Luchar contra los porcentajes: un 84 % de veganos reconvertidos

Este es un artículo fundamentalmente bienestarista en un sentido filosófico, por lo que quizá no guste a muchos partidarios de una inmediata liberación animal; tampoco a los seguidores del statu quo; ni a mi madre, porque a ella le gustan más otros temas.

Eze Paez es uno de los descubrimientos más brutales que he hecho durante estos últimos meses; filósofo adscrito al Grupo de Teoría Política de la Universitat Pompeu Fabra y miembro de la junta del UPF-Centre for Animal Ethics. A él llegué a través de un texto asombroso sobre el enfrentamiento en la sombra de ecologistas y antiespecistas de una de sus compañeras, Catia Faria, sobre el que ya he hablado aquí anteriormente, y gracias al que, justo ayer, me sorprendí leyendo una interesante discusión sobre nuevas estrategias a través de las que defender el veganismo, nacida a raíz de un vídeo de Matt Ball sobre divulgación y cambio en los hábitos de consumo.

Pawel Kuczynski (especismo)
Dibujo del artista polaco ©Pawel Kuczynski que critica el especismo.

Empezaré recordando que yo no soy vegano, soy vegetariano (extremista), y que no me gustan las etiquetas, y lo haré porque me parece relevante para este artículo. A partir de aquí, habrá personas que considerarán este texto bienestarista (bueno, no pasa nada, siempre me gustó Jeremy Bentham); otros, directamente hipócrita; o especista, o quién sabe qué. En el último año, mi perspectiva se ha ampliado a través de nuevas líneas para visibilizar y reducir el maltrato animal, donde la divulgación y la exposición de alternativas útiles suponen las dos principales armas en juego; asidas por un mantra que me recuerda que todos vivimos en contradicción; pero un mantra, no una excusa.

Matt Ball empieza el vídeo que se dirige hacia el millón de visitas con el mejor argumento que se ofrece en esos tres minutos y medio: «Muchas acciones que ha acogido el veganismo no están ayudando al bienestar de los animales; al contrario, están dañando a los animales». Evidentemente, en su polémica intervención, Ball no se refiere a un daño directo, sino a un discurso que enfrenta y aleja de las alternativas de consumo ético a millones de personas. Por supuesto, obvia cuestiones fundamentales cuando presenta su alternativa reduccionista (Eat beef, not chicken), como (1) el hecho de que, a menudo, el cambio de un statu quo, sea físico o mental, en el individuo tiene casi siempre una  primera respuesta bajo forma de una agresiva defensa o (2) que las vacas son responsables de un amplio porcentaje de emisiones de gases de efecto invernadero.

Sin embargo, también hay matices muy acertados en su lectura, como el hecho de señalar que, hoy, (1) existe una tendencia creciente a negativizar el uso y abuso de animales, en medio de la que se encuentra muchas personas que comen carne por hábito, es decir, porque la gente a su alrededor come carne, porque es más fácil y más barato. Ball (2) plantea el reduccionismo como una alteración directa de esta tendencia, un paso para disminuir, notablemente, el sufrimiento de millones de animales de granja y, sobre todo, como (3) un camino (bienestarista) a través del que miles de nuevas personas apoyen, parcialmente, los movimientos de ética animal o hallen un nexo de unión y acercamiento progresivo.

Frente a esto último, no puedo argumentar crítica alguna; porque Matt Ball no le dice a los veganos que coman ternera, sino a aquellos individuos que consumen todo tipo de productos de origen animal. Sí considero que este argumento puede rápidamente volverse en contra del interlocutor, e incluso que había mejores alternativas (más éticas) para alcanzar al gran público que ese clickbaitPero que esto no nos haga olvidar los dos principales argumentos que esgrime: (1) que la presión por incluir a cualquier tipo de persona en nuestro concepto de dieta —y de ética— puede alejarnos mutuamente a toda velocidad, y que (2) la mejor forma de llegar al público general es mediante una alternativa no impositiva; y me atrevería a agregar inclusiva[1].

La crítica del discurso

Los comentarios negativos en el vídeo de Ball se cuentan por miles, e incluso han llevado en los últimos días a contrarréplicas de todo tipo. No obstante, ninguna de ellas puede obviar algo a lo que Matt Ball solo apunta: ¿Y si la premisa fuese errónea? ¿Y si hay un porcentaje de personas que no tienen reparos en matar y comer seres que sienten de un modo muy similar al suyo? ¿Y si, al igual que otros animales, los seres humanos somos tan especistas como otros primates en nuestra relación con otras especies y sociedades? ¿Acaso existen tantas éticas como personas? Y, si fuera así, ¿están  destinadas a algo más que adscribirse a una moral colectiva de mínimos?

Pawel Kuczynski (especismo; 2)
Dibujo del artista ©Pawel Kuczynski como crítica al especismo y al modelo industrial de consumo.

Quizá, ciertamente, todo pase por la ciencia y la educación, pero la filosofía vegana hace bien en volver la crítica hacia su propio discurso, puesto que sin crítica no puede haber discurso, siendo este, además, una herramienta de dominación social, como bien exponía Teun Van Djik en su Análisis crítico del discurso.[2] ¿Acaso el especismo no tiene un fundamento biológico? ¿Y cuán fuerte es este? ¿Y tener presente este conocimiento no nos ayudaría a luchar mejor contra algo que creemos éticamente incorrecto?

De este modo, ahí va una primera bondad compartida dentro del contenido que el activista estadounidense publicó el pasado sábado, que nos insta a debatir sobre (1) la agresividad intrínseca en el discurso carnista, pero también en el modo en que presentamos como activistas el vegano, o el antiespecista; (2) el etiquetado vital que pretende enmarcar, sin resultado, nuestra individualidad dentro de un concepto ético limitado  y cuadriculado; y (3), quizá el más importante de todos, la articulación de modelos sociales efectivos dentro de estos modelos éticos y de consumo, que, desde luego, han ayudado al incremento de alternativas vegetales, pero que siguen batallando en pos de una serie de recursos compartidos en los tradicionales binomios de marginal-publicitario, residual-capitalista o reduccionismo-ausencia.

En el núcleo de esta última cuestión duermen múltiples preguntas, entre las que centellea aquella que se debate si, realmente, el veganismo como movimiento social guiado por la ética —no por la ciencia— es un objetivo alcanzable en el mundo; si podemos realmente argumentar a favor de ese cambio de mentalidad o nuestra primera obligación moral se enraíza en intentar acercar a terceros hacia nuestra deontología colectiva sin traicionarnos a nosotros mismos; e incluso si, entre tantas contradicciones que viven dentro nuestro, el camino de la liberación animal puede pasar por la imposición de una ética que nosotros hemos decidido acoger libremente.

