Maestros del yoísmo

Hay grandes literatos y columnistas que, en la última década, se han transformado en verdaderos arquetipos rancios de aquello de lo que, un día cada vez más lejano, intentaron diferenciarse. Uno de ellos es el excelentísimo académico, y muy hijo de su padre, Javier Marías, quien, a tenor de sus últimas columnas, tales como Perrolatría o Ese idiota de Shakespeare, se ha convertido en un maestro del yoísmo —y algunos lectores dirían incluso que del cuñadismo.

Verdaderas celebridades de las letras capaces de darle la vuelta a aquella falacia sofista del argumento ad hominen y tirárselas en toda la jeta al lector. «Yo soy yo y mis circunstancias», le espetan, y usted, que tiene un trasfondo similar al mío, estará de acuerdo sí o sí. «Y si usted no está de acuerdo, no solo es un imbécil ignorante, sino que debería instruirse si, algún día, quiere alcanzar mi estatus y comprender la argumentación que aquí le detallo».

Pegatina - Yo pagué con mi vida (nuggets)
Un ejemplo de ilustración/pegatina de la que Joaquín Luna hablaba en su columna. Probablemente, él había visto, por su barrio, alguna imagen más explícita: como esta.

Aquello que, quizá, no han valorado de un modo justo es su falta de argumentos, su discurso vacío, su intento de rellenar de valor una cuestión nada más que con una posición ganada —y de la que nadie debería discutir los méritos— y unida a grandes dosis de yoísmo.

Así, de vez en cuando, es humano sacar los pies del tiesto, pero también reconocer el error y soportar la oleada de mierda que le viene a uno encima. Hoy, esto le ha ocurrido a Joaquín Luna en una columna titulada Yo pagué con mi vida, que el diario La Vanguardia ha decidido publicar en un error similar al que cometió El Correo Gallego con Manuel Molares do Val.

En la misma, y como hilo conductor del texto, podemos leer aserciones que son una denigración constante a vegetarianos y veganos, que hablan del razonable precio de la carne, a juicio del que la suscribe, y no se cortan en tildar a todo un colectivo de fascista y enfermo; por si esto no fuera suficiente como para encender la mala leche de un gran número de lectores, Luna decide consentir y defender el maltrato animal que, en las últimas horas, hemos podido tan solo vislumbrar en la película A dog’s purpose y que termina por aderezar con la imposibilidad de reflexionar sobre sus acciones, amparado en la ceguera del «esto siempre fue así».

La columna, que casi exige un verdadero boicot al medio que la ampara, se defenderá con el argumento de una opinión distinta, sin entender cómo ataca, atribuye e insulta a un colectivo cada vez más numeroso, cuyo único crimen, casi siempre, es intentar hacer pensar a su prójimo.

El texto de Joaquín Luna es un ataque frontal contra todo el trabajo de millones de personas que buscan un mundo más justo, que comprenden que los modelos de consumo actuales no son éticos, y tampoco sostenibles, y que luchan contra el maltrato animal en todas sus vertientes. Joaquín Luna es el matador de toros que se atreve a escupirnos a los animalistas, gritándonos que él, y solo él, es el verdadero amante de los animales. Otro maestro del yoísmo.


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9 comentarios sobre “Maestros del yoísmo

  1. Por desgracia, el mundo sigue lleno de imbéciles. No tengo ganas (ni paciencia hoy) de decir mucho más al respecto. Como no menciono a nadie, aunque tú ya sabes a quiénes de los citados en tu entrada me refiero, espero que no me denuncien por ecoterrorista o algo así.

      1. Ahí le has dado. El problema de que haya imbéciles sin voz, o cuya voz no sea escuchada más que en sus casas o en el bar, pues mira, te permite hacer oídos sordos. Pero cuando hay tanto imbécil poderoso o con altavoces… la cosa se jode bastante.

  2. Excelente respuesta. Casi me compensa la inmensa lástima y vergüenza ajena que he sentido al leer el artículo de Joaquín Luna, así que de verdad muchas gracias por esta réplica.

    1. Hola, Laura:

      Lo peor de todo es que ahí sigue el columnista… publicando, y publicando; y ahí seguirá mi correo, y alguno más, estoy seguro, sin abrir, o leído en diagonal, y cerrado en un pispás tras un bufido de incomprensión por parte de alguien.

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