escuchando, y entendiendo que nosotros somos animales, y que los mamíferos somos más parecidos que diferentes, y que, si a ti te duele un cortecito «de mierda» en el pulgar, imagínate a un toro al que ensartan con una decena de útiles durante treinta minutos, o más.

El Juli (torero)

Ahora que eso de «matar animales» está en franca decadencia, parece ser que los taurinos están hasta en la sopa. Como el tal Fran Rivera, reconvertido en tertuliano de Espejo Público, siguiendo los pasos de Jesulín de Ubrique, que cuando se cansó de recoger las bragas de las viejas de pueblo, se lanzó a la gran pantalla, y también a la pequeña. Y Santiago Segura lo pintó de memo, pero con chanza, así que seguro que no salió ofendido el hombre.

Sin embargo, es una parte de nosotros aquella que ríe e incluso apoya las burlas de todos ellos: del tuerto que se dedica a dar manotazos a la policía sin que le pase nada por su condición, y de Francisco Rivera, que se atreve a calificar de «ataque» la retirada de subvenciones a la escuela taurina de Madrid mientras se le perdona pasearse con un capote y su hija frente a una vaquilla. ¿Pero qué le vas a hacer? Ellos no tienen la culpa tampoco: se han dedicado a clavar estoques, banderillas y puntillas a lomos de la tradición, y se les ha ensalzado durante décadas por ello.

¿Quién es el tonto aquí? Tras la concesión de otra Medalla de Oro en las Bellas Artes 2016 a un torero —a El Juli, en concreto— parece estar claro. En un país donde más del 58 % de la población directamente se opone (activamente) a la tauromaquia, donde la narrativa, la poesía, la música o los medios audiovisuales tienen que pelear con uñas y dientes por cada pequeña subvención; aquí, donde el debate se limita a mencionar cuántas ganaderías y cuántos puestos de trabajo dependen de asesinar animales en un ruedo: ahí queda todo; porque la muerte animal no es política, excepto para PACMA, y PACMA no es política, excepto para PACMA y algunas cientos de miles de buenas conciencias.

Juan José Padilla (torero)

Hablando de tontos y de memos, hoy termino con una anécdota. El otro día veía un vídeo de Frank de la Jungla (Wild Frank), que ya aclaro que no me parece ni tonto ni memo, ni inculto, y aunque lo pensase, con la diatriba de insultos y bilis que vomitó en los treinta y cinco minutos de YouTube, me lo iba a guardar: a ver si viene para España, coge un bicho de esos que no molestan a nadie para «toquetearlo» y termina tirándomelo a la cabeza.

Frank hablaba de veganismo, de animalismo y, sí, de toros; y aquí me sorprendió para mal. No porque crea que Frank, «el Salvaje» tenga mal fondo, sino porque pretendía que los antitaurinos ofreciesen soluciones a todo aquel detrás de la industria taurina: limpiadores, camilleros, doctores, ganaderos, transportistas, el tío que cuelga los carteles y su madre la de los bocadillos. Quizá es cierto que en Tailandia se viva como el culo: no lo sé, lo que sí sé es que, en ningún sitio, te viene el vecino a solucionarte la vida, y cuando no tienes trabajo, piensa por ti, lo organiza todo y te lo deja en la mesita de noche adornado con un beso paternal en la frente.

España avanza. Es indiscutible: España avanza porque el mundo avanza; igual que lo hizo Franco cuando ya no pudo esconder más dictadura y autarquía a Europa y a los yanquis, reuniendo tecnócratas primero, y haciendo crecer las ciudades bajo las espaldas de la inmigración interna. Pero sigue desangrándose por el camino, como siempre ha ocurrido; donde la sangre de un pueblo que aún se venda sus heridas, no deja ver la de animales nobles, que, en este caso, mueren en plazas y a cuyos maltratadores se les siguen otorgando medallas. A pesar de eso, España avanza. Pero lento. Demasiado. Eso sí, que nadie tenga los «santos cojones» de pedir que sigamos solucionándoles la vida, que el sueldo no da para más.

Ya hablamos con Tordesillas

Ya hablamos con Tordesillas; ya hablé sobre Tordesillas. Lo hice aquí (Indultad a Rompesuelas, el Toro de la Vega), aquí (Taurinos y antitaurinos: piedras y palabras) y aquí (Sangre de toro).