Pawel Kuczynski (naturaleza)
Dibujo del artista polaco ©Pawel Kuczynski.

Tradicionalmente, la historia ha avanzado a través de saltos impositivos, pero el deseo por un mundo más justo no es excusa para caer en la justificación de cualquier medio para la consecución de un fin[3].

Claro que existió una Revolución francesa, y un asesinato de César en el Senado, y ETA hizo volar a un jefe del gobierno español al final de una dictadura, pero, en democracia, la individualidad y la libertad ciudadana mantienen un peso demasiado alto al que nadie está dispuesto a renunciar para dirigirnos en dirección contraria: y el antiespecismo total es vegano, pero no ecológico, y vegano es anticapitalista, y comercio justo, y localismo, y globalización de derechos y de deberes, y multiculturalidad… Todo ello, en un mundo imperfecto que no es teórico, que no está en un libro, que no se resuelve a través de una forma lógica, ética y matemática. Ojalá. Pero no.


[1] Si bien muchas personas no ven con buenos ojos la existencia de una opción vegetariana o vegana en una hamburguesería, la realidad de mercado es que, si estas existiesen, su adscripción sería mucho más elevada que la actual. Lo mismo ocurre con campañas como «Lunes sin carne» , con un gran impacto en la industria y en los consumidores que nunca se han planteado dejar de consumir productos animales.

[2] Anthropos (Barcelona), 186, septiembre-octubre 1999, pp. 23-36.

[3] Por eso, apoyo el trabajo de Melanie Joy, quien habla, pregunta y busca la atención sincera de su audiencia, y pocas veces el de Gary Yourofsky, quien pretende imponer una verdad que para él resulta absoluta.

Nota: el título del artículo está basado en dos estudios completos de FaunalyticsAnimal Charity Evaluators.

Otros enlaces de interés:


De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!

La pesadilla de la irresponsabilidad

Ana del Barrio es periodista y madre; escribe en El Mundo y está especializada en temas sociales. Suani, una buena amiga mía, también es madre, y trabaja entre IPRIM, la Fundación Mona y la redacción de textos en formato analógico y digital. Ella es la que me envía un enlace a través de Facebook con el artículo en cuestión; después, lo comparte en las redes, y muchos de nuestros contactos alucinan por partida doble.

Sin embargo, Ana quizá sigue perdida; observa su timeline de Twitter y se escapa a por un café, sin atisbar, ni por asomo, el alcance de sus palabras. Ana reacciona con indiferencia primero; pero las críticas llegan a la redacción, y la incomprensión se apodera de su «juernes», donde puede llegar un poquito más tarde a casa, ya que los niños tienen extraescolares, y tomar una cerveza con los compañeros o con alguna amiga. Ayer, Ana no tomó nada, y se escapó a casa, envuelta en un mar de dudas.

Hoy, se levanta pronto y acerca a los niños al colegio en coche, confiando en que el temporal ha pasado, con esa ambivalencia que cualquiera que junta letras tiene ante el éxito inesperado de un viral y la posibilidad de que no lo sea, y así evitar el juicio de un mundo de caras anónimas. Sigue sin entender, le ha dado muchas, muchas vueltas, pero no alcanza a comprender qué ha ocurrido en ese texto que ha cambiado su semana, y quizá más.

Cerdos vietnamitas como mascota
Una pareja de cerdos vienamitas (probablemente, enanos) paseando con correa.

Por el poder que nos otorga la literatura, Ana se sienta en la terraza de una cafetería; yo también. Ella prende un cigarro, yo sorbo un café largo sin azúcar. Le digo: «Vengo a explicarte qué es lo que creo que ha sucedido». Ella suspira, sin entender, y va a por otro par de cafés.

Nos guste o no, todas las madres tenemos que convivir en determinados momentos con alguna mascota.

Señalo la primera frase. «Eso es mentira», afirmo. Y rápidamente conecto con las dos razones que me llevan hasta esa aserción temprana. 1) No puede haber obligación posible; todo lo contrario: en tu casa, mandas tú, o compartes el poder con tu pareja. 2) Detestar a los animales domésticos  y no adoptar ninguno te hace responsable; creer que otros animales silvestres pueden cubrir ese hueco o requerir menos atenciones, no.

Ella dice:

Durante años, he sufrido un asedio numantino por parte de mis dos hijos para que comprase un perro o un conejo y me he resistido como una leona, pero a cambio he tenido que hacer algunas concesiones en forma de tortugas galápagos. Las adquirí para un aniversario con la idea de que no iban a durar más de seis meses, pero pasaban los años y allí seguían con nosotros.

Pero eso no tiene sentido. ¿No será un fallo educativo en primer término? Un fallo que conjuga a padres (y madres) helicóptero de esos tan de moda y a niños dependientes que nunca se han visto frente a unos niveles lógicos de estrés. Claro que eso es muy políticamente incorrecto de decir: así que mejor continúa como vas; cógele la mochila al nene, aguántale el bocata mientras merienda, que no tiene manos; demuéstrale que tu tiempo no vale una mierda, y que tú estás ahí para demostrarle cuánto le debe el mundo a tu maravilloso hijo; ¿todos esos deberes te ha mandado el profe? ¡qué barbaridad!

Han Solo - Chewbacca (niño y perro)
«Han Solo» es otra foto que ilustra el artículo… Sigue leyendo. 😉

Yo no tengo hijos, pero sé dos cosas. Uno, cada caso es un mundo, así que nadie debería ser excesivamente duro aquí (¡cuando seas padre, comerás huevos!); y dos, no es cuestión de resistirse a nada, sino de marcar unas pautas. Ellos son niños; y en los niños está el pedir, pedir y pedir; en los padres, educar en responsabilidad, pero, para ello, también se tiene que ser responsable: buscar qué tamaño de acuarios necesitamos, cada cuánto hay que cambiar el agua, o por qué van a hacer caso a una tortuga si los nenes te están pidiendo un perro o un conejo. Esa última es buena.

Esa última es tan buena que tengo que preguntarlo una vez más. ¿Cuál es la absurda dialéctica que lleva a los padres a escuchar «perro» y pensar «tortuga»? ¿No sería más lógico creer que si «el nene» quiere hacer karate, no quiere hacer fútbol? Otra cosa es que tú no quieras que el nene tenga un perro, o haga karate, ¡pero no le encasquetes una tortuga y te quejes de que no le hacen caso!

Por la cara que pone, no sé si Ana lo entiende. Pone cara de ¿a ti quién te ha dado vela en este entierro?, pero seguimos desgajando su historia interpersonal. De improviso, la tortuga Manolita se convierte en una santa, porque la familia carga con dos pollos con la nostalgia como único reclamo de adopción.

