Ø. Ladrar al ruido y a la muerte

00. Presentación - Novela Caos

El perro observó la gigantesca bodega del barco sin saber qué era una bodega; a continuación, ladeó la cabeza a derecha e izquierda, mezclando miedo e incomprensión. Olía fuerte: a latas de aceite y a alquitrán, olía a cubierta manchada en negro, olía a sucio que nadie se esmeraba en limpiar. Alrededor, había cientos de coches aparcados.

Cada poco, alguien pasaba cerca suyo: señoras arrugadas que se escondían tras el maquillaje, camioneros que apretaban el paso fuera de su campo de visión, jóvenes que reían cómplices y algún niño o niña, que decía:

—¡Mira qué perrazo en ese coche, mamá!

Él sentía en los huesos la humedad de la primera noche. Esa noche que siempre llega más fría en la mar y que sus enamorados tan bien conocen; una humedad que, incluso en junio, se enganchaba a las extremidades del perro como una legión de garrapatas y embestía contra la columna, donde dolía ya por tanto tiempo que cualquier molestia resultaba fútil.

Si alguien se hubiera detenido a observar en el maletero, cosa que no ocurrió, hubiese comprobado que el perro se encontraba en una postura extraña: no quería tumbarse, pero tampoco podía mantenerse erguido; sin embargo, lo que nadie hubiera imaginado es que esto no era debido a la altura del portaequipajes, que era suficiente, sino a la fuerza cada vez menor de sus miembros, enfrascados en una batalla perdida de antemano; en un perenne medio incorporar hasta que sus patas le vencían, caía contra la felpa, descansaba por unos segundos, y volvía a adoptar aquella posición antinatural que atesoraba kilos de fortaleza.

El olor de Lena y Julio ya no era tan intenso: se habían desvanecido más allá del capó. Entre el vidriado al que le condenaban sus ojos, el mestizo de pastor alemán había visto a la pareja mirarle por unos segundos, y confundirse, de inmediato, entre decenas de olores y figuras que fueron emborronándose en la distancia. No ladró entonces, y tampoco lo había hecho en el tiempo que llevaba esperando en el maletero.

Desde el Ford, la noche se proyectaba en el iris opaco del perro. Él se obligaba a enfocar el espigón del puerto y más lejos aún, donde un faro trabajaba con mecánica regularidad: una vuelta, y otra vuelta, y otra más. Le gustaba observar todo aquello que se desvivía por demostrarle que no era su enemigo.

El foco de luz nunca se cansaba, no perdía fuelle, pero el perro sí; así que, mientras el ruido de los motores desperezaba al buque y los pasos se aceleraban en la cubierta, él se dejó caer contra la felpa una vez más, y ya descansó allí por un buen rato, incapaz de incorporarse de nuevo.

Jadeó.

Una pareja joven se asomó al maletero.

No era Julio; no era Lena.

—¡Oye! Aquí hay un pastor alemán. ¡Qué viejo!

—Batuadell. Que tinc fam. Espavila, nina!

Y fuera, lejos, quizá avisaron a un marino o dieron nota en el mostrador de información, o puede que corrieran directamente hacia el bar-restaurant y se olvidaran del perro poco después.

El perro olió por largo rato el humo de los coches, cientos de esencias que se perdían tras cruzarse contra su trufa y, luego, los motores del ferry empezaron a emitir un ruido atronador; Caos siguió mirando el faro, y, cuando ya nadie podía oírle, empezó a sollozar y a ladrar a los ruidos. El humo empezó a cubrirlo todo, y él comenzó a temblar, a solas, como siempre había vivido, mientras se sentía flotar, y caer, más y más hondo, y la luz del faro se perdía.

Siguiente capítulo
«Érase una vez»

Una canción de Manel en las montañas

Subir las montañas (que yo quiero) - Puig Vicenç 2020

I es va perdre entre unes mates remugant que era molt trist
que realment jo necessiti tot això per ser feliç.

La jungla (Manel, 2021)

Hay una historia recurrente en la que pienso. La historia me atrapa, casi siempre, en las montañas, como si estuviese agazapada tras el tercer o el séptimo kilómetro de verde —nunca sé—, lista para abalanzarse.

Te explico.

Cuando vivía con mi ex, muy de vez en cuando salíamos juntos a andar. Era raro que hubiese tiempo para andar: sí, en serio, para andar; la vida en pareja, a veces, puede ser complicada. Quizá no supimos defender nuestras parcelas para hacer cosas normales, que nos gustaban, como andar o, todavía mejor, deambular, vagar, callejear; quizá a ella no le gustaba y nunca me dijo «ve tú», o yo no supe entenderla. De este modo, cuando nos separamos, volví a las montañas; en parte, porque me había pasado muchos días de confinamiento leyendo a Thoreau; en parte, porque las restricciones favorecían estas nuevas rutinas.

Las pocas veces que ella salía a caminar conmigo y a hacer senderismo, advertí que dábamos la vuelta en los mismos puntos: a unos veinte minutos de la segunda masía, en la pendiente que sube hasta el punto equis o en el desvío que, a través de una ruta circular, permite desandar lo andado y, como suele decirse, ganar tiempo al tiempo. (Qué expresión más fea.)

Durante esa época, pensé mucho en que, si hubiésemos seguido juntos, es posible que yo nunca hubiese conocido todas estas montañas como la palma de mi mano. No habría podido conectar, punto a punto, los senderos verdes que rodean Cervelló con Vallirana, Torrelles de Llobregat, Sant Vicenç dels Horts y hasta Sant Boi; y, poco a poco, ir ampliar ese imaginario hacia el Ordal, las Montañas de can Rigol y, para abajo, hasta el Garraf, si me apuras. Un pequeño microcosmos de naturaleza que vas extendiendo y haciendo un poco más tuyo jornada a jornada.