La última víctima del (supuesto) torneo fue Rompesuelas. Miles y miles de activistas lo decían, lo repetíamos, año tras año, y alguna vez tenía que ocurrir. Pelado no morirá a plena luz del día, no morirá lanceado, pero lo más probable es que muera.

No se aceptó la petición de trasladarlo a un santuario de animales tras el renombrado Toro de la Peña, y lo más plausible es que dé con sus huesos en el matadero. Quizá allí se ensañen con él, con esa ira que reflejan los palos y los varazos que le han propinado a un animal noble que no tiene el huir en su haber.

Toro de la Peña 2016

En España, hay que matar. La diversión se mezcla con sangre por falso derecho de tradición que hiede a podredumbre. Es la España que envejece, que avergüenza a una mayoría, que no quiere crecer; es la España que muere sin saberlo, y que no será nada.

Hoy, se ha advertido por última vez a esa España que debe escuchar a la mayoría, que la libertad, individual y colectiva, no se mide a lanzazos contra un ser inocente, y que hubo un tiempo en el que se permitió, pero nunca más.

Ellos desoyen. Y la ley, que no es más que la respuesta última de un pueblo unido que detesta que maltrato se asocie con nosotros, actúa. Nos llaman violentos, pero los violentos son ellos; lo llaman democracia, y libertad, y respeto, y valentía incluso, sin conocer realmente el significado de esas palabras.

Toro de la Peña 2016 (recorrido)

Quizá Pelado no sobreviva al primer Toro de la Peña. Yo deseo de corazón que sí, que lo haga. Pero si hay algo en Tordesillas herido de muerte es la tauromaquia, y las fiestas basadas en el maltrato animal, y esa tradición absurda, irracional y troglodítica que se ha extinto ya, aunque ellos todavía no lo sepan, ni quieran aceptarlo.

Cierto chatarrero muy conocido, decía hoy: «Es triste ver como hay gente con esa maldad en su corazón.» Y ya lo dijo alguien más inteligente que la mayoría de nosotros: «lo único que necesita el mal para triunfar, es que los hombres buenos no hagan nada.» Pues se acabó.

Besas el suelo. Tranquilo. Sereno. Susurrándole a la tierra que cumpliste con el papel asignado.

Atrás quedan ya los jadeos, el puente, el río; ahora suspiras, resuellas, te abrazas a esa paz prematura que te han impuesto y te vence.

Pero en tus ojos no hay odio (¿por qué no hay odio?), nunca hubo odio; y corneando el orgullo por última vez no dejas que la sangre conquiste tu iris. Sigues mirando hacia delante, ya caído; sigues mirando hacia delante, lejos de allí, estocada tras estocada; ves el cielo, la hierba, el mundo, lejos, más lejos aún.

Rompesuelas, ya mueres; porque te mataron demasiado pronto. Y a tu alrededor se escuchan lanzas, y gritos, y torneos que son declarados nulos porque te han asesinado hombres que no respetan ni las reglas que ellos mismos se han impuesto.

Ellos son los verdugos, tú la crónica de una muerte anunciada que no podemos resignarnos a aceptar. Y ahora creen que ya eres nada, que eres historia, y sin embargo, hoy más que nunca, representas todo aquello por lo que vale la pena vivir, y luchar, y aprender de esta España donde las franjas rojas amenazan con devorarlo todo a su paso.

Tú besas el suelo, yo lamento mis lágrimas. Tú ya descansas, ¿pero quién nos salva a nosotros?

Rompesuelas – Javier Ruiz (2015)

Salvarse a uno mismo

Populi barbari novarum terrarum cupiditate in Italiam descendebant.

(Los pueblos bárbaros, por deseo de nuevas tierras, cayeron en Italia.)

La imagen es desgarradora. Un animal, como tú y como yo, que se negaba a morir, lanceado, y atravesado con una espada en el lomo, saltó la barrera, muerto de miedo, hacia los tendidos. Nadie allí se volvió humano, ni por un instante, y siguieron hiriéndole y vejándole sin piedad hasta que no pudo sentir más nada.

Ocurrió una de las tardes de los sanfermines. En la plaza, no en las calles; donde el asedio termina junto con la vida de todos los morlacos que pisan Pamplona, en la arena de ese escenario sangriento, que, al final, es solo uno.

