Pirotecnia y San Juan: «No eres tú, soy yo»

Un perro se esconde debajo de la cama por miedo a los petardos.

Nunca habían tardado tanto en tirar los primeros petardos. Han llegado, esta semana. Las casetas de venta también han abierto tarde. No es por la Covid-19, o no solo es por la Covid, sino por cómo hay cosas que van cuesta abajo y sin frenos, o eso creo.

Quizá me equivoco.

Quizá el mercado ha dicho: «Una po**** me arriesgo este año; mejor abrimos las tiendas tarde; luego, valoramos ventas y ya veremos qué se hace para el año que viene.»

A lo mejor yo le estoy intentando dar una lectura moral, y la cosa va de pasta.

Me ha pasado antes.

El grupo de WhatsApp, y la verbena de San Juan

Estoy en el grupo de WhatsApp de la urbanización, que yo me lo imagino como el típico grupo de padres de colegio. Gente que se pasa el día diciendo cosas políticamente correctas y esconde lo que piensa; luego, otros que están ahí buscando la dosis de interacción social que han perdido en otro lado, y los que lo tienen silenciado. Yo soy del tercer grupo. Abro y cierro cada 300 o 400 mensajes nuevos, pero hoy le he echado un ojo. Algunos hablaban de los petardos, de si podían tirar cohetes y cosas varias que explotan desde su casa, porque es injusto que no les dejen tirarlos en una urbanización de montaña.

Supongo que prevalecerá el sentido común, pero quizá algún idiota quema medio bosque.

No hay que cantar victoria. La estupidez siempre encuentra camino.

Lo que ocurre con los petardos es similar a lo que ha pasado con las mascarillas: responsabilidad individual, o ausencia de. Todo dios quiere democracia, pero, luego, te da palo ir a votar; también que quiten restricciones cuando baja la curva de contagios, pero sin estas, unos no saben qué hacer y otros se van a hacer botellón en burbujas de convivencia de setecientas cincuenta y siete personas.

Ah, la responsabilidad individual… Menuda zorra.

Roma (Pájaros muertos, 1 de enero)
Cientos de pájaros muertos en las calles de Roma debido a la pirotecnia del 1 de enero.

Ecologistas y animalistas que petardean

En definitiva, que el ecologismo, el animalismo y la responsabilidad individual están muy bien, pero el niño tiene que tirar «petardicos» (y el padre). Cuando llegan las verbenas, se nos olvida; nos vale todo: siempre ha sido así, es una tradición… pero, después, tildas al torero de imbécil por la misma frasecita; otro gran hit: la verbena es un único día (mentira, por cierto). En realidad, todas los que quieras: lo hace todo el mundo, no hacen daño a nadie, y blablablá.

La realidad es que es muy fácil llamarse ecologista cuando nada te afecta; es muy fácil decir que estás contra el racismo o a favor del feminismo, siempre que no cuestionen tus privilegios y, sí, es sencillísimo decir que no te gustan los petardos, mientras compras, y prendes, y lanzas, y das por culo a niños y niñas con TEA (o adultos), gente mayor, fauna salvaje, y perros, y gatos. Para cambiar algo, hay que ser conscientes todo el año, no cuando nos conviene.

¿Y si empezamos a hacer autocrítica? Podemos empezar por ser valientes para decir al padre, al hermano, al hijo: «No, no quiero petardos: yo estoy en contra por esto, esto y esto». Decir: oye, no quiero pirotecnia sonora, porque mata animales, hace daño: tiene consecuencias. Decir: no eres tú, ¿sabes?, soy yo también. Soy yo quien decide, quien da ejemplo, quien ayuda a cambiar las cosas.

¿Cómo daña la pirotecnia a los animales?
Gorrión muerto debido a la pirotecnia. Copyright: Animal Ethics.

Siempre estamos exigiendo a los políticos que sean valientes para actuar y legislar, pero ¿y nosotros?

La base de la democracia es la participación ciudadana, ¿no?

Pues empecemos a actuar.

Y no hablo de convertirse en policías de balcón, sino en posicionarnos (activamente) en contra de una tradición, en hacer carteles —como alguien que empezó a informar en Terrassa sobre los peligros de la pirotecnia hace unos días—; en atrevernos a educar, dialogar, y cambiar las cosas.

Deja de contentarte con lo que tienes; deja de contentarte con lo que eres: haz autocrítica y atrévete a seguir cambiando.

Entradas relacionadas sobre las consecuencias de la pirotecnia

Google Trends para entender el abandono de perros

El sábado pasado, intentando rescatar a una perro lobo checoslovaco (cagada de miedo) me llevé un mordisquillo en la mano. Nada grave. A mi compañero Antonio, de Dog’N’Roll, la perrilla le regaló un mordisco diez veces más profundo y no le vais a ver llorando en su blog (aunque tampoco tiene, claro). La perra ya se había escapado varias veces, según nos comentaron vecinos de Sant Cugat del Vallés, y, esa mañana, a punto estuvo de ser atropellada por diez o quince coches. Esta misma semana me llegan por varias fuentes media docena de casos de border collie renunciados en protectoras y perreras —y uno en Son Reus (Mallorca): Flipper, que ha sido tildado de PPP incluso, pese a que la asociación Los Olvidados de Son Reus, que hace un trabajo impagable, lo negaba en redondo con razón—. El martes, cinco voluntarios de Conectadogs rescatamos una cerda vietnamita de unos 50 o 60 kilos que habían abandonado en un bosque de Terrassa: puede que esté embarazada, y su familia la largó a la calle. Aunque no todo el mundo lo vea, son dos caras de la misma moneda: razas de moda a un lado; irresponsabilidad en el otro.

En todos los años en los que he trabajado en marketing (aproximadamente, desde 2009-2010), Google ha ido ampliando herramientas muy útiles para quienes trabajan en el sector, pero pocas son aplicables a otras facetas de nuestro día a día. La mayoría se centran en ayudarnos a identificar cómo captar tráfico, qué perfiles visitan nuestro sitio web, qué palabras clave son más útiles para posicionar nuestros contenidos en Internet… ¿Por qué os cuento esto entonces? Porque hay una herramienta de Google llamada Trends (Tendencias, literalmente) que nos permite ver cómo las modas se van sucediendo una tras otra. En lo que se refiere a los animales, esas modas o tendencias tienen una fuerte repercusión luego en la realidad, pero pocas veces podemos hacernos tan conscientes de estos fenómenos como con la ayuda de un gráfico: ya veréis.

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Fig 1. Interés despertado por los términos cerdo vietnamita (azul) y minipig (rojo) entre 2005 y 2019 en España.