Alguien me comentó que ella está viajando más (otros, otras; podrían habérmelo chivado las redes sociales, supongo, aunque yo no soy mucho de eso del stalkeo), porque quizá algunas ciudades eran sus montañas. Aun así, hubo un día en el que sí vi unas fotos que me hicieron sonreír; eran decenas de fotos haciendo cima en una montaña, mientras yo había hecho cien cimas sin acordarme del teléfono. Tan distintos… Ni bien ni mal, en realidad; solo distintos. Hay una canción de Manel que dice algo así, pero diferente.

Cuando subo montañas, ya casi nunca pienso en ella. Pero me hace muy feliz poder subir las montañas que yo quiero, y eso es algo a lo que no se debería renunciar por nadie; también espero que ella suba las suyas, aunque no es asunto mío y, en parte, mejor sentirlo así, que la ruta ha sido larga.

¿Os acordáis de que Internet iba a ser la hostia?

Internet KIng - Los Simpson - Internet iba a ser la hostia

De mi vida de copy[writer], mantengo algunas lecturas semanales. Hay un señor, Calvo con Barba (así, con mayúsculas), del que me lo sigo leyendo casi todo. Este hombre —de quien no recuerdo su nombre, aunque lo podría mirar— tiene una columna breve, que se llama Querida Marca, en la que aprovecha para lanzar ganchos y directos una vez por semana; después, escribe posts más extensos en su página profesional, por aquello del branding, supongo.

Hace poco, publicó un texto con mucha verdad, bastante largo y un poco triste. Trata sobre Internet, y es que quizá no lo sabes, pero Internet se va a la mierda. Como niño de los noventa, yo recuerdo que Internet iba a ser la hostia desde el módem de 26 kbps, y la cagamos. Como explica José Carlos Ruiz, en su último best-seller (Filosofía ante el desánimo, Imago Mundi, 2021), la digitalización podía haberse convertido en un verdadero camino para el conocimiento (en parte, lo ha hecho), pero la realidad es que nos ha llevado a la fatiga; concretamente, a la fatiga por exceso de información: a ser más vagos, más crédulos, más ideológicos y menos librepensadores.

Señor con barba explica… por qué Internet iba a ser la hostia

Es bastante triste ver a gente famosilla de Instagram trabajando en vacaciones.

Slurm McKenzie (Futurama) - Internet iba a ser la hostia (post)
El contrato de Slurm McKenzie con la fábrica de Slurm (que emula la fábrica de chocolate de Charlie y la fábrica de chocolate) le obliga a estar de fiesta 24 horas al día.

Al principio, el mundo digital iba a conectarnos a todos, pero, al final, nadie escucha a nadie y todo es un gran escenario que exige mucho más de lo que da. Es la paradoja de la identidad (personal) y el avatar, o identidad virtual. ¿Dónde empieza una y termina la otra? Los youtubers, twitchers e instagrammers, ni lo saben ya y, si lo piensas, es bastante triste ver a gente famosilla de Instagram trabajando en vacaciones; intentando convencer a los críos y a las crías de que su vida es una fiesta y sintiéndose como el gusano aquel de la fábrica de Slurm (Futurama, ¡cacho de carne!).

El señor de la barba que he mencionado arriba hablaba de porqué mi trabajo (como creador de contenido para terceros), cada vez, es menos relevante. La clave es la palabra difusión, que casa con oferta y demanda y que, a su vez, pasa por estándares más y más exigentes de calidad y profundidad, convirtiéndolo todo en una carrera de ratas. Desde Instagram a LinkedIn tienen a los usuarios creando contenidos con escasa difusión, algoritmos muy cabrones y una pizca de «aunque te vean, a tu audiencia quizá le importa una mierda».

El curioso caso de Guille Aquino

Si estaba vivo ¿qué cojones hacía sin generar contenido para Internet?

El curioso caso del argentino Guille Aquino mola para ejemplificar el párrafo anterior. El tío lo petó en la década pasada con los virales que hacia con su equipo (Lucía Iacono, Pablo Mir y compañía) y llegó muy, muy fuerte a finales de 2020 y, entonces, desapareció. Y ya empieza Internet —iba a ser la hostia, ¿recuerdas?— a romper las pelotas, como dirían ellos, a lanzar mierda rosa por la compu-global.

¿Está vivo Guillermo Aquino?

¿Qué fue de…?

Está vivo, preguntaban. En serio. Porque… si estaba vivo ¿qué cojones hacía sin generar contenido para Internet? ¿Te das cuenta de que hemos creado una sociedad en la que importa más el avatar que la persona? Da yuyu. Decía Guillermo Aquino en una entrevista en YouTube: «[A] Larry David lo he esperado cuatro temporadadas […], Dave Chappelle desapareció doce años. […] Qué poca paciencia, ¿no?» Miraos el vídeo, que he borrado los chistes y he metido puntos suspensivos.

En definitiva, que Internet iba a ser la hostia, pero cada vez pide más y da menos. No sé si es culpa de Santa Claus, del capitalismo o de las putas élites neoliberales, pero hacerse espacio en el mundo virtual ya resulta más difícil que ganarse la vida en el real, y, a este lado de la pantalla, nadie regala nada tampoco. No obstante, si hemos tenido tiempo de contagiar a todo quisqui el peor virus de todos, el del para-qué si nadie lo va a ver.

Ahora que se empieza a hablar de la siguiente revolución digital, los metaversos, yo he decidido que me bajo, que ya me gano bien la vida educando a humanos y a sus perros y escribiendo (todo lo que me dejan). Que sí, que está chulo subir alguna cosilla en redes sociales, pero si la decisión está entre cultivar la propia identidad o el avatar virtual, parad las redes, que yo me largo; o ¡qué coño!, me bajo en marcha, a riesgo de una hostia, que esta fabrica de egos heridos tampoco para nunca en realidad.