Ella dice:

En nuestra época, todo el mundo atesoraba un pollito. Los vendían en cualquier tienda o en el Rastro y hasta los teñían de colores. Tuve varios pero nunca me duraron mucho. Enseguida desaparecían, se caían por el balcón o sufrían cualquier accidente doméstico (visto lo visto, empiezo a sospechar de mi madre).

Ana sospecha de su madre, pero todavía no entiende que los animales no son flores de un día. Quizá Ana debería leer a la periodista Martha Gutiérrez. Entonces, quizá entendería por qué la nostalgia no es un buen referente para adoptar dos pollos de mascotas, y por qué morían sus pollitos de colores.

Y ahora, Ana carga con todas sus fuerzas, pero aún sin comprender nada en absoluto, creyendo al mundo culpable de sus decisiones y, sobre todo, de la peligrosa falta de información de la que se acompaña una vez más. Los pollitos, enclaustrados en el balcón, son liberados por toda el piso, descubriendo que un piso del centro de Madrid no es lugar para ellos.

La casa empezaba a parecer una pocilga y tuve que tomar cartas en el asunto: los pollitos volverían a la terraza. Se acercaba el invierno (‘winter is coming’) y aquello se convertía en un problema. No sabíamos qué hacer con ellos. Llamé a varias asociaciones pero todas los rechazaron. Al final, localicé a un amigo de una vecina que tenía una granja y se los pudo llevar.

Manolita quizá tuvo más suerte, y acabó en Atocha, con cientos de sus hermanas de padres irresponsables que creían buscar una mascota para sus hijos, pero, en realidad, solo querían un poquito de paz, y no tenían la visión suficiente para ver que caminaban directos hacia una nueva guerra.

Pollos pintados de colores
Como es lógico pensar, existe una gran controversia sobre pintar pollos recién nacidos de colores. Aquí puedes leer una noticia de la MNN que habla sobre ello.

Ana no entiende que los animales no están ahí para nuestro propio beneficio. No están ahí para ser torturados, ni pintados de colorines, ni usados, ni cazados en un safari, pese a que mucha gente continúa haciéndolo. Ana no entiende que ha confesado, públicamente, varios delitos de maltrato y abandono animal, pero ese es el problema: Ana sigue sin entender.

Por eso, ella dice:

Y aprendí la lección: ¡a Dios pongo por testigo que ‘nunca mais’ volveré a hacerme cargo de una mascota!

Sin comprender que le puede caer una denuncia curiosa por parte de alguna asociación, que no creo que suceda cómo va este país (tranquila); sin comprender que no se puede ser ignorante en un tema y querer sentar cátedra. Sin comprender que un animal silvestre no es una mascota, y un animal doméstico, tampoco tiene por qué serlo.

Ana hace muy bien en afirmar que nunca más se hará cargo de una mascota, pero debería replantearse algunas de las lecciones de empatía, responsabilidad y naturaleza que le ha ofrecido a su familia, porque Ana no entiende, igual que su madre, pero quizá sus hijos tampoco lo entienden, y hacia el mundo al que nos dirigimos, sus hijos tienen la obligación de entender, aunque no siempre compartan.


De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!

Maestros del yoísmo

Hay grandes literatos y columnistas que, en la última década, se han transformado en verdaderos arquetipos rancios de aquello de lo que, un día cada vez más lejano, intentaron diferenciarse. Uno de ellos es el excelentísimo académico, y muy hijo de su padre, Javier Marías, quien, a tenor de sus últimas columnas, tales como Perrolatría o Ese idiota de Shakespeare, se ha convertido en un maestro del yoísmo —y algunos lectores dirían incluso que del cuñadismo.

Verdaderas celebridades de las letras capaces de darle la vuelta a aquella falacia sofista del argumento ad hominen y tirárselas en toda la jeta al lector. «Yo soy yo y mis circunstancias», le espetan, y usted, que tiene un trasfondo similar al mío, estará de acuerdo sí o sí. «Y si usted no está de acuerdo, no solo es un imbécil ignorante, sino que debería instruirse si, algún día, quiere alcanzar mi estatus y comprender la argumentación que aquí le detallo».

Pegatina - Yo pagué con mi vida (nuggets)
Un ejemplo de ilustración/pegatina de la que Joaquín Luna hablaba en su columna. Probablemente, él había visto, por su barrio, alguna imagen más explícita: como esta.

Aquello que, quizá, no han valorado de un modo justo es su falta de argumentos, su discurso vacío, su intento de rellenar de valor una cuestión nada más que con una posición ganada —y de la que nadie debería discutir los méritos— y unida a grandes dosis de yoísmo.

Así, de vez en cuando, es humano sacar los pies del tiesto, pero también reconocer el error y soportar la oleada de mierda que le viene a uno encima. Hoy, esto le ha ocurrido a Joaquín Luna en una columna titulada Yo pagué con mi vida, que el diario La Vanguardia ha decidido publicar en un error similar al que cometió El Correo Gallego con Manuel Molares do Val.

En la misma, y como hilo conductor del texto, podemos leer aserciones que son una denigración constante a vegetarianos y veganos, que hablan del razonable precio de la carne, a juicio del que la suscribe, y no se cortan en tildar a todo un colectivo de fascista y enfermo; por si esto no fuera suficiente como para encender la mala leche de un gran número de lectores, Luna decide consentir y defender el maltrato animal que, en las últimas horas, hemos podido tan solo vislumbrar en la película A dog’s purpose y que termina por aderezar con la imposibilidad de reflexionar sobre sus acciones, amparado en la ceguera del «esto siempre fue así».

La columna, que casi exige un verdadero boicot al medio que la ampara, se defenderá con el argumento de una opinión distinta, sin entender cómo ataca, atribuye e insulta a un colectivo cada vez más numeroso, cuyo único crimen, casi siempre, es intentar hacer pensar a su prójimo.

El texto de Joaquín Luna es un ataque frontal contra todo el trabajo de millones de personas que buscan un mundo más justo, que comprenden que los modelos de consumo actuales no son éticos, y tampoco sostenibles, y que luchan contra el maltrato animal en todas sus vertientes. Joaquín Luna es el matador de toros que se atreve a escupirnos a los animalistas, gritándonos que él, y solo él, es el verdadero amante de los animales. Otro maestro del yoísmo.


Enlaces relacionados:

Almería y la maldad

Por mucha imaginación que uno crea tener, hay historias que no podemos alcanzar a concebir. En los últimos meses, y pese a todo el horror que intento encarar, asumir y proyectar en este blog, pocos sucesos me habían paralizado con esa mezcla de impotencia y rabia que sube del estómago y amenaza con enquistarse en la garganta.