En realidad, Trends no solo mide las tendencias de búsquedas web (o de imágenes, o noticias, o compras, o YouTube), sino que nos permite comparar términos a través de los que calcular la relevancia de un concepto y el interés que este ha despertado a través del tiempo. Si te fijas, el gran número de border collie en la calle (y, por desgracia, en protectoras y perreras) ha aumentado exponencialmente entre 2005 y 2019. ¿Se refleja esto en un gráfico sobre tendencias de búsqueda? ¿Y del pastor lobo checoslovaco o el malinois? Sí, se refleja con total claridad, y, si dedicas un par de minutos a analizar los gráficos, dan miedo.

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Fig 2. Interés despertado por la búsqueda «border collie»(en azul) entre 2005 y 2019 en España.

Además, podemos hacer búsquedas comparativas de varias razas como las que citaba arriba y valorar el interés despertado de todas ellas. Pongamos varios ejemplos: en la primera (fig. 3) podemos ver cómo el border collie enfrenta hoy muchos problemas (ya no solo abandonados o mala gestión del perro por compras que solo miran la estética, sino también cría ilegal, por poner otro ejemplo) y que el interés en los últimos 10 años, en España, ha crecido de una forma que explica muy bien por qué hoy existen los problemas que existen. Lo mismo ocurre con los pastores belga e incluso con los perros lobo checoslovaco, que hace seis o siete años que las búsquedas de la raza se asemejan a las de un perro tan conocido como el pastor alemán.

Fig. 3. Comparativa del interés despertado por las búsquedas «border collie» (azul), «pastor alemán» (rojo), pastor belga (amarillo) y pastor lobo checoslovaco (verde).

Como no contamos con cifras exactas, las comparativas son muy útiles para hacernos una idea del interés despertado entre términos; así, aunque vemos que el interés que despiertan los pastores alemanes ha crecido en los últimos años, igual que en los dóberman (fig. 4) entre 2004 y hoy (en especial en los dos últimos años, y, si os fijáis, vuelven a verse perros de esta raza que había sido, erróneamente, tan criticada y despreciada a causa de datos falsos y poco científicos. Algo muy similar a lo que le ha ocurrido al pastor alemán (que para no enrollarme no pongo la captura en el artículo, pero podéis ver la imagen aquí).

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Fig. 4. Interés despertado por la búsqueda «dóberman» (en azul) entre 2004 y hoy día.

Quizá todavía no se entienda mucho la utilidad de una herramienta así, pero imaginemos ahora la capacidad de anticipación para frenar problemas como lo que están sufriendo los «border collie» y los «pastores belga» (un ejemplo es la película Max sobre la que ya hablé en el blog en relación a los pastores belga malinois). Del mismo modo, nos sirve para confirmar con datos y cifras un problema que ya hemos identificado.

¿Está subiendo la tendencia de la gente por adoptar frente a la compra de animales? Para esto también nos sirve Trends: para confirmar que la tendencia a la adopción frente a la compra también está mejorando (fig. 5). ¿Y qué pasa con los pastores alemanes o los dóberman? ¿Se ha identificado un nuevo problema con estas dos razas? Si realizamos una comparativa con otras razas, como el pitbull, vemos por qué estos fantásticos perros siguen colapsando protectoras y perreras de toda España y cómo el dóberman es una preocupación menor para el sector animalista (fig. 6).

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Fig.5. Comparativa del interés despertado por los términos de búsqueda «comprar perro» (azul) y adoptar perro (rojo) entre 2014 y 2019.

Y lo que todavía es más importante: una vez identificados estas tendencias —que, por desgracia, muchas más veces de lo que nos gustaría se convierten en problemas—, ¿podemos valorar cuál de ellas es más importante? Evidentemente, no: porque Google Trends solo nos da cifras en un gráfico (y ni tan siquiera valores numéricos reales) con las que trabajar. Sin embargo, sí deja ver y poner en contexto verdaderos desastres como lo que ha supuesto el auge de los pitbull en los últimos diez años en España (fig. 7).

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Fig. 6. Comparativa del interés despertado entre pitbull (rojo), dóberman (azul) y pastor alemán (amarillo).
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Fig. 7. Comparativa del interés despertado entre bullterrier (azul), pitbull (rojo), border collie (amarillo) y pastor belga (verde).

Este tipo de herramientas, que están al alcance de cualquiera, resultan muy útil para monetizar inversiones y plantear nuevas líneas de negocio en todo tipo de industrias y sectores, pero nunca he visto que se apliquen a la defensa de los animales: estoy convencido de que, en parte, no se ha hecho por desconocimiento. Poco a poco, la tecnología también alcanza a las ONG y este, a mi modo de verlo, es un ejemplo perfecto. Hoy, por ejemplo, publicaba un artículo sobre cómo querer a los perros (y por qué no humanizar nuestra relación con ellos), y este gráfico de Google Trends (fig. 8) nos explica por qué son necesarios este tipo de contenidos y hacer muchísima pedagogía sobre no robarle la identidad de perro a nuestros perros.

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Fig. 8. Interés despertado entre 2004 y 2019 por los términos «disfraces perros» (en azul) y «disfraz perros» (en rojo). Veis, además, que es un problema que se maximiza en Cataluña, Madrid y Andalucía, ¿verdad?

En definitiva, estoy convencido de que hay muchas formas de luchar en el movimiento animalista y esta es una más, pues une estrategia, buenos sentimientos y utilidad; y, sobre todo, está al alcance de cualquier entidad interesada en descubrir cómo puede seguir aportando por una España con cero perros maltratados y cero perros abandonados.


Para ampliar información:

Los likes no pagan el pienso

Los animales y el medioambiente reciben un 11 % de las donaciones mundiales (en Europa, un 9 %). Puede parecer mucho, pero no lo es. El activista medio que lucha contra el cambio climático lo tiene claro; y la sueca Greta Thunberg lo repetía a principios de diciembre en las Naciones Unidas: “For 25 years, countless people have come to the U.N. climate conferences begging our world leaders to stop emissions, and clearly that has not worked as emissions are continuing to rise. So I will not beg the world leaders to care for our future,” […] “I will instead let them know change is coming whether they like it or not.” El cambio está llegando, nos guste o no, y, por egocéntricos que seamos, no podemos vivir en contra de la naturaleza.

