Albert Pla, Catalunya y las apariencias

Albert Pla tiene una canción titulada La nana de l’Antonio. Es una recitación poética de despedida, con una melodía para acompañar como sucede en muchas de sus canciones, sobre todo en aquellas de ritmo más lento. Un réquiem de nuestro tiempo dedicado a un proxeneta drogadicto y maricón.

A menudo, busco el CD y espero con paciencia a que el compact llegue hasta Antonio. Le preceden otros tantos nombres: Crim d’amor, Vida d’un gat L’home que ens roba les nòvies, entre otras. No hay disco que exprese tanto sobre la vida. Quizá de ahí el título: Ho sento molt.

El protagonista tiene un novio de dieciséis años, trece putas y el afán de ayudar a vells exhibicionistes i donar droga als nens. Como cualquier otra cosa, puede observarse desde muchos prismas, y es probable que el mío sea el más erróneo de todos ellos. Aun así, la figura de n’Antonio emana un aura de protección y un sentimiento paternalista que consigue retrotraerme a otros momentos.

Mi padre llevaba ese nombre. Siempre precedido por un José o un Pepe que se adelantaba en boca de todos, incluso de los más allegados. No era putero, ni proxeneta; tampoco homosexual, o lo escondió muy bien durante décadas. Mantenía una relación extraña con sus apariencias, con lo que decía y lo que hacía, con lo que se veía y se dejaba intuir. Tardé demasiados años en darme cuenta. Ahora, cuando escucho a Albert Pla, no puedo evitar relacionar a ese putero de la canción con mi padre.

A mi tierra, que nunca la he sentido muy mía, ni muy tierra, le está pasando algo similar. Joan Manuel Perdigó, subdirector de El Periódico, decía ayer en su columna que la hipotética marcha de Cataluña no es más que la necesidad de otro trato en su edad adulta. Continuaba con la metáfora, agregando que antes de romper relaciones con la familia, que solo hay una, habría que ver qué quieren realmente al otro lado del Ebro. A lo mejor, perdonen mi lenguaje, quieren que les dejen de mear encima y decirles que llueve, de tocarles los cojones, como al resto de los españoles. Aquí todos somos hermanos.

No entiendo cómo los políticos moderados y centristas de hoy en día, defensores de los valores familiares que anuncian en sus campañas, no comprenden una de las verdades universales de cualquier padre que se precie. Cuando el niño quiere algo, patalea. Y patalea. Y patalea… Cuando nuestros padres, o al menos el mío, porque a los suyos no tengo el gusto de conocerles, no quieren dar algo, se enfadan, y gritan, ¡incluso amenazan! No obstante, cuando te asomas por detrás de los gritos, sabes que traga. Que es el vivo ejemplo de la mosca cazada con miel, y que siempre lo va a ser. Parece ser que el Gobierno central no se parece tanto a mi padre, ni al Antonio de la canción. A no ser que este último también fuese hijo de aquellas que, a posteriori, se dedicaba a explotar.

albert pla cantautor catalán
Albert Pla participó en ‘Airbag’ (1997)

Si Cataluña se independiza, mi única preocupación es que encarguen un nuevo himno, que Els segadors está muy manoseado a estas alturas. Si ha llovido desde 1978, imagínense ustedes desde  1899. Está más pocha la canción que Guanyavents, Milà i Fontanals y compañía en sus respectivas tumbas. Podrían encargarle el himno al propio Albert Pla que, como el resto de ciudadanos a los cuales la casta política representa, se entiende a sí mismo mucho mejor de lo que le entienden los políticos, aunque éstos le intenten convencer —a él, y a todos— de que sus ideas son las nuestras.

No se compliquen tanto, después, cualquier día se mueren, o se les muere alguien, y es un día muy triste, pero hace un sol de mil demonios, lo que, por otro lado, es una gran ventaja porque el cemento se seca más rápido y los críos pueden largarse a jugar y a disfrutar del día. Además, ¿no es eso es lo que todos queremos?

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