Toreo - Sanfermines (viñeta de Paco Catalán)
Viñeta de Paco Catalán.

Hoy, estoy cansado. Miro hacia fuera por la ventana del despacho, y no puedo resistir la tentación de sentarme al sol con el portátil; se acercan pájaros de rato en rato, y los gatos los persiguen sin maldad, los perros duermen al sol, sabiendo que todavía es pronto para ponerse a correr de arriba para abajo, y el rastro de los jabalíes, que nos visitaron ayer noche para roer las raíces de los pinos, sigue fresco junto a la puerta.

Me siento bien entre el verde, más humano, más vivo aún; no es que quiera imponer una imagen, ni venderos un sentimiento que, quizá, no sea universal, pero me enorgullezco de ser parte de algo sencillo, respetuoso, y bueno.

Por eso cierro el vídeo con un nudo en la garganta, y tengo que hacer algo con las manos: salir, correr, gritar, cavar un hoyo; algo. Porque no comprendo qué se mueve en las mentes de aquellos que solo tienen la palabra tradición en la boca, que crían en pos de la tortura y el asesinato, sin ningún fin (su muerte no vale ni tan siquiera como alimento), que beben el dolor de un animal manso que solo lucha por sobrevivir, por seguir respirando, mientras ensartan su lomo, y lo marean, y ciegan, y atacan, entre varios.

Toreo = maltrato animal

No existe necesidad, ni ilusión de necesidad siquiera; solo es poder, e imposición. Mato, porque puedo; torturo, porque la tradición me ampara; hiero, daño, desangro, ataco, porque he evolucionado lo suficiente para sobreponerme por encima del resto de vosotros.

Cuando de repente, vi al toro. Y en sus ojos, la inocencia que todos los animales tienen, y me rogó. Fue como un llanto de injusticia en mi corazón, es inexplicable: fue como un rezo al verdugo para que terminara con su ejecución. Me sentí como la peor mierda del mundo.

Antonio Gala, El País, 30 de julio de 1995

Un toro es todo los animales, y todos los animales son un toro. Si alguien viese el dolor en los ojos de un perro, de un gato, de un lobo, o un toro, comprendería que las diferencias que los embellecen resultan mínimas frente a todo lo que nos une.

Matador de toros haciendo un desplante
Esta foto no es lo que parece, pero ojalá lo fuera.

Si alguien acercase sus ojos y se preocupase por entender la naturaleza de cada ser, no tendría nada que temer, ni nada que dañar sin necesidad. ¿Pero quién lo hará o sabrá verlo mientras sigan bañándose en la sangre de sus iguales?

En España, solo es tradición y cultura para unos pocos; y entre ellos, no es difícil desentrañar tampoco para cuántos resulta un problema ético oculto entre montañas de simple dinero; dinero que ampara el sufrimiento, la muerte y el sinsentido, pero dinero al fin y al cabo.

Para la amplia mayoría, no es nada de lo anterior; solo un rescoldo que se niega a expirar en el pasado, y que se mantiene vivo, incluso fuera de las brasas que lo acompañan, por la inacción del resto de nosotros: la tauromaquia es un problema, y su propio nombre, imbuido de un respeto etimológico que no merece, lo indica; ¿y nuestro gran enemigo? Nosotros, de nuevo; nosotros, que no salimos de delante del ordenador, de la crítica apagada, de la falta de unión; unión que debe viajar a las plazas, a los pueblos, a las (supuestas) fiestas y a todos esos lugares donde solo unos pocos se mueven para concienciar, pero no para impedir.

Si un país entero está en contra, unos pocos no pueden marcar su ley; ni tan siquiera amparados en una tradición sangrienta o una cultura que se revuelve tras cada estocada, tras cada estoque, tras cada banderilla, y cada muerte; este país solo se salva si terminamos con la tauromaquia; este país solo se salva si nos salvamos a nosotros mismos.

Siete razones para cambiar los sanfermines

Las fiestas de San Fermín han mantenido su calendario de eventos y, entre ellos, hay uno cuyos pernios empiezan a oxidarse, y pronto se quebrarán: por la mañana, encierro; por la tarde, corrida. No es el único, pero, de todos ellos, es aquel que refleja mejor España: un país donde, muy a menudo, la tradición no se valora, porque no hay nada bueno en ella, y entre sus principales defectos, destaca uno, enquistado hasta el tuétano, la resistencia y la asunción del error, cuando la mayoría así lo cree, y propone un cambio que se enlentece hasta la náusea; incluso cuando su tiempo ha llegado.

fiestas-de-san-fermin-cronica
Retazo de una crónica sobre las fiestas que circulaba en Twitter.