Los europeos reparten la mayoría de sus donativos entre derechos humanos y civiles (9 %), niños y jóvenes (15 %), salud y bienestar (9 %), hambre y vivienda (9 %) y animales y medioambiente. En este último apartado, entran las olvidadas —por lo menos, en España— perreras y protectoras, una situación cronificada en nuestro país que se apoya y se mantiene viva gracias a la iniciativa personal. Puede parecer durísimo, pero el voluntariado está capeando, que no solucionando, un problema muy grave que es competencia del estado desde hace décadas. Podríamos hacer valoraciones subjetivas y decir que las ayudas económicas por parte del sector privado son pocas, pero también se le puede dar la vuelta a la tortilla: no hay movimiento con más voluntarios y voluntarias, aunque esto no deja de leerse con sus blancos y sus negros.

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Un paseo junto a dos de los perros del CAAD Maresme.

La idea de escribir sobre este tema me rondaba desde hacía varios meses, pero encontré un artículo de Melisa Tuya que me solucionó gran parte de la búsqueda de datos que necesitaba. Sin embargo, antes de leer esa columna de opinión en 20minutos, había empezado a darle vueltas a dos temas: uno, ¿qué porcentaje de familias tiene un perro en casa? Lo encontré en La Vanguardia: el 25 % de los hogares españoles; menuda cifra, ¿eh? ¿Y cuántas familias con perros ayudan en protectoras? Entonces, me topé con el artículo de Melisa: Cómo ayudamos a las protectoras de animales y porqué no lo hacemos. El texto se hacía eco de una encuesta de Tienda animal a 5.000 propietarios: un 47 % colabora con protectoras —si no me lío con las cifras, 2.350— y solo un 30 % de estos lo hace de forma activa —es decir, 705—. Lo más curioso, aunque a mí lo que me parece es triste, es que un 31 % de los que dicen colaborar son los llamados animalistas de sofá: personas que apoyan la difusión por las redes sociales —no se especifica si con un pobre, ¡ayuden al perrito!, con un retuit o con un papel más activo en Internet.

El problema es que los likes no pagan el pienso, ni la recogida de animales, ni el transporte, los gastos veterinarios, los trabajos de modificación de conducta, las campañas para concienciar por una adopción responsable y evitar abandonos, etcétera. Aunque en el título del artículo de opinión que citaba en el párrafo anterior se mencionaba por qué no ayudamos tanto a los animales como creemos —y se inducía al lector o lectora a hacer más por las protectoras—. El cuerpo del texto no entraba en polémicas, pero yo sí voy a hacerlo (¡qué coño!, ahí queda, para dar más énfasis), y me voy a centrar en ese activismo de salón, que no considero que sea malo en sí mismo —puede ayudar a visibilizar causas, y también a crear conciencia—, pero que está consiguiendo desvirtuar la esencia del problema.

Seguir promoviendo esta actitud del comentar y compartir como activismo, con la idea del mejor eso que nada, no es malo en sí mismo, ¡claro que no!, pero ofrece una falsa sensación de apoyo, tanto para las protectoras como para esas personas que podrían estar aportando con mil y una formas voluntariado activo. ¿Quiere decir esto que las redes sociales no ayudan a seguir luchando contra el abandono y el maltrato animal? Claro que no. Pero, ¿qué pensaríamos de un llamado activista que no ha pisado una manifestación, o una huelga, o una concentración en su vida y se limita a firmar en Change.org? Exacto.

Deberíamos dejar de llamar activista de sofá a aquella persona que, simplemente, se limita a simpatizar con una causa.

Por descontado, todo lo anterior, no es antagónico al hecho de que el estado esté obviando una competencia propia, e incluso ahorrándose miles de sueldos y de trabajos públicos frente a un problema de primer nivel con el que, a menudo, lidian, sin posibilidad de resolverlo, otros funcionarios; tanto en su vertiente más práctica (el día a día de esos 140.000 perros y gatos que se abandonan y llegan a los centros) como legislativa y punitiva; que en España no haya una legislación adecuada y no se cumplan las leyes explica parte del problema que tiene cualquier protectora, pero quizá otra parte se explica por el hecho de seguir creyendo que todos esos likes y comentarios en Facebook aportan mucho, cuando deberían computarse en los porcentajes de los que no ayudan por una u otra razón. Igual que nadie se convierte en físico por apoyar la teoría de la relatividad de Einstein, deberíamos dejar de llamar activista de sofá a aquella persona que, simplemente, se limita a simpatizar con una causa.


NdA: Os invito a leer el artículo Las protectoras agonizan en el número de enero de la revista canina Ladridos.

Sota, caballo, rey

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En la primera asociación animalista de la que formé parte, tuve contacto con la APDA —Asociación de Policías por la Defensa Animal—, una entidad sin ánimo de lucro que, entre otras actividades, promovía la formación de agentes en actuaciones donde se encontraban animales domésticos y ofrecía clases sobre lenguaje canino. Según me explicó uno de los técnicos, la formación surgió a raíz de múltiples intervenciones a pisos en los que la policía derribaba una puerta y el perro se abalanzaba contra el hueco buscando una salida: ¿cómo acababa ese animal? Era tiroteado hasta la muerte.

Parece que no hemos avanzado lo suficiente, ¿verdad? Si lo hubiésemos hecho, Sota estaría viva y ya no sería necesario manifestarse —ni ayer ni el sábado— en busca de un cambio: el martes, 18 de diciembre, en presencia de varios guardias urbanos, uno de ellos desenfundó el arma y disparó en la cabeza a una perra mestiza en la Gran Vía de Barcelona. Las versiones son dos, y poco se parecen entre ellas: la policía ha comunicado que la perra mordió a un agente y ante un segundo mordisco inminente, el policía abatió a la perra de un tiro en la cabeza; los testigos dicen que la perra solo ladró, nerviosa, que la actitud de los agentes fue chulesca desde el principio con el propietario de Sota, y que, a posteriori, se llegó a intimidar a los testigos.

¿Soy el único que siente vergüenza de estar como estamos en 2019? Vergüenza, sí; vergüenza de que la UDAI (Unidad de Deontología y Asuntos Internos) tuvo suficiente con unas horitas para concluir que la actuación policial fue adecuada y dar por válida la versión del agente. No puede ser. Si aceptamos que haya más de 100.000 perros en una ciudad como Barcelona, debemos actualizar los protocolos de las fuerzas y cuerpos de seguridad, porque un policía no solo es un funcionario público: es alguien que ha decidido dedicar su vida al ejercicio de una profesión que se basa en estrictos estándares de conducta, responsabilidad y proporcionalidad. Un agente tiene un puesto cuya exigencia social y valoración pública de su labor será siempre severa y rígida, y él o ella no solo debería ser consciente de esto, sino intentar superar lo que se espera de su persona. Si la actuación ante un supuesto mordisco (o peor, ante un ladrido) en una situación de estrés es un tiro en la cabeza, ¿qué nos dice eso? ¿Ese agente está preparado para el ejercicio de sus funciones? ¿O se limitará a aterrorizar a aquellos que tiene el deber de proteger?

