Hace unos días, El País Semanal publicaba una columna titulada Perrolatría, firmaba Javier Marías, quien en unas pocas líneas fue capaz de decirnos que Hitler tenía un perro, que los españoles somos tan imbéciles como los yanquis y que los dueños de un can creíamos tener, y presuponer, derechos que nadie nos había entregado.
Como le presumo cinéfilo y muy dado a todo tipo de referencias, diré que, tras leer la columna, a mí Marías se me asemejó, en actitud, al James Stewart de La ventana indiscreta, quien solo podía acercarse a un perro con unos prismáticos.
Diré más. Casi pondría la mano en el fuego que a Javier Marías no le gustan los perros —por llamarles chuchos, y a nosotros perrólatras, e incluso por incentivar o, como mínimo, defender el maltrato animal—, pero no lo haré. De lo que sí estoy seguro es de que no tiene ni puta idea de perros.
Uno de esos deberes es no maltratarlos gratuitamente, desde luego (pero si nos atacan o son nocivos también tenemos el derecho e incluso la obligación de defendernos de ellos).

Aun así, como me importan un pimiento Obama, Hitler o el sentimiento antiamericano, entraré raudo en los detalles de interés: aquellos que me ayudarán a defender mi argumentación.
Para empezar, me agradaría saber cuántos dueños de canes han intentado imponer derechos y cuáles han sido estos. Parece baladí, pero no hallo ningún ejemplo real a lo largo de la columna de opinión, por lo que no puedo más que intuir que Marías sonríe cómplice a Fernando Savater y a su Tauroética, comprendiendo un derecho solo como aquella ventaja que uno mismo puede preservarse, y no como algo inherente a uno mismo que un perro, un niño o una persona con diversidad funcional puede o no entender.
De este modo, yo, como responsable de mis canes por los que siento perrolatría estoy obligado a cumplir unas obligaciones y a defender unos derechos propios y otros del animal.
Los animales carecen de derechos por fuerza, lo cual no obsta para que nosotros tengamos deberes para con ellos, algo distinto.
En esta misma línea, avanzamos rápido de nivel. Y no se tarda en comparar un perro con un tigre, una serpiente u otros animales no domesticados. ¿Sobre esto qué puede uno decirle al académico? Quizá que amplíe sus lecturas, que, entre las humanidades, la evolución humana y la historia universal todavía pueden darle grandes alegrías y sorpresas a su edad, que lea y comprenda, que es lo mínimo que se le puede exigir a un profesional de su relevancia cultural.
Nada tengo contra los perros, que a menudo son simpáticos y además no son responsables de sus dueños. Pero no me apetece estar en un restaurante rodeado de ellos. No todos están educados, no todos están limpios ni libres de enfermedades, no todos se abstienen de hacer sus necesidades donde les urjan, muchos ladran en cualquier momento por cualquier motivo.
Además, como propietario de tres perros (y dos gatos) también quería aclarar que los perros no ladran por cualquier motivo: siempre hay un motivo; que recoger una mierda no es ninguna asquerosidad ni una humillación, y que quizá algún día incluso alguna enfermera tenga que cargar con la de más de un escritor ingrato con mayor estoicidad si cabe, y, por encima de todo, que no suele haber continuas visitas al veterinario, ni esquilados, ni lavados, ni «tratamientos psiquiátricos» —imagino, no sin cierto esfuerzo imaginativo, que aquí hablaremos de etología—.
De las cacas que van sembrando no hablemos; por mucho que se obligue a sus amos a recogerlas en una operación de relativa asquerosidad, siempre los habrá que se negarán a la humillación.
Hay gastos, y sorpresas, y alegrías, y tristezas, como en cualquier otra faceta de nuestras vidas. También hay dueños responsables, que son una amplia mayoría creciente; una amplia mayoría que vive en sociedad, y que, buscando una fórmula apta para la convivencia, que no solo tiene el derecho de exigir respeto por su modus vivendi, sino también la obligación de respetar las decisiones del resto de sus coetáneos; quizá, pues, el académico no hay caído en la cuenta de que, en última instancia, la decisión que le fastidia su bistec con patatas (el suyo no, que a estas alturas ya sabemos que es muy tolerante y las piedras le caen por su excesiva filantropía) no es del compañero del perro —a estas alturas del texto, estoy harto de eso de dueño—, sino del dueño —ahora sí— del establecimiento, quien admite perros como acompañantes.
En Madrid hay los perros que dije, así que no quiero imaginarme cuántos enemigos me he creado en España con estas líneas. Ninguno tendrá cuatro patas, eso es seguro.
Poco más puede añadirse. Con esas líneas seguro que se ha creado muchos enemigos, y lo que verdaderamente me extraña es que a cierto nivel un columnista no sepa que cualquier texto es siempre una declaración de intenciones; también deseo que Javier Marías se modernice antes de quedar atrás; que busque influencias y testimonios más allá del siglo XIX y, sobre todo, que no pelee con vecinos; que lo más probable es que un perro no le ataque, ¿pero qué derecho tendría él a quejarse de un mordisco si, pese a su nivel social y cultural, es el primero que se atreve a solucionar las cosas a mamporros con aquellos con los que vive puerta con puerta?