Como la vida está llena de ironía, a mi pareja actual la conocí en Instagram. Pero ya lo dijo Ortega, yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo. Así pues, quien no haya abierto nunca el Tinder, que tire la primera piedra.

Javier Ruiz (Munch) - Google Arts
—¿Y tú para qué quieres Internet?
Yo:

Edito: Me acabo de dar cuenta de que he hecho un queísmo de la leche. Sorry!

La vida no se recupera

La vida no se recupera - Los de traje y corbata (Bárcenas & Mortadelo y Filemón)

A la mayoría de treintañeros ya no nos sorprende: se ha dicho por activa y por pasiva y, sobre todo, lo hemos vivido en las propias carnes. No podemos esperar lo que tenían nuestros padres, ni en el trabajo, ni en el ahorro, ni en casi nada. ¿En qué se traduce? Menos poder adquisitivo, futuro incierto, ocio low-cost, entre otros.

No sé si viviremos peor, o ya lo hacemos, pero está claro que la estructura social sobre la que todo lo demás se sostenía, ya no es la misma, y no tenemos muy claro hacia dónde va, que es lo peor. Por esto, siempre hay algún tarugo o taruga por ahí con aquello de «¡es que si quisieran esforzarse…!» sin ser consciente de que, cada generación, se esfuerza y juega con las cartas que le han tocado; y la nuestra, y futuras, no tienen una gran mano, la verdad. Revolución digital, nuevas formas de subcontratación, cambio climático, precarización, gentrificación…

A veces, se habla de hipotecar el presente, pero es un paralelismo de mierda. Cuando tú hipotecas tu casa, puedes recuperarla tras la devolución del préstamo; aquí nadie te va a devolver el tiempo, porque es lo único (al menos, por ahora) de lo que somos dueños. Pero como el tiempo de vida no te da de comer, sino más bien lo contrario, nos hemos contentado con cierta estabilidad, con no poner en tela de juicio el statu quo (pasamos de salir a la calle, de protestar, de exigir trabajo y vivienda digna) y seguimos comiendo tres veces al día, pagando Netflix y tomando una caña por encima de nuestras posibilidades. Después, aguantamos que unos economistas imbéciles nos digan que el problema son los gastos hormiga. Dime tú si no es para salir y quemar algo.

La vida no se recupera - Los de traje y corbata (Bárcenas & Mortadelo y Filemón)
Los de traje y corbata… ya se sabe. En la viñeta, un famoso tesorero hace un cameo.

Ya nos han vendido la moto. Lo ves en la gente, en cómo habla, en cómo piensa; en cómo se ha normalizado compartir un piso entre cinco, vivir en un estudio de veinte metros cuadrados por seiscientos euros de alquiler, y dos meses de fianza, y pago de un 10 % de la anualidad para la inmobiliaria. Todo eso, ya es rutinario: cobrar mil pavos y gastarse el 80 % en el alquiler, no poder vivir solo o sola, no poder independizarse. Y si no lo vemos normal, por lo menos, les seguimos el juego. En lugar de preocuparte por la familia que se queda en la calle, nos creemos lo que nos dicen Bankia y Securitas Direct.

No duermes por las noches pensando en que alguien sin recursos va a ocupar la casa de un banco que dejo sin recursos a otro alguien. O como decía aquel famoso grafiti: «La vida es aquello que pasa mientras te preocupas de que no te ocupen la casa que no tienes durante las vacaciones que no puedes pagarte.» Mientras tanto, los ricos siguen haciéndose más ricos y los pobres más pobres. Sí, OK. No todo es blanco o negro, pero la mayoría son cortinas de humo (¡oh, qué casualidad!, de color gris).

Portada-Gentrificacion
Zona gentrificada. Y la gente pobre a tomar por… Que se vaya en silencio, por favor.

La mala noticia es que hay cosas que, probablemente, si no has vivido o puedes vivir ahora —tener tu espacio, independizarte con veintipocos, vivir en pareja, viajar mucho con los amigos—, quizá no puedas vivirlas o, por lo menos, no como las vivirías en este periodo. Nos toca, pues, cambiar y adaptarnos a modelos impuestos —alquiler, pluriempleos, compartir por necesidad, usar coches de tercera mano hasta los cuarenta— o buscar nuevas formas. Aquello de enrabietarse y patalear, suele ser poco funcional, pero quizá es momento de plantearnos como generación hacia dónde queremos ir, qué queremos hacer, cómo vamos a construir nuestro futuro.

En relación con la crisis de la Covid-19, el escritor francés Olivier Marchon dijo: «No somos los dueños del tiempo, y esa quizás sea la lección de esta cuarentena»; yo agrego algo: si la baraja está marcada, quizá está justificado mandar al crupier a tomar por culo (y buscarse otra sala de juegos). A partir de aquí, que cada cual aguante su vela y encuentre su propio camino, pero está claro que los que nos trajeron hasta aquí, están igual de perdidos que nosotros, así que, por mucho que sean tus padres, ¿no es momento de dejar de seguirles el juego?

Al fin y al cabo, la vida no se recupera.

Las pequeñas cosas que mueren

Calabaza - Ronda de Dalt - Las pequeñas cosas que mueren

En la salida 4 de la Ronda de Dalt, hay un ramo de flores y una calabaza. Siempre que voy a ver a mi madre, pongo el intermitente, cien o doscientos metros antes, y pienso: se lo tengo que contar. Llegó a su casa, y ya se me ha ido de la cabeza. En parte, por esto, he decidido hacer una pequeña columna sobre el tema.