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Sin crítica interna, ni tan siquiera fruto de la presión social, la Guardia Urbana se muestra como una policía antigua y rancia que no sabe asumir ni corregir —en la medida de lo posible— los errores cometidos: aterra que el informe policial omita los testimonios de los presentes y cierre filas para proteger a uno de sus agentes. No es una cuestión de lanzarlo al circo y aplacar a las masas, no se trata de dar el número de placa, sino de que la ciudadanía no tenga que hacer el trabajo de los profesionales. Ese disparo es un error gravísimo, mortal, y hay que depurar responsabilidades y conseguir que nunca más vuelva a ocurrir algo así. Al fin y al cabo, el fin último de un agente armado debería ser siempre no tener que utilizar ese arma.

Lo que sucedió en la Gran Vía el martes, se está viralizando; y aunque la Guardia Urbana de Barcelona ahora considere esto un problema, en realidad, esos miles de animalistas solo están recordándoles, una vez más —al cuerpo, a la alcaldesa, a los funcionarios públicos—, el buen ejercicio de sus funciones. ¿Y qué queréis que os diga? Uno ve el vídeo y asiente, triste, para sus adentros, porque no es algo que pueda quedar así: es de sota, caballo, rey. Pero, ¡joder!, es que a Sota nos la han matado de un tiro en la cabeza. Nos dejó un último regalo: una imagen muy de perro en la que pueden pensar su compañero, Tauri, y, sobre todo, ese agente de policía: morir moviendo la cola, morir sin odio, porque ellos odiar no saben.


Enlaces relacionados:

NdA: La imagen que ilustra la columna pertenece a Partido PACMA.

Hamparte y maltrato animal en el Guggenheim

Estos días ha habido muchísimo revuelo debido a una instalación con animales vivos que se ha inaugurado en el Museo Guggenheim de Bilbao. La mayoría seguro que os habréis enterado a través de la prensa (por ejemplo, El Guggenheim de Bilbao exhibe los animales vivos que se censuraron en Nueva York o El Guggenheim de Bilbao se atreve con lo que no mostró el de Nueva York) o por una petición en Change que, ahora mismo, supera las 110.000 firmas.

Uno de los terrarios de la exposición ‘El teatro del mundo’ (Huang Yong Ping, 1993) con animales e insectos vivos dentro.

La opinión mayoritaria es que la exposición resulta anacrónica y que se puede definir como maltrato animal, pero casi todos los medios de comunicación solo se han hecho eco de las protestas en Nueva York y, ahora, aquí. Y eso no está mal, claro que no; en realidad, me vais a decir, con toda la razón del mundo, que eso es lo que tiene que hacer la prensa, informar, pero resulta curiosa la falta de artículos de opinión que se posicionen frente a lo que está sucediendo en la exposición que acoge el País Vasco. También los hay, aunque yo no he encontrado muchos que firmen con algo más que con iniciales; destaco dos: el primero (La verdad sobre la exposición del Guggenheim con “animales vivos obligados a devorarse), de Elena Rue Morgue en Playground; el segundo (No creo que la instalación del Guggenheim que alberga insectos y reptiles vivos sea maltrato animal), de Melisa Tuya, en los blogs de 20 Minutos. Ambos artículos muy valientes, y, a mi parecer, equivocados en la mayoría de sus puntos. También los he encontrado más afines a mi posicionamiento, como el de la periodista Carmen Morán Breña, en El País, titulado Una visita al museo para ver animales vivos. Y aquí va el mío y el por qué, con mis claves por las que estoy convencido de que el Guggenheim de Bilbao está promocionando el maltrato animal y debería cancelar la propuesta de Huang Yong Ping, que, pese a contar con una carrera repleta de arte y de éxitos, en El teatro del mundo y en cualquier otra obra que él, o cualquiera, utilice animales no estará haciendo arte, sino hamparte —un concepto acuñado por el polifacético artista Antonio García Villarán—, es decir, arte vacío de significado.

Arte y China después de 1989: el teatro del mundo

Primero, un resumen rápido: la exposición, que se inauguró el viernes 11 de mayo, cuenta con dos terrarios con formas de tortuga y de serpiente donde insectos y reptiles conviven. Para el artista, Huang Yong Ping, se debe entender como una metáfora de la globalización. Además, se acompaña de una grabación de dos cerdos follando en una obra audiovisual de Xu Bing titulada A Case Study of Transference (1994) y otra pieza o vídeo, que, pese a que he leído más de una decena de artículos no he conseguido ubicar, y tampoco sé si se está proyectando, donde cuatro pitbulls son obligados a perseguirse atados a unas cintas de correr.

Dicho esto, voy a intentar expresar lo mejor posible las cuatro razones por las que considero que el Guggenheim de Bilbao debería anular esta exposición, pedir disculpas y no seguir promocionando el maltrato animal.

La normalización es maltrato animal

La proyección de una grabación con cerdos pintarrajeados y copulando rodeados de gente o de unos perros obligados a correr en una cinta, cara a cara, sin poder alcanzar nunca a otro de sus congéneres —lo que, para ellos, es muy frustrante y estresante— es de un mal gusto horrible. Pero es una grabación, ¿verdad? ¿Y qué? Es una grabación de un suceso que promueve el maltrato animal; facilita que esas acciones se normalicen y legitima el hecho de que pueda volver a ocurrir.

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Captura de la grabación de A Case Study of Transference (Xu Bing, 1994) utilizada para la denuncia en Change.

A nadie en su sano juicio se le ocurriría hacer arte con vídeos de torturas a seres humanos y considerar que exponer esa pieza bajo un discurso artístico legitima el hecho. Y, en este caso, no nos importaría en absoluto que se hubiese grabado hace veinticinco años o ayer.

El arte no lo permite todo

En relación con el primer punto, estamos afirmando como sociedad que el arte lo permite todo, ¡y no es así! Es cierto que no es lo mismo el hecho de que Nabokov escribiese Lolita como una historia de violación de una menor a violar a una niña pubescente, igual que tampoco es lo mismo filmar una película gore que cometer asesinatos rituales en serie. De acuerdo: el arte imita a la vida casi tanto como la vida al arte, pero ¿qué excusa es esa para considerar que maltratar está permitido porque va a ser arte? Dejemos los terrarios para el tercer punto y vámonos a los perros y a los cerdos: con estos, se llevaron a cabo unas acciones poco éticas amparados en el hecho de que iban a ser arte, pero ni expondríamos ni plantearíamos discursos artísticos sobre sucesos que dañan a otras personas: de nuevo, el antropocentrismo se nos sale por las orejas.