Mientras tanto, pasa otro año. Los animales que mueran, las vejaciones que se lleven a cabo, y el modelo, se mantendrán un tiempo más, pero no mucho. Las fiestas taurinas tocan a su fin, y que nadie nos haga olvidar bajo palabras de falso heroísmo una de las principales verdades por las que luchamos: el toro mata intentando vivir, el torero, cuando muere, lo hace intentando matar.

Muerte

El domingo hubo cinco heridos; al día siguiente, otros tantos. Leí en el diario que la noticia que más llamaba la atención no era aquel cubo con restos de lo que fue un animal, sino un toro que se negaba a avanzar; inmóvil frente al vallado y caído bajo la luz del flash de un fotógrafo mal situado. O quizá él no quería avanzar, quizá no quiera seguir; perpetuar la tradición.

El Roto - Viñeta fiestas de San Fermin

Acoso sexual

Una chica violada entre cinco durante la noche del jueves, un hombre al que encuentran haciendo una felación a otro entre la marabunta; denuncias, abusos, excesos y, por encima de todo, no comprender que un no es un no, pero lo que todavía es más importante: que la ausencia de este tampoco representa un sí.

Imágenes de desenfreno (sanfermines)

En titulares, aparecen cuatro agresiones sexuales en la madrugada del domingo; por desgracia, esto solo importa desde que la “fiesta” es más internacional que nunca, cuando uno de cada dos asistentes es extranjero, y cuando el mundo tiene un ojo encima de la bárbara España.

Borrachera y desenfreno

Desenfreno (sanfermines-2)
Puedes leer más sobre en el artículo del 7 de julio, titulado Seguimos siendo guarros (y guarras), y todavía más gilipollas

Pero con un aroma acre que no es posible limpiar; fruto del exceso más cobarde, de aquel que no se respeta ni a uno mismo. El lunes leía en La Vanguardia de la mano de la periodista Joana Bonet: «Puede que su ideal de exotismo incluya pañoletas rojas o txapelas, o bien sea la mezcla de animalismo, vino y sexo demente lo que les intrigue.» Solo difiero en una cosa: los animales han demostrado ser más nobles, así que, tal calificativo, los desmerece erróneamente.

Maltrato animal

Que empieza en las calles y termina en las plazas. Si las fiestas de San Fermín quieren ser un ejemplo de lo que este país puede llegar a ser, que abandonen el maltrato sistemático a los animales, la cría para la muerte; la muerte como entretenimiento, el dinero por encima de la sangre; y no, la tortura (absurda; inútil) de un animal inocente y el consumo de carne no son la misma cosa: una puede creerse necesidad, la otra, no es más que pura maldad.

Toro muerto en los sanfermines

Coste sanitario

Con larguísimas colas en urgencias, operaciones que llegan demasiado tarde para pensionistas de toda una vida, jornadas interminables que subyugan al personal sanitario, presupuestos cada día más escasos… ¿Queréis poneros a correr delante de animales aterrorizados de seiscientos y setecientos kilos? Pues os pagáis vosotros las cornadas, los puntos de sutura, las operaciones de urgencia, los operativos sanitarios.

Sanfermines (segundo encierro, 8 de julio de 2016)
Imagen que corresponde al segundo encierro de los sanfermines 2016.

¿Qué es la fiesta?

Si las fiestas de San Fermín son mucho más que tauromaquia, ¿por qué mantener esa tradición? ¿Por qué perpetuar los encierros y las corridas mientras nos atrevemos a criminalizar el Toro de la Vega o los correbous? Si hay fuegos artificiales, si hay gigantes, si hay kilikis y zaldikos; si hay riau-riau, y bebida, y música, y buena gente, ¿para qué reclamar la muerte con tanto ahínco?

Kilikis y zaldikos en Sanfermines

El ejemplo

Un ejemplo detestable para el mundo que nos mira: la España más rancia, la que pervive en la tradición como única excusa para no asumir su propio error; un monumento al atraso, a las equivocaciones de nuestros padres, a un pasado que nos avergüenza y nos obliga a negar, como si no pudiéramos dar crédito a lo que vemos, oímos y sentimos cada 7 de julio.

