El trabajo es parte de la ecuación

Así, no sabemos trabajar. Este mensaje me ha llegado de un montón de formas: por Facebook, por los grupos de colegas del WhatsApp, echando una cerveza con algún amiguete por videollamada (¡por dios!, qué hartura de cuarentena: bares, ¡bares! ¡os echo de menos!). Incluso a los autónomos que llevamos toda la vida currando desde casa nos está costando un huevo. Es normal.

Encontré por aquí (en una de las librerías del salón) una copia del Frankenstein de Mary Shelley y, será que ya desvarío, pero ahí está la clave. El monstruo del doctor Frankenstein pudo ser cosido trozo a trozo, pudo hasta pasar por humano (hasta aprender a ser humano), pero no: no era un ser humano. Quizá era más humano que los humanos (para mí, ahí radica parte de la lección de la novela, aunque no tienes porqué compartir esta conclusión, evidentemente), pero no era humano.

No sé cuál es la esencia del ser (humano), pero todo indica que es la suma de las partes. ¿Cuántas?, ¿cuáles?, todavía no se me ha ido tanto la olla como para lanzarme a enumerar, una a una, las que se me ocurran, lo siento. El trabajo, por ejemplo, es parte indisoluble de nuestra esencia, eso yo lo tengo claro: no porque lo dijera Freud (entre otros), sino porque todos necesitamos algunos valores vitales que nos levanten de la cama. Y, por ellos, hay que moverse (físicamente, intelectualmente; a veces, de ambas formas), aunque solo sea por esto, todos necesitamos trabajar.

Pablo Casado en… reflexiones en el aseo. (¡ESE GRIFO GASTANDO AGUA ME PONE DE LOS NERVIOS! He dicho.)

En tiempos del Covid-19, sin embargo, el problema es que (nos hemos dado cuenta de que) necesitamos de muchas otras cosas, ¿verdad? La mayoría, hace dos meses que no las tenemos, que nos sentimos solos, indefensos e indefensas y, lo peor de todo, que no sabemos cuándo volveremos a tenerlas. ¿Qué es más jodido? ¿La represión de un gobierno a sus ciudadanos o la creación de un clima de total indefensión frente a tu propio presente y futuro? Vale, esto no es consecuencia directa de la clase política, pero la gestión del gobierno y del resto de los partidos no siempre ha ayudado.

A la luz de las últimas semanas, está muy claro que ni Europa ni el mundo habían tenido que preocuparse, en serio, por las libertades individuales y colectivas de sus ciudadanos. Para ningún estado es una tarea sencilla, pero suspendemos (suspenden), de calle. Está muy claro que los políticos españoles no están preparados para los verdaderos desafíos que plantea el siglo XXI (vaya coñazo de sesiones en el Congreso, ¡la virgen!), que no tienen nada que ver con las cantinelas y las cortinas de humo con las que llevamos casi una década, entre Cataluña, Venezuela y la madre que los parió.

A medida que se alarga esta crisis, y tras ERTEs, ERTOs y EREs a tutiplén, muchas empresas empiezan a presionar para que sus empleados alcancen un ritmo laboral como el que había antes del coronavirus. El culmen del gilipollismo, o del cuñadismo neoliberal, es creer que la gente puede teletrabajar al mismo nivel desde sus casas, pero sin casi nada de la vida que conocía. Sin deporte, sin relaciones humanas, sin contacto, sin follar, o sin deseo. Si te roban buena parte de de tu esencia como ser humano, si te dejan incompleto, no pueden pedirte que sigas trabajando como cuando tenías todo lo que necesitas o, por lo menos, contabas con la capacidad de intentar procurártelo. A ver si va a ser que al estado se le ha caído la máscara, al muy cabrón, y debajo sigue habiendo un Leviatán, como aquel del que hablaba Hobbes, que solo se lamenta de que los androides y la cuarta etapa de la revolución industrial nos haya cogido en bragas.

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