Su bienestar o sufrimiento (no) nos la rebufa

Y con los terrarios, que es lo que se encuentra físicamente ahora en el Guggenheim, ocurre tres cuartos de lo mismo, con el agravante de creer que tenemos la potestad de hacerlo: si estamos debatiendo sobre las condiciones deficientes de mantener animales en cautividad para un zoológico, ¿cómo podemos creer que sí lo podemos legitimar como piezas de un museo? ¿Cómo tenemos los santos cojones (u ovarios) de creer que comprendemos el automundo o mundo subjetivo (Unwelt) de todos los animales de la creación? ¿De verdad alguien se cree que la vida de un reptil (e incluso la de un insecto, que está mucho más lejos nuestro a todos los niveles) no se va a ver afectada si los sacamos de su hábitat —o no les permitimos residir en él— y les metemos en un terrario en formato de tortuga o de serpiente? ¡Pues claro que se ve afectada! Otra cosa es que nos parezcan animales de segunda, cuyo bienestar o sufrimiento nos la rebufa. Pero ya hace mucho que la biología y la etología descubrieron que respirar, comer y moverse no significa bienestar.

El hamparte no puede ser arte

La última clave que esbozo se resume en: no es arte, es hamparte, como adelantaba por ahí arriba. Y soy muy consciente de que la recepción de una obra difiere mucho de un público europeo a otro asiático, pero si las obras no han conseguido transmitir su significado porque la mirada del espectador se queda en el medio a través del que este se trasmite, ¡no puede ser arte! Porque el arte (actividad en la que el hombre recrea, con una finalidad estética, un aspecto de la realidad o un sentimiento en formas bellas valiéndose de la materia, la imagen o el sonido) tiene unas cualidades sensibles y un significado.

Todo lo anterior me hace seguir creyendo que, en Bilbao, hay maltrato animal e incitación a más maltrato animal, y deseo que la presión popular no les obligue a clausurar la exposición, sino a valorar si están equivocados, y si llegan a tal conclusión, entonces sí, que la clausuren. Pero también quiero señalar que, ni tan siquiera, en la defensa de los animales vale todo. No vale tergiversar y mentir, y hacer uso de las fake news en el movimiento, y hablar de cerdos que no están ahí, ni de canibalismo entre congéneres; un planteamiento del artículo de Playground con el que sí estoy de acuerdo, donde, por otra parte, su autora pone demasiadas veces el foco donde no está el verdadero problema: los animales no son objetos y merecen ser respetados, y los cientos de miles de firmas demuestran que continuar con la exposición no solo hace un flaco favor a todos los que luchamos por un mundo libre de crueldad animal, sino al propio Museo Guggenheim de Bilbao.


NdA: podéis firmar la petición al Museo Guggenheim de Bilbao en este enlace de página de Change.

¿Merecemos a los perros?

Más allá de considerar a nuestros compañeros de cuatro patas parte de nuestra familia, su posición en la naturaleza ha despertado múltiples preguntas recurrentes en los últimos años. En este caso, la que yo lanzo aquí bebe de un artículo que Marta Tafalla —doctora en Filosofía y profesora de Ética y Estética en la Universidad Autónoma de Barcelona— publicó ayer, 5 de septiembre, en el diario Ara con el título ¿Fue un error crear a los perros?

Tafalla plantea en su columna para Ara cómo los seres humanos hemos instrumentalizado cualquier relación con el resto de animales que nos acompañan —obviando que pocas veces es distinto en nuestra especie—, donde todo aquello que nos agrada de nuestros compañeros caninos —y también felinos—: su docilidad, su empatía, su ternura, es, paradigmáticamente, aquello que los hace vulnerables y que los condena; un aspecto que todavía puede rastrearse más fácilmente en los animales para consumo, sean domésticos o no.

El inicio del séptimo párrafo ejemplifica la idea general del texto:

Hemos levantado nuestra civilización sobre el dolor de los animales, sobre la explotación de los domésticos y la caza de los salvajes. Sin los animales que criamos para comer, para usarlos como vehículo de transporte o para trabajar en el campo, nunca habríamos construido ninguno de nuestros imperios. Sin extinguir especies y destruir ecosistemas, no habríamos llegado hasta los 7.000 millones de humanos.

Hacia el final del artículo se vislumbra un remedio, quizá demasiado politizado para que pase desapercibido; quizá demasiado esquemático para que sirva a su cometido: «Cuando la ganadería persigue a los lobos, los dos males se fusionan. La solución es sencilla: los humanos no necesitamos comer carne, pero sí necesitamos ecosistemas sanos y ricos en biodiversidad, y por lo tanto necesitamos lobos.»

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Sé bien lo difícil que resulta plantear soluciones concretas; a menudo, además, estas se confunden o difícilmente pueden llegar de los mismos ojos que han vislumbrado el problema. La selección artificial de los perros no difiere mucho de la elección de aquellas vacas que, generación tras generación, producen más leche o las gallinas que, en vez de los doce huevos anuales, ponen casi uno diario; si acaso, los primeros, a pesar de sufrir y soportar la misma estructura jerárquica que suele definirse entre términos como «capitalismo», «producción en cadena» y «especismo», también pueden llegar a ver la parte más bondadosa de algunas sociedades humanas.

Toda lucha por el antiespecismo es legítima; salvar a los toros, legislar contra el maltrato de animales de compañía, e incluso no matar animales. No obstante, toda lucha también debe existir y entenderse en su propio contexto: el de las gallinas que ponen huevos todos los días del año y el de las vacas que producen una enorme cantidad de leche en las vaquerizas, que solo es una cara menos definitiva de la que muestra a los cerdos abiertos en canal o las terneras inmovilizadas en el suelo. No significa que sea bueno, no significa que esté bien; significa que a los humanos nos encanta jugar a ser dioses, y eso, hoy, supone problemas éticos que tenemos que afrontar y enfrentar, pero desde un marco integral y jamás segmentado.

A nivel comunicativo, estos artículos cumplen una impagable labor divulgativa, y, sin embargo, con los pocos o los muchos recursos con los que cuentan, dejan tras el telón el primer campo de batalla en el que deberíamos lidiar: aquel que explica que todos los animales —incluso nosotros— se encuentran en una situación concreta fruto del contexto, y las circunstancias (propias y ajenas), y si plantear una ética universal aturde, pretender que esta pueda convertirse en moral práctica obviando los cientos de contextos que existen ya solo en España, es irreal.