Si las fiestas de San Fermín tienen tantas cosas buenas (y las tienen), no necesitan asustar, martirizar y ejecutar a sesenta y cuatro morlacos que se crían para morir. Que los dejen volver a la dehesa, que no los críen, que dejen de aprovecharse de todos ellos, de convertir la sangre en moneda de cambio, de intentar dar sentido a la vida solo a través de la muerte.

Sangre de toro

Bendito el corazón que pueda doblarse, porque nunca se romperá.

Albert Camus

Ya imagino septiembre. Me imagino peleando en Tordesillas a manos desnudas. Defendiéndome de una agresión tras otra a través de los gritos de una multitud que se ensordece entre sí. Imagino el miedo, la rabia, la incertidumbre, el horror.

Imagino el aire. Me imagino golpeando al aire con furia, hasta alcanzar un apéndice u otro; no importa. Moviéndome pesadamente entre centenares de seres que mezclan sorpresa, cobardía, dolor, maltrato e idiotez a través de su existencia.

Quizá te encuentre aquí. Envueltos en una polvareda que embiste implacable contra nuestros pulmones. No sabré si eres cómplice o mártir, ni tan siquiera si, en el combate, estos conceptos tienen sentido; si hay colores que nos distingan, o si toca esperar a recoger los cuerpos inermes y auxiliar a los heridos para esclarecer los hechos.

Viñeta sobre toros (Borges)

En ese escenario, la policía disparará gases lacrimógenos para disolver a taurinos y manifestantes; movilizará mangueras de agua a presión, lanzará chorros contra unos y contra otros. Cuando nada funcione, pedirán refuerzos, sabiendo que no habrá súplicas correspondidas; sabiendo que, mientras tanto, jóvenes y viejos seguirán enzarzados por igual en una batalla campal de proporciones épicas.

El toro, que de nuevo habrá sido liberado contra los manifestantes, escapará a la montaña, lejos de los caballos y los picadores, lejos de la guerra y de la violencia de los hombres. Escapará rápido, a toda velocidad, asustado y temiendo por su vida en todo momento; temiendo de esa forma que le hemos insertado en el genoma a golpes de espada y de lanza.

Quizá llegue a la loma del perdón —cuyo nombre el toro desconoce, y tampoco le importó jamás— para ser abatido a tiros, como lo fue Presumido, o caer herido de muerte y abrazar una eternidad de injusticia, como le ocurrió a Bonito. Él, que aún no tiene nombre, no comprenderá el cordón policial ni la injusta equidad del hombre; morirá, otra vez, porque nadie peleó suficiente.

Viñeta sobre toros (Tordesillas)

En la guerra, las heridas, los golpes y las muertes, si llegan, no convencerán a un bando ni al otro. Ese viejo mezquino que ríe y la emprende a bastonazos con los jóvenes entre el polvo encontrará un derechazo en la sien; el más bárbaro de los manifestantes se arrojará contra un grupo de vecinos sin saber por qué los reyes y los nobles peleaban siempre desde una colina cercana, e incluso los niños, inocentes en cualquier bando, llorarán, gritarán y caerán pisoteados entre la sangre caliente que hierve, al rojo, un único martes al año. No habrá respuestas.

Pero ni la violencia ni los golpes, ni los gritos ni el horror impedirán que nos miremos por un instante a los ojos. ¿Encontraremos a uno de nuestros semejantes? ¿A un demócrata? ¿A un maltratador? ¿O a un insensato?

Cuando el toro escape o vuelva a yacer muerto en el suelo junto a otros tantos animales, ¿comprenderemos entonces las palabras de nuestros enemigos? ¿Comprenderán ellos las nuestras? ¿Nos arrepentiremos de convertir el aire que respiramos en odio y castigo hacia nuestros semejantes? ¿Será necesario que los castellanos miren a los ojos del toro en busca del perdón por todos esos sacrificios que no fueron más que asesinato y tortura? ¿Y tendremos los demás la grandeza de otras especies que perdonan y no vuelven a juzgar?