Sin embargo, de esto, nadie habla en la prensa escrita. Público comparte una nota de Europa Press junto a una fotografía adjunta del cadáver de un perro con hematomas por todo el cuerpo. El Mundo le dedica unas líneas en su versión digital, pero dudo horrores que alcance el quiosco. Solo Schnauzi, el portal dedicado a la realidad del mundo animal, hace un seguimiento del caso. Allí podemos informarnos de que la perra que fue machacada a golpes por un tal Francisco F.R., se llamaba Tuba, y solo pesaba cuatro kilos.

Tras el juicio, su compañero, aquel abuelo que salió a pasear por Cuevas del Almanzora, un pueblo de la provincia de Almería, arrastra, desde entonces, una condena mayor. Una condena que solo han agravado los costes judiciales, que al final recaen en el culpable, y una indemnización de 100 € como propietario de la perra. ¿Su injusto castigo? El dolor y la impotencia que recordará los años que le quedan de vida.

Fotografía del cadáver de la perra Tula
Detalle del cadáver de la perra Tuba.

Esta sentencia arrastra un dolor inimaginable dentro y fuera del Juzgado número 2 de lo Penal. Primero, para un anciano de ochenta y cuatro años de edad, que debió asistir impasible a la tortura y muerte de un animal al que se vio incapaz de socorrer; también de todos los que intentamos luchar por un modelo justo de bienestar animal, y no podemos más que observar cómo han cosificado, una vez más, a Tuba, una perra que valía dieciséis mil pelas: ni siquiera el coste íntegro de su cremación. Pero, sobre todo, para una sociedad enferma que está empecinada en seguir ocultando las mismas heridas que la desangran.

Quién sabe si Francisco entrará en prisión. La sentencia se conoció pocos días antes de Navidad, y de lo que casi estoy seguro es de que habrá pasado las fiestas entre silencios incómodos y juicios sordos por parte de amigos y familiares. Si me preguntan, mucha más suerte de la que merece; una oportunidad, que seguro desaprovechará, pero que debería emplear en no olvidar cuántos sentimos el más absoluto desprecio hacia su acto atroz, que no fue el de matar a un perro, sino el de atreverse a intentar azuzar a un animal, un noble pastor alemán, contra un cachorro indefenso, para después golpearlo, patearlo y pisarlo con todas sus fuerzas.

Ojalá el almeriense hubiese caído en manos de un juez responsable, de un Castro, o de un Calatayud, que no tienen número como para marcar la diferencia. Entonces, el juicio se hubiese encaminado por otros derroteros: se hubiese mencionado el respeto a la vida, pero también el derecho a la propiedad privada, en especial, si Tuba no era más que una cosa; habrían pesado conceptos como ejemplarizante, martirio y opinión pública, y se habría lanzado una mirada en rededor: hacia los animales que comparten la vida con ese asesino de perros —sean estos de dos o de cuatro patas— y cómo influyen, acontecen, y calan estos hechos en todos nosotros. Pero, por encima de todo, no se habría ridiculizado a un anciano octogenario, a una perra atormentada y a una sociedad entera con una pena de cien putos euros.

Una vez muerta, Tuba tenía un gran hematoma en forma de lágrima bajo su ojo izquierdo. Esa debería ser la condena de Francisco F. R. Viajar con esa instantánea dentro de sí hasta revertir por cien el mal que causó, y para nunca olvidar su egoísmo, su falta de empatía y su estupidez contra un ser indefenso, que sentía, y que hasta eso le negó, primero él, y después un juzgado que, cada día, representa junto a muchos otros, la moral de todo un país.


Enlaces relacionados:

Sobre penas contra el maltrato animal:

Querer al que se equivoca

Este pasado mes de diciembre, la activista Amanda Romero inició un blog en la revista Cuerpomente para hablar de los animales, y de veganismo; dos conceptos que siempre se encuentran.

El primer artículo fue de mera presentación: no quiere decir esto que fuese lineal ni generalista, sino que tampoco parecía cargar con el propósito de innovar más de la cuenta: datos sobre la industria cárnica, una presentación de toda esa publicidad panfletaria al servicio de los poderosos, cifras espeluznantes de muertos que nos rodean, y conceptos, como especismo, víctima o veganismo, y el esqueleto de su cruento programa.

Burger King (anuncio)
Spot publicitario de la marca Burger King.

Después del primero, llegó el segundo; justo antes de Navidad. Aterrizó junto al relato de una de sus mejores-peores experiencias como activista en defensa de los animales: Clara, la vaca que era su luz y era su sombra, que era superviviente de la Navidad de 2013, y recuerdo de todas aquellas que siguieron siendo cosas, y, después, no fueron más.

Así que decidí seguir haciendo lo que estaba en mi mano: querer mucho a mi abuelo y defender a los animales todo lo posible.

Amanda Romero – Haz un regalo a los animales, sácalos de tu menú

De todo ello, también he hablado mucho aquí, pero no fue lo que más me sorprendió. Entre las líneas que reconstruían la experiencia de Clara, Amanda nos regalaba una de esas dualidades que construyen el mundo: ella, activista vegana; su abuelo, ganadero olvisino. ¿Y cómo no quererse?

Clara (El Hogar ProVegan)
Actualmente, Clara vive libre en un santuario de animales.

De inmediato, mientras leía su segundo artículo, me retrotraje a una de las múltiples conversaciones de este 2016. Me encontré diciéndole a alguien una de esas verdades en las que hoy más creo: «Importa saber. Luego, cada uno tendrá la potestad de creer que su ética es válida, y la tuya es una mierda.» Pero me guardé algo, porque, entre desconocidos, eso nunca es tan difícil como con la gente a la que queremos. Toda esa gente que busca nexos de unión que se han roto en la mesa, o que hemos roto, y que siente la necesidad de decir lo que les entristecen ahora todos esos animales que son torturados y muertos a cada minuto.

Amanda Romero lo expresó con claridad: «Amar a personas cuyas decisiones atentan contra nuestros más profundos valores es complejo, amar a las mismas personas contra las que luchamos es confuso.» Pero amar, a nuestros seres queridos, es la misma argamasa que construye las relaciones interpersonales; y es imposible no hacerlo. No podemos no querer a nuestros padres, abuelos, o parejas, por cazar animales, por beber leche o por comerse un bistec de ternera. Podemos hablar con todos ellos, e intentar que nuestra verdad sea un día también su verdad.