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En realidad, el lobo es, sin saberlo, uno de los rostros más definitorios que debemos enfrentar sus defensores, que, poco a poco, hemos ido aumentando en número, pero siempre de la ciudad hacia el campo, y no a la inversa, y que se tiene que entender junto a una ganadería de subvenciones europeas y de provincias, y un oficio que dista mucho de ser mayoritario, pero que enfrenta a los defensores del campo que no viven en el campo y a las poblaciones rurales, que quieren hacerlo sin el sudor que se acompaña, y que se entiende al ver a rebaños a mediodía sin una gota de sombra o sin un cercado entre ellos y sus principales predadores.

Los centros de ética animal de las facultades mantendrán que el «veganismo» es la respuesta al maltrato animal y a los problemas de sostenibilidad del planeta; sin embargo, por desgracia, ni el veganismo ni cualquier otra variante es la respuesta al contexto; o, mejor dicho, a los miles y miles de contextos distintos a enfrentar, y ahí, es donde deberíamos seguir trabajando. Si este se aplicase, solucionaría, antes o después, todos los problemas derivados, ¿pero es solución si más del 90 % de la humanidad no desea tomarla?


De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!

Los ojos de Martina

Martina mira con el vacío instalado en su iris. Martina mira sin mirar. Con demasiado miedo para que la mirada se convierta en un acto consciente, en una declaración de intenciones: en una acción que una mano pueda reprocharle a golpes. Martina rehuye mirar, a sabiendas de que la mirada ya le ha supuesto violencia, gritos, la horca.

Ella ha aprendido que la lección más dura llega del hombre, de la palabra que, cree, solo carga injusticias, de todos nosotros; para Martina, todos somos dolor, y miedo, y muerte, y al salir de Almería, de la furgoneta, del transportín, ninguno podemos demostrarle lo contrario de inmediato. Por ello, no lo intentamos; solo paseamos, y la entramos con dificultad en otro coche, en otro transportín, y se bloquea, se aleja, se expatria de sí misma de nuevo.

Martina (recogida, Diagonal)
Fotografía de Martina el sábado de su llegada a Barcelona.

La historia de Martina está construida de vacíos más que de hechos. Vacíos que construyen retazos que construyen historias: una perra de la calle, un embarazo, una soga al cuello. Quizá fue la caza o la falta de justicia y ley; quizá solo desatención y maltrato. ¿Quién puede saberlo? Se trata de historias que son y no son.  Y en ese negro hubo locura que terminó por conquistar su mirada: si consigues que sus ojos apunten hacia ti, observas incomprensión, y espanto, y paranoia. Observas ojos que luchan en el interior de sus cuencas, que parecen intentar escapar, y aunque sea un acto inconsciente, es una de esas tristezas enquistadas a las que resulta imposible acostumbrarse. Las heridas del cuello, de las patas… las heridas del cuerpo sanan, pero no las del alma; el alma continua desangrándose, y su respiración, su cola, su forma de moverse por una calle céntrica del Ensanche barcelonés así lo indican.

La historia de Martina es la historia de los doscientos perros de su perrera. Perros bautizados rápido con nombres que se piensan un instante por necesidad; perros frente a rostros que no podrán entender por qué esa perra y no otra si todos comparten desgracia. Pero hay algo que todos ven, y es que Martina vive sumida en la adversidad desde mucho antes del septiembre de su embarazo; desde mucho antes del miedo a la gente, y las carreras por los campos de Almería, de las charlas sobre su rescate y el deseo teñidos de marrón y de amarillo más que de verde, y de sudor que se seca bajo un sol que, entre jadeos, no ofrece misericordia alguna.

Martina (río Besós)
Martina en el parque de la desembocadura del río Besós, que separa Barcelona de los municipios de Badalona y Sant Adrià.

Ahora, Martina ha salido de Almería, de la furgoneta, del transportín y ha olido un árbol cercano a la Diagonal. Puede parecer nada, pero es un mundo: el olfato llega cuando deja de temblar, de mirar a todas partes a la vez, de tratar de zafarse, de escapar, de observar cómo los grandes espacios que se pierden entre olivos y naranjos se convierten en pavimento, en edificios que suben al cielo y en el ruido eterno que pervive en el acceso a una capital; cuando trata de no alejarse más y más de nosotros, de correr en otra dirección, de no ser. Después de todo esto, Martina huele; huele el tronco de un árbol por un instante, y vuelve el temor, el huir y el no ser. Vuelve Martina y la horca; Martina y el miedo; vuelve Martina. La Martina que es y no es, porque Martina solo sabe ser no siendo, y ese es el inicio del trabajo, de un nuevo camino, de su segunda vida.

—No es cosa de un día, ni de un mes. Pero es bueno que no intente huir, que huela algo: que tolere nuestra presencia —dice mi amigo Antonio, que es educador canino, y, sin saberlo, me muestra el inicio de una historia mejor.


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Martina está en Barcelona gracias a Acción por el Rescate de los Desfavorecidos (ARD), quienes han confiado en Conectadogs —y, en concreto, en el educador canino Antonio Soutiño— para iniciar un programa de rehabilitación para Martina y se ocupan del coste monetario, que se inició el sábado 15 de julio de 2017.

Si lees esto y quieres apoyar a una de las organizaciones, dejo aquí los enlaces a sus respectivas páginas de Facebook para que continúes informándote:

Sanfermines 2017: el cambio urgente

Cada julio, Anima Naturalis y PETA reclaman un San Fermín sin sangre. Cientos de activistas viajan hasta Pamplona e intentan convencer al mundo de la barbarie que estas fiestas encierran. Los medios siguen la noticia con la ilusión de normalidad que congrega la tradición, y, poco a poco, también dejan espacio a opiniones y textos críticos contra el maltrato, el acoso sexual, la sexualización de las fiestas, y las orgías de sangre, drogas y alcohol.

Sanfermines 2017 (protestas)
Activistas de PETA y Anima Naturalis en Pamplona. ©Unai Beroiz

Este año, descanso. Para mí, no hay nada nuevo de lo que hablar. Muy consciente de que otras compañeras y compañeros —como siempre, en el movimiento, tenemos que agradecer más a ellas que a ellos— han escrito columnas impagables sobre los sanfermines, como la de Leonora Esquivel, en El Huffington Post (Por estos días Pamplona se tiñe de sangre), que explica el enorme porcentaje de turistas que desconocen que el encierro solo es una parte de la fiesta, o el espacio que se ha ganado Amanda Romero en Cuerpomente para seguir despertando conciencias por los animales; esta semana, concretamente, hacía mención a los cuarenta y ocho toros que serán asesinados en la plaza, pero, sobre todo, dejaba ver cuánto podría hacer Pamplona por una España más justa, más libre y menos sádica (48 toros serán torturados en la «fiesta» de San Fermín).

