De un zen que da asco

Estoy de un zen que da asco. Pero yo, feliz. Eso sí, hoy, traigo filosofía barata, que conste, así que, depende de cómo lo veas, date el piro. Verás, me he dado cuenta de que hay un tipo de gente que no me gusta nada, que no quiero en mi vida e incluso que, si está hoy rondando por aquí, terminaremos cogiendo caminos distintos, así que plim.  Y, no sé, quiero compartirlo contigo, supongo (seas quien seas). Hablo de esa gente a la que le molesta todo, esa gente a la que todos le tocan los huevos (u ovarios), y todo está contra ellos. Joder, cómo sufre esa gente, en realidad: ¡pobres!

Da gusto ver cómo sabe estar bien consigo y con sus demonios: es ejemplar, el cabrón.

Quedé con mi amigo Enric (¿cuándo?, yo qué sé, hace poco, ya no me acuerdo); menudo tío, el Enric: grandote, a lo teddy bear que te ocupa tres cuartos de la cama de metro treinta y cinco. Pues va y me dice, medio asustado: «yo es que lo he pasado de puta madre en el confinamiento; a mí me han dejado salir y, porque me has llamado, que si no yo sigo a lo mío en casa: leyendo, trabajando, contento.» ¿Y qué problema hay? Enric es un tío genial, y yo me lo quiero un montón (no hace tantos años que lo conozco, pero tenemos feeling, o yo me lo invento, que me vale igual) y, sobre todo, es que da gusto ver cómo sabe estar bien consigo y con sus demonios: es ejemplar, el cabrón.

Yo tengo mis momentos también. El otro día —no el día que quedé con Enric, sino otro que iba al cine con mi amigo Andrea a ver Por un puñado de dólares, peliculón, aunque la más floja de la trilogía—, casi me llevo por delante a una moto. El puto espejo derecho de la Berlingo, que tiene un pedazo de punto muerto que te cagas. Y yo, por regla general, echo la cabeza un poco para adelante, me aseguro de que no hay nadie adelantando por donde no deben, y me cambio de carril con maniobra de fitipaldi. Pues justo ese día, no lo hice. Avanzaba por mi derecha un chaval en moto (con 34, la gente de 40 ya son chavales) y casi me lo llevo por delante.

Le hice una seña, circulando, y nos cogió un semáforo en rojo a pocos metros del Túnel de la Rovira. Bajo la ventanilla, asomo la cabeza y le hago señas: le vi venir, me pareció que pegaba un acelerón a mi altura, cabreado.

Venía encendidillo.

Le digo:

—¿Estás bien? Joder, lo siento mucho: no te he visto.

¡Ja, ja, ja, ja! Le cambió la cara al tío, no se esperaba eso. Casi le dio la risa.

Yo empecé a sonreír como un idiota.

No sé qué me dijo exactamente. Que sí, que estaba bien, que no me preocupase: que estuviese tranquilo.

Me medio abrazó el brazo ese que que tengo lleno de tatuajes, apretando.

Me di cuenta de que se creía que quería gritarle, que iba a recriminarle que por qué cojones me adelantaba por la derecha, que… yo qué coño sé. A mí todo eso me valía mierda (y me la sigue valiendo), pero es una actitud rara en las putas vidas que nos hemos creado, y no es por tirarme flores tampoco. Yo quería saber si estaba bien. Asumí, de inmediato, que parte de la culpa de la situación era mía (confieso que, hace unos años, esto hubiera sido muy raro); que si hay un accidente, lo que te preocupan son las personas, no quién la ha cagado; que la gente sale a la calle y lo hace lo mejor que sabe y puede (ese es mi mantra ya, para siempre jamás). Y eso es todo.

No tengo ni puta idea de si el chico de la moto se acordará de mí: el barbudo canoso de la Berlingo blanca, pero yo me acuerdo de él. A mí no me gustó nada lo que pasó, pero me encanté a mí mismo en la reacción. Sobre todo, después de tanto tiempo creyendo que el mundo quería joderme; sobre todo, después de tantos años pensando que yo tenía que ser como el mundo quería que fuese. Yo soy como soy y, a quien no le gusta, que me lo diga (ya habías pensado que iba a soltar un que le den por culo, ¿eh?, ¡no hombre, no! Qué «esageraó» barra «esagerá»), pero si yo estoy bien conmigo y no hago daño a nadie, quizá el problema sea del otro.

Pocos días después, fue cuando vi a Enric y no sé si le conté esto. Sí que sé que me tomé una Voll-Damm (vale, dos) y reafirmé lo que te decía en estos párrafos. Vamos, que si te cabreas y te gritas con el de la moto, el de la moto se larga para un lado y tú para el otro, ¿y el cabreo qué?, el cabreo se va contigo. También aprendí que, cuando estás bien contigo mismo, no necesitas estar todo el puto día rodeado de gente. Eso le pasa al Enric, que me lleva ventaja (bueno, y unos cuantos años también, ahí que se joda, no iba a ser más joven encima). Pero lo que ocurre, por encima de todo lo demás, es que quieres relaciones de verdad, quieres cerca a gente que te haga vibrar, que cante contigo a voz en grito una canción de Queen haciendo gorgoritos en el coche, que salga a caminar bajo la lluvia, que se emborrache, o llore, o ría, o folle, o cree algo, o te llame y te diga cualquier tontería por decimoquinta vez, o te pida perdón porque la cagó, y que lo haga de forma real, y auténtica, y radical. Bueno, yo quiero eso. Tú preocúpate de lo que quieres tú.


En la foto, Hemingway y coetáneos de farra.

Esta entrada fue publicada, originalmente, en Metepatas el 6 de agosto de 2020blog que reabsorbió un celoso Doblando tentáculos en 2021.

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