Enlaces relacionados:
Perrolatría, por Javier Marías en El País Semanal
Javier Marías y el miedo a los perros, por Río Bravo en Letras Libres
Solo te diré que nunca podría ser amiga de alguien que no tenga buenos sentimientos hacia los perritos y hacia todos los animales en general. Mala gente, estoy segura.
Ídem de ídem. No consigo la afinidad necesaria para aguantar a personas que no le gusten los animales.
Me reía yo solo ayer, pensando en lo mal que se deben llevar Arturo Pérez Reverte, fiel defensor del perro, y este señor, y la casualidad los ha sentado en sillones cercanos en la Real Academia Española según sé… 😉
Espero que nunca se vea el señor Javier de Marías sepultado bajo en un edificio en un terremoto y que uno de esos «chuchos» que sí lo tenga por enemigo en vez de localizarlo y salvarle la vida………….se le orine encima 😉
Estoy convencido de que te diría que es «trabajo suyo» o, visto lo que piensa del perro como «arma» al servicio de su «dueño», aún te diría que es una herramienta para salvar gente o alguna gilipollez similar.
En fin, ¡muy poco se piensa en lo que hay a nuestra alrededor! Sobre todo esta gente que no deja de mirarse sus narices…
jajajaja me gustaría ver eso, qué ocurrencia
Estaría bueno jeje, pero también estoy segura de que el perro no lo haría, le salvaría la vida sin pensarlo, el rencor y la maldad, son enfermedades humanas
Leí el artículo y me quedé alucinada, no sabía exactamente por donde cogerlo… muy buena reflexión, sín señor… saludos!
¡Hola, Inma! Yo igual. Lo cierto es que he seguido, sin fanatismos, la carrera literaria de Javier Marías, y todavía me sorprendió más.
De cualquier modo, en este caso es el vivo ejemplo de lo que supone hablar sin saber, o querer ser el centro de atención a toda costa. Quién sabe.
¡Muchas gracias por comentar! 🙂
Genial el artículo, opino lo mismo aunque no haya sido capaz de expresarlo igual 🙂
Por aquí mi réplica: http://nidia-imantada.blogspot.com.es/2016/06/la-perrolatria-de-marias.html
Hola, Nidia. Me apunto tu blog en la lista de lecturas semanales. 😉 Me ha encantado leerte y te entiendo perfectamente; cuestiones como libertad responsable, convivencia, respeto o sensibilidad que Javier Marías convierte, primero en egolatría, después en «perrolatría», lanzando balones fuera, dice mucho de la decadencia como persona y, en parte, también como escritor.
Habitualmente, no me cuesta separar autor y obra en una novela o un relato, pero, cuando hablamos de columnas de opinión, hay que tener muy claro que buscamos una conexión con el lector, del tipo que sea, y para ello debemos mirar en rededor, no podemos fijarnos solo en nosotros mismos (en nuestros miedos, manías, envidias, o verdades que se ensombrecen al articularlas como palabras) como ha hecho este señor.
¡En fin, que ya empiezo a desvariar…! 🙂 ¡Gracias por leerme, y que sepas que a partir de ahora también yo te sigo de cerca en tu blog!
Jjajajajajajajaj, como amo a mi perro, es incapaz de semejantes sentimientos, este Sr. esta un poco amargado, paso-
Las personas a las que este señor trata de »Perrólatras», entre los cuales me incluyo orgullosa, dudo que sean la causa de su molestia.
Un amante de los perros, que disfruta su día a día con ellos, no deja los excrementos repartidos por las calles ni permite que su perro contraiga enfermedades sin administrarle el tratamiento adecuado.
Tampoco, como bien dices, un perro ladra sin motivo. Si lo hace, posiblemente el problema estará en el dueño y no el perro. Un perro equilibrado no »ataca» como un arma como dice la columna.
Muy buen artículo.
Saludos
Celia
http://www.luccalaloca.es/yo-tambien-soy-perrolatra/
Hola, Celia:
La verdad es que hay tantas cosas que se percibe que Javier Marías no entiende sobre los perros que se necesitaría analizar punto por punto para desmentir, todavía de forma más concreta la sarta de tonterías que comenta.
Sin embargo, lo que más me sorprendió —al margen de la egolatría que demuestra al creer que su palabra es verdad, y absoluta— fue la intransigencia y, aún peor, la imagen falsa que arroja en algunas de sus frases, tales como:
1) «por mucho que se obligue a sus amos a recogerlas en una operación de relativa asquerosidad, siempre los habrá que se negarán a la humillación.»
2) «Un perro es notablemente más bravo, y además está respaldado por el sentido del deber. Si uno mata a un lobo, recibe ánimos y parabienes; pero si mata a un perro, los sagrados derechos de la propiedad y el afecto elevan un clamor y piden reparación»
O la peor de todas (para mí):
3) Todo esto se olvida, en efecto: según su tamaño y su raza, el que va con perro porta un arma.
Al igual que yo, ya leíste su artículo también, y hay muchas más ideas obtusas que, como máximo, ofrecen una imagen muy negativa y ficticia de lo que es un perro.
Pero bueno, en definitiva, mejor perrólatra que perrófobo, ¿no crees? 😉
Muchas gracias por leerme. Yo también me he escapado a tu blog un rato.