Por mi parte, suscribo el artículo que ya compartí con todos vosotros/as el año pasado: Siete razones para cambiar los sanfermines, y con tristeza compruebo que poco o nada ha cambiado. Este 2017 seguirán muriendo toros en Pamplona, en las plazas y en los encierros, seguirá la muerte, el desenfreno, y el mal ejemplo; muchos seguiremos en contra, algunos rescataremos los argumentos que otros tantos no quieren oír, y menos pensar en ellos por un instante, y otros seguirán creyendo que esto es lo mejor que se puede hacer por la pervivencia del toro. Mintiéndose a sí mismos, creyendo que la única forma de salvar al toro es matar al toro, y envenenándose el alma un año más.

Seguiremos luchando.

Hacer más mal que bien

Hace poco, estuve a punto de conocer al famoso Rey Chatarrero. Al final, aquello no se materializó, y después ha debido cambiar de número de teléfono, porque ahora la compañera que contactó con él, no lo ha podido volver a localizar. ¡Qué sé yo!

Con tanto trabajo, esto me volvió ayer a la cabeza, y lo hizo de una forma «graciosa» que he creído que puede ser interesante comentar en el blog: a través de un artículo que, estos días, ha conseguido volar mediante las RRSS; su título: El circo mediático del animalismo; un texto que critica al (ya) famoso Chatarra’s  y su nuevo programa en Cuatro: A cara de perro.

A cara de perro (Cuatro)
Imagen promocional del programa A cara de perro (Cuatro, 2017)

Un artículo, ante todo, interesante, que trata muchas cuestiones relevantes para el animalismo —maltrato y explotación animal, especismo, bienestarismo, veganismo, etcétera—, pero que cojea en la base. A grandes rasgos, el autor nos habla de por qué es erróneo emitir un programa como este, donde su protagonista se preocupa de los perros, pero no de los cerdos o de las gallinas; de por qué es erróneo escoger al Rey Chatarrero y no a una persona que aglutine los principios del movimiento de liberación animal; y, sobre todo, de por qué tenemos que luchar contra personas que perviertan el mensaje que él considera que defiende el animalismo.

En ‘El circo mediático del animalismo’, López comenta:

«Cuesta imaginar un mejor ejemplo para ejemplificar el grado de desconexión existente entre el mundillo académico que argumenta los Derechos Animales y la gente con su desconocimiento absoluto acerca de qué se postula.»

Parece evidente que ese error no es (únicamente) del público general, sino del mundo académico, que no ha sabido cómo llegar a este, y que, a falta de una crítica (tardía) de su propio discurso, se ha encontrado con un muro difícil de superar.

Pero, ¡sorpresa! El texto fracasa en la aceptación de la definición más simple y, a la vez, más compleja de todas las que allí aparecen: ¿qué significa ser animalista?; ¿qué es el animalismo? El animalismo es la lucha por los derechos de los animales —donde, por contexto, entendemos que se trata de animales no humanos—, un movimiento que, ni el veganismo, ni ninguna corriente de pensamiento puede apropiarse, porque pertenece a la esfera de la individualidad tanto como a la colectiva.

antitaurinos
Eslogan perteneciente a la lucha antitaurina.

Cuando acogemos la teoría de este breve discurso y abstraemos el concepto «vegano» del concepto «animalismo», la rueda sigue girando. No chirría por ningún sitio: hay personas que se consideran animalistas y veganas, y hay personas que se consideran animalistas y no veganas. Otra discusión muy distinta serán los sesgos de pensamiento y las contradicciones que podemos hallar en los esquemas mentales de esas personas —spoiler: todos tenemos disonancias cognitivas—, pero, en ningún caso, una persona que sea animalista tiene, por definición, que ser vegana. La explicación es simple: animalista es una idea mucho más amplia que vegano, que se circunscribe a una moral mucho más estricta.

El animalismo es una representación tan amplia como carente de sentido a causa de la suma de definiciones colectivas, que nos sirve para definir al «amante de los perros y los gatos que come carne de otros animales» tanto como al bienestarista que no quiere ningún tipo de cambio más allá de una «cómoda explotación» y al partidario de la liberación animal. Y voy al principal tema que, para mí, rebate el artículo anterior; algo así: «Si quieres cambiar el mundo, sal al mundo.»

¿Y si lo que hacemos, de la forma en que lo hacemos, no funciona? Es muy tentador creer que un libro de Melanie Joy o una ponencia de Gary Francione son el único camino, pero no lo son, y no están funcionando. Puedo comprender las reticencias de pervertir el concepto de un mensaje para llegar a más gente, pero… en lenguas vernáculas: hay que tener unos «cojonazos» para decirle a la gente que ellos no son animalistas, y que tú, y los que piensan como tú, son los únicos animalistas que existen y que pueden llamarse animalistas.

El Rey Chatarrero y yo debemos tener una ética muy distinta, pero yo no puedo decirle a otra persona que pretende ayudar a los animales, que se equivoca, que no ayuda a los animales y que es un impostor (¡ni yo, ni nadie!). Porque no lo es; él es un animalista que lucha por algunos animales, y yo soy un animalista que lucha por todos los animales. Como activistas, es legítimo intentar convencer de nuestra forma de vida a un tercero, pero no podemos imponerla como verdad absoluta, y tampoco deberíamos creer que sería legítimo hacerlo aun con tal potestad.

Un gran grupo, a quien sólo le preocupan los «peluditos» o confían en las regulaciones legislativas por inculcación institucional, defiende todo esto apelando a que visibiliza la injusticia. Yo agregaría que tanto la hace más visible como la pervierte aún más. Transmite una ideología que no debieran ser el estándar de una sociedad civilizada.

Extracto del artículo «El circo del animalismo», de A. López

Blanca, una buena amiga que también practica kendo, trabaja desde la Universidad Autónoma de Barcelona en cuestiones de inclusión social desde un marco feminista y multicultural; y le jode mucho, pero mucho, que le digan que una chica musulmana que sigue el hiyab no puede ser feminista. Siempre dice: Nudity empowers some. Modesty empowers some. Different things empower different women and it’s not your place to tell her which one it is.