Hace unos días, uno de los responsables de Aula Animal me decía en un correo que sentía cierta ambivalencia por la figura de Gary Yourofsky, pues sus resultados eran increíbles —decenas de miles de personas se habían convertido al veganismo por causa directa de sus conferencias— y, por otro lado, era demasiado crítico con algo que todos hemos normalizado durante demasiado tiempo y justo ahora despertamos. El arquetipo del activista frustrado, con una mochila llena de buenas intenciones, pero tan cansado de sus derrotas, que puede terminar por lanzarte el equipaje.

Gary Yourosfky durante una conferencia.
Gary Yourosfky durante una conferencia.

De este año que justo termina, me llevo muchas lecciones de vida, pero una de las más importantes es que de nada sirve gritar y maldecir al verdugo que hay frente a ti, sino que todo empieza por comprender que el problema es el sistema, y la gente que todavía no ve hasta dónde alcanza y esclaviza el mismo; mientras tanto, siguen cercenando cabezas a nuestro alrededor, pero por duro que esto sea, debemos diferenciar entre la tristeza de un error que nace a cada segundo de la incomprensión y el odio que no nos deja seguir hacia delante.

Al fin y al cabo, todos nosotros nos equivocamos todos los días; a veces, de un modo que casi resulta impensable, y, antes o después, debes dar cierta prevalencia a la opinión de ese marino retirado de Carolina del Este del que el activista estadounidense ha hablado un par de veces en sus ponencias: «Gary, creo en todo lo que dijiste. No tengo ningún argumento en contra… Pero somos un grupo de monos violentos, ¿qué te hace pensar que nos importa?»

El activismo por los animales tiene otra espina que tragar, otro demonio al que hacer frente: entender que la generación que cambió el mundo a mejor no fue la de nuestros padres, ni será la nuestra, pero que todavía podemos seguir soñando con un cambio real en nuestros hijos. Solo hace falta creer y luchar por ello y, robando letras a los grupos de Acción Poética Ciudadana, guardarse muy dentro de uno mismo esa frase que decía: lo imposible solo tarda un poco más.

Presentación: De cómo los animales viven y mueren

Ayer, día 22 de noviembre, se mezclaron cientos de sentimientos y emociones: alegría, inquietud, espontaneidad, gratitud, familiaridad, deseo de cambio,… ¡quién sabe qué más!

Fue la primera de muchas, espero, y un punto de partida; uno más. Con muchos nervios al principio, y un alivio aderezado entre tacos a medida que los minutos pasaban (¡no os puedo engañar, soy muy mal hablado!).

Una hora en la que me había propuesto mostrar los problemas de sostenibilidad que nos afectan a todos, y cómo la ética de cada uno se compone de lo que sabemos; de la importancia de saber, y de seguir aprendiendo, y, sobre todo, de la firme creencia de que la imposición nunca será el mejor camino para llegar a quienes no piensan como tú.

Una presentación que, creo, que conseguí que se asemejara al libro: lleno de relatos que se resisten a salir a la luz, de historias tras los muros, del desconocimiento y del peligro que este supone en todo lo que vivimos; en todo lo que comemos, vestimos y en la forma en la que nos divertimos.

De cómo los animales viven y mueren ha sido desde el principio un alegato de cientos de preguntas que necesitan una respuesta, y de, por lo menos, una verdad: que los animales viven y los animales mueren, y que la mayoría de nosotros no sabemos cómo hacen ni una cosa ni la otra, y que para muchos esto no es ético, pero, sobre todo, que tiene una fecha de caducidad muy, muy breve.

Hoy, no tengo más palabras. Pero mañana seguro que volverán.

Gracias.

presentacion-1 presentacion-2

presentacion-javier-dagor
presentacion-caos presentacion-mama-libros publico-presentacion-1


De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)Las fotografías corresponden a la presentación en Casa del Libro de De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro sobre ética y protección animal, consumo sostenible, y mucho más. ¡También está disponible en Amazon!

Industria cárnica, alternativas vegetales y carne cultivada

Los avances tecnológicos no pueden suceder sin científicos o ingenieros. El desafío de la sociedad es equiparar a las suficientes personas, con las habilidades correctas y formas de pensar, que lleguen a trabajar en los problemas más importantes.

Eric Schmidt, presidente de Alphabet Inc.

Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Google, ya lo tenía claro hace unos meses, y todo indica que las predicciones que hizo en la costa de California se están cumpliendo una a una.

En los próximos años, el desarrollo de alternativas vegetales será una de esas nuevas tecnologías que cambiarán el mundo. Para ello, la carne proveniente de animales se reemplazará por alternativas vegetales, y, en consecuencia, supondrá un cambio en el modelo alimentario actual para Occidente, y para el mundo entero.

Hay tres grandes contras que se han convertido en una losa para la industria cárnica: los hemos visto en Cowspiracy (K. Andersen, 2014), Food Inc. (R. Kenner, 2009), Meat the Truth (K. Soeters y G. Zwanikken, 2007) e incluso Earthlings (S. Monson, 2007).

El primero es aquel que nos ha hecho buscar otras formas de consumo a una mayoría creciente que adopta una dieta flexitariana, vegetariana o vegana: el maltrato animal sistematizado de la industria. Hoy, ni tan siquiera términos como «carne ecológica» o piscifactoría consiguen que nos traguemos esa falsa necesidad por más tiempo. Hay alternativas vegetales y, en nuestro día a día, consideramos que, optar por ellas, es mucho más coherente que apoyar a un modelo basado en el «usar y tirar» a otras especies animales y en el consumo como nunca lo habíamos visto ni practicado hasta las últimas décadas del siglo XX.

consumo-agua-carne

En paralelo, hay dos argumentos más que podrían recogerse en un solo punto: derroche de recursos; en especial, el que hace referencia al consumo de agua potable y al calentamiento global a causa del metano de la ganadería industrial orientada al consumo (o, sin ser tan finos, de los pedos de las vacas y tantos otros animales criados en masa para consumo).

En Silicon Valley lo han soltado sin tapujos: el modelo ha caducado; simplemente, se está alargando por motivos económicos (algo que muchos piensan que también se está haciendo con el petróleo, por cierto), no de ética ni de sostenibilidad. Hacia el siguiente estadio, se abren dos caminos: las alternativas vegetales y la biotecnología enfocada hacia el cultivo de carne in vitro.

En lo que se refiere a la primera, nos encontramos superando todavía un estadio primario, donde empezamos a cocinar soja, seitán o tofu, a consumir más verdura de hoja verde, etc., con el fin de sustituir proteínas de origen animal por proteínas de origen vegetal. Se ha demostrado, además, que no hay ningún problema en hacer esto en cualquier momento de nuestras vidas (puedes leer más sobre ello en este texto de la Unión Vegetariana Española), sino que, simplemente, deberemos optar por un mayor control de la dieta si queremos evitar un déficit de cualquier tipo (una carencia de hierro, o de vitamina B12, etcétera).