Supongo que (a mí) me sorprende porque soy un tío curioso: de crío, era el típico niño que da por saco con el «por qué esto» y «por qué lo otro». Donde está la calabaza, hace un par de meses había más ramos, y una señal horizontal vencida y, delante, otra provisional, de peligro. Imagino que alguien —un motorista— tuvo un accidente y chocó con esa señal; después, tras el entierro, la gente fue a dejar flores donde falleció, pero hoy solo alguien especial, o un pequeño grupo, sigue acudiendo a la cita. Deja, o dejan, flores y una calabaza, quizá porque era un mote cariñoso, quizá porque le gustaba la crema de calabaza. Eso no importa al mundo, pero, para alguien, estoy seguro que se hace un mundo.

Un ramo y una calabaza

Son las pequeñas cosas las que nos definen. No es casualidad que allí, debajo de la nueva señal de ceda el paso, haya una calabaza y no solo un ramo; o haya una calabaza, y no  una nuez, o una manzana junto a las flores. ¿Qué es lo que más nos cuesta superar cuando alguien desaparece? Diría que es el hecho de entender y aceptar que hay que decir adiós a muchas cosas, que toca hacer un ejercicio de empatía (cagarse un poco en Epicuro y en aquel pobre consuelo del cuando yo soy, ella no es) y entristecerse por lo que esa persona ya no es capaz de sentir.

También hay siempre algo más egoísta, algo más personal.

Esa otra cosa es el decir adiós a las pequeñas cosas.

Esas cosas que le hacían único.

Esos rasgos, rarezas, pasiones que se habían construido y organizado en un ser y que jamás volverán a juntarse del mismo modo.

Esas cosas son las que (también) se van con la persona.

El hecho de saber decir adiós a todas esas pequeñas cosas es el luto más duro, porque, primero, se van con la persona; después, de nuestra conciencia, y, finalmente, quedan en un vacío tal, que ya no importa que hayan o no hayan existido; excepto para nosotros. Esa es la última muerte del que parte antes, la muerte que espera a la propia en la inexistencia.

Y supongo que, algo así, es lo que le quiero contar a mi madre cuando veo la calabaza debajo de la señal de ceda al paso, pero quizá es bueno que, al aparcar, lo haya olvidado; porque tampoco veo tanto a mi madre, porque tampoco nos vemos tanto; todos, nadie, en general. Y yo, por casa de mi madre, suelo pasar a merendar, que no es buena hora para la filosofía.

El final de Seinfeld

Estas semanas he vuelto a ver Seinfeld. Creo que puse Netflix, me enganché unos días a los primeros episodios de Comedians in Cars Getting Coffee; me desenganché a media temporada, y volví a reencontrarme con la sitcom por antonomasia, again. Como no vengo a hablar de la serie en sí misma, solo mencionaré dos cosas igual de inquietantes, lo viejo que ha sido siempre Jason Alexander (o lo joven: no sé), y lo buena que es Julia Louis-Dreyfus como actriz.

La cosa es que, a golpe de repetición, como pasa con Los Simpson, hay capítulos que se te graban: el sopero nazi, el del bolígrafo de Jack Klompus, el del póster de George medio desnudo, el del detective de la biblioteca… Muchos. ¿Mi favorito? Creo que The Opposite, donde George hace todo lo contrario a lo que haría y las cosas le van a las mil maravillas (¡incluso le fichan los New York Yankees!), pero es que, si por mi fuera, Seinfeld sería más Constanza(s).

Seinfeld (actores, protagonistas)
Los protagonistas de la serie: Cosmo Kramer, George Costanza, Elaine Benes y Jerry Seinfeld.

Aun así, no me acordaba del final. Algo me sonaba, que la novena temporada pegaba bajón, pero no cómo terminaba. Y va un spoiler ahora. Arrestan a la cuadrilla, riéndose de un chico gordo  y son encarcelados y llevados a juicio con posible pena de prisión. La serie se saca de la manga la ley del buen ciudadano y, con esta excusa, se arma un juicio de tres pares que concentra en un pueblo —Latham, Albany— a los principales secundarios de la serie: las parejas, el sopero nazi, el abogado de Kramer, las familias, y… ¡Newman! El capítulo en sí mismo es un refrito con cierre, pero vamos a dejarlo pasar, porque lo que me sorprendió fue otra cosa.

Buenos chistes, malas personas

Jerry, George, Elaine y Kramer son malas personas. Los cuatro. Son muy malas personas, en realidad. No por haber dejado que robasen a un señor bien rollizo sin hacer nada, sino que le han grabado, se han reído de él e incluso se han sorprendido, porque tampoco son conscientes de que son malas personas. Esto… no gustó. Me imagino a la gente de los noventa, explotándoles la cabeza. Pensando: «Si son misóginos, homófobos, egoístas, vanidosos y rencorosos… ¿qué dice eso de mí como espectador?, ¿por qué les he estado riendo las gracias?»

El del restaurante chino (Episodio, Seinfeld)
Episodio 2×11: El restaurante chino

Si Elaine arruina al sopero nazi cuando este le regalaba un mueble a Kramer; si Jerry provoca que un inmigrante paquistaní tenga que volver a su país deportado, y se la suda; si Elaine va a comprobar si el posible rollo de Jerry tiene las tetas operadas… Y si has visto la serie, empiezas a caer en situaciones: las langostas de Kramer, todo quisqui hablando sin interesarse mínimamente por los demás, George alegrándose de la crisis nerviosa de Lloyd Braun, o totalmente indiferente ante la muerte de su prometida; en cada capítulo, hay media docena.

¿Es un buen final para Seinfeld?