Parece faltar una eternidad para que todo esto ocurra, pero no es así. Este septiembre, miles de personas volverán a Tordesillas, con la certidumbre de que, por primera vez, no se resignarán a gritar, a juzgar y a temer por su vida; volverán con el convencimiento de que van a defender a ese toro sin nombre y a defenderse del maltratador.

¿Qué hará el Estado esta vez? ¿Les dará la espalda o les prohibirá el paso, siendo, si cabe, más cómplice del horror que allí se representa? ¿Se hará a un lado? ¿O se implicará y escuchará a una mayoría que grita alto y claro que se debe terminar con el maltrato mientras se pone en pie de guerra?

¿Acaso se rompió la pluma de tanto usarla? ¿Solo quedan espadas que blandir?

La mierda de la ‘Tauroética’ de Savater

Matar a un animal no es una forma de ver la vida, sino de afectar al mundo que nos rodea.

Sobre Fernando Savater tenía poco malo que decir: aun hoy me gusta su ironía y sus principales influencias; respeto su ética del deber y su concepción espinosista (rollos filosóficos, ya sabéis), su preocupación por las cuestiones nacionalistas e incluso la resolución que, él mismo, propugnó ya hace años acerca del vasquismo, que hoy podría acercarse sin excesivos remilgos al independentismo en Cataluña.

Sin embargo, como es habitual, igual que yo poco más sé de Spinoza que aquello de que nos regimos por los límites del cosmos, quizá Savater no tenga ni puta idea de perros, ni de gatos, ni de toros. Por el contrario, cuando no se sabe algo, algunos tenemos la modestia de cerrar el pico, y otros tienen la osadía de mirar por encima del hombro y sentar cátedra. Quizá por ello, me sorprendió ver cómo hace unos días traían a colación temas de tauromaquia y animalismo desde una perspectiva que jamás habría imaginado.

Por título llevaba Tauroética, y las frases que cobraban vida entre párrafo y párrafo asesinaban sin saberlo a muchos seres que habían sufrido la desgracia de nacer animales (no humanos) en el lugar equivocado. Sobre ello, Renzo Llorente, profesor de filosofía en el campus de Madrid de la Saint Louis University, escribía una refutación muy lúcida (Tauroética de Fernando Savater: una aproximación crítica) a la cual, si tenéis interés, recomiendo que le dediquéis unos minutos.

Fotografía de Fernando Savater para un artículo de La Vanguardia sobre el 11-S, También se realizó una entrevista para La Contra a finales del año 2012.
Fotografía de Fernando Savater para un artículo de opinión de La Vanguardia sobre el 11-S, También se le realizó una entrevista para La Contra, que llegó de la mano de Víctor Amela, a finales del año 2012.

El fragmento que apareció en varios blogs hace unas semanas puede encontrarse en Tauroética (F. Savater, Turpial, 2010), en la página web de Andrés Calamaro (desconozco el porqué) y criticado en multitud de blogs animalistas como, por ejemplo, el de Melisa Tuya. Sigue leyendo «La mierda de la ‘Tauroética’ de Savater»

Una cornada de sentido

El 8 de marzo de este 2015, más de setecientos días después de haberse retirado del mundo del toreo, Francisco Rivera hizo algo bastante común entre las celebrities: su primera reaparición; un nuevo salto al ruedo que tuvo lugar en Olivenza, Badajoz, y que le llevaría inexorablemente hacia la profunda cornada que sufrió antes de ayer en la plaza de toros de Huesca.

Las cosas van como van; y así como en las plazas los toros se cuentan en lotes, y nadie siente pena por un bicho que ni quiere estar por allí ni sabe qué pintan esos tíos vestidos de luces con capotes, también debemos tener presente que, de vez en cuando, un pitón revienta contra el triángulo femoral del muslo y algún torero cae en la arena con una herida mortal. Y ahí está el caso del famoso Manolete, que por muchas angustias de las que se rodease, no quedó contento hasta que la cosa se torció del todo en Linares.

Toro de la ganadería Miura

Pero la empatía tiene, hoy más que nunca, un límite en cuestiones de maltrato animal; quizá por ello PACMA, el Partido Animalista, ha tenido que emitir un comunicado (no del todo atendido por sus seguidores) para que los usuarios de Twitter y otras redes dejen de publicar deseos de muerte contra la grave cornada sufrida por el taurino. Sigue leyendo «Una cornada de sentido»