Liberación animal (imagen)
Eslogan que defiende la vida de todos los animales junto a conceptos como el veganismo y el antiespecismo.

Y qué razón que tiene. Javier Roche boxeando y salvando la vida de cientos de perros llega a unos chavales; yo, escribiendo, llegaré a otros; quizá sea el rap, o el trabajo en una protectora, o una visita al matadero lo que consiga ese «clic» en terceros; quizá él tiene más éxito, quizá no. De lo que sí estoy seguro es que sea en el Palacio de la Chatarra, sea en A cara de perro, no está en manos de nadie decirle cómo debe definir su individualidad. Quizá Roche no sea el animalista que a nosotros nos gusta, pero hace falta valor para decirle a ese tío que no es animalista, porque uno puede diferir en el fin último, e intentar convencerle de nuestra verdad, pero no en el sentimiento que le mueve, y que brota bondad en todo lo que hace.

A veces, queremos luchar por un cambio, pero cuánto nos cuesta poner los pies en el ring o en el tatami. De eso, yo sé de lo que hablo, y el Rey Chatarrero también.

¿Cuál es el crimen aquí? ¿Enviar un mensaje segmentado a través de la televisión? ¿No es esto acaso una excusa para hacerlo mejor? Donde encontrar nuevas vías de comunicación, nuevos espacios donde debatir sobre el animalismo y luchar contra la invisibilización del modelo. ¿Acaso creemos que todo el mundo es consciente siquiera de lo que significa «especismo» o «bienestarismo»? Porque ya os adelanto que no, que fuera del ámbito académico, nadie sabe a qué aluden estos conceptos; ahí es donde tiene que saltar el mensaje: hacia los mercados, las calles, y el público general. A veces, queremos luchar por un cambio, pero cuánto nos cuesta poner los pies en el ring o en el tatami. De eso, yo sé de lo que hablo, y el Rey Chatarrero también.


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Una educación por ley

A inicios de 2016, saltó a los medios una noticia dantesca. Dos chavales, de diecinueve y veintidós años, se habían dedicado a saltar encima de casi un centenar de lechones de la explotación ganadera donde trabajaban. Murieron setenta y ocho cerdos que contaban con una semana de vida. Ocurrió en Almería.

La Junta de Andalucía abrió juicio en septiembre —sí, en septiembre— y el fiscal propuso una multa de 4.740 euros por las pérdidas ocasionadas a la empresa, que la Asociación Nacional para la Protección y el Bienestar de los Animales (ANPBA) ha intentado que se incremente en su cuantía.

Lechones con pocos días de vida
Fotografía de unos lechones con pocos días de vida.

El vídeo de WhatsApp es esperpéntico, pero no más que uno que me llegó no hace mucho donde un tarado seccionaba la cabeza de un cerdo de un único machetazo, o el de aquellos adolescentes murcianos que mutilaban y torturaban perros y gatos adoptados repartiéndose las tareas entre los miembros de su pandilla.

En la década de los 80, Alan Felthous, experto en psiquiatría forense, llevó a cabo varias investigaciones que mostraban de forma consistente cómo detrás de las agresiones a personas había, en muchas ocasiones, una historia de abuso a animales. Sus trabajos, realizados con hombres especialmente violentos internados en las cárceles de EEUU, así lo confirmaron.

«La crueldad con los animales es un grave signo de alarma psiquiátrica», empiezan a advertir los medios, y la doctora Núria Querol, quien vive entre España y EEUU por su trabajo, lo afirmaba frente a mí hace solo unos meses. Siempre ha sido un signo de alarma psiquiátrica: los grandes psicópatas de la historia —Albert DeSalvo (El Estrangulador de Boston), Kip Kinkle o Ted Bundy, fueron tres ejemplos en mayúsculas— siempre han iniciado su actividad delictiva cometiendo todo tipo de barbaries con animales de una especie distinta.

Kip Kinkle (1982)
Antes de asesinar a sus padres e incendiar la cafetería de su instituto —donde murieron dos alumnos y resultaron heridos otros veintidós—, Kinkel decapitaba gatos y viviseccionaba ardillas, según había confesado, e incluso hizo explotar a una vaca con petardos.
Los testigos del asalto afirmaron que parecía que lo hacía cada día, «y lo hacía cada día, pero nadie le tomaba en serio, porque sus víctimas tenían cuatro patas» agregó un columnista del Denver Post Chuck Green.

Esta es la razón principal por la que el FBI cambió, en 2016, la calificación de los delitos de maltrato animal a clase A, junto al homicidio o el asalto; y está muy claro que, dentro de esta tendencia creciente de lucha por el bienestar animal, hay un rescoldo de interés político, pero también ciudadano; se comprende que el maltrato animal no es natural, y que, a menudo, es reflejo de graves trastornos de la personalidad.

Mientras tanto, aquí, en España, seguimos pensando que son cosas de críos movidos por la curiosidad, sin comprender que un niño de cuatro o cinco años que todavía no ha desarrollado por completo su empatía no puede extrapolarse a unos adolescentes que se ríen y disfrutan amputándole las piernas a un perro o saltando hasta partir por la mitad a un cerdo, a una oveja o a cualquier otro ser vivo.

Falla la educación, que no entiende que, a menudo, no se trata de acciones inocentes, sino de la manifestación de trazos negros que no siempre dormirán dentro de esos chicos, y falla la ley, que no ofrece un marco en la que la primera pueda solidificarse; porque deja en libertad a un hombre que mata a palos a un caballo de carreras, o la emprende a patadas contra el perro del vecino, o comete cualquier tipo de barbaridad por negligencia o maldad; y aquí la ley debe empezar a desgranar quién es un verdadero peligro para el resto de sus congéneres y quien, simplemente, es un malnacido: nos sorprendería ver que casi hay tanto de lo primero como de lo segundo,  pero todos dormiríamos más tranquilos, más seguros y más en paz.

Por eso, un periódico de los de verdad, de papel, descansa a mi derecha mientras escribo estas líneas, y doblado por la mitad me inspira en la redacción; hay un titular que dice así: «Petición de cárcel para el agresor de dos lesbianas que se besaban en Barcelona», y se piden dos años de cárcel para tres hombres —otros dos escaparon a la carrera— que agredieron a dos personas que se querían; porque la ley no regula; porque no entendemos que la ley debe regular, y la educación debe asistir, y enseñar, y educar; porque no seré yo quien se atreva a decir que solo hay un tipo de educación , y por eso mismo está la ley.

Pareja (Eixample)
Fotografía de una pareja paseando por el Eixample que ejemplifica la noticia en La Vanguardia.

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