Esa es la fase 1. En lo que a alternativas vegetales se refiere, la fase siguiente se centra en ofrecer un producto idéntico a ese consumidor-tipo que, o bien no desea ver más allá (mataderos, industrialización del modelo, mal uso de los recursos naturales, caducidad del modelo…) o cuya ética le permite seguir consumiendo animales que mueren porque prefiere anteponer conceptos como tradición, conveniencia, hábito o sabor.

Sí. Ya lo sé. El mundo no puede ofrecerte hamburguesas a todas horas y, a continuación, cerrar el grifo; si hay demanda, tiene que haber oferta. El capitalismo funciona así, y todos nosotros, a veces por obligación, somos profundamente capitalistas. Entonces, la respuesta es un producto que no difiere de un filete, una hamburguesa o unas costillas de cerdo para romper todos los esquemas de ese consumidor. Es hacia donde se dirigen Impossible Foods (con su The Impossible Burger, por ahora) o Beyond Meat.

Cerdo (vivo)
Un cerdo de los que me gustan: ¡vivo y feliz! 😉

Pero antes de continuar, hay otra alternativa. Una vía que empieza con la clonación como modelo para superar los problemas de demanda en países como China. Esta idea, que pese a haber conseguido adeptos en el mercado, caerá rápidamente en desuso, empieza con un objetivo claro: crear más y más ganado para el consumo; en un primer estadio, en junio se hablaba de 100.000 embriones y, en el segundo, de 1.000.000 de cabezas de ganado.

Sería fácil desmontar el sistema entre críticas de empobrecimiento genético a medio y largo plazo; e incluso plantearse qué soluciona el ganado clonado frente al inseminado (aunque esto tiene una respuesta: la velocidad, el mayor control en los tiempos), porque a los animales les gusta follar también, casi tanto como a nosotros, y, además, se les puede incentivar de muchas formas. Sin embargo, quizá la respuesta más contundente sea: ¿y los chinos verdaderamente se creen que eso se hace por necesidad y no para incentivar un cambio en los modelos de consumo asimilados a una mejor calidad de vida occidental? Algo que también ocurre en la India, por supuesto.

The Beyond Burger anuncio
Banner publicitario de The Beyond Burger de la empresa Beyond Meat, una de las alternativas vegetales que más adeptos ha conseguido en EEUU.

Pero China y la India no pueden vivir consumiendo carne como Occidente: el planeta no lo soporta. Ese es uno de los secretos: la gente aquí come animales a diario porque una gran parte del planeta no lo hace nunca. ¿No lo sabías? Por eso, y porque si se ponen a hacerlo, la Tierra no aguanta. Así, con esa noticia de la clonación, también tenemos otra que nos avisa de una caída en el consumo de más del 50 % para prevenir gases de efecto invernadero. Curioso, ¿verdad?

La (segunda) alternativa, pues, no es la clonación. Cada vez hay más personas concienciadas y el crecimiento de aquellas que adoptan una dieta vegetariana sigue aumentando, así como quienes se lo plantean para luchar por causas que les resultan importantes en este siglo: maltrato animal, recursos naturales, respeto, naturaleza, empatía…

Pero solo hace falta cambiar el término clonar por cultivar. Sí. Carne cultivada. ¿Por qué no crear un filete en lugar de una vaca que tenemos que alimentar, matar, despiezar, y un largo etcétera? Es una forma estupenda, además, de resolver los problemas entre carnistas y veganos, ¿o no? Un filete no siente, no tiene sistema nervioso central, y, en la práctica, una vaca, un filete o nosotros, solo somos compuestos químicos unidos entre sí: muchos o pocos; y hoy, como sociedad, podemos empezar a saltarnos unos cuantos pasos que suponen despilfarro y una conciencia más sucia de lo necesario.

Proceso de producción de carne in vitro
Proceso de producción de carne in vitro. Puedes leer más sobre este tema en el siguiente enlace, que trata la polémica sobre la ética o falta de ética asociada a este tipo de carne.

Estas nuevas tecnologías, a priori, parecen convivir bien, y seguir una filosofía muy similar, además. Desde mi punto de vista, y el de muchos otros, quizá no sea ético tener que experimentar con animales para dejar de matar animales, pero, si salimos de casa y nos paseamos entre mercados, restaurantes y supermercados, tenemos casi la obligación de minimizar estos daños colaterales (si los hubiera) frente a los posibles resultados. Como se puede leer en Carne cultivada: de criar animales a crear carne en un laboratorio y en La «carne de laboratorio» está cada vez más cerca de la mesa; la producción «in vitro» se encuentra en una fase muy avanzada.

¿Veremos a vegetarianos y veganos volviendo a comer carne por esta razón? Apuesto a que sí. Pero no todos. Pues muchos de ellos basan su decisión en razones éticas, y, otros tantos, le añaden al vegetarianismo esa consideración de modelo más saludable (aquellos que lo hacemos por razones éticas, quizá no le damos  tanto peso a este último punto).

Así, Impossible Foods o Beyond Meat son una alternativa «verde» muy sostenible que parece llevar detrás una gran inversión previa y un mayor tiempo de investigación, que se ha ido popularizando también a este lado del charco con equipos como el de La Carnicería Vegetariana, y que, a priori, parece que contará con un precio más competitivo durante los próximos años. Mientras que, la carne cultivada, puede ser otra opción perfectamente válida a medio plazo para veganos o vegetarianos que quieren volver a consumir carne, pero, eso sí, sin maltrato animal, reduciendo las emisiones de gases contaminantes, buscando un futuro mejor para todos, y, en especial, para todos esos animales que vieron cómo el modelo de los campos de exterminio nazi se popularizaba en la industria cárnica y les recluía en su propio Auschtwiz.


De cómo los animales viven y mueren (Javier Ruiz - Diversa Ediciones)

Este es un texto original creado para Doblando tentáculos. Si te ha parecido interesante, quizá quieras adquirir en papel o en eBook De cómo los animales viven y mueren (Diversa Ediciones, 2016), mi primer libro de temática animalista que trata estos y otros muchos temas similares. ¡También está disponible en Amazon!

 

Ya hablamos con Tordesillas

Ya hablamos con Tordesillas; ya hablé sobre Tordesillas. Lo hice aquí (Indultad a Rompesuelas, el Toro de la Vega), aquí (Taurinos y antitaurinos: piedras y palabras) y aquí (Sangre de toro).