En España, tenemos una palabra que les faltaba a los yanquis, porque los yanquis tuvieron muchas cosas, pero no a Valle-Inclán. Aquí nació el esperpento, porque solo un género literario como ese podía representar la realidad grotesca más castiza. Si los norteamericanos lo hubiesen sabido, no se habrían sentido tan mal. Seinfeld, como serie, es exactamente eso, y lo peor que se puede decir del final es que traiciona su propia esencia. Los cuatro eran malos, malos de pelotas, pero pasaban desapercibidos en un microcosmos con profesores de gimnasia sádicos, niños burbuja psicóticos o dentistas que se convierten al judaísmo para poder contar chistes de judíos.

The Strike (Festivus!)
Episodio 9×10: La huelga (Happy Festivus!)

Si nos ponemos moralistas, ¿qué sentido tiene castigar a esos cuatro? Parafraseando a Marge y al jefe Wiggum, se cumple lo del episodio de Marge, la Loca (Marge está loca, loca, loca, loca, BABF18). «¡Usted dijo que la justicia no podía ayudarme!», y contesta Wiggum: «Ayuda, no. ¡Pero sí castigo!»  Ellos, y las personas de su órbita más próxima (los Seinfeld, los Costanza, etc.), no ven más allá de ese pequeño mundo, y demuestran que, fuera de las pantallas, algo así nunca podría funcionar.

Por algún sitio leí algo de que era una metáfora relacionada con una obra de teatro…

En cualquier caso, aunque Seinfeld siempre fue el que menos me gustó, me quedo con el de la serie, que el de la vida real parece más idiota: ¡no quiso darle un abrazo a Ke$ha! Es broma, pero me da en la nariz que sí que arrastra alguna crisis de mal envejecer, porque necesita fardar de coches cada cinco minutos, ¿no?

Queda algo pendiente, algo muy inquietante a lo que no puedo dejar de darle vueltas.

¿El menos malo era Newman?

No jodas.

Pirotecnia y San Juan: «No eres tú, soy yo»

Un perro se esconde debajo de la cama por miedo a los petardos.

Nunca habían tardado tanto en tirar los primeros petardos. Han llegado, esta semana. Las casetas de venta también han abierto tarde. No es por la Covid-19, o no solo es por la Covid, sino por cómo hay cosas que van cuesta abajo y sin frenos, o eso creo.

Quizá me equivoco.

Quizá el mercado ha dicho: «Una po**** me arriesgo este año; mejor abrimos las tiendas tarde; luego, valoramos ventas y ya veremos qué se hace para el año que viene.»

A lo mejor yo le estoy intentando dar una lectura moral, y la cosa va de pasta.

Me ha pasado antes.

El grupo de WhatsApp, y la verbena de San Juan

Estoy en el grupo de WhatsApp de la urbanización, que yo me lo imagino como el típico grupo de padres de colegio. Gente que se pasa el día diciendo cosas políticamente correctas y esconde lo que piensa; luego, otros que están ahí buscando la dosis de interacción social que han perdido en otro lado, y los que lo tienen silenciado. Yo soy del tercer grupo. Abro y cierro cada 300 o 400 mensajes nuevos, pero hoy le he echado un ojo. Algunos hablaban de los petardos, de si podían tirar cohetes y cosas varias que explotan desde su casa, porque es injusto que no les dejen tirarlos en una urbanización de montaña.

Supongo que prevalecerá el sentido común, pero quizá algún idiota quema medio bosque.

No hay que cantar victoria. La estupidez siempre encuentra camino.

Lo que ocurre con los petardos es similar a lo que ha pasado con las mascarillas: responsabilidad individual, o ausencia de. Todo dios quiere democracia, pero, luego, te da palo ir a votar; también que quiten restricciones cuando baja la curva de contagios, pero sin estas, unos no saben qué hacer y otros se van a hacer botellón en burbujas de convivencia de setecientas cincuenta y siete personas.

Ah, la responsabilidad individual… Menuda zorra.

Roma (Pájaros muertos, 1 de enero)
Cientos de pájaros muertos en las calles de Roma debido a la pirotecnia del 1 de enero.

Ecologistas y animalistas que petardean

En definitiva, que el ecologismo, el animalismo y la responsabilidad individual están muy bien, pero el niño tiene que tirar «petardicos» (y el padre). Cuando llegan las verbenas, se nos olvida; nos vale todo: siempre ha sido así, es una tradición… pero, después, tildas al torero de imbécil por la misma frasecita; otro gran hit: la verbena es un único día (mentira, por cierto). En realidad, todas los que quieras: lo hace todo el mundo, no hacen daño a nadie, y blablablá.

La realidad es que es muy fácil llamarse ecologista cuando nada te afecta; es muy fácil decir que estás contra el racismo o a favor del feminismo, siempre que no cuestionen tus privilegios y, sí, es sencillísimo decir que no te gustan los petardos, mientras compras, y prendes, y lanzas, y das por culo a niños y niñas con TEA (o adultos), gente mayor, fauna salvaje, y perros, y gatos. Para cambiar algo, hay que ser conscientes todo el año, no cuando nos conviene.

¿Y si empezamos a hacer autocrítica? Podemos empezar por ser valientes para decir al padre, al hermano, al hijo: «No, no quiero petardos: yo estoy en contra por esto, esto y esto». Decir: oye, no quiero pirotecnia sonora, porque mata animales, hace daño: tiene consecuencias. Decir: no eres tú, ¿sabes?, soy yo también. Soy yo quien decide, quien da ejemplo, quien ayuda a cambiar las cosas.

¿Cómo daña la pirotecnia a los animales?
Gorrión muerto debido a la pirotecnia. Copyright: Animal Ethics.

Siempre estamos exigiendo a los políticos que sean valientes para actuar y legislar, pero ¿y nosotros?

La base de la democracia es la participación ciudadana, ¿no?

Pues empecemos a actuar.

Y no hablo de convertirse en policías de balcón, sino en posicionarnos (activamente) en contra de una tradición, en hacer carteles —como alguien que empezó a informar en Terrassa sobre los peligros de la pirotecnia hace unos días—; en atrevernos a educar, dialogar, y cambiar las cosas.

Deja de contentarte con lo que tienes; deja de contentarte con lo que eres: haz autocrítica y atrévete a seguir cambiando.

Entradas relacionadas sobre las consecuencias de la pirotecnia

¿Qué pensará Woody de Woody?, ¿y de Woody & Woody?

Woody & Woody (portada)

En 2018, Woody & Woody ganó el Goya al Mejor cortometraje de animación. Me llamó la atención desde el minuto cero, pero (tócate los cojones, ¡qué tío raro que soy!) no fue hasta este año que lo vi en Filmín —pedazo de catálogo se están haciendo en la plataforma, por cierto—.

El corto es el perfecto homenaje a un director, actor y humorista de trayectoria profesional envidiable (y he dicho profesional, para evitar líos); como curiosidad, además, se grabó con actores reales y, después, se le dio la vuelta a la propuesta a base de efectos de animación: no sé, a mí me hizo gracia, por eso te lo cuento. ¡Ah!, y ¡Joan Pera! Porque es normal que no quisieran hacerlo sin Joan Pera.

Woody & Woody (Jaume Carrió, 2017)

Woody & Woody encara a la figura (pública) del cineasta adulto (treinta y muchos, cuarentón; no recuerdo) con la del anciano. Un concepto surgido, probablemente, de esa típica idea del «¡ay! lo que hubiera hecho entonces con lo que sé ahora». ¿Y qué hace el metraje? Pues traslada y encaja la idea en el mundo interior del neoyorquino. Así, en forma de diálogo imposible, aparecen los grandes temas de su obra: amor, muerte, sexo, religión, neurosis, Nueva York. 

Woody & Woody /cortometraje

Pulsión de vida y pulsión de muerte

Por un lado, Jaume Carrió, el director, sabía que una historia así, por bien contada que esté, no da para un largo; por el otro, doce minutos se hacen cortos para todo lo que te aporta esta sucesión de frases mordaces, tristezas, medias sonrisas y nihilismo que podía ocurrir en cualquier bar del Upper East Side. No son los gags, que denotan que el guion lo ha escrito una seguidora acérrima de Allen (Laura Gost), ni el ambiente, ni la música, es todo eso, y también lo bien que están encajadas las dos perspectivas  en el producto —la del joven Woody y la del viejo Woody. Dos formas de ver el mundo que conocemos por las películas: el viejo W mira la vida con más calma —por lo menos, de una forma más pausada, o con la resignación de las últimas décadas—; el joven W es más neurótico, sexual: enfrascado aún en las pulsiones y en Freud.

El universo Woody

Si te gusta como empieza Annie Hall (1977) o los pseudo-monólogos en los que Allen utilizó a Jasson Bigs o Scarlet Johanson, te gustará Woody & Woody. El corto es un ejercicio que, de algún modo, ha hecho mil veces el norteamericano: de primeras, me vienen a la cabeza, Todo lo demás (2003), Desmontando a Harry (1997), Maridos y mujeres (1993) o La última noche de Boris Grushenko (1975). En este caso, se hace desde una visión externa, de acuerdo, pero con un Carrió y un resto del equipo que saben encajar bien a Woody en el propio universo Woody. Esto parece una gilipollez; puede que dicho así, sea una gilipollez; y, aun así, es muy, muy complicado de conseguir.

La realidad es que ni él ni nadie puede enfrentar lo que fue, ni lo que será. Los personajes se preguntan: ¿Qué es esto?, ¿un sueño? Y el joven tiene claro que no soñaría con un viejo con prostatitis; y el anciano, a su vez, sabe que no quiere perder los años que le quedan pensando (demasiado) en lo que hizo y dejó de hacer. Aunque nadie diga nada, los personajes se saben personajes y cierran esa suerte de ejercicio narrativo conscientes de ello. El espectador disfruta de algo que es cine, y recuerda a cine, pero también es la esencia de ser humano. ¿Y qué es ser humano? Ni puñetera idea. Me voy a aventurar a decir que conversar con la pequeña historia, la propia, y la gran historia, la de todos.

La gracia es que Woody, igual que otras estrellas, también es un poco historia de todos.

¿Publicar con seudónimo?

libro-seudónimo-homer

En el mundillo editorial, parece que una de las cuestiones que han pasado más desapercibidas es la del seudónimo. A un escritor novel, por regla general, será la misma editorial (o la agencia publicitaria) quien le recomendará cómo presentarse. Si hay varios «Javier Ruiz» en el mundo literario, quizá valga la pena utilizar tus dos apellidos, o un seudónimo; o sea, algo que te diferencie. Aun así, el seudónimo es otra cosa; puede servir para diferenciarse de otros escritores, claro, pero suele ir por otros derroteros. Entre ellos: la libertad creativa, el revolotear entre géneros o el unir a varios/as profesionales (o su trabajo) bajo un único nombre.

(By the way, aquí tienes un pequeño compendio del blog de Ana González Duque con ventajas y desventajas.)

¿Por qué se empieza a publicar con seudónimo?

Seudónimo - Libro del señor Burns
¡Aaaah! Ya no se hace literatura así. Por eso el señor Burns no usaba seudónimo, evidentemente.