La última víctima del (supuesto) torneo fue Rompesuelas. Miles y miles de activistas lo decían, lo repetíamos, año tras año, y alguna vez tenía que ocurrir. Pelado no morirá a plena luz del día, no morirá lanceado, pero lo más probable es que muera.

No se aceptó la petición de trasladarlo a un santuario de animales tras el renombrado Toro de la Peña, y lo más plausible es que dé con sus huesos en el matadero. Quizá allí se ensañen con él, con esa ira que reflejan los palos y los varazos que le han propinado a un animal noble que no tiene el huir en su haber.

Toro de la Peña 2016

En España, hay que matar. La diversión se mezcla con sangre por falso derecho de tradición que hiede a podredumbre. Es la España que envejece, que avergüenza a una mayoría, que no quiere crecer; es la España que muere sin saberlo, y que no será nada.

Hoy, se ha advertido por última vez a esa España que debe escuchar a la mayoría, que la libertad, individual y colectiva, no se mide a lanzazos contra un ser inocente, y que hubo un tiempo en el que se permitió, pero nunca más.

Ellos desoyen. Y la ley, que no es más que la respuesta última de un pueblo unido que detesta que maltrato se asocie con nosotros, actúa. Nos llaman violentos, pero los violentos son ellos; lo llaman democracia, y libertad, y respeto, y valentía incluso, sin conocer realmente el significado de esas palabras.

Toro de la Peña 2016 (recorrido)

Quizá Pelado no sobreviva al primer Toro de la Peña. Yo deseo de corazón que sí, que lo haga. Pero si hay algo en Tordesillas herido de muerte es la tauromaquia, y las fiestas basadas en el maltrato animal, y esa tradición absurda, irracional y troglodítica que se ha extinto ya, aunque ellos todavía no lo sepan, ni quieran aceptarlo.

Cierto chatarrero muy conocido, decía hoy: «Es triste ver como hay gente con esa maldad en su corazón.» Y ya lo dijo alguien más inteligente que la mayoría de nosotros: «lo único que necesita el mal para triunfar, es que los hombres buenos no hagan nada.» Pues se acabó.

Besas el suelo. Tranquilo. Sereno. Susurrándole a la tierra que cumpliste con el papel asignado.

Atrás quedan ya los jadeos, el puente, el río; ahora suspiras, resuellas, te abrazas a esa paz prematura que te han impuesto y te vence.

Pero en tus ojos no hay odio (¿por qué no hay odio?), nunca hubo odio; y corneando el orgullo por última vez no dejas que la sangre conquiste tu iris. Sigues mirando hacia delante, ya caído; sigues mirando hacia delante, lejos de allí, estocada tras estocada; ves el cielo, la hierba, el mundo, lejos, más lejos aún.

Rompesuelas, ya mueres; porque te mataron demasiado pronto. Y a tu alrededor se escuchan lanzas, y gritos, y torneos que son declarados nulos porque te han asesinado hombres que no respetan ni las reglas que ellos mismos se han impuesto.

Ellos son los verdugos, tú la crónica de una muerte anunciada que no podemos resignarnos a aceptar. Y ahora creen que ya eres nada, que eres historia, y sin embargo, hoy más que nunca, representas todo aquello por lo que vale la pena vivir, y luchar, y aprender de esta España donde las franjas rojas amenazan con devorarlo todo a su paso.

Tú besas el suelo, yo lamento mis lágrimas. Tú ya descansas, ¿pero quién nos salva a nosotros?

Rompesuelas – Javier Ruiz (2015)

Salvarse a uno mismo

Populi barbari novarum terrarum cupiditate in Italiam descendebant.

(Los pueblos bárbaros, por deseo de nuevas tierras, cayeron en Italia.)

La imagen es desgarradora. Un animal, como tú y como yo, que se negaba a morir, lanceado, y atravesado con una espada en el lomo, saltó la barrera, muerto de miedo, hacia los tendidos. Nadie allí se volvió humano, ni por un instante, y siguieron hiriéndole y vejándole sin piedad hasta que no pudo sentir más nada.

Ocurrió una de las tardes de los sanfermines. En la plaza, no en las calles; donde el asedio termina junto con la vida de todos los morlacos que pisan Pamplona, en la arena de ese escenario sangriento, que, al final, es solo uno.

Toreo - Sanfermines (viñeta de Paco Catalán)
Viñeta de Paco Catalán.

Hoy, estoy cansado. Miro hacia fuera por la ventana del despacho, y no puedo resistir la tentación de sentarme al sol con el portátil; se acercan pájaros de rato en rato, y los gatos los persiguen sin maldad, los perros duermen al sol, sabiendo que todavía es pronto para ponerse a correr de arriba para abajo, y el rastro de los jabalíes, que nos visitaron ayer noche para roer las raíces de los pinos, sigue fresco junto a la puerta.

Me siento bien entre el verde, más humano, más vivo aún; no es que quiera imponer una imagen, ni venderos un sentimiento que, quizá, no sea universal, pero me enorgullezco de ser parte de algo sencillo, respetuoso, y bueno.

Por eso cierro el vídeo con un nudo en la garganta, y tengo que hacer algo con las manos: salir, correr, gritar, cavar un hoyo; algo. Porque no comprendo qué se mueve en las mentes de aquellos que solo tienen la palabra tradición en la boca, que crían en pos de la tortura y el asesinato, sin ningún fin (su muerte no vale ni tan siquiera como alimento), que beben el dolor de un animal manso que solo lucha por sobrevivir, por seguir respirando, mientras ensartan su lomo, y lo marean, y ciegan, y atacan, entre varios.

Toreo = maltrato animal

No existe necesidad, ni ilusión de necesidad siquiera; solo es poder, e imposición. Mato, porque puedo; torturo, porque la tradición me ampara; hiero, daño, desangro, ataco, porque he evolucionado lo suficiente para sobreponerme por encima del resto de vosotros.

Cuando de repente, vi al toro. Y en sus ojos, la inocencia que todos los animales tienen, y me rogó. Fue como un llanto de injusticia en mi corazón, es inexplicable: fue como un rezo al verdugo para que terminara con su ejecución. Me sentí como la peor mierda del mundo.

Antonio Gala, El País, 30 de julio de 1995

Un toro es todo los animales, y todos los animales son un toro. Si alguien viese el dolor en los ojos de un perro, de un gato, de un lobo, o un toro, comprendería que las diferencias que los embellecen resultan mínimas frente a todo lo que nos une.

Matador de toros haciendo un desplante
Esta foto no es lo que parece, pero ojalá lo fuera.

Si alguien acercase sus ojos y se preocupase por entender la naturaleza de cada ser, no tendría nada que temer, ni nada que dañar sin necesidad. ¿Pero quién lo hará o sabrá verlo mientras sigan bañándose en la sangre de sus iguales?

En España, solo es tradición y cultura para unos pocos; y entre ellos, no es difícil desentrañar tampoco para cuántos resulta un problema ético oculto entre montañas de simple dinero; dinero que ampara el sufrimiento, la muerte y el sinsentido, pero dinero al fin y al cabo.

Para la amplia mayoría, no es nada de lo anterior; solo un rescoldo que se niega a expirar en el pasado, y que se mantiene vivo, incluso fuera de las brasas que lo acompañan, por la inacción del resto de nosotros: la tauromaquia es un problema, y su propio nombre, imbuido de un respeto etimológico que no merece, lo indica; ¿y nuestro gran enemigo? Nosotros, de nuevo; nosotros, que no salimos de delante del ordenador, de la crítica apagada, de la falta de unión; unión que debe viajar a las plazas, a los pueblos, a las (supuestas) fiestas y a todos esos lugares donde solo unos pocos se mueven para concienciar, pero no para impedir.

Si un país entero está en contra, unos pocos no pueden marcar su ley; ni tan siquiera amparados en una tradición sangrienta o una cultura que se revuelve tras cada estocada, tras cada estoque, tras cada banderilla, y cada muerte; este país solo se salva si terminamos con la tauromaquia; este país solo se salva si nos salvamos a nosotros mismos.

Siete razones para cambiar los sanfermines

Las fiestas de San Fermín han mantenido su calendario de eventos y, entre ellos, hay uno cuyos pernios empiezan a oxidarse, y pronto se quebrarán: por la mañana, encierro; por la tarde, corrida. No es el único, pero, de todos ellos, es aquel que refleja mejor España: un país donde, muy a menudo, la tradición no se valora, porque no hay nada bueno en ella, y entre sus principales defectos, destaca uno, enquistado hasta el tuétano, la resistencia y la asunción del error, cuando la mayoría así lo cree, y propone un cambio que se enlentece hasta la náusea; incluso cuando su tiempo ha llegado.

fiestas-de-san-fermin-cronica
Retazo de una crónica sobre las fiestas que circulaba en Twitter.

Mientras tanto, pasa otro año. Los animales que mueran, las vejaciones que se lleven a cabo, y el modelo, se mantendrán un tiempo más, pero no mucho. Las fiestas taurinas tocan a su fin, y que nadie nos haga olvidar bajo palabras de falso heroísmo una de las principales verdades por las que luchamos: el toro mata intentando vivir, el torero, cuando muere, lo hace intentando matar.

Muerte

El domingo hubo cinco heridos; al día siguiente, otros tantos. Leí en el diario que la noticia que más llamaba la atención no era aquel cubo con restos de lo que fue un animal, sino un toro que se negaba a avanzar; inmóvil frente al vallado y caído bajo la luz del flash de un fotógrafo mal situado. O quizá él no quería avanzar, quizá no quiera seguir; perpetuar la tradición.

El Roto - Viñeta fiestas de San Fermin

Acoso sexual

Una chica violada entre cinco durante la noche del jueves, un hombre al que encuentran haciendo una felación a otro entre la marabunta; denuncias, abusos, excesos y, por encima de todo, no comprender que un no es un no, pero lo que todavía es más importante: que la ausencia de este tampoco representa un sí.

Imágenes de desenfreno (sanfermines)

En titulares, aparecen cuatro agresiones sexuales en la madrugada del domingo; por desgracia, esto solo importa desde que la “fiesta” es más internacional que nunca, cuando uno de cada dos asistentes es extranjero, y cuando el mundo tiene un ojo encima de la bárbara España.

Borrachera y desenfreno

Desenfreno (sanfermines-2)
Puedes leer más sobre en el artículo del 7 de julio, titulado Seguimos siendo guarros (y guarras), y todavía más gilipollas

Pero con un aroma acre que no es posible limpiar; fruto del exceso más cobarde, de aquel que no se respeta ni a uno mismo. El lunes leía en La Vanguardia de la mano de la periodista Joana Bonet: «Puede que su ideal de exotismo incluya pañoletas rojas o txapelas, o bien sea la mezcla de animalismo, vino y sexo demente lo que les intrigue.» Solo difiero en una cosa: los animales han demostrado ser más nobles, así que, tal calificativo, los desmerece erróneamente.

Maltrato animal

Que empieza en las calles y termina en las plazas. Si las fiestas de San Fermín quieren ser un ejemplo de lo que este país puede llegar a ser, que abandonen el maltrato sistemático a los animales, la cría para la muerte; la muerte como entretenimiento, el dinero por encima de la sangre; y no, la tortura (absurda; inútil) de un animal inocente y el consumo de carne no son la misma cosa: una puede creerse necesidad, la otra, no es más que pura maldad.

Toro muerto en los sanfermines

Coste sanitario

Con larguísimas colas en urgencias, operaciones que llegan demasiado tarde para pensionistas de toda una vida, jornadas interminables que subyugan al personal sanitario, presupuestos cada día más escasos… ¿Queréis poneros a correr delante de animales aterrorizados de seiscientos y setecientos kilos? Pues os pagáis vosotros las cornadas, los puntos de sutura, las operaciones de urgencia, los operativos sanitarios.

Sanfermines (segundo encierro, 8 de julio de 2016)
Imagen que corresponde al segundo encierro de los sanfermines 2016.

¿Qué es la fiesta?

Si las fiestas de San Fermín son mucho más que tauromaquia, ¿por qué mantener esa tradición? ¿Por qué perpetuar los encierros y las corridas mientras nos atrevemos a criminalizar el Toro de la Vega o los correbous? Si hay fuegos artificiales, si hay gigantes, si hay kilikis y zaldikos; si hay riau-riau, y bebida, y música, y buena gente, ¿para qué reclamar la muerte con tanto ahínco?

Kilikis y zaldikos en Sanfermines

El ejemplo

Un ejemplo detestable para el mundo que nos mira: la España más rancia, la que pervive en la tradición como única excusa para no asumir su propio error; un monumento al atraso, a las equivocaciones de nuestros padres, a un pasado que nos avergüenza y nos obliga a negar, como si no pudiéramos dar crédito a lo que vemos, oímos y sentimos cada 7 de julio.

Si las fiestas de San Fermín tienen tantas cosas buenas (y las tienen), no necesitan asustar, martirizar y ejecutar a sesenta y cuatro morlacos que se crían para morir. Que los dejen volver a la dehesa, que no los críen, que dejen de aprovecharse de todos ellos, de convertir la sangre en moneda de cambio, de intentar dar sentido a la vida solo a través de la muerte.