Estas notas también las extraigo de mis clases de escritura, y tienen unos años ya, pero creo que siguen bastante al día. En cualquier caso, píllatelas con pinzas. Tradicionalmente, el seudónimo nace de una diferenciación clara; imagínate: tú eres Javier Cercas o Josep Carner, y vas por el mundo publicando novela testimonial o poemas de puta madre. De golpe, te da un algo y te apetece escribir crónicas, o novela negra, o autoficción; mejor todavía: vas fatal de pasta, porque te has divorciado diecisiete veces, y te proponen escribir la típica novela romántica o de landscape para promoción de viajes. Ni de coña lo haces con tu nombre, porque tiene más perjuicio que beneficio para tu imagen profesional (o muy mal lo debes llevar); en cambio, con un seudónimo la cosa cambia. Si tiras de seudónimo, ¿quién va a saber que estás tú detrás?

De ahí sale, principalmente, el interés por publicar bajo seudónimo en los inicios. Bueno, en los inicios-inicios, porque eras mujer y la sociedad era una mierda y no quería aceptar mujeres. Véase: Caterina Albert i Paradís, o sea, Víctor Català. Por otro lado, hoy día, esto también supone una gran inversión en redes sociales (duplicar perfiles, etc.), por lo que, quizá, lo que se va alejando de las posibilidades reales del escritor novel. Desde mi punto de vista, publicar con seudónimo tiene dos grandes ventajas (que no son, exactamente, las del enlace del primer párrafo).

  • Por un lado, te da libertad para «probar» material (géneros, estilos de escritura) sin comprometer tu figura en público; para los escritores profesionales (que ganan pasta, de verdad) esta debe ser una buena opción, ya que los editores pueden mover el contenido o encontrar a alguien que lo gestione en las redes sociales.
  • Por el otro, te permite presentar material al margen de editores y agencias (con otro nombre); en un sector en el que la autopublicación sigue teniendo mala prensa. (En lo personal, entiendo parte de las razones; no obstante, creo que los filtros que se han escogido desde las editoriales para cribar material, tanto en portales de autopublicación como en las empresas son cero eficientes para descubrir a nuevos/as escritores/as.)

La autopublicación, en relación con el seudónimo

A menudo, escuchas a muchos profesionales del sector que siguen defendiendo que la autopublicación no tiene sentido. Por cada autor de best-seller autopublicado que, luego, ha podido negociar con editoriales su caché, hay un millón de aspirantes (cifra completamente inventada aquí, ¡ojo!) que han dilapidado su imagen antes de construirla del todo.

Vamos, que suele venderse la idea de que cualquier recorrido profesional (con editorial) será lento, pero mejor.

Si tienes curiosidad sobre el recorrido, se resumiría en preparar el manuscrito, carta, sinopsis editorial y el resto del material; contactar con agencias y editoriales; enviar el manuscrito; si existe interés, pasará a manos de un lector profesional; revisión del informe literario y comercial…

Estos últimos años, la visión de las editoriales ha sido «meto mano en Amazon, si puedo», pero también lo uso de filtro extra. Por mi parte, tengo una opinión propia al respecto, pero todas son aceptables; yo sigo creyendo que las vías profesionales y el, paso a paso, son  la mejor baza para la mayoría.

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En Los Simpson no había crisis en el mundo editorial y todo quisqui publica libros, de Homer a Marge y de Marge al señor Burns. En la foto, Apenas me conocía, por Homer Simpson. 😛

Y lo de publicar con seudónimo ya tal, ¿no?

En fin, que me desvío del todo. Creo que hay razones para publicar con seudónimo cuando eres rico y (¡JA!) famoso y quieres diferenciar estilos o no «contaminar» tu imagen como autor; por otro lado, hay casos concretos (probar material, etc.) donde el seudónimo puede ir bien, pero no hay que olvidar que ahora (casi) todo se mueve por Internet, y conseguir relevancia en la red… es lento. Y ahora sí, ya tal.

Recursos morfosintácticos para narrar

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Estos días, estoy volviendo a escribir mucho bastante algo  un «poquico». De apoyo, me estoy revisando los apuntes de mis cursos de escritura y, de vez en cuando, veo contenido que creo que puede ser muy útil para todo dios. Por ejemplo, los apuntes sobre recursos morfosintácticos que han salido por un cajón.

Nos han vendido la idea de que narrar solo es arte, talento; pero narrar también es artesanía. No puedes aprender a ser Bolaño, Delibes o Cabré con artesanía, pero puedes ser… como otros escritores que publican, y viven bien, y beben champán (que no me quiero yo pelear con nadie). Hoy, desempolvo unos cuantos recursos y voy a rajar un rato sobre esto; algo que te va a ayudar mucho cuando empieces los procesos de reescritura de un manuscrito.

Wait a second, «cheñor»! ¿Qué son los recursos morfosintácticos?

Definición de morfosintaxis de la Wikipedia:

La morfosintaxis es el conjunto de elementos y reglas que permiten construir oraciones con sentido y carentes de ambigüedad mediante el marcaje de relaciones gramaticales, indexaciones y estructura jerárquica de constituyentes sintácticos.​ Incluye la morfología y la sintaxis,​ dos componentes de la gramática que, por utilidad didáctica y conceptual, se analizan por separado; sin embargo debe tomarse en cuenta que en realidad son dos unidades indesligables. Para muchas estructuras lingüísticas particulares los fenómenos morfológicos y sintácticos están estrechamente entrelazados y no siempre es posible separarlos. En el caso de las lenguas polisintéticas la distinción es aún más difícil y en ocasiones ni siquiera parece posible separar morfología y sintaxis, ya que una oración puede estar formada por una única palabra que incluye un gran número de morfemas.

Los recursos morfosintácticos son, por definición, aquellas relaciones gramaticales que se basan o dependen de las palabras y de nuestra habilidad para relacionarlas, suprimir, alterar y un largo etcétera. Simplificando (bastante), son aquellos recursos que solo dependen de cómo usamos las palabras. Un recurso morfosintáctico sería, por lo tanto, desde el epíteto, que veremos a continuación, al vesre argentino.

Epíteto

Cuando un adjetivo refuerza la cualidad del sustantivo, tenemos un epíteto: bravo guerrero, fiero león, blanca nieve. Como reforzador, acostumbra a ir antes del sustantivo.

Noche oscura del alma. […]

La fría nieve en mis manos. […]

¿Dónde fue la miel dulce que nos juramos, y blablablá? […]

Sinonimia

La sinonimia es la enumeración de términos que tienen un significado común. Suele utilizarse, a menudo, en diálogos entre personajes y en el estilo indirecto libre. Puede tener distintos objetivos, pero, por regla general, tanto en narrativa como en prosa, pretende enfatizar una emoción positiva o negativa.

Ese zángano, inútil, comemierda…

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“Aunque tengas la cresta rala y lisa no es tu actitud sumisa. Tú, que por el margen de la noche vagas, dime, cuál es tu nombre, antes de que deshagas lo que plutónicamente te da el hombre, pájaro carroñero.” Y el pájaro dijo: ¡Multiplícate por cero!

Asíndeton

Consiste en la supresión de las conjunciones, que establecen relaciones entre las palabras o las oraciones. Un ejemplo típico sería «Veni, vidi, vinci», aunque suele utilizarse mucho en poesía y no tanto en otros estilos de narración. Entre los recursos morfosintácticos, el asíndeton no es tan usual como el polisíndeton que sí suele verse más en la prosa.

Ella canta, baila, goza.
Acude, corre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano,
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano

Polisíndeton

Entre los recursos morfosintácticos para narrar, el polisíndeton suele lucir bastante. Consiste en agregar conjunciones innecesarias con la idea de reforzar el sentido o dar mayor intensidad a la acción.

Y cogí una 9mm, y me la metí en la boca, y escuché el clic del percutor.

Elipsis

Supresión de términos porque consideramos que no son necesarios. Entre los recursos morfosintácticos, la elipsis puede, por ejemplo, comerse un verbo (primer ejemplo) o dejar una frase partida por la mitad (segundo ejemplo), pues, o bien el lector puede completarla y la frase queda más, ¿qué sé yo?, ¡dinámica!, o bien confiamos en que el lector/a la terminará de dotar de sentido.

Lo bueno, si breve, dos veces bueno.

A quien buen árbol se arrima…

Anáfora

Consiste en repetir una o varias palabras del inicio de la frase. Como recurso morfosintáctico suele funcionar si no abusamos del mismo y lo utilizamos en momentos muy concretos de la narración, que requieran emoción, desentimiento exacerbado, etc.

Duele la cicatriz de la luz,
duele en el suelo la misma sombra de los dientes,
duele todo,
hasta el zapato triste que se lo llevó el río.

Vicente Aleixandre (1898-1984)

Paralelismo

Consiste en repetir construcciones similares y puede utilizarse tanto en verso como en prosa; igual que ocurre con otros recursos morfosintácticos (como la anáfora), el paralelismo es típico de la poesía, pero se ha adaptado mejor que otros a la prosa.

—Contéstame solo a una cosa: ¿por qué?

Porque no quiero verte, porque me repugnas, porque La jungla de cristal es la mejor película navideña de la historia, porque yipi ka yei, hijo de puta.

Recursos morfosintácticos - Simpsons - Señorita Edna recursos morfosintácticos (Edna Krabappel)
Querida Edna, tu carta repleta de recursos morfosintácticos me dejó sin aliento. Yo me llamo Woodrow…

Epanodipsis

La epanodipsis consiste en utilizar la misma palabra para empezar y terminar una misma unidad métrica o sintáctica. En cristiano, esto se traduce a comenzar y acabar una frase con la misma palabra (Verde que te quiero verde.), pero también en otras construcciones, como empezar y acabar un capítulo de una novela o un poema con la misma frase, lo que demuestra la elegancia de un texto que se ha trabajado mucho.

Aquel día, Pepa supo que mataría a Pepe.

[…] Bla, bla, blá. Todo el texto del capítulo. Pepe engaña a Pepe, se va a un hotel con Juani, y vuelve a Vallecas, por la noche, oliendo a perfume barato. […]

Aquel día, Pepe supo que mataría a Pepe.

Igual que otros recursos morfosintácticos, la epanodipsis ha evolucionado a lo largo del tiempo, permitiendo intercambiar algunos elementos de la frase.

Retruécano

Repetir las mismas palabras en una frase con un orden distinto. Es un recurso que se ha utilizado mucho en prensa y que ya se puede observar en obras como Artículos de Mariano José de Larra (1809-1837). O sea, que es más viejo que el comer.

En este país, no se lee porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee.

Hipérbaton

Como último de los recursos morfosintácticos que he recopilado (a ver si me animo a seguir alargando el artículo, ¿no?) está el hipérbaton. El hipérbaton consiste en un cambio del orden lógico de las palabras, que es muy común en poesía, pero apenas residual en prosa y narrativa.

Cerca del Tajo en soledad amena de verdes sauces hay una espesura, toda de yedra revestida y llena, que por el tronco va hasta la altura, y así la teje arriba y encadena, que el sol no halla paso a la verdura; el agua baña el prado con sonido alegrando la vista y el oído.

Garcilaso de la Vega (1503-1536)


Escribiendo este artículo, encontré un señor que, en Halloween de 2019, recopiló todo el fragmento de El cuervo, de Edgard Allan Poe, que aperece en Los Simpson. Que lo he flipado yo, y lo pongo para que lo